Fútbol
¿Qué se hace con lo que se va?, pregunta La Tía Malena


Ariel Scher
Periodista.
La Tía Malena no se quiere poner filosófica o, al menos, excesivamente filosófica pero, cuando enfoca al Tío Divino, no le sale otra pregunta que esta:
–¿Qué se hace con lo que se va?
Podría hablar de la infancia de los hijos y de las hijas o de la capacidad de bailar desde que el anochecer se termina de hacer noche hasta que llega el saludo del sol. Porque esas cuestiones seguro que se van. Y no. La Tía Malena pregunta lo que pregunta de cara a un televisor más grande que su caja de remedios cotidianos mientras mira el Mundial de Clubes. Se bajó una aplicación -capa la Tía Malena- y lo siguió casi entero, al punto de dar cátedra sobre las partidas tempranas de Boca y de River o de recitar los titulares del Mamelodi Sundowns sudafricano. No le interesaba demasiado, pero, como decodifica sobre este torneo el sociólogo experto en deportes Pablo Alabarces, «es lo que había para ver». El Tío Divino, que la quiere hace un poco más de medio siglo, le regala el oído para abarcar la profundidad de esa consulta, interpreta que la pregunta está vinculada un poco al Mundial de Clubes y otro poco a la existencia, piensa además que en estos días el Mundial de Clubes se devoró a parte de la existencia en mucho mundo, y le devuelve otro interrogante:
–¿Qué es lo que se va?
Perseverante en no incursionar demasiado en la filosofía, la Tía Malena elige dar una respuesta directa:
–Messi se empieza a ir, Di María se empieza a ir. ¿Dónde va lo que se nos va con ellos?
Certeza. Y eso es un montón en una realidad en la que, como hace rato aprendieron la Tía Malena y el Tío Divino, no abundan las certezas. O, más cerca de la exactitud, una realidad en la que abundar en certezas representa un acto de comodidad. Pero cierto, cierto, cierto: si en las décadas últimas, el fútbol fue, de manera mayúsculas, prenderse a los torneos más resonantes para ver a Lionel Messi y Ángel Di María -argentinos, brillantes, multicampeones-, el Mundial de Clubes es la escenografía para despedirlos de esos episodios. Acaso sobrevenga alguna actuación más, pero no como para superar esa sensación de que algo importante está partiendo, esa percepción de que el fútbol, igual que la vida, es agua y se escurre. Lo que dice la Tía Malena: se va.

El Tío Divino tampoco pretende instalarse en la filosofía pero no puede evitar la deriva hacia la política. Y, compenetrado, desvía el debate:
-¿Y si lo que se va es otra cosa? ¿Y si el Mundial de Clubes se lleva parte de lo que, hasta este momento, fue el fútbol para nosotros y para millones? ¿Y si el fútbol empieza a ser esa ceremonia en la que cada jugador es anunciado de a uno y con música fuerte de fondo, desarticulando lo mejor del fútbol, que es eso de que entramos juntos y nos vamos juntos porque somos un equipo, una cosa colectiva e indivisible? ¿Y si el fútbol se transforma en un show en el que hay que parar para hidratarse pero no porque tenga valor hidratarse sino para que aparezca el nombre de un patrocinante? ¿Y si esta apropiación del fútbol que se mandan en los Estados Unidos es una manera de sacarnos el fútbol llenándonos de un producto que también es el fútbol pero no el fútbol que teníamos?
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Sabe la Tía Malena que al Tío Divino le vienen ganas de dar pelea porque sabe la Tía Malena, hace más de medio siglo, que al Tío Divino le daña el hígado cada victoria de la economía de mercado. «Hay una diferencia importante entre rendirse y dejar ir», anotó Herman Hesse, crack alemán de la narrativa que, mala fortuna, se perdió los talentos de Messi y de Di María. Después, detiene sus planteos porque quiere recordar en qué rincón de la biblioteca guardó «También nos roban el fútbol», el libro dulcemente futbolero y furiosamente anticapitalista que enhebraron María Cappa y Ángel Cappa, en el que seguro hallará contención para su catarata de inquietudes. Sin embargo, cuando emprende la búsqueda, la boca amada de la Tía Malena se la planta enfrente para que suene Borges, Jorge Luis, hasta menos futbolero que algunos de los jerarcas financieros que entretejen negocios y poder con la pelota en el Mundial de Clubes, aunque dueño, como en tantas ocasiones, de una frase que desparrama chispas. Borges, sí, Borges: «Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos».
Messi y Di María: todo eso. Messi y Di María: mucho tiempo emocionado en el centro de las pupilas. Messi y Di María: nuestra memoria. Messi y Di María: esos dos que trotan el camino de salida en el Mundial de Clubes, circo nuevo pero circo de fútbol, y que son, claro que son, «ese montón de espejos rotos».
O sea que el dilema de la Tía Malena no es ni el vacío ni la aceptación de que las experiencias bellas y fuertes se terminan. Su ecuación sin resultado habita en otra parte. De nuevo, pero más largo. Largo como se lo despliega al Tío Divino:
-¿Qué se hace con lo que se va? ¿Lo volvemos nostalgia y padecemos la nostalgia? ¿Lo abrigamos como un recuerdo? ¿Cómo se hace para sonreír con las alegrías que se convierten en pasado? Porque sabemos que viviremos, con buenas y con malas noticias, sin que Messi y Di María jueguen los grandes torneos, sabemos que no nos son imprescindibles para respirar cada día, pero sabemos, también, que verlos fue lindo, fue constitutivo, fue una suerte, fue una rutina hermosa, fue tener por delante una tentación de fútbol en medio de rutinas dentro de las que no es tan fácil encontrar con qué tentarse mucho. No jodamos, Divino, mi amor: decime con qué nos quedamos cuando nos quedamos sin algo.

El Tío Divino ensaya responder desde la historia del fútbol y dice que ya llegarán otros cracks, procura contestar desde la psicología y argumenta -sin verificaciones, sólo por intuición- que perder algo nunca es perder todo, ofrenda desde el consuelo señalando que aún queda el Messi que corre con una camiseta rosa para un equipo sin pasado que es propiedad de unos cubanos millonarios y miamizados y que Di María todavía hará piruetas geniales en Central, conjetura desde la literatura que en «ese museo quimérico de formas inconstantes» del que habla Borges invariablemente habrá un ahora para lo que Messi y Di María nos mostraron antes. Y, ya que retorna a la literatura, marcha a la biblioteca y se empecina en localizar el libro de Cappa y Cappa. No lo ubica, pero se topa con la prosa de Haroldo Conti, argentino, enternecedor, desaparecido como 30.000, un maestro.
Qué grande Conti, mucho más grande que el Mundial de Clubes, con sus mejores y peores partidos, con su dineral de mil millones de dólares en premios, con su matrimonio entre la FIFA y los Estados Unidos. Mucho más grande. Se lo lee el Tío Divino a la Tía Malena: «Toda mi obra es una obsesiva lucha contra el tiempo, contra el olvido de los seres y las cosas. Uno siente que envejece, que se va, y quiere que algunas cosas, de alguna manera, permanezcan”.
-¿Qué se hace con lo que se va?- suelta, retórico, el Tío Divino.
Los ojos incandescentes de la Tía Malena, esos ojos que así de incandescentes parpadean delante del Tío Divino hace más de medio siglo, ya acarician la claridad, su claridad: lo que se va se va, pero no se va del todo o no se va nada si se torna relato.
La Tía Malena y el Tío Divino llevan más de medio siglo narrándose lo que fue pero no se va. Y, mientras persisten en atender más de costado que de frente lo que resta del Mundial de Clubes, se prometen contarse una historia feliz de Messi y de Di María cada día, cada vez, cuando sea. Ahí, en esas historias, siempre van a estar.
Gráfico: Al Toque
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