Media Distancia

Alegría en modo Selección Argentina

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Leonardo Gasseuy

Averiguar con suma minuciosidad el origen de las cosas es una lógica de la especie humana. Un ejercicio involuntario y repetitivo de recorrer con un trazo mental inquisidor la perspectiva de lo que se vive y se siente. Solo la alegría, como emoción trascendental en el hombre, es aceptada sin discusión, venga de donde venga, genere quien la genere. La Selección Argentina en este mes alienador, es el reservorio de una emoción distinta, superadora, magnificada por un contexto de país cotidianamente macabro que la política vernácula, los asuntos judiciales y la runfla de manipuladores nos mal regalan día tras día.

Los muchachos de Scaloni, aun con la angustia que genera una competencia de elite, derraman alegría pura, de confianza, esa sensación de seguridad e identificación que se percibe en las obras elaboradas a conciencia. En términos espirituales la felicidad no es un sentimiento, tampoco un simple arrebato que experimentamos cuando ocurre algo deseado. Es un estado del alma, una virtud o un poder personal que se cultiva en el sentir. Algo concreto y fiel a la razón. Esta Selección Argentina de fútbol que es parte de un país dividido, desigual y disconforme, aun en la simple banalidad de su rol, regala esa imagen de proceso simple y serio con fragancia de alegría.

Los doscientos y poquitos años de historia nos hacen un país infantil en términos de madurez institucional y pesimista en lo existencial. Es obvio ya que nos une una larga secuencia de sucesos que han demostrado que en Argentina no hubo ni hay misericordia con aquellos que menos tienen. En términos concretos nadie escapa a esa orfandad de refugios y se expresa en la cotidianeidad, que, ante el embargo de las esperanzas colectivas, la simpleza de la Selección nos muestra que es posible al menos soñar, recuperar la confianza y adaptar los modelos.

Los argentinos vivimos esa sensación que en nuestros espacios se evaporó la convivencia política y con ella la institucionalidad. Que tantos dislates de manos tránsfugas nos marea en ese constante bamboleo de chapucerías políticas y judiciales que nos sumergieron en el peor de los pecados de la convivencia colectiva: darle lugar al escepticismo, naturalizar la pena y anestesiarnos con la indolencia.  En medio de eso, Messi y compañía simples mortales, y parte de ese desconcierto que es el país, nos hacen vislumbrar que los límites, algunos tales como la alegría, no son solo una ilusión.

La Selección Argentina de futbol fue durante muchísimo tiempo una copia del país y en su micro desintegración, sus jugadores siempre fueron un poco de nosotros. Por eso de portar el genoma de que jugamos y sentimos al futbol de la misma forma que vivimos. La conducción de este equipo nos muestra una gestión genuina, homogénea, con un excelente timing para percibir y accionar los ciclos generacionales. En cada convocatoria se percibe una construcción de futuro, una visión superadora, con un dejo de audacia conductual, siempre descartando la impostada comodidad que regala el cortoplacismo. Tan cercano al ideal que exige vivir en comunidad y tan lejano a los ejemplos políticos de lo que cotidianamente asistimos, que nos enfrenta como especie y  nos aleja del estado social de derecho.

Scaloni comprendió e hizo comprender a su entorno y este a los a los jugadores (cualquiera sea) que el mundo está en constante cambio y que con cada día que muere, también desaparecen algunas de las maneras de liderar. La vorágine de los cambios y la electrificación de un mundo que vive en la inmediatez, se llevaron puestas las recetas sociales de cómo se gestiona cada caso. La receta de Scaloni es simple: abordaje primario con mucha empatía, capacidad de escucha y convencer a su gente que la ciencia no es más que sentido común entrenado y organizado.

¿Qué magnifica la obra y realza la gestión de Scaloni?  Que su trabajo se gesta en los mismos riñones de la AFA una organización nacida para gemelizar con exactitud las miserias de la clase política que históricamente derrapan el Estado. Scaloni y su gente (ninguneados y subestimados por las mismas mentes duales que operan el futbol y la política) demostraron que es posible construir en medio de la podredumbre, las prebendas y las conspiraciones.

La alegría que brinda esta Selección en su efímera concepción biológica nos sostiene en la fortaleza que edifica su simpleza. Cuando sufrió el cachetazo frente a Arabia Saudita la madurez se expresó en una simbiótica acción de compromiso mutuo: nosotros como hinchas, ellos como protagonistas. Ambos respetando las líneas que se trazan en torno una desgracia superable. Luego fue emoción frente a México con lágrimas de descompresión, pero siempre en el territorio de la calma y la planificación. Lo que no cambiara más allá de los resultados.

La Selección aun no ganó nada. Es probable que no lo haga, pero el mensaje va mucho más allá que el lúdico balance. Este grupo que contagia y motiva sentimientos es una rapsodia de espíritu libre e independiente cadencia. Ha tenido la capacidad de amalgamarnos como pueblo y ser el homogéneo sentir colectivo, cuando alrededor es desesperanza y hastío.

Scaloni y Messi, solo atendiendo sus intereses, marcan el camino de cómo se gestiona: sobra identificación, coraje y pasión, algo imposible de encontrar en los tres poderes del estado. Y por si fuera poco son la reserva de alegría de un pueblo, que vibra con ellos más allá de los resultados. Si decimos que la felicidad no es algo frecuente, entonces disfrutemos, lo dijo Borges hace 40 años cuando el país era peor que ahora: “Aun atribulados de penas, no pasa un día en que no estemos un instante en el paraíso.” Que así sea, al menos por un rato, y que lo genere la Selección Argentina.

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