Fútbol

Carlitos Bombero, la metamorfosis de Tévez

De jugador del pueblo a entrenador del mercado. Córdoba lo vio debutar en 2001 y días atrás fue testigo de su presente como DT.

Publicado

el

Hugo Caric

Periodista.

Camuflado en la platea de la cancha de Instituto, el hincha de Independiente soltó una mueca de alivio tras el postrero silbatazo de Pablo Dóvalo, temible operario del discretísimo y desconcertante staff arbitral del fútbol argentino. Miró el teléfono móvil y la conformidad, casi resignación, lo terminó dominando cuando comprobó que a su equipo ya le habían acreditado los tres puntos en la tabla de posiciones, su ‘billetera virtual’.

Espero que todos los jugadores del Rojo, esta vez desteñidos, vestidos de blanco, enfilaran hacia el vestuario visitante sin demasiado protocolo, y recién ahí emprendió su propia retirada. Uno por uno, bajo con esfuerzo los enormes escalones del Estadio Presidente Perón, y añorando tiempos mejores -las últimas Libertadores e Intercontinental ya son señoras de cuatro décadas- se fue silbando bajito con más dudas que el filósofo francés René Descartes y una certeza yupanquiana: “Por aquí, Dios no pasó”.

Convencido de que en su mitad de Avellaneda todo tiempo pasado fue mejor, ‘el infiltrado’ se ilusionó cuando un jugador de su bando quedó tendido en el césped y una pelada asomó desde el banco de suplentes: “¿Y si ahora entra ‘el Bocha´?” Cuando el calvo personaje, bolso en mano, brazalete con una cruz roja y desalineado tranco de galeno, salió corriendo en dirección al futbolista lesionado, al parcial visitante le cayó la ficha: el tipo era un doctor, y no el maestro que vio dar cátedra en su juventud.

Casi por instinto, activó los datos del celu y buscó los nombres del lote de sustitutos que había designado el entrenador Carlos Tevez, aunque la planilla tergiversaba los datos de la realidad, artimaña casi indigna para un Rey de Copas. Alguien, al menos, tendría que tener puesta la ‘10’. En el listado, ese número de camiseta le correspondía a Santiago Toloza, un mediocampista ofensivo con look platinado y tonada cordobesa, que alguna vez se marchó de Talleres vaya uno a saber por qué motivo y con el que Arsenal de Sarandí terminó haciendo un negoción.

Con un estilo de juego pragmático, Tevez busca llevar a lo más alto a Independiente. Ante Instituto, cumplió 20 juegos en el Rojo.

Nos quedamos con las ganas, el hincha de Independiente y el resto de los mortales que estábamos en Alta Córdoba. Demasiado desfachatado, este pibe Toloza, como para que no desentonara en un conglomerado de piezas iguales, rígidas e inexpresivas, lo más parecido a un equipo de metegol. ¿Vale o no vale molinete?

¡Armas al hombro!

¿Ser un buen equipo o ser un equipo efectivo? En el fútbol de estos tiempos, por ahí parece pasar la cuestión. De todos modos, la mayoría de los técnicos de Argentina no le dan demasiadas vueltas al asunto; indefectiblemente, terminan armando tácticas y estrategias en defensa propia, pensando en llegar al próximo partido, ni siquiera a fin de mes.

A Tévez no le ha ido mal, si por eso se entiende aumentar ‘la base monetaria’, bajar algunos índices y procurar el ‘déficit cero’. Más que ‘piano a piano’ (como decía ‘el Tolo’ Gallego antes de ganar con el Rojo el Clausura 2002), motosierra y licuadora. Al estilo de Javier Milei, el presidente al que el estratega de Independiente le tiró un centro semanas atrás: “Aunque la gente esté sufriendo, es el camino para cambiar algo”.

La frase del ‘Apache’, que abrió una grieta entre los hinchas de Independiente, bien puede adecuarse a su gestión, donde los números le cierran, más allá de la consideración de cualquier otra variable. Orden, presión, pragmatismo extremo, pierna dura, recortes por toda la cancha, la aspiración de embocar algún ‘zapallazo’ cuando se pueda, y mucha más gente abajo que arriba, forman las bases de su programa de gobierno.

Al fin y al cabo, los directivos (Néstor Grindetti, Cristian Ritondo y el resto del conglomerado políticamente amarillento que amadrina Patricia Bullrich) lo votaron para eso. “Tevez se pondrá el traje de bombero para intentar apagar el incendio que consume a Independiente”, señaló el diario deportivo Olé en su edición del 21 de agosto del año pasado, dos días después del final del desangelado mandato de Ricardo Zielinski.

Desde entonces, segunda fecha de la Copa de la Liga 2023, el Rojo sumó puntos, agregó milésimas y ahuyentó fantasmas. Aunque su equipo terminó naufragando en la orilla de los playoffs, Tevez completó su propia metamorfosis, aquella que había iniciado un año atrás en el banco de Rosario Central, adonde lo había acercado el omnipresente representante Christian Bragarnik: de ‘Jugador del Pueblo’ a ‘Entrenador del Mercado’.

Para el hincha de Independiente no existe el mínimo punto de comparación: un abismo separa a nombres como Isla, Fedorco, Laso, Neves, Marcone o Mancuello con próceres como Trossero, Milito, Giusti, ‘Rolfi’ Montenegro, Burruchaga o Pusineri, por hurgar en las dos últimas grandes formaciones que la mitad futbolera de Avellaneda recuerda de memoria. “Si sacamos más puntos que todos, la gente igual va a festejar”, se resignó el único rojo sin blanco que apuraba sus pasos hacia la Plaza Rivadavia, ubicada justo al frente del bar más viejo que tiene la Ciudad de Córdoba, en busca del bondi, el taxi o el comedido que lo devolviera a la rutina.

Tiempos modernos

Futbolero empedernido, al fin y al cabo, nuestro ‘Caballero Rojo’ recuerda haber visto debutar a Tévez con la camiseta de Boca, frente a Talleres y en ‘el Chateau’. El 21 de octubre de 2001, en medio de una de las peores crisis económicas y sociales de las últimas décadas, que para colmo coincidió con el fin de una racha de 35 años sin vueltas olímpicas para el ‘vecino’ Racing Club. Tiempos en que Bullrich era ministra del gobierno nacional y Mauricio Macri hacía sus primeros palotes como mandatario en el club azul y oro. “En una situación normal, Grindetti y Tévez nunca hubieran llegado a Independiente”, comentó, nuevamente resignado, el hincha visitante.

“Es un momento muy difícil y ahora es cuando tenés que dar un batacazo, y ser duro y fuerte para cambiar algo”, fue otro de los párrafos que Tevez -devenido amigo y socio comercial de Macri- le dedicó a Milei.

Si el estilo de juego que pregona como DT se condice con la descripción de sus características como futbolista que hace Wikipedia (“rápido, potente, fuerte, dinámico, trabajador y versátil”), el explícito respaldo a la política de la ultraderecha va a contramano de las historias. La de aquel pibe de Fuerte Apache lleno de carencias; y la del club que hace 120 años fundaron un grupo de laburantes a los que las elites querían dejar fuera de juego.

“Tengo la sensación de que el equipo va generando entusiasmo, pero tenemos que seguir construyendo”, sostuvo Tevez luego del 2-0 ante ‘la Gloria’, que completó su segunda docena de partidos en el banco del Rojo.

TEVEZ Y DOCE MÁS. El exdelantero de Boca y la Selección trabaja con un numeroso grupo de colaboradores en su nueva etapa como entrenador.

La frialdad de los números avalan a Carlitos y a su mezquina propuesta: 10 victorias, 7 empates y 3 derrotas, con un 61,7% de eficacia. Mientras tanto, otros valores, los que acusan los últimos chequeos médicos del ‘Kun’ Agüero, le generan la ilusión de reencontrarse con un amigo, y quizá también la chance de reconciliarse con esa esencia que le reclaman los nostálgicos. “¿Quién no quisiera tenerlo? Bienvenido si puede, aunque sea diez o quince minutos lo tendremos con nosotros. En ese caso, le vamos a tener que pedir la ‘10’ a Toloza para dársela a él. ¿Dónde lo pondría? Jugarían Ávalos y él, no hay que cambiar tanto tampoco”, manifestó.

Agüero es el último futbolista que generó devoción en los hinchas de Independiente, y también reconocimiento en algunos simpatizantes rivales. Sin ir más lejos de Alta Córdoba, imposible olvidar la ovación que le tributó el público ‘glorioso’ el 1 de febrero de 2006, cuando el Rojo goleó 5-0 a Instituto y ‘el Kun’, autor e intérprete de uno de los goles, fue cambiado por Osvaldo Miranda, un discreto actor de reparto, a quince minutos del pitazo final de Horacio Elizondo.

Cinco meses más tarde, este referí se convertiría en el primer argentino en dirigir, ni más ni menos, la final de un Mundial, y sin VAR. Otra época.

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