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A favor de la violeta

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A favor de la violeta.

Alejandro Wall

Periodista.

Apenas comenzó a retuitearse la imagen de Lionel Messi con una camiseta violeta la intensidad de las redes sociales hizo lo suyo. Una ola de posiciones a favor y en contra se posó sobre el nuevo diseño que la selección argentina usará en el Mundial de Qatar 2022. No se trataba de la camiseta titular -la celeste y blanca clásica- sino de la alternativa, la que en la industria técnicamente suelen denominar como away. Lo que resultaba llamativo era el violeta, lo demás eran detalles que comenzaron a hacer notar los especialistas: que no eran llamas las que se veían desde abajo sino que era un Sol de Mayo que nacía desde el pecho y terminaba con sus rayos en la parte inferior. 

Hubo un argumento inicial de los que estaban en contra que era el más básico, que no les gustaba, que preferían el azul tradicional con el que la selección argentina juega cuando su rival tiene una camiseta con la que puede confundirse la propia. Y los que estaban a favor, entre ellos mi amigo y colega Emiliano Gullo, acudían a lo esotérico, a que el antiguo color sólo trajo mala suerte.“Que belleza la suplente. Al final nos sacamos de encima la mufa azul policiafederal. Falta dejar de cantar volveremoscomoenel86 y estamos”, tuiteó Gullo.

El primer asunto que se pierde acá es que la última camiseta alternativa de la Argentina no fue azul. Fue negra con el celeste y blanco a los costados. La selección la usó en Rusia 2018, en el primer partido del Mundial. Con esa camiseta, en Moscú, Lionel Messi erró su penal frente a los islandeses. Fue un empate gris que empezó a echar sombras sobre la clasificación a octavos de final. 

Hubo otro Mundial donde la Argentina no usó camiseta azul como alternativa. Fue en Suecia 58. El equipo utilizó camiseta amarilla para jugar contra Alemania, una excentricidad para la tradición nacional. Pero aquel episodio se anota, en realidad, dentro de la desorganización que rodeaba a la selección. Cuando en el sorteo previo al partido salió que era la Argentina la que debía cambiar de camiseta, la delegación que había viajado a Suecia advirtió que sólo tenía un juego y era celeste y blanco. El Malmö, un equipo sueco de la ciudad donde se hospedaba la selección, prestó sus camisetas. “Imaginate que no sabíamos ni siquiera con qué camiseta jugaba Alemania”, me contó una Alfredo Rojas, el Tanque, que jugó ese primer partido. La Argentina perdió 3-1.

La Argentina utilizó camiseta azul como alternativa por primera vez en Chile 62. Contra Inglaterra, también derrota 3-1. Y volvió a utilizar en Alemania 74, contra Alemania Democrática, 1-1 en su último partido. En el título de 1978 sólo usó la celeste y blanca, igual que en el Mundial de España 82. El azul volvió en México 86. Primero contra Uruguay y después con Inglaterra en la epopeya maradoniana. Ahí está la historia de la camiseta comprada en una tienda mexicana, el escudo cosido a última hora, un momento filmado por la camarita con la que registraba todo Julio Olarticoechea. 

Las azules siguieron en Italia 90, contra Yugoslavia y en la final con Alemania. En Estados Unidos 94, contra Grecia y el grito de Diego a la cámara. En Francia 98, contra Croacia y para la clasificación con Inglaterra. En Corea-Japón 2002, para el debut con Nigeria y para la eliminación con Suecia. La vimos en Alemania 2006, en Sudáfrica 2010 y en la final contra Alemania de Brasil 2014. Y entonces en Rusia fue negra, como en Qatar será violeta.

Hasta ahí fue todo una cuestión de gustos y de resultados, pero en algún momento de nuestra discusión banal apareció el argumento de que la marca que viste a la selección había lanzado este diseño como símbolo por la igualdad de género. Hubo tipos de reacciones en contra. La más previsible, la reacción conservadora, los del saquen el violeta de nuestras camisetas argentinas. Pero también, desde una perspectiva feminista, la crítica fue hacia el purplewashing empresario y dirigencial, el intento de lavarse la cara con una camiseta  mientras no avanzan con políticas concretas de igualdad en el fútbol femenino. 

Tuve esa segunda reacción. No me gustaba la camiseta, pero además me parecía sólo un acto del marketing. Habría que sumarle el plano laboral: en Intertrading, la fábrica textil donde se hacen distintas camisetas, todavía hay trabajadores que reclaman su reincorporación luego de haber sido despedidos por reclamos salariales. El fútbol argentino todavía refugia a jugadores como Sebastián Villa y Johan Carbonero, que irán a juicio oral en causas por violencia de género. La AFA, sin embargo, puede mostrar algunos avances en el último tiempo: mayor profesionalización en la selección femenina y ampliación de derechos con licencias por embarazo y maternidad. Todavía falta mucho.

Pero la cuestión es la camiseta. Si había tanta reacción conservadora, algún efecto había tenido mucho más allá del purplewashing. Me gustó lo que escribió la periodista Ana Correa en un hilo de Twitter: “Hay una lucha que excede las miserias que pasan en Argentina. Siquiera nombrar la violencia de género en un Mundial en el que participan países que legitiman la violencia criminal contra las mujeres y las personas LGTB, es un paso, insuficiente, pero hay que aprovecharlo”.

Y es que una de las discusiones sobre Qatar como sede mundialista es su política para la comunidad LGTB. Se habló tanto de la prohibición a los besos en público o de la posibilidad de cárcel si se muestra la bandera multicolor, algo enseguida desmentido. Los Mundiales también sirven para visibilizar. Para poner sobre la mesa lo que a veces se oculta. Una camiseta no va a cambiar la historia, pero quizá ayude a mostrarla. Y esto es en Qatar. Pero además es sólo una camiseta, nada más. Lo de fondo son las políticas para que haya igualdad. Mientras tanto, me convencieron Gullo y Ana Correa. Que viva la violeta.

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