Fútbol
Todo lo que es un club
Ariel Scher
Periodista.
A las diez de la noche de la jornada en la que el presidente Javier Milei anunció un decreto de alcances monumentales que abre las puertas para privatizar casi todo lo que es público, una piba que empieza a despedir la adolescencia oye una pregunta:
-¿Qué es tu club?
Con todo derecho, la piba asume que la surcan dudas sobre mil cuestiones. Se le viene la vida y la vida es una larga y tentadora incertidumbre. Pero no vacila sobre el club, su club. Un poco con la voz y otro poco con el alma, contesta enseguida. Así contesta:
-Mi club es mi segunda casa, por ahí una segunda familia. Casi mi vida.
Hay una biblioteca en expansión sobre qué significan los clubes en la historia y en la sociabilidad de la Argentina. Pero en la definición de la piba cabe todo. Todo y, en ese todo, una comprensión entera, de punta a punta, contraria a la que enunció Milei, quien en su decreto inédito añadió un punto que habilita la transformación de los clubes en sociedades anónimas deportivas.
¿Por qué esa piba responde así? ¿Por qué millones pueden sentir que la garganta de esa piba suena como la suya?
Porque los clubes son un lugar donde ser con otros y con otras, una reivindicación de la existencia de las identidades colectivas, un espacio de pertenencia que, aun en las edades más enajenantes de la Argentina, tiene y sostiene la condición de asociación civil sin fines de lucro. Y ese eje último, el de la ausencia del lucro, habita en el nudo del debate que instala el gobierno nacional y que hasta ahora tuvo como mentor resonante a Mauricio Macri, ex jefe de Estado y aliado del mandatario actual. «Sin fines de lucro» no significa cualquier cosa. «Sin fines de lucro» implica que, en este mundo y en este país en el que buena parte de los lazos se edifican a partir de intercambios materiales, persiste algo en común en donde no importan las asimetrías económicas. «Sin fines de lucro» expresa que todavía son posibles y merecen serlo las patrias colectivas en las que todos y todas valen uno, inclusive siendo dueños de una construcción -un club es una construcción social- en la que nadie posee más que nadie.
Los privatizadores de clubes suelen argumentar como el flamante subsecretario de Deportes de la Argentina, el representante de jugadores Ricardo Schlieper, quien exhibe cómo los jugadores de la selección campeona mundial integran equipos privados con sede en Europa y nadie se queja. Esa mirada supone que el fútbol es sólo un espectáculo y un entretenimiento en el que la gente prefiere un color sobre otro, es hincha o simpatizante. Sin embargo, en esas entidades -desde el Manchester City hasta el Nápoli, por ubicar sólo dos casos- las personas reducen (con fervor, claro) su lazo a la condición de consumidores, de clientes, de individuos sueltos o agrupados que declinan en sus posibilidades de gravitar en lo que allí sucede: no votan, no acceden a la institución salvo para ver partidos (y a precios altísimos), no pueden hacer nada o casi nada si un capital transnacional se marcha y le vende el club a otro capital transnacional o, peor, disuelve al club.
Más corto: para los propulsores de la privatización, los clubes son -como todo- un asunto de mercado. A lo sumo, un asunto de mercado dentro del que sobrevuelan afectos. Y esos afectos potencian o hasta justifican la presencia de ese mercado. Por eso, el presidente de Boca, Juan Román Riquelme, que ganó los comicios del 17 de diciembre aduciendo que el proyecto privatizador de la oposición, en el que Macri aspiraba a la vicepresidencia, venía a «arrancarnos el corazón». Por tal razón -y, cierto es, por proximidad con el titular de la AFA, Claudio Tapia, antagonista de la intentona privatizadora- muchos clubes volcaron en sus redes sociales digitales el rechazo a lo que postula el decreto. Sintonías que superan folclores: casi al unísono fueron publicados los pronunciamientos parecidísimos de Defensores de Belgrano y de Excursionistas, dos rivales clásicos del fútbol del Ascenso.
La AFA conserva bloqueada la chance de que compita en sus torneos una sociedad anónima. Para estar ahí hace falta, como desde la cuna del fútbol argentino, perdurar como asociación civil no lucrativa. Eso no restringe los acuerdos de los clubes con compañías privadas, pero sí limita una mutación estructural de raíz. Eso, tampoco, indica que en los clubes no haya sólo méritos: sabe una parte de la sociedad de las conductas personales y políticas de algunos dirigentes aunque -también lo sabe parte de la sociedad- los déficits personales y políticos no modifican la idea de lo que valen los clubes y de lo que vale la concepción que los sostiene como espacios compartidos en los que circula plata pero el objetivo no es la acumulación de plata. En noviembre, las afiliadas a la AFA ratificaron en cadena esa interpretación, heredando no sólo un rasgo cultural inaugurado entre los finales del siglo diecinueve y los albores del siglo veinte sino, además, las posturas con las que resistieron hace no tanto. Los socios de San Lorenzo, por ejemplo, y en 2001, se rebelaron contra un grupo económico que, ligado a algunos dirigentes, ya golpeaba las puertas del club. El club continuó, el grupo económico hoy está disuelto. ¿Qué hubiera ocurrido si se dejaban tentar?
No obstante, el decreto emergido desde los despachos oficiales, porta algo poco mencionado: exige que, en un plazo de un año, se deshaga cualquier frontera jurídica para las sociedades anónimas deportivas. Más transparente: el gobierno nacional, restringiendo autonomías, les ordena a las organizaciones deportivas qué cosa deben permitir. Se verá qué trincheras y que contraofensivas desarrollarán la AFA y los clubes frente a ese ataque. Se verá, por supuesto, si hay quienes se salen del bloque homogéneo que hasta ahora son los clubes para alinearse con la Casa Rosada o si esa homogeneidad se mantiene infranqueable.
Impresionado por cómo el Unión Berlín alemán preserva su dimensión de club aun en medio del festival de operaciones financieras que signan al fútbol de alta competición en Europa, Jorge Valdano escribió en diciembre esto: «Baja de las tribunas un sentido comunitario que está por encima de todo, incluso del resultado. Una vibración de lo colectivo que no atiende a la corriente economicista que está contaminando imparablemente al fútbol. Como si el club y su gente quisiera decirnos: ‘El fútbol es esto'». Y prosigue: «Estoy convencido de que humanizar el fútbol, convertir un club en un centro sociológico que va mucho más allá de un partido ganado o perdido, no solo construye comunidad, sino que también acaba siendo un negocio sostenible. ¿Qué es un club sino una manera colectiva de ser?».
«Una manera colectiva de ser«, enfatiza Valdano. Un montón. No es una minucia «ser». No es una pavada simbolizar «una manera colectiva». Rodrigo Daskal es sociólogo, experto en el estudio de los clubes y dirigente de River. Alguien que advierte cuánto manifiesta la batalla cultural por los clubes. Y así es que atrapa el eco de Valdano y sentencia: «Acá está en juego gran parte del patrimonio histórico y actual del deporte argentino».
Eso.
Eso es defender a los clubes: que lo que pertenece al corazón de muchos no vaya a las manos de unos pocos.
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