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El poeta de América recita en Racing

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Guillén: El poeta de América recita en Racing.
Fotografía Ariel Scher

Ariel Scher

Periodista.

Ahí, en esa sala dentro de la que el aire parece quieto, y la tierra se queda inmóvil, y las muchas gentes se vuelven una sola gente, sólo hay posibilidad para una voz. Como si el aire, la tierra y las gentes fueran capaces, a veces, de ponerse de acuerdo para evaluar que el mundo no necesita nada más que una voz. Esa voz es la fascinación, esa voz es la belleza. Ahí es Racing, la sede social de la Avenida Mitre. Y la voz es la de un poeta. Pero no cualquier poeta: un poeta cubano. Pero no cualquier poeta cubano: Nicolás Guillén. Es el 16 de agosto de 1947 y las gentes que se vuelven una sola gente se rinden al eco de Guillén, que hace de cada verso una canción, que juega con las palabras desarmando ortodoxias, que es célebre por su atrevimiento para que los legados afros y negros que conforman su Cuba derrumben elitismos y prejuicios y tengan sitio en mil estrofas, que conmueve por sus cadencias y por su compromiso ideológico y político, que porta fama de artista cumbre en su país, en América, en bastante Europa. Que asombra por mucho, tal vez por todo. Y, en esta ocasión, por algo más: ¿qué hace Guillén en Racing?

Guillén pisa los suelos de la Argentina desde el 20 de enero de ese año. En Cuba, a pesar del reconocimiento expandido por su obra, no le es fácil pisar algunos suelos. Hijo de un periodista y político asesinado, militante comunista, cuestionador de una patria desigual, desanda un viaje por el sur americano desde 1945: Venezuela, Colombia, Perú, Chile. Siempre un suceso. Siempre una intervención pública atrás de la otra. Siempre la poesía cerca de las personas y siempre las personas cerca de la poesía. En su itinerario argentino-uruguayo, aparece en sitios notorios y recónditos, en la médula de lo literario y en casi cualquier parte. El domingo 27 de julio estremece a mucho Buenos Aires desde el teatro Bambalinas, donde comparte escenario con el chileno Pablo Neruda y una constelación española en el exilio: León Felipe, María Teresa León, Alejandro Casona, Rafael Alberti, Eduardo Blanco Amor. Es un festival en respaldo al pueblo de España, sometido por el franquismo. Ese es el hombre al que Racing alberga apenas medio mes después.

Nicolás Guillén fue declarado Poeta Nacional de Cuba, por la calidad, variedad y profundidad de su obra. (Foto: Tomada de la Demajagua).

«N. Guillen: El poeta de América», titula la Revista Racing del 15 de agosto, dimensionando sin desmesuras lo que constituye el acontecimiento. El texto también es certero: «De la parte deportiva, Racing pasa al terreno cultural. Así se hace obra en la entidad de Avellaneda y así se ofrece a los asociados actos que están en relación con la importancia que ha alcanzado la institución». El imprescindible trabajo del Archivo Histórico de Racing -que reúne en los últimos años una documentación que estaba dispersa o perdida- permite verificar que hablar de «actos que están en relación con la importancia» tampoco es exagerado.

Hay una política o, de mínima, una determinación: Racing viene llenado sus instalaciones de escritores y de escritoras, de músicos y de músicas. Allí fue Alberti, por ejemplo, el 24 de junio de 1944, como detalla la Memoria y Balance del club de 1945. Ese español encantador y exiliado, compañero de Guillén en el teatro Bambalinas, amigo para todos los futuros, recitó largo, hermoso, también en la sede, con un cuadro del gran Benito Quinquela Martín como fondo. Cuando el cubano murió el 16 de julio de 1989 en La Habana, Alberti lo despidió con una columna tipeada con las entrañas en el diario El País: «En la etapa que compartimos exilio en Argentina hicimos gran amistad. Luego, la revolución, en la que todos creíamos, lo devolvió a la Cuba de Fidel y lo convirtió en poeta nacional». Armando Rapallo, el gran periodista que analizó músicas en Clarín durante décadas, solía proclamarse hincha de Racing por los maravillosos equipos que le concedieron felicidad y porque «Rafael Alberti nos vino a recitar». ¿Habrá sido Alberti la llave para que «el poeta de América», ese Guillén sin fronteras, desembarcara en un rincón de Avellaneda bien lejano de la ciudad de Camagüey, donde nació el 11 de julio de 1902?

La Memoria de Racing de 1947 retrata la aparición de Guillén y sus «Poemas comentados» como «una disertación lujosa en expresión y en matices, plena de contenido humano». Y, a continuación, añade otra conferencia de la misma temporada, la de Juan Alfonso Carrizo, menos resonante que Guillén, pero toda una referencia para comprender lo que sucede en esa institución, para confirmar que no se trata de fuegos literarios aislados. Catamarqueño y rebosante de curiosidad. Carrizo resulta una figura clave en la exploración del cancionero popular del norte argentino, un etnógrafo de oídos receptivos, un rescatador de la poesía oral con frecuencia ignorada. Habrá más. Un calendario después de la presencia de Guillén, traerán sus gargantas hasta el lugar dos narradoras jóvenes que aún desconocen que ingresarán en la historia de la literatura nacional: María Elena Walsh -aún distante de ser la mujer que compondrá «Manuelita»- y María Granata.

Para 1947, Guillén es más que notorio porque circulan más que notorios algunos de sus libros. Uno flamante, parido en imprenta porteña, que se tornará en clásico: «El son entero», que saca Editorial Pleamar. Y los anteriores: «Poemas mulatos», «Cantos para soldados y sones para turistas», «Motivos de son» y, especialmente, «Sóngoro cosongo», reivindicación de ritmos, de vocablos y de raíces que explica, en más de un sentido, por qué aquel ejemplar de la revista Racing lo llama «poeta de América». En ese volumen clave, brota uno de los poemas deportivos de Guillén. No hay constancia de que su voz entre las voces lo leyera en Racing. Pero qué lindo que es. «Pequeña oda a un negro boxeador cubano», que así se llama ese poema, homenajea a Eligio Sardinas Montalvo, más ubicable como Kid Chocolate, que pega y recibe en los cuadriláteros de geografías diversas, lejos de Cuba: «Y ahora que Europa se desnuda/ para tostar su carne al sol/ y busca en Harlem y en La Habana/ jazz y son,/ lucirse negro mientras aplaude el bulevar,/  y frente a la envidia de los blancos/ hablar en negro de verdad».

Esos versos emergen ideales para retumbar en el Racing de la época, el Racing que preside el médico Carlos Paillot entre 1943 y 1954. Secretario de Salud de la Municipalidad de Buenos Aires, figura clave para que Racing construya e inaugure su estadio el 3 de septiembre de 1950, dirigente que le entrega a Eva Perón su carnet de socia honoraria de la entidad, Paillot y sus comisiones directivas llevan adelante un proyecto institucional en el que el fútbol posee una relevancia mayúscula (Racing se consagra tricampeón 1949-1950-1951) y el básquetbol disputa en lo más alto, pero el pulso social y la pluralidad de actividades (¿ES?) estratégica. Con matices muy propios, se asemeja a otros clubes de esa era. Allí burbujea el área de Cultura y Biblioteca, con una subcomisión compuesta por Alfredo Penino, Bernardo López, Raúl Rodríguez Deibe (cuentista que publica, por ejemplo, en la revista Mundo Deportivo), Guillermo Villanustre y Julio Molina.

Mientras Racing se desarrolla de esa manera, el golpe de Estado de Fulgencio Batista, en 1952, instala a Guillén afuera de su latitud natal. En 1958, reside en Buenos Aires, de nuevo imparable, de charla en charla (como especifica Jorge Timossi en su texto “Tras la huella de Nicolás Guillén en Argentina”), y engalana a las librerías con «La paloma del vuelo popular», otra creación emblemática. Y un poquito deportiva porque incluye «Deportes», que comienza de este modo: «¿Qué sé yo de boxeo,/ yo, que confundo el jab con el upper cut?/ Y sin embargo, a veces/ sube desde mi infancia/ como una nube inmensa desde el fondo de un valle,/ sube, me llega Johnson,/ el negro montanoso,/ el dandy atlético magnético de betún». Es un poema largo, cargado de menciones a boxeadores míticos, que cierra evocando sus horas de beisbolista niño y a algún pitcher transformado en estandarte. No germina fútbol en esos versos, pese a que Racing puebla de luces a 1958 y gira la vuelta olímpica con una delantera que merecería poesía: Corbatta-Pizzuti-Manfredini-Sosa-Belén. Guillén anida otros sueños. Al final del año, un escritor amigo, guatemalteco y Premio Nobel, Miguel Ángel Asturias, le avisa que ya puede retornar a Cuba: triunfa la Revolución.

En «Deportes», lo más próximo a la Argentina surge en el tramo dedicado al ajedrez porque, claro, brilla José Raúl Capablanca, crack de cracks, que en 1927 vino a Buenos Aires a defender su título mundial frente a Alexander Alekhine y tornó a Buenos Aires en una ciudad de conversaciones sobre reyes y peones. Perdió, pero impactó como en todo su recorrido. Suelta Guillén: «Va en un caballo blanco,/ caracoleando/ sobre puentes y ríos,/ junto a torres y alfiles,/ el sombrero en la mano/ (para las damas)/ la sonrisa en el aire/ (para los caballeros)/ y su caballo blanco/ sacando chispas puras/ del empedrado…».

Muchos argentinitos se notificaron de la existencia de Cuba gracias a Capablanca. Uno que aprendió el arte de los tableros con pasión en la década siguiente tendría alta relación con la isla del Caribe: Ernesto Guevara, buen ajedrecista, hincha de Rosario Central pero con un ídolo que fulguró en Racing hasta 1944: el wing izquierdo Enrique «El Chueco» García». Coincidencia: si Guillén era «el poeta de América», al Chueco le decían «el poeta de la zurda». En octubre de 1967, frente al asesinato del Che en Bolivia, Guillén, ya el poeta nacional de Cuba, ya con casi todas las distinciones que un escritor puede recibir, le dedicó unas letras que transitaron y transitan por cada punto cardinal: «Soldadito de Bolivia».

A Guillén lo cantaron sus compatriotas Pablo Milanés (su precioso segundo disco) y Silvio Rodríguez, los españoles Paco Ibáñez, Víctor Manuel, Joan Manuel Serrat y Ana Belén, los chilenos de Quilapayún y, claro, ni hablar, en el cielo del sonido, la argentina Mercedes Sosa, entre incontables artistas. Todas las versiones son mágicas, todas sublimes, todas para oír en cada amanecer y en cada noche. 

En Avellaneda, donde la memoria no se esfuma, aseguran que esas voces expresan lo mejor de la humanidad. Pero que ninguna es tan del aire, tan del mundo y tan capaz de volver a las gentes una sola gente como la del poeta de América y que quien sepa abrir los oídos y el corazón todavía puede escuchar cómo la voz de Guillén, aunque 1947 se fugue muy atrás, sigue sonando y sigue convirtiendo a la vida en un poema. Ahí, en Racing.

Gráfico: Al Toque

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