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Aotearoa y los All Blacks

Por Leonardo Gasseuy.

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Leonardo Gasseuy

Rawiri Waititi, intimida, se parece a Mike Tyson. En realidad, se parecería más si el boxeador tendría la totalidad de su rostro tatuado. Waititi se mueve como habla: lento. Sus ojos negros chispeantes, rodeados de tatuajes moko, comunican con más elocuencia que sus palabras. Es un líder maorí, miembro del Parlamento de Nueva Zelanda por el Partido Autóctono. Uno de los representantes de los 850.000 maoríes que se aferran a su cultura. Waititi es una de las voces que impulsan el cambio de nombre del país, Aotearoa (Nubes Blancas) por Nueva Zelanda.

Jacinda Ardern la primera ministra, zigzagueante, apoya, pero no está dispuesta a hacer el cambio. La presión del opositor Partido Nacionalista la inmoviliza. Los maoríes (tienen solo dos diputados) pelearán por esta causa, que es solo una de tantas. Entienden que este es solo un caso accesorio. Cambiar el nombre del país es despertar la refundación cultural de la isla.  Waititi, que el año pasado fue suspendido por hacer el haka en el recinto, se ríe cuando escucha los fundamentos de la negativa conservadora, y con su estilo les recuerda que  Nueva Zelanda es un nombre holandés y hasta los holandeses cambiaron su nombre de Holanda a Países Bajos, ¡por amor de Dios, reaccionemos!”. Sabe que la lucha será pírrica, pero van por otras cosas, entendiendo que el joven milenio que empezamos a vivir, nos invitan a ver más libertades y menos cadenas.

Rawiri Waititi. Es un líder maorí, miembro del Parlamento de Nueva Zelanda por el Partido Autóctono.

Waititi es un líder especial. Convenció a todos que la refundación cultural debe invariablemente estar montada sobre el lenguaje autóctono. Marca como punto de inicio el año 1987, cuando el maorí fue reconocido como la lengua oficial de Nueva Zelanda, en un impulso para revivir un lenguaje en peligro de extinción. Hoy lo habla solo el 4 % de la población, el objetivo es que en 2023 se establezca como asignatura obligatoria en las escuelas. La cantante Lorde, que nació en 1996 (también es ciudadana croata), acaba de publicar un mini-álbum donde interpreta cinco de las canciones en maorí. La lucha apunta direccionalmente a un solo destino no dañar las bases institucionales del país, pero lijar a fondo los vestigios del colonialismo británico.

El comienzo de la historia nace con un fraude inglés. Tan usual y prolífico en la geopolítica, como historias se cuenten.  El 6 de febrero de 1840, en el Parque Waitangi, varios líderes maoríes y enviados de la corona británica firmaron el Tratado de Unión. El dio oficial que comienza el maridaje, el engaño aparece en cuerpo y alma. Ratificando el relato de Collins, cuando sus amigos preocupados por su seguridad le preguntaron si el inglés que dormiría en su casa llevaba un arma de fuego, lamentablemente no, trajo papel y pluma.

El tratado se redactó en inglés y en maorí, pero existieron “diferencias” de interpretaciones: la versión maorí dice que ellos aceptan la permanencia de los británicos a costa de la protección permanente por parte de la corona, mientras que la versión británica (la adulterada) expresa que los maoríes se someten a la corona a cambio de la protección. Desde lo intelectual el saqueo comenzó, aun con la tinta fresca.


El Tratado de Unión entre Gran Bretaña y Nueva Zelanda se redactó en inglés y en maorí, pero existieron “diferencias” de interpretaciones.


El acuerdo de 1840 fue ocupación y alienación. Más de 140 años después de la suscripción del tratado de Watangi, los maoríes han perdido casi todas sus tierras por una mezcla de confiscación directa por parte de la Corona, ventas privadas o gubernamentales y decisiones de los tribunales, que no reconocían la propiedad colectiva. «Lo más insidioso”, dice Tom Roa, “ha sido la destrucción deliberada de nuestro tikanga (cultura), y nuestras raíces, por lo que muchos maoríes no saben quiénes son», Roa, maorí y experto en estudios indígenas de la Universidad de Waikato, recuerda que la Reina Isabel de Inglaterra visitó diez veces la isla. En su última visita, cuando la soberana y su esposo, el duque de Edimburgo, se presentaron en un centro de artesanías, unos 70 maoríes los recibió con gritos de «go home». Los habitantes autóctonos aceptan reparación, solo si hay restitución de sus tierras.

Jacinda Jarden junto a Rawiri Waititi.

Lento o a su verdadero ritmo, la descolonización o refundación cultural es imparable. Con su estilo, Rawiri Waititi, dice que Aotearoa, su país, debe divorciarse ya con la Reina Isabel. “Debemos olvidarnos de Inglaterra. Si consideramos nuestro pacto fundacional como un matrimonio entre los tangata whenua (pueblos originarios) y la Corona, el tratado es el hijo de ese matrimonio. Ya es hora de que los tangata whenua asuman la custodia total». Londres no se expide, considera que la unión es honorifica, pero considera a Nueva Zelanda dentro de los quince estados independientes pertenecientes a la Commonwealth o Mancomunidad de Naciones. En 1995, la Reina Isabel envió sinceras disculpas al pueblo maorí por haberlos calificado de salvajes.

Jacinda Ardern, en febrero de 2018, creó la Comisión Real. Es una instancia gubernamental con poderes especiales para investigar que niños y adultos maoríes pudieron ser víctimas de abusos sexuales o de otro tipo entre los años 1948 y 2000 mientras estuvieron bajo el cuidado de instituciones públicas y religiosas.

Se cree que más de 240.000 personas fueron abusadas. Mark, un sobreviviente que declaró en el informe, dijo que fue reiteradamente violado por un cura. Cuando logró hablar con un superior, este le recomendó guardar secreto, que el silencio le ayudaría a Dios superar su tema. Mark hoy tiene 71 años y sobrevivió a varios intentos de suicidio, dice “el informe me salvo y me sano”.  La comisión es presidida por la jueza Coral Shaw, quien debe entregar sus evidencias a finales en 2023. Será el impacto descolonizador con pruebas más poderoso de Oceanía de toda su historia.

Que contrasentido. Un sello distintivo del país camina en otro rumbo. Los All Blacks son la marca del país. En estos días comenzaron a vender su alma al diablo.  En una reunión especial, a principios de julio en Auckland, los sindicatos de rugby neozelandeses acordaron aceptar la oferta de la compañía estadounidense de capital privado Silver Lake, que invertirá 250 millones de dólares anuales (se queda aproximadamente con el 12 por ciento de los derechos comerciales completos) en la escena del rugby de Nueva Zelanda para  administrar el negocio, en todas sus esferas.

Silver Lake nació en Menlo Park California en 1999 (Hoy su sede está en Silicon Valley).  Con el acuerdo, obtiene una participación del 15% de los productos de la Federación (NZ Rugby). El fondo de capital privado tiene, además, un porcentaje del   City Group (Manchester City y otros), de Twitter, Unity, Alibaba, Airbn  y muchas más. Sus activos suman más de 88.000 millones de dólares.  La heterogeneidad de sus negocios los hace conocidos como los alquimistas de Wall Street. Son parte de un consorcio que compró la promoción de artes marciales mixtas de UFC y comienzan a diseñar el manejo comercial de la imagen de la mejor marca de rugby de la historia como los All Blacks.

Cuando el país, motorizado por la voluntad social de su colectivo autóctono, brega por cortar cadenas, su sacra entidad, la selección de rugby, hace 25 días se entregó a los designios del mercado, donde todo es lejano, transable y en donde la pasión pasará a ser ajena, gerenciada por el negocio. A los mecenas se les hará difícil hacer convivir el espiritual y vernáculo haka con los algoritmos y hojas de cálculos. Siempre la historia juzga, tarde o temprano. Alguien se hará cargo del costo de haber entregado por plata a Sillicon Valley el mejor producto de su raza.

Será Nueva Zelanda o Aotearoa, siempre la reina de las dicotomías. A su manera, con su sello. Los maoríes dicen que piensan en su lengua y las nuevas generaciones. Que emulan al ruiseñor que se niega anidar en la jaula para que la esclavitud no sea el destino de su cría. Los dirigentes de la Federación de Rugby ven al futuro por otro lado, piensan que no hay rey que no haya tenido un esclavo entre sus antepasados, ni esclavo que no haya tenido un rey entre los suyos. Queda una triste certeza. Cada día con un nuevo sol, siempre hay intención de romper cadenas, pero de noche, cuando reinan las sombras, siguen desembarcando colonizadores.

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