Fútbol

Bielsa saca pasaporte de reinstalación en la Bombonera

Bielsa pisará otra vez el césped del estadio de Boca. Esta vez siendo el entrenador de Uruguay. Trae sus ideas y su labor rumbo a una alfombra verde y a un cemento conmovedor.

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Bielsa pisará otra vez el césped del estadio de Boca.
Fotografía Ariel Scher

Ariel Scher

Periodista.

El cronista llevó el micrófono casi hasta los labios de Marcelo Bielsa pero no encontró lo que buscaba. El 28 de febrero de 1998 empezaba a salirse del presente vuelto noche, el vestuario de ese rincón de la Bombonera bañaba en vapores a cada cuerpo que lo recorría y mucho Vélez oía con gusto cada elogio a la flamante victoria de visitante por 3 a 2, con un gol de penal de José Luis Chilavert a tres minutos del cierre.

Pero Bielsa nada. O casi nada.

-No son muchos los técnicos que se atreven a jugar en cancha de Boca con tres puntas y con dos medios más adelantados-, dijo ese cronista.

-Desde que yo lo dirijo, Vélez siempre jugó con esa formación.

-Por eso mismo, creo que para usted es un mérito que un equipo visitante venga a Boca, donde habitualmente se juega con un solo punta.

-Bueno, son jugadores que juegan de punta, pero con ida y vuelta, con compromiso defensivo también.

El cronista se resignó. Aunque se lo propusiera cien veces, ese director técnico no abandonaría los gestos económicos ni se permitiría una reivindicación a la audacia de un planteo efectuado en un templo en el que escaseaban adversarios con audacia. Aquel Boca que reunía a Riquelme, Palermo, Latorre, Guillermo Barros Schelotto y hasta un rato de Caniggia estaba vencido en su casa. Sin encontrar aceptación a los elogios, el cronista cambió de entrevistado, tan vencido como Boca.

Los números del Vélez de Marcelo Bielsa en la 97/98 fueron arrolladores. Cosechó 78 puntos y aventajó a River (segundo) y Boca (tercero) en la tabla general. Fue el equipo que más victorias consiguió (22, contra las 21 del Millonario y el Xeneize).

En el largo itinerario futbolístico de Marcelo Bielsa, esa victoria de hace un cuarto de siglo debe seguir ocupando un sitio moderado. Es su sello. Y con ese sello arribará, de retorno, empilchado como aquella vez en ropas deportivas, para la cita de la Eliminatorias sudamericanas del 16 de noviembre, con su Uruguay entretejiendo sueños en una primera y modeladora etapa, frente a la Argentina campeona de todo, con Messi y buenísima compañía.

Sin embargo, inclusive asumiendo que Bielsa demuestra consecutivamente que cada circunstancia del fútbol no está escrita hasta que muchos pies salgan a escribirla, algo quizás le dé vueltas. Un muy buen amigo de Bielsa, Jorge Valdano, sostiene que el fútbol es «memoria, emoción y sueños». Y cada memoria de Bielsa en la Bombonera (o cada memoria de cada ser humano en la Bombonera) viaja con potencia. Alguna de esas memorias, igual que aquella del Vélez triunfal sobre la hora, golpean las puertas de la historia de la pelota ahora. Ahora que Bielsa vuelve.

El 9 de julio de 1991, el Newell’s de Bielsa desacomodó los cimientos míticos de la Bombonera en medio de barros que amagaban durar para siempre y de tensiones de cancha que suelen signar las finales. «Mirá, Raúl, yo no sé cómo vamos a salir, si ganamos o si perdemos, pero te aseguro que hoy te vas a emocionar», le anticipó el entrenador a Raúl Oliveros, el tesorero de la entidad rosarina, de acuerdo con lo que rescata José O. Dalonso, en «El Tata», su biografía de Gerardo Martino. Allí también detalla que el último tramo de ese duelo épico encontró a Bielsa en el vestuario, luego de que el árbitro Francisco Lamolina le estampara una tarjeta roja, oyendo la transmisión radial de Víctor Hugo Morales y cerquita del Tata, quien había sido lesionado en el cruce de ida.

Newell’s le había ganado 1-0 a Boca en Rosario, con un cabezazo certero de Eduardo Berizzo, pero la revancha representaba una colección de preguntas. «Newell’s era un muy buen equipo, aunque en la Bombonera jugó menos que en otros partidos de ese campeonato», recuerda el periodista Juan José Panno, valorador frecuente de las ideas de Bielsa, quien cubrió ese encuentro. Boca se impuso 1 a 0 y el desempate llegó por penales. Norberto Scoponi, manos doradas en la tierra mojada, fue héroe entre los héroes porque tapó dos tiros, además de que hubo otro que se fue desviado.

En un artículo publicado en el diario La Capital al cumplirse 30 años del hecho, el periodista Rodolfo Parody certificó que muchos futbolistas de ese Newell’s le rendían tributo a Bielsa por su generosidad para concederles confianza. Como estaba en disputa la Copa América de Chile, ambos clubes podían sumar dos refuerzos que compensaran lo que le habían cedido a la Selección: Boca aprovechó esa oportunidad, Newell’s -Bielsa, muy Bielsa- la dejó correr. Creía en quienes lo habían llevado hasta ese instante cumbre. Todo eso cabe en el abrazo digno de contener un mundo que se dieron Scoponi y Bielsa -ya regresado del vestuario- con la gloria asegurada como gloria. En plena Bombonera.

Un 9 de julio pero de 1991, la Lepra que comandaba el Loco Bielsa se consagraba nada menos que en la cancha de Boca, algo inédito hasta la fecha.

Bielsa pisará otra vez el césped del estadio de Boca menos de una semana después del cumpleaños 22 de la despedida de Diego Maradona, escenificada, ni hablar, sobre ese suelo y delante de una multitud. El 10 de noviembre de 2001, en un país que preanunciaba hervores, en el camino hacia el Mundial del año siguiente en Japón y Corea, en la tarde durante la que hasta el cielo se dibujó orejas para escuchar el «Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha» con el que el 10 despabiló lágrimas en el planeta, en el corazón de todo eso, el técnico ahí andaba. Dirigió a su Selección frente a un conjunto de estrellas para el que ofició como conductor Alfio Basile. Meticuloso como se lo pintó en miles de retratos, en esa convocatoria se permitió la contemplación entera. Todo consistía en Maradona y Maradona representaba -y representa- lo que más vincula a Bielsa con el fútbol: la relación con la gente, los grandísimos cracks que portan las ilusiones de infinitos anónimos, el corazón hecho una pelota, la cédula de identidad que establece que, aunque se le suban encima montones de mercaderes, ese juego continúa perteneciéndole a los pueblos. Bielsa, quien invariablemente predicó caricias y estremecimientos por el Diego, se supo un privilegiado por ser parte de esa ceremonia.

El 10 de noviembre de 2001 Diego Maradona hacía su partido homenaje en La Bombonera y daba un histórico discurso con la camiseta de Riquelme. Bielsa fue el entrenador de uno de los equipos.

En su brillante «Historia mínima del fútbol en América Latina», el sociólogo Pablo Alabarces presenta al fútbol de Uruguay con una síntesis que forja una ruta interpretativa: «Un país pequeño, deshabitado y rural fue la primera potencia futbolística de la historia, ganando todos los torneos internacionales organizados entre 1924 y 1930. No fue un milagro, ni una casualidad, ni un error». Como si esa afirmación y esa historia lo marcaran, Bielsa saca pasaporte de reinstalación en la Bombonera sin apostar -nunca lo hizo- ni al milagro ni a la casualidad ni al error. Trae sus ideas y su labor rumbo a una alfombra verde y a un cemento conmovedor donde, desde 1940, desfilaron episodios que tornaron al fútbol en mucho más que un deporte. Enfrente se le aparecerán un artista como ninguno y el mejor equipo de esta época.

Desde mayo pasado Bielsa dirige a la Selección de Uruguay camino al Mundial de 2026. 

Acaso, de nuevo, se atreva a plantarse como pocos en ese lugar que intimida. Acaso, además, como aquel día de su Vélez osado, le consulten sobre su estilo y responda serio y como si nada. El tiempo, imparable, pasa y pasa. No obstante, la Bombonera mágica persevera fascinante como aquel día. Bielsa, desde luego, también. 

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