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Daiana Falfán, la titular más joven de la selección argentina en la Copa América de Colombia, sentía el fútbol desde la panza de su mamá

Yamila jugó hasta los 6 meses de su embarazo; su hija es parte del equipo que afrontará una semifinal ante el local este lunes. Por Ayelén Pujol para La Nación.

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ARMENIA, Colombia.– Un día en que Daiana Falfán miraba a la primera de UAI Urquiza con el sueño de ser parte alguna vez, Florencia Bonsegundo se acercó al alambrado porque ahí estaba el papá de la juvenil que se preparaba para jugar con ella, su ídolo. Capitana por entonces, Bonsegundo apuntó al futuro: “No dejes de traer a tu hija a las prácticas porque tiene talento, ¿eh? Ojo”, le dijo, seria.

Cuatro años después volvieron a cruzarse, en la selección nacional. Falfán, entonces sí, podía compartir la cancha con aquella a quien le había pedido una foto después de que UAI se consagrara campeón. La hoy futbolista de Madrid CFF le llevó aquella escena a ese presente, cuando volvieron a encontrarse pero para representar a la Argentina: “Te acordás de lo que le dije a tu papá, ¿no? ¿Viste? Ahora estamos acá”, evocó la autora del gol con el que el último jueves el seleccionado derrotó a Venezuela y pasó a una semifinal de la Copa América femenina, la que sostendrá este lunes frente al local, Colombia. El vencedor de ese enfrentamiento se clasificará para los Juegos Olímpicos París 2024 y para el Mundial Australia-Nueva Zelanda 2023.

Falfán, de camiseta número 8 pero posición de 5 en este campeonato, rió. En general ésa es su respuesta, el recurso para tapar la timidez de sus 21 años, casi un antónimo de la función que cumple en el campo de juego. Aquí, en Colombia, es una de las piezas que simbolizan el cambio generacional de la selección. En general posicionada como interna –la ubicación que más le gusta–, le tocó ser “patrona” en el círculo central ante la ausencia de Lorena Benítez, que no llegó al certamen por una lesión. “También en la cancha me cuesta hablar, es cierto, pero en el juego saco todo”, dice.

–¿Tuviste que incorporar marca a tu juego para este torneo?

–En general, yo pensaba más en la creación, pero sí, ahora estoy sumando eso por dónde me pone Germán [Portanova, el director técnico]. En el partido contra Uruguay salió algo más rústico de mí, y no sabía que lo tenía. Estoy aprendiendo.

–¿Y qué le copiás a Bonsegundo?

–Su técnica, sobre todo. Es muy buena.

–¿Te gusta la nueva posición?

–Sí, estoy bien. El primer partido, contra las brasileñas, fue muy físico. Se nota mucho la diferencia. Ellas vienen trabajando desde hace mucho con nenas, con juveniles. En nuestro país recién algunos clubes están incorporándolo. River, Banfield y Platense tienen hasta sub 10, lo que es muy bueno para el fútbol argentino, pero se tiene que ir incorporando eso en todos los clubes, para que el futbol argentino crezca y termine siendo potencia. Para mí, va a serlo en algún momento.

Las estadísticas indican que en este lugar nuevo, Falfi –así le dicen– es la mayor recuperadora del equipo. Según los números de StatsPerform tuvo 35 quitesla cuarta de las cifras más altas en el torneo y la mejor si se tiene en cuenta a los conjuntos que están en las semifinales (la otra será Brasil vs. Paraguay, el martes).

De perfil bajo, la mediocampista vive junto a sus padres y sus hermanas en Hurlingham. Ahí vio por primera vez a una mujer jugar al fútbol: su mamá, Yamila, que tenía un equipo de fútbol 5 con las tías de Daiana. Participaban en campeonatos de barrio y de el Oeste del Gran Buenos Aires, y en algunos certámenes relámpago, que la niña seguía como hincha.

“Cuando yo la vi con conciencia, ella ya no tenía el mismo roce, pero dicen que pegaba mucho. Jugó hasta los seis meses de embarazo, conmigo en su panza. Me cuenta que no se le notaba, y como mi abuela no se había enterado, ella seguía. Después, cuando crecí, tuve la suerte de jugar con ella y con mis tías. Fue hermoso. Yo me paraba arriba, y ella, abajo. En casa y en mi familia son todos muy futboleros. Mi papá es arquero y creo que los únicos que nunca jugaron son mis abuelos”, cuenta y sonríe. Otra vez sonríe.

El club Los Amigos fue su primera casa deportiva, a sus 4 años. Daiana jugaba con varones, y ahora, sentada en el lobby del hotel donde se concentra la Argentina en Colombia, recuerda que un director técnico cuestionó su presencia allí: “¿Cómo pueden dejar jugar a su hija?”, preguntó a sus padres con indignación. Sin embargo, ellos no le prestaron atención. Falfán reconoce que el apoyo de su familia fue decisivo. Por eso también protagonizó ligas con amigos, y trató de competir en otro torneo en el que no querían dejarle jugar porque, según le decían, iba a lastimarse.

–Cuando empezaste a vivir el fútbol más seriamente, ¿sabías que existía una selección femenina?

–Me enteré de grande. A los 14 fui a probarme a Boca y quedé en una preselección de 20 jugadoras, pero después no. En ese momento les había dicho a mis papás que no me gustaba jugar 11, pero creo que lo hice porque no quedé en el club del que soy hincha. Al tiempo mi mamá vio un cartel de una prueba en Morón, de fútbol 11. Fui y ahí quedé. Tenía 15 o 16 años. Y bueno, con Morón ascendí, y un día jugué contra UAI y me vio Germán.

Por entonces, Portanova era el entrenador de UAI. El preparador físico, Franco Caponetto, le escribió a Falfán por Instagram para que fuera a hacer una prueba. Y Diana quedó. Cuenta que cuando era chica no le importaba si jugaba bien o mal, que sólo se divertía. Que en Morón aprendió sus primeros pasos en canchas grandes, pero que en UAI y con su actual DT en la selección creció. “Eran otras la intensidad, la calidad de las jugadoras. En el cuerpo técnico tenían nutricionista; nunca en mi vida había visto una. Me ayudó a formarme, con el estado físico; me cambió la manera de comer. Por suerte está mi mamá, que si en mi casa tiene que hacer tres comidas distintas, las hace”, detalla Falfi.

Ahí, en Villa Lynch, vio a Bonsegundo, que afrontaba su último torneo en UAI antes de irse al fútbol europeo.

–Hoy recuperás en el medio en tu primera Copa América y le das la pelota a ella.

–Sí. Creo que soy bastante técnica, y un poco rápida de la cabeza. Me siento inteligente. Sé cómo correr en la cancha, aunque algunas compañeras me dicen que no corro tanto [ríe]. Pero creo que donde tengo que estar, estoy. Y después sí, busco a Flor o a Estefi [Banini].

–Banini te incluyó cuando mencionó a compañeras que tuvieran futuro en el equipo. ¿Te entendés con ella?

–Sí, es muy fácil jugar con ella. Tiene muchísimo talento; de una situación complicada sale de cualquier manera. Ella y Flor son las que primeras veo y es como si les dijera “bueno, ahora hacé tu juego”.

–Te llevan una diferencia de edad importante. ¿Te dan consejos?

–Sí. Tuve una charla con ella y con Flor, porque se dio, en el predio de AFA. Ellas tienen mucha experiencia en el exterior. Me hablan mucho y tomo lo que me dicen, porque es bueno para mí. Me dijeron que pidiera más la pelota, que hablara más, que siempre el juego tiene que pasar por mí.

Antes de la pandemia, Falfi se levantaba a las 5.30 y volvía a su casa a las 22. Repartía el tiempo entre los entrenamientos en UAI y la universidad, donde cursa contabilidad. Ahora, un poco obligada por los tiempos de la selección, se toma el estudio con más calma. Está en el tercer año de la carrera y quiere terminarla, pero afirma que su sueño es el fútbol.

Desde Buenos Aires, su mamá, ama de casa, le envía mensajes a diario. Daiana comenta que viven al día y que ella siempre le dice: “Hay que empezar a comprarnos algo, porque usamos la plata sólo para comer”. Su papá, que no le escribe mucho, la contactó en estos días, orgulloso. En la fábrica de ladrillos donde trabaja desde 5 hasta las 17, haciendo horas extras, cuenta a sus compañeros que su hija está disputando la Copa América como parte de la selección.

–¿No te compraste nada con tu salario de futbolista?

–No, me cuesta mucho. Siempre estoy viendo qué les compro a mis hermanitas y mi mamá.

–¿Y una pelota?

–Mirá: cuando cumplí los 20 mi mamá me regaló mi primera pelota. Ella empezó a abrir un poco la cabeza ahora; le costó un poco. Aceptaba, pero le costaba por los comentarios. Pero algún día iba a llegar: me regaló la pelota. Nosotros somos felices así. Y yo soy feliz estando acá, en la Copa. Así que hay que disfrutar.

Por Ayelén Pujol para La Nación

Foto portada: Fernando Vergara – AP

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