Fútbol
Abraham, Siria y el puente
Mariano Saravia
Periodista y especialista en Relaciones Internacionales.
Desde hace 90 años, el fútbol argentino nutre al mundo. Desde aquella selección de Italia campeona del mundo con cuatro argentinos, hasta esta Siria emergente con siete de acá. Uno de ellos, Ignacio Abraham, de Estudiantes de Río Cuarto.
En aquella recordada copa del mundo de Italia 1934, dicen que il Duce (Benito Mussolini), presente en el estadio de Roma en la final, bajó directamente una consigna a los jugadores, era ganar o morir. Literalmente, sin ninguna metáfora. Allí brillaron cuatro argentinos: Luis Monti surgido en San Lorenzo, Atilio Demaría de Gimnasia y Esgrima La Plata, Enrique Guaita de Estudiantes y Raimundo Orsi de Independiente. Los primeros dos habían sido subcampeones del mundo con Argentina en el mundial de 1930.
Luego de ir perdiendo la final contra Checoslovaquia, a 9 minutos del final, Orsi empató y les dio vida a sus compañeros que, en el alargue, ganaron 2 a 1. De aquel delantero argentino al Mateo Retegui que brilla hoy con la Azzurra, mucha agua pasó bajo el puente.
Durante estos 90 años, pasaron muchos argentinos por otras selecciones, la mayoría por las de Italia, España, Bolivia, Perú, Uruguay y Chile. Algunos menos por las de México, Estados Unidos y Francia. Usted estará repasando en su memoria casos recordados.
Pero en estos tiempos de globalización total, los hay en selecciones menos conocidas, como Siria, Palestina o Eslovenia. Por un lado, la generalización de internet, y dentro de la red, especialmente youtube, desde inicios de este siglo, hicieron que sea mucho más fácil ver fútbol de todo el mundo y descubrir jugadores. A eso hay que sumarle la popularización de los viajes en avión. Incluso influye la mayor cantidad de competencias internacionales. Ejemplo de esto es el mundial, la mayor cita del fútbol, y cómo fue aumentando sus participantes, desde Argentina ’78 con 16 selecciones hasta el próximo, dentro de escasos dos años, donde habrá 48 países representados.
Todo eso genera las condiciones para que podamos ver casos como los de Norberto Briasco y Lucas Zelarayan en la selección de Armenia, Andrés Vombergan en la de Eslovenia o los más raros de Sebastián Tagliabúe en la de Emiratos Árabes Unidos, o de Dante Rossi, Danilo Rinaldi y Adolfo Hirsh en la de San Marino.
La pelota y el sentimiento
Por supuesto que cada vida es un mundo y las historias son todas distintas, pero hay casos muy emblemáticos. El de Tagliabúe es un ejemplo de que la vida puede llevarnos por caminos desconocidos y, sobre todo, impensados. Luego de jugar en Colegiales, pasó por el fútbol de Chile y Colombia, hasta desembarcar, casi por casualidad, en Arabia Saudita. Estuvo tres años y se cruzó de vecindario, a Emiratos Árabes Unidos, donde encontró su lugar en el mundo. Fue alternando entre Abu Dabi y Dubai, y actualmente está en Sharjah. Esos son tres de los siete emiratos que conforman el país de EUA, en cuya selección jugó este chico de Buenos Aires, sin ascendencia árabe, que hoy es el segundo argentino con más goles en actividad, con 339 goles, solo detrás de Leonel Messi.
En el caso de Rossi, Hirsh y Rinaldi, llegaron por contactos a San Marino, ya que los tres son de la zona de Pergamino y jugaron en equipos de esa región bonaerense. Pero ellos sí tenían ancestros oriundos de la Serenissima Repubblica di San Marino, un enclave independiente en medio de Italia, cerca del Mar Adriático. Esta selección ocupa el último puesto en el ranking de la FIFA y en setiembre último ganó su segundo partido en la historia, contra Liechtenstein, 20 años después de su primer triunfo, contra el mismo rival.
En el caso de la selección de Armenia, en el pasado habían jugado José Bilibio y Marcelo Devani, quienes habían formado parte de planteles del Deportivo Armenio de principios de los 2000. Más recientemente, están los casos de Norberto Briasco Balekyan y Lucas Zelarayan. En el caso de Briasco, está claro que su abuelo materno, Juan Carlos Balekyan, llegó a la Argentina de chiquito como sobreviviente del Genocidio Armenio, pero no está igual de clara la ascendencia armenia del ex Belgrano de Córdoba. De hecho, algunos estudiosos de filología afirman que Zalarayan no sería un apellido armenio, sino la tergiversación del apellido vasco Celayarán. Sin embargo, son sólo teorías.
Según las normas de elegibilidad de la FIFA, para que alguien juegue para una selección tiene que cumplir alguno de estos requisitos: haber nacido en el país, tener al menos un abuelo o abuela de dicho país, o bien una residencia mínima de 5 años. Lo que no se puede ahora es jugar para más de una selección mayor, como ocurrió en los casos mencionados al principio de esta nota con los argentinos de la selección de Italia campeona del ’34, o con Alfredo Di Stefano, que jugó para Argentina, Colombia y España.
En el caso de los Balcanes, encontramos dos casos contrapuestos: el de Daniel Bilos con Croacia y el de Andrés Vombergar con Eslovenia. El Flaco, con pasado en Banfield y Boca, fue convocado por Croacia en la previa al mundial 2006 de Alemania. Bilos rechazó la oferta, priorizando la posibilidad de jugar para Argentina, cosa que no ocurrió.
Muy distinta fue la historia de Vombergar, de ascendencia eslovena, quien siempre mostró su voluntad de jugar para la selección de sus antepasados, quienes habían emigrado a la Argentina después de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, él ha contado que de niño en Villa Luzuriaga (partido de La Matanza) aprendió a hablar en esloveno antes que en español. El sentimiento es algo muy personal y tiene que ver con la historia que cada uno vivió o las que le contaron sus padres y abuelos.
Y ese sentimiento va creciendo cuando llegamos a Medio Oriente, sobre todo en los casos de jugadores argentinos que jugaron para la selección de Palestina, como Pablo Abdala, Alejandro Naif, Carlos Salom y, sobre todo, el cordobés Daniel Mustafá.
Daniel Kabir Mustafá Ganim jugó en Talleres de Córdoba, y luego anduvo por Portugal, Chile y Venezuela. Pero su momento de gloria fue cuando jugó con la selección de Palestina en su primera participación en una Copa Asiática de Naciones, Dubai 2019. Aquella vez, pude conversar con él y me dijo: “Para mí es un orgullo representar a mi sangre, voy no sólo a jugar al fútbol, me intereso mucho por cómo viven mis compañeros, las situaciones que sufren, a uno le llega mucho todo eso. De todos modos, nosotros podemos transmitir mucho, lo bueno y lo malo, y yo siempre trato de transmitir paz, nunca transmito odio en una cancha”.
En la vereda de enfrente, la selección de Israel, que nunca tuvo a jugadores argentinos entre sus filas. El que más cerca estuvo fue Guillermo Israilevich, quien en 2006 fue convocado, pero no pudo jugar por haber jugado antes en la sub 17 de Argentina. En estos casos, se puede hacer un pedido especial, algo que no hizo en ese momento la federación israelí.
El caso de Siria y Abraham
En los últimos tiempos, ya venían jugando con la selección de Siria los argentinos Jalil Elías, Ezequiel Ham, Emiliano Amor, Esteban Glellel, Emiliano Amor y Tobías Cervera. Pero la novedad llegó hace unas semanas cuando el entrenador español José Lana convocó al lateral izquierdo de Estudiantes. Fue para participar a del campeonato del Rey de Tailandia, con el equipo local y Tayikistán.
El resultado fue todo ganancia para Abraham, porque en el triunfo contra Tayikistán saltó a la cancha desde el banco de suplentes y en la final ya jugó como titular, junto tres argentinos más: el arquero Glellel, el mediocampista Ham y el delantero Cervera, uno por línea. ¿El resultado de la final? Anecdótico, 1-2 contra el local.
Pero en la cuenta final, fue todo beneficio para el zurdo del León que, consultado por Al Toque, dijo: “Me pareció una experiencia muy hermosa, todo fue nuevo para mí, y traté de disfrutarlo al máximo, pero con responsabilidad de hacer las cosas bien. Me generó una profunda emoción poder representar a un país como Siria por la historia de mis ancestros, ser jugador de selección es especial, es algo para lo que uno trabaja, todo esto me ayuda a seguir creciendo como jugador y persona”.
“Con mi familia hablé desde el primer momento para contarles toda la situación y me apoyaron –continuó Abraham-. Esta experiencia me cambió, tanto en el ámbito futbolístico como en el cultural, conocí a gente nueva y me preocupé en conocer sus costumbres. Pero te repito, fue un viaje más que todo deportivo y traté de enfocarme en eso para poder hacerlo de la mejor manera”. Y vaya si lo logró. Seguramente vendrán otras citaciones y otros partidos con la camiseta roja de la selección de Siria. Algo que también debe poner contentos a los dirigentes de la Asociación Atlética Estudiantes, que ven cómo se valoriza su patrimonio.
Pero ya había un antecedente directo al de Abraham, el de Ibrahim Hesar, otro ex Estudiantes que jugó en la selección de Siria. El Turco Hesar pasó también por Belgrano de Córdoba y hoy juega en la República Islámica de Irán. El Turco Hesar, el Turco Ham, el Turco Mohamed, el Turco Asad… y la lista es interminable. Hasta existe “el club de los turcos” en Córdoba Capital, es San Lorenzo de Barrio Las Flores.
¿Tienen algo de turcos? No, en realidad son todos descendientes de sirios o de libaneses llegados a la Argentina en muchos casos escapando de la opresión y de las matanzas de los turcos. Por eso, en algunos casos puede resultar hasta ofensivo el apodo. Se los llamó siempre turcos porque venían con pasaportes del Imperio Turco Otomano, pero eran víctimas al igual que los griegos o los armenios.
Un fenómeno que va a crecer
Y así como llegaron enormes cantidades de refugiados armenios y árabes, escapando de la barbarie turca, también llegaron inmigrantes de otros lugares del mundo, en distintas épocas.
Por eso, en este mundo híper globalizado que describimos al inicio de esta nota, este fenómeno de jugadores que son rastreados y reclutados según sus ascendencias familiares, puede crecer. Va a crecer. Puede crecer principalmente en países donde el fútbol no es una potencia, y sus selecciones se relamen ante la posibilidad de contar con jugadores argentinos.
Y puede crecer porque para jugadores con proyección, siempre es una enorme vidriera y un gusto en sí mismo jugar a nivel de selecciones. Pero hay un tercer beneficiado que es el club, ya que como se dijo, su patrimonio se valoriza y surgen posibilidades de ventas.
Ahora bien, ¿cuáles pueden ser los destinos que pueden crecer?
España e Italia, los países que históricamente habían aportado más inmigrantes a aquella Argentina en formación de fines del siglo 19 y principios del siglo 20. Como ya se dijo, hay muchos casos en la historia de futbolistas hijos o nietos de españoles e italianos en esas selecciones. Pero hoy son potencias, y se les caen los jugadores de los bolsillos. Lo mismo pasa con Alemania, Polonia, Francia y Croacia, que tienen comunidades importantes en nuestro país.
Un caso especial es Ucrania, porque es un país castigado por la guerra, con el fútbol que no termina de despegar y una gran comunidad en el Litoral argentino, sobre todo en la provincia de Misiones. Recordemos que José Peckerman y José Chatruc son descendientes de ucranianos. Más acá en el tiempo, encontramos al defensor ex Independiente Patricio Ostachuk, oriundo de Oberá.
Otro caso especial es el de la enorme comunidad judía en argentina, producto principalmente de la gente que huía de los pogromos de la Rusia zarista, y, posteriormente del Holocausto nazi. Por supuesto que, habiendo tantos descendientes de judíos, muchos de ellos juegan al fútbol, pero hay un problema. Sus abuelos y bisabuelos venían de países que no existen más, como el Imperio Ruso (de ahí que a los judíos se les diga erróneamente rusos). Si un jugador de fútbol argentino-judío tuviera el sueño de jugar a nivel selecciones, ¿adónde apuntaría? Sus ancestros llegaron a la Argentina escapando de la barbarie de Rusia, Polonia, Ucrania, Bielorrusia o Alemania. Y hoy allí no queda nada de lo que dejaron. Quizá la opción sería la selección de Israel, un Estado que no existía en aquella época, pero que hoy tiene la política de darle la ciudadanía a cualquier judío de cualquier lugar del mundo. Sería una opción.
Pero la Argentina ha sido siempre un país de acogida a los inmigrantes, no sólo en aquel primer período de fines del siglo 19 y principios del siglo 20 cuando recibíamos a europeos. En la segunda mitad del siglo 20 empezaron a llegar hermanos latinoamericanos, sobre todo de países limítrofes. Y según el último censo, las 8 comunidades extranjeras más numerosas de la actualidad son, en este orden: la paraguaya, la boliviana, la peruana, la venezolana (creció mucho en los últimos años), la chilena, la uruguaya, la colombiana y la brasileña. Sacando a Brasil, y quizá también a Colombia por el nivel que está mostrando últimamente, no se puede descartar que algún hijo de inmigrantes sudamericanos empiece a llamar la atención y pueda conseguir un lugar en esas selecciones. Actualmente en Chile juegan el arquero de Rácing Gabriel Arias y el defensor de Talleres Matías Catalán, y en Paraguay Andrés Cubas y Alejandro Romero Gamarra. En Uruguay son recordados los casos de Fernando Muslera y Gustavo Matosas y en Bolivia los de Carlos Trucco, otro ex Estudiantes y Gustavo Quinteros, el técnico actual de Vélez.
Pero, además de llegar de los países sudamericanos, ¿de dónde están proviniendo las actuales corrientes migratorias? Principalmente de China y de Senegal y otros países de la costa atlántica de África. ¿Cuánto falta que los hijos de estos inmigrantes, ya nacidos en Argentina, crezcan y empiecen a destellar en el verde césped? ¿Cuánto falta para que empecemos a ver más ojos rasgados y piel oscura con los colores celeste y blanco? ¿O bien emigrarán para las selecciones de los países de origen?
Para concluir, un tema polémico, el de los afrodescendientes. En Argentina, el sistema nos sigue mintiendo con aquello de que “aquí no hay negros”. Es el primer rasgo de racismo, negar la existencia del otro. Y los datos desmienten esa frase. Los censos provinciales de mitad del siglo 19 daban cuenta de que más de la mitad de la población de Córdoba era afrodescendiente, quizás hijos, nietos o bisnietos de los y las víctimas de un sistema esclavista que existió durante tres siglos (16, 17 y 18). Se calcula que entre 20 y 30 millones de personas fueron secuestradas de África, reducidas a la condición de mercancía humana y esclavizadas en las plantaciones o socavones de toda América. Los centros esclavistas más importantes fueron el Caribe y Brasil, pero al Río de La Plata también llegaron miles y miles, principalmente de lo que hoy serían los países de Angola, Congo, Sudáfrica y Mozambique. Pero a nosotros nos siguen negando que tengamos una pata africana.
Así y todo, en los últimos tiempos hay colectivos que empiezan a buscar los orígenes de gran parte de la población, como así también de nuestra cultura. Toda nuestra música es de origen afro, desde la palabra tango hasta el ritmo de la chacarera, y ni hablar del rock o el cuarteto. Y si hablamos de cultura gastronómica, el símbolo máximo de la argentinidad viene de aquellos africanos esclavizados. Porque en la colonia, e incluso en los primeros años de la Argentina independiente, el amo, el patrón, el rico, comía sólo la pulpa de la carne. Y aunque ustedes no lo crean, tiraba las costillas, las mollejitas, los chinchulines, los riñoncitos… todo lo más rico. Todo lo que hoy conforma una buena parrillada argentina.
Ahora bien, si algún pibe que juega bien al fútbol, al mirarse al espejo descubre una herencia africana en su nariz ancha, en sus labios gruesos o en sus rulos, ¿qué puede hacer? No es tan fácil que lo contacte una selección como puede pasar con un descendiente de polacos o de sirios. ¿Cómo saber de dónde vinieron sus ancestros, y cómo hacer un planteo ante la FIFA, cuando pone como tope el de los abuelos o bisabuelos?
Distinto es el caso de algunos afroargentinos que provienen de Guinea Ecuatorial o de Cabo Verde. El primer caso, poco conocido, es el de una ex colonia española en África, justo en el Golfo de Guinea. Y aunque usted no lo crea, a principios del siglo 19 administrativamente correspondía al Virreinato del Río de La Plata. Por eso, luego de la Revolución de Mayo de 1810, técnicamente pasó a ser argentina, aunque las autoridades porteñas nunca la reclamaron. Pero algunos guineanos fueron a parar a la naciente nación, y hoy hay quienes descienden de aquellos. También está el caso de la comunidad caboverdiana argentina, formada por descendientes de inmigrantes que vinieron a principios del siglo 20. Esos pueden tener más claro su origen y qué camiseta podrían ponerse.
Hoy, la selección de Argentina pasa por uno de sus mejores momentos en la historia, desde el punto de vista de los éxitos, pero sobre todo desde el punto de vista del juego. Eso se traduce también en el mundo del fútbol en general, en que los jugadores argentinos son cada vez mejores. Y hay una realidad, cuanto más alto sea el nivel de la selección argentina, más jugadores buenos tendrán que analizar la posibilidad de jugar para otras selecciones. Desde lo futbolístico es ganancia para todos, para los jugadores y para los clubes argentinos. Desde lo humano y cultural también, porque conocer las propias raíces ayuda a una persona a crecer en todo sentido. Y establece un puente entre los dos países, el de nacimiento y el de sus ancestros. Un puente futbolístico y cultural. Como el puente entre Siria y Argentina que Ignacio Abraham está ayudando a reforzar en estos tiempos.
Gráfico: Al Toque
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