Media Distancia
El Rayo de la clase obrera
(Vallecas, España) – Doña Prudencia Priego supo desde temprano que su vida sería difícil. Enviudó de joven, tenía 40 años. Julián Huerta, su marido, murió justo cuando había encontrado trabajo fijo como adoquinero en las afueras de Madrid. En la mesa de 11 hijos sobraban platos y faltaba contenido. La falta del patriarca la obligó a la servidumbre. Julián el mayor consiguió empleo en la cementera Chellini. Las afueras de Madrid y esa lóbrega apacibilidad del barrio pobre contrastaban con lo trajinado de la vida de Doña Prudencia.
Los hijos quinteticos y callejeros crecían serviciales y anfitriones. La casona de calle Nuestra Señora del Carmen 28 era el refugio de sueños juveniles. “No les quedara otra que fundar un club y mandarse a mudar”, gritó Prudencia entre risas. Cumplieron en parte.
Fue la semilla. A los pocos días convocaron a los familiares, vecinos y amigos. La reunión arrancó después del almuerzo. “Vinieron todos los que queríamos que vengan”, dijeron. Elaboraron 30 bases estatutarias, coincidieron que Julián Huerta, el mayor, ahora policía ya no cementero sería el Presidente. A las seis de la tarde del 29 de mayo de 1924 nacía la Agrupación Deportiva Rayo. Jugarían en la Liga de los Trabajadores. Prudencia exigió que “sea serio, así perdura toda la vida”. Hoy es el Rayo Vallecano. “Pequeño en lo deportivo, grande en sus valores, que viva el Rayo de la clase obrera”, tal cual reza su himno que también nació esa tarde.
Doña Prudencia, que en su momento había reclamado espacio y libertad, cedió una habitación permanente para sala de reunión y ese mismo día fue nominada jefa de utilería. Hoy es la eterna hada de Vallecas. El Rayo Vallecano nació en ese contexto difícil, de agria conjunción que genera el fascismo y la pobreza. El tiempo, siempre sabio y letal, acomodó la historia y con sus reglas invisibles lo convirtió en “símbolo y orgullo de la clase obrera”, a contramano de los gigantes madrileños.
En Vallecas, y en las entrañas del Rayo, viven los Bukaneros. La barra, el colectivo, que milita socialmente un proyecto solidario de pasión limpia de racismo y fascismo. Concientizan la indo dependencia. El Rayo Vallecano es barrio, un terruño que históricamente le sobran los problemas y los enemigos. Los Bukaneros extirparon de la tribuna y del club a la Peña de los Petas, jóvenes consumidores de marihuana y hashis.
En 2014, por solo citar un año que marque contextos vecinos, Madrid se conmocionó por la abdicación del Rey Juan Carlos en favor de su hijo Felipe y seguir dando curso a ese grotesco estúpido que son las monarquías. En ese 2014 el Atlético de Madrid empataba 1 a 1 con el Barza en el Camp Nou y se quedaba con el Campeonato de la Liga de ese año. Que hablar del Real en ese 2014. Fue el mejor en su historia, por primera vez desde su fundación cosechó cuatro títulos: la Copa del Rey, la Champions, la Supercopa de Europa y el Mundial de Clubes.
En ese contexto, en los mismos arrabales madrileños una persona vivía un infierno. Carmen Martínez, a pocos días de cumplir 85 años, recibió la notificación que sería desalojada. Su departamento, garantía de un crédito de 40 mil euros sacados por su hijo Luis y que no se pudo pagar, sería rematado.
El drama llego al vestuario del Rayo. Paco Jemez, el entrenador de entonces, lo habló con el plantel y juntos con la Directiva decidieron que aportarían y pagarían un alquiler vitalicio a Carmen. “Robin Hood los cojones”, dijo Paco, entendamos que “solo es ayudar a quien lo necesite, no hay tanto misterio, acá somos así y a la mierda”. Lo dijo con la misma naturalidad que se interesó por las aportaciones en el banco de alimento del barrio y cada uno de los problemas. Paco Jemez, en su momento era el entrenador del club. Su solo nombre es obra concreta. Es el Rayo Vallecano en esencia.
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