Básquet
Alma, corazón y básquet
En un profundo mano a mano, Ramiro Imaz (44), jugador de la primera de Estudiantes habló de todo: sus inicios en el deporte, los momentos más duros y felices junto a su hermano mellizo Álvaro, compartir cancha junto a su hijo Francisco en el “celeste” y el repaso de su carrera por los clubes de la región.
Cuarentena es una de las palabras que más escuchamos y repetimos a lo largo de un año por demás extraño e inusual. Para todos, desde todos los ámbitos del deporte, la pandemia puso un freno de mano a los objetivos y proyectos que se plantearon a comienzos del 2020.
Sin embargo, tomaremos la raíz de esa palabra para referirnos a una historia más amena, ligada a los aros con red y pisos de parquet. Cuarenta son los años que Ramiro Imaz (44) juega al básquet. Ya desde muy pequeño, en su Pergamino natal, el actual jugador de la primera de Estudiantes tiene una “naranja” en sus manos.
Antes de repasar y conocer desde sus propias palabras la historia de su vida ligada al básquet, Imaz contó a Al Toque Deportes sobre su actualidad con respecto a lo deportivo: “El año pasado, una vez terminado el Provincial, tenía pensado dejar de jugar y darle el lugar a los más chicos. Con el correr de los meses se fueron varios chicos de primera y para seguir ayudando, tomé la decisión de seguir este año”.
A la espera de lo que se decida desde la Federación Cordobesa y los protocolos que se aprueben para las competencias de básquet, el jugador estuvo entrenando por Zoom durante estos meses y manteniéndose físicamente por su cuenta. A los 44 años, este parate no hizo mella en Imaz: “No me molestó tanto por los años que tengo encima. Creo que, para un pibe de 12, 13 o 17 años, fue más duro perder todo un año. Algunos se van a estudiar y quizás era su última chance de jugar”.
Una de las consecuencias de esta pandemia es la incertidumbre que provoca la deserción de los chicos en los clubes, algo que para el jugador del “celeste” es muy importante: “Para el pibe que estaba indeciso o que no sabía qué hacer, por ahí este parate lo convenció de no jugar más. La deserción puede ser grande, la motivación al no tener una competencia adelante no es fácil”.
Una vida atravesada por el básquet
La historia de Imaz comienza a sus 4 años en el club Comunicaciones de Pergamino, donde entrenaba junto a su hermano mellizo Álvaro Imaz, del cual no se iba a separar prácticamente nunca -sí territorialmente en la actualidad, pero jamás deportivamente-.
– ¿Cómo fueron tus inicios en el básquet?
– Mi tío, que también jugaba al básquet, se fue a Gimnasia de Pergamino que era el club contrario a Comunicaciones. Con mi hermano nos fuimos con él. Ahí jugamos hasta los 18 y nos fuimos al Club Matienzo en Córdoba. En el año 1999 ya nos vinimos a Río Cuarto. Acá me quedé, Álvaro fue y vino un par de años y se quedó en el lado de Córdoba. Acá yo jugué en todos los clubes menos en Alberdi y un par de partidos en Gorriones. El resto anduve por todos lados.
– ¿Por qué decidiste instalarte acá?
– La ciudad me gustó siempre, desde el primer día que llegué. El hecho de haber llegado a la final el primer año que estuve fue más lindo todavía. Me sentí cómodo siempre, conocí a mi señora y eso fue un punto grande para quedarnos acá y no movernos.
– ¿Qué diferencias encontraste con el básquet que jugabas en Pergamino, con el que se jugaba en la región de Córdoba?
– Era muy duro, porque en el año 1995 en Córdoba había un nivel local tremendo. Todos los equipos pagaban. Para nosotros, que veníamos de jugar un torneo local en Pergamino, el impacto de saltar a Córdoba fue muy grande. No estábamos preparados para afrontar física y mentalmente el desafío de ir a competir. Tenían otro roce, otra calidad, veníamos de jugar un torneo tranquilo y fue brusco el salto. No solo por la parte deportiva, sino lo extradeportivo, esta cuestión de adaptarnos a una ciudad grande, solos, rebuscarnos para ganar plata y poder comer, fue un cambio drástico al principio. Recibíamos críticas que no estábamos listos para escuchar, y no podíamos jugar en nuestra categoría. Después del año y medio se fue dando todo bien y lo pasamos.
– ¿Te costó adaptarte a ese nivel de competitividad deportiva?
– Sí, porque era muy grande el cambio físico. No estábamos preparados para el choque. Después del primer año, nos fuimos un verano a Pergamino y ahí sí nos preparamos mejor. Matienzo sale a jugar el Provincial y a nosotros ni nos llamaron para jugar, directamente nos dijeron que nos vayamos. Estuvimos tres meses dentro del gimnasio y volvimos de otra manera, más predispuestos a competir y a partir del año y medio jugábamos mucho y en nuestra categoría. No fue fácil porque en definitiva los golpes fueron bastante fuertes, pero lo soportamos.
La familia unida
Los mellizos Ramiro y Álvaro pasaron las mil y una antes de poder establecerse en el básquet provincial. Desde sus experiencias durmiendo en vestuarios, el hambre, el frío hasta la constancia de seguir entrenando con un sueño en mente, a pesar de todo. Años después, el básquet recompensaría al jugador del “celeste” con la posibilidad de compartir cancha nada más ni nada menos que con su hijo, Francisco (17).
– ¿Cómo fue pasar tantos años junto a tu hermano con la misma búsqueda?
– Creo que aguantamos en ese momento porque estábamos los dos juntos. Nosotros nos vamos a vivir a un vestuario donde hacía mucho frío, pasamos hambre en algunos momentos y no era lo que uno esperaba o soñaba. Creo que al estar uno con el otro, y llevarla de a dos, fue muy bueno. Siempre fuimos grandes hermanos y lo que le pasaba a él lo sufría yo, en definitiva. Pasamos las mismas cosas juntos. Cuando a él le iba peor a mí también y viceversa, entonces ambos nos servimos para que nos vaya cada vez mejor. No sabíamos que iba a durar tanto. Nos acostumbramos a pelearla y saber que el día a día había que lucharlo y nadie nos iba a regalar nada. Por ejemplo, no nos daba la luz para poner un calefactor. Te acostumbras a que todo es bastante cuesta arriba, y eso duele. Por ahí que te nieguen la posibilidad de una comida es complicado. Sin dudas agradezco haber pasado esa experiencia, uno reniega de eso, pero con el tiempo nos fortaleció.
– ¿Esas experiencias también los hicieron mejores jugadores?
– Cuando tenía la edad de mis hijos en la adolescencia, estaba todo el partido sentado, no jugábamos mucho. Recién el último año que los juveniles se fueron a estudiar pudimos jugar un poco más. Sin dudas que lo que nos pasó en Córdoba nos hizo mejorar. Había días que nos levantábamos a las 6 de la mañana e íbamos a entrenar solos. Más allá de la buena relación que teníamos con los profes, nosotros hicimos por nuestra cuenta ese camino. Sin dudas que nos hizo mejores a lo que veníamos con todas nuestras limitaciones.
– ¿Cómo es jugar con tu hermano y cómo es enfrentarlo?
– Jugar con él es maravilloso siempre. Es un tipo que va a dejar la vida y va a ir al frente, no se va a agotar nunca. Fue un placer compartir equipo con él. Tenerlo en contra ha sido difícil por el hecho de que es tu hermano, pero tenes que tratar que su equipo pierda. Eran semanas que no disfrutaba para nada y el partido menos, no me gustó jugar contra él. Siempre quise que le fuera bien, y en esas situaciones era él o yo.
– ¿Qué significa jugar a la par de tu hijo?
– Es lindo, es una experiencia maravillosa. A lo mejor yo estaba en la cancha y él entraba, y tenía los nervios de que también le fuera bien. Él y sus compañeros venían entrenando con nosotros desde hacía un año y medio o dos, o sea que tenían buena ascendencia con el grupo también. Eran chicos que le teníamos mucho aprecio. Sinceramente fue muy grato poder compartir una cancha con mi hijo.
– ¿En casa se habla de lo que pasa en la cancha?
– Nunca lo he molestado con decirle “como vas a errar ese tiro” o esas cosas. Nunca, y mirá que en casa se hablan de esas cosas. No del error, sino del esfuerzo. Esto es como el que estudia y quiere que le vaya bien, si vas al colegio, pero después en tu casa no agarras un libro, no te va a ir bien. Si vas a entrenar al club y después no haces nada, el fin de semana es como tirar una moneda al aire jugar bien o mal. Cuando empezas a sacrificarte te va mejor o por lo menos te sentís mejor. Por ahí el resultado no coincide con lo que has hecho, pero en estas cosas uno tiene que estar tranquilo con lo que hace. Si no alcanzó, el otro lo hizo mejor o tuvo más herramientas. El tema es no terminar un partido y sentir que la camiseta no está transpirada. Trato de inculcarles eso, no solo en el tema del deporte sino en todos los ámbitos.
Mantenerse vigente
A los 44 años, Imaz sigue soñando con volver a jugar el año que viene, a pesar de la incertidumbre en cuanto a las fechas: “Yo tendría ganas de seguir jugando. Siendo optimista creo que vamos a poder jugar en junio recién. Pensar que la Liga Argentina arranca en marzo, el Federal no se sabe, un torneo local es el último eslabón. Si me siento bien y con ganas no voy a pretender jugar muchos minutos, pero si puedo estar en un vestuario y compartir con mis compañeros, lo voy a hacer”.
– Esto de validar más los procesos y no tanto los resultados, ¿te mantuvo en vigencia con el correr de los años?
– Creo que si no haría nada me sentiría mal, no estaría tranquilo. A lo mejor pasan tres días que no hice nada y me siento mal conmigo mismo. Cuando uno se acostumbra es muy difícil dejar de hacer cosas, por eso me cuesta poner el último freno. Sin dudas que estos últimos años los disfruté más todavía, porque a veces trabajaba todo el día y llegaba la noche y tenía que jugar. Ahora lo disfruto de otra manera. Creo que es lo propio de todos los años el seguir haciendo cosas, salir a correr, ir al gimnasio y mantenerse lo más sano posible.
– ¿Qué podés rescatar de los pasos que tuviste por Acción Juvenil y Sporting de Sampacho?
– En Acción Juvenil tuvimos una experiencia muy marcada. Por un lado fue muy bueno, porque llegamos a la final el primer año con todo lo que significó. En lo deportivo siempre nos iba bien, estábamos en la conversación. Por otro lado, a nivel extradeportivo no la pasamos tan bien, estábamos un par de meses atrás, a veces nos faltaba la comida, fueron dos etapas muy marcadas entre lo bueno y lo malo. Sin dudas que le tengo un aprecio muy grande porque fue el primer club que nos dio la posibilidad de estar acá y para mi representa algo grande. Con respecto a Sampacho, más allá de que jugué un solo Provincial, rescato haber encontrado gente maravillosa, que trabajaba igual que uno y a la noche se ponía los cortos. Más allá de que era viajar todos los días, nunca lo sentimos como un peso. Al contrario, se disfrutó muchísimo. Ese Provincial le devolvió a ellos la chance de encender a ellos el básquet, los chicos siguen, lograron campeonatos locales y me alegro que el club esté bien porque es gente que se lo merece.
– ¿Pondrías a Estudiantes como el club más importante de tu carrera?
– Sí, lo pondría en ese lugar porque fueron muchos años, una final perdida de Liga B, una final perdida de Provincial de manera increíble y tantos años de haber estado ahí jugando sin dudas es el club que más me representa. Es una institución grande, sin dudas que significa una importante parte y estoy agradecido por el hecho de haber jugado tantos años ahí.
– ¿Qué significa el básquet para vos en tu vida?
– Más allá de ser un jugador de la media, porque nunca pasé más allá del Torneo Federal y no haber tenido experiencias más arriba, para mí fue una forma de vida, que dentro de mis limitaciones me hizo disfrutar mucho. Haber conocido ciudades y mucha gente gracias al básquet. Haberme mantenido sano tantos años gracias al deporte, que me hizo ver que había que entrenar, esforzarse y todo lo que uno hizo fue en función de esto. Sobreviví gracias al básquet porque me dio la chance de tener sueldo y poder comer, también conseguir trabajo. Dentro de mis limitaciones, me siento contento por lo que representó el deporte en sí más allá de que tuve la posibilidad de jugar varias finales y perderlas todas. El hecho de competir, estar ahí y vivir eso fue una experiencia maravillosa que te deja mucho.
Fotos: Al Toque
Redacción Al Toque
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