Media Distancia

Colgarse del travesaño

Una insólita historia que se replicó hace poco en Grecia trajo a la memoria el recuerdo de una artimaña concertada por Huracán de Ingeniero White en 1968.

Publicado

el

Andrés Burgo

Periodista.

A comienzos de febrero, una noticia llamó la atención (durante unos minutos). “Insólito: En Grecia no se jugó porque ¡los arcos eran más bajos!”, fue el título de los portales, tratando de generar clicks, y seguido de una breve explicación: “El partido entre el Atromitos y AEK, dirigido por Matías Almeyda, se suspendió porque los arcos no cumplían con la medida reglamentaria. El equipo del entrenador argentino se quejó y, luego de medirlos, corroboraron que los arcos no cumplían con la altura reglamentaria de 2,44, sino que eran entre 3 y 5 centímetros más bajos”. Entonces recordé que en el fútbol argentino, aunque es poco sabido, ocurrió un caso similar: que como Huracán de Ingeniero White, un equipo a 10 kilómetros de Bahía Blanca, tenía un arquero con menos altura de lo normal, el director técnico mandó a bajar los arcos.

El partido entre Atromitos y AEK Atenas se suspendió porque los arcos no cumplían la medida reglamentaria.

Intenté desglosar esa historia hace diez años, en 2012, cuando trabajaba en el programa “El Grupo de la Muerte”, en radio Vorterix. Lo primero que hice fue una búsqueda en Google y ahí encontré, sin saber todavía si era mito o realidad, que se refería al Huracán de Ingeniero White de 1968, específicamente al plantel que se clasificó para jugar la segunda edición del Nacional de Primera División, creado en 1967. En 2008, por los 40 años de aquella clasificación, el diario La Nueva Provincia reunió a cuatro de los jugadores de aquel equipo: Rubén Becchio, Jorge Solís, Roberto Ginder y Bartolomé Lliteras.

La nota empezó con el recuerdo de la final del Regional que le dio la clasificación, que fue contra San Lorenzo de Mar del Plata (en las instancias previas, Huracán había eliminado a un club llamado Comferpet, de Comodoro Rivadavia). A mitad de la larga entrevista, llegó la pregunta que estaba esperando, la que justifica este recuerdo.

-¿Es verdad que, en el partido de ida contra San Lorenzo de Mar del Plata, bajaron varios centímetros el arco a pedido del arquero Carlos Azcoitía, debido a su escasa estatura?-, preguntó el periodista.

Respondió Ginder: “Se habló mucho de eso”, expresó con tono irónico.

-¿Mito o realidad?,- insistió el periodista, Cristian Lema.

Entonces intervino Lliteras, y casi como si rompiera un pacto de silencio, avanzó: “Decí la verdad, Cacho (en referencia a Ginder). Fue cierto. El Vasco (por el arquero, Azcoitía) tenía muchísimas virtudes pero su estatura siempre le jugó en contra. Y más en un puesto como el de arquero. En los centros era cómico porque directamente ni observábamos cómo terminaba la jugada. Sabíamos que él siempre ganaba en el área.

La cancha de Huracán de Ingeniero White.

Y entonces Becchio remató lo que parecía una reunión de amigos que se animaban a contar una travesura 40 años después: “El problema estaba bajo los tres palos. Saltaba y casi que ni tocaba el travesaño (risas). Entonces se recurrió a bajar algunos centímetros el arco para que cumpliera su sueño de colgarse del travesaño. Y siempre dice que ése fue un momento inolvidable para él. Al final jugamos de esa manera, nadie se dio cuenta y quedó la anécdota”.

Después de haber leído esa nota, llamé a Bahía Blanca en búsqueda de más datos. Primero hablé con el propio Lliteras, y volvió a confirmarlo. “Yo no lo vi bajar pero me lo contaron los dirigentes. Nosotros jugamos convencidos de que sí, de que los dos arcos estaban más bajos de lo normal. No fue para todo el torneo sino para el partido de ida contra San Lorenzo de Mar del Plata. Tampoco se debió a un pedido del arquero (como había dicho Becchio) sino del técnico, Alfredo Cortés, que era un bicho tremendo, que estaba en todas”.

Lliteras también recordó que Azcoitía era un gran arquero, que podía ser bajito pero salía mucho del arco, que jugaba adelantado y que se tenía tanta confianza que les decía a los centrales: “Salgan de acá que en el área chica no quiero a nadie. Si me cabecean acá es culpa mía”. Le pregunté si tenía el teléfono del arquero, así íbamos a la fuente directa (el técnico Cortés, ya murió) y me dijo que no, que hacía mucho que no hablaba con él.

Llamé a otro jugador de aquel equipo, Cayetano Rodríguez, luego ayudante de César Luis Menotti, y también lo confirmó a su modo. “Sinceramente yo no lo vi pero tengo entendido que sí, que bajaron los arcos, pero no en presencia nuestra. Yo creo que pasó, sí, que bajaron los travesaños. Nosotros nos reíamos. Nos enteramos el viernes previo al partido, en el último entrenamiento. Practicamos pelotas paradas y cuando volvimos al vestuario, alguien dice: ‘¿Che, pero los arcos no estaban más bajos?’. Se lo preguntamos a un dirigente y dijo ‘Sí, parece que lo hicieron a la noche’”. Si Lliteras y Cayetano Rodríguez tuvieran que declarar ante el juez, dirían: “Yo creo que sí, su señoría, que alguien bajó el travesaño, pero no puedo certificarlo”.

Cayetano tampoco tenía el teléfono del arquero, de Azcoitía, pero sí sabía que suele parar en un bar vasco de Bahía, en el Laurak Bat, y a partir de ahí sí finalmente di con el famoso arquero.

La primera pregunta fue directa:

-Carlos, ¿bajaron ese arco, sí o no?

-Eso lo manejaba Alfredo Cortés, el técnico, pero yo creo que sí.

-¿Pero usted cuando medía?

-1.75 (dato en contexto: sí, era bajo para un arquero, pero tampoco tanto: Juan Marcelo Ojeda, ex Central y River, a sus 41 años ataja en Deportivo Madryn con 1,79).

-¿Pero usted pidió el cambio de arco?

-No, pero el comentario estuvo siempre. Y lo creo porque teníamos un técnico que era capaz de todo. Llegó a Bahía como manager de boxeadores. Cambiaba la línea de la cancha muy seguido, regaba donde iba a jugar el mejor de ellos, nos decía ‘pegale al wing que está lesionado’ y ‘la mujer de tal se llama tal y va de compras a tal lugar’.

La relación era tan extraña que un futbolista, un día, sacó un revólver para presionar a Cortés para que no sacara a Literas. Y lo consiguió.

Aunque nadie diga “sí, yo lo hice” o “yo vi hacerlo”, está claro que, como acaba de suceder en Grecia, Huracán de Ingeniero White recibió en su cancha del puerto bahiense a San Lorenzo de Mar del Plata y le ganó 2 a 0 en la primera final para clasificar al Nacional de Primera División. Y sirvió: el Globo perdió 1-0 en la revancha, pero se convirtió en el primer equipo de la ciudad, antes que Olimpo, en llegar a Primera.

Foto del encuentro entre Boca Juniors y Huracán de Ingeniero White en La Bombonera.

Ya entre los grandes del fútbol argentino, terminó último. En 15 partidos perdió 11 (8-0 contra Independiente y Boca, y 11-0 contra Vélez, el campeón), empató 2 y ganó 2, pero lo curioso fue que uno de esos dos triunfos fue contra Estudiantes de La Plata, que era el campeón de América y que estaba a un mes de ganarle al Manchester United y ser campeón del mundo.

Huracán era una cooperativa: 16 jugadores formaban el plantel. El 60 por ciento de los ingresos quedaba para los jugadores y el 40% para el club. Y tenía, y tiene una cancha tan chica, el Bruno Lentini, con capacidad para 4.200 personas, que el primer Globo del Interior del país (fundado en 1916, uno de los siete Huracanes que jugó en Primera División) fue local durante todo el Nacional en la cancha de Olimpo, y ahí le ganó 1 a 0 al Estudiantes del Carlos Bilardo todavía jugador, el equipo al que siempre se acusó de jugar al filo del reglamento, pero nada comparado a bajar los travesaños, como Huracán de Ingeniero White.

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