Rugby
Alan Falcón: El fruto de una oportunidad
A los 21 años, el jugador de Jockey Club Río Cuarto vive su primera experiencia profesional en Portugal. Pero detrás del viaje hay algo más profundo: la historia de un chico que encontró en el rugby un espacio de contención, aprendizaje y futuro. De Ciudad de los Niños a Los Gigantes, y de allí al Rugby Clube Santarém, el recorrido de Alan emociona por lo que representa: el poder transformador de una chance bien aprovechada.
El destino le jugó las cartas más duras demasiado pronto. Pero Alan Falcón aprendió a no quedarse mirando las pérdidas. En cada mudanza de instituto, en cada golpe, en cada silencio, fue encontrando un motivo para seguir. Y un día, el rugby apareció para ponerle nombre a eso que venía sintiendo: la necesidad de pertenecer, de empujar con otros, de volver a empezar.
“Me separan de mi madre de muy chico, voy parando de instituto en instituto, y llego a Ciudad de los Niños a los 12 años. Por medio de una colonia de vacaciones que van a hacer un Probá Rugby descubro este deporte tan lindo, por Los Gigantes. Me mostraron lo que te da el rugby, lo que es, y dije que quería aprender. Y acá estoy”, contó Falcón en los últimos días, antes de viajar a Europa, en declaraciones a diario Puntal.

El pilar tiene por delante la gran oportunidad de su vida: fue contratado por el Rugby Clube Santarém, un club a las afueras de Lisboa, capital de Portugal, para tener su primera experiencia en el rugby profesional. Nada más ni nada menos que en Europa, en el Top 12 del país luso.
Lo que antecedió a este presente fue un camino de aprendizajes y afectos. Nacido en Traslasierra, con pocos recuerdos de sus primeros años y con la historia a cuestas que él mismo contó, llegó a Ciudad de los Niños, institución en la que vivió hasta cumplir la mayoría de edad. Respaldado por sus abuelos, e impulsado por sus entrenadores, hoy Alan escribe su propia historia en tierras lusas.
Luis Schlossberg y Danisa Pérez son los coordinadores del proyecto Los Gigantes. Él, jugador de rugby, recuerda con nitidez el primer encuentro con Alan: “Lo vimos enorme y hábil desde el primer momento. Lo invitamos a sumarse y se copó enseguida. Marcaba diferencia por su físico y por su predisposición. Pero lo que más destacaba en él era la humildad y las ganas de aprender. Siempre comprometido, siempre respetuoso. Tenía eso que no se enseña: el deseo de mejorar”.

Ese espíritu lo llevó al Jockey Club Río Cuarto, donde el rugby dejó de ser un descubrimiento para convertirse en un modo de vida. Sergio “Piero” González, coordinador de rugby en el club y quien lo conoce desde sus años en Los Gigantes, fue testigo de su evolución: “Lo conozco desde los 12 años. En el club se integró muy bien desde que llegó, a los 14. Venía con otros chicos de Ciudad de los Niños. Al principio era tímido, pero muy buen compañero. A los 16 ya entrenaba con el plantel superior. Es muy completo, no tiene techo. Tiene medidas internacionales a nivel cuerpo y un potencial enorme. Para el Jockey es un orgullo. No se va solo para allá, nos representa a todos”.

El rugby transformó a Alan en mucho más que un jugador fuerte y talentoso. Lo convirtió en un referente de esfuerzo y superación para quienes lo vieron crecer desde abajo. Santiago Zabala, compañero y amigo, lo resume en pocas palabras: “Alan transmite inspiración y perseverancia. Siempre con valores muy altos. Dentro de la cancha es una topadora, pero afuera es un tipo humilde, agradecido. Esta oportunidad en Portugal es la demostración de que el esfuerzo trae recompensa”.
El propio Alan sabe que no fue fácil, pero nunca lo vivió como un obstáculo imposible. “No lo veía lejano, pero tampoco muy posible. De a poco las cosas se van dando, con fuerza, perseverancia, las cosas se dan”, expresó en la entrevista mencionada. Hoy, con apenas 21 años, comienza a entrenarse en el Rugby Clube Santarém, a las afueras de Lisboa, cumpliendo ese sueño que alguna vez pareció lejano.

Para Schlossberg, su historia excede los límites del deporte: “Nos llena de orgullo porque no es solo un logro individual. Es también un premio al trabajo conjunto, a la idea de que todos los chicos deberían tener la posibilidad de descubrir aquello que los hace felices. Alan es la prueba de que cuando las oportunidades existen, los milagros también pueden entrenarse”.
Alan Falcón es, justamente, eso: la evidencia de que una oportunidad puede cambiar una vida. No porque le haya abierto las puertas de Europa, sino porque le enseñó a creer en su propio camino. En el rugby encontró un equipo, un lugar, un futuro. Y hoy, desde Lisboa, su historia sigue recordando que lo más valioso no siempre es llegar, sino animarse a empezar.
Fotos: Gentileza Santiago Zabala / Luis Schlossberg
Redacción Al Toque
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