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Don Philips y Bruno Pereyra, la Amazonia y la FIFA: casi lo mismo

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Leonardo Gasseuy

Amarildo Da Costa Oliveira se vio acorralado. Estaba perdido. Las patrullas de la policía Federal Brasileña lo habían atrapado. Cuando lo detuvieron negó todos los cargos. Eran irrefutables. En los interrogatorios (su familia dice que fue torturado) comenzó a dar luz, no solo en este caso si no también acerca de los terribles secretos de la amazonia. Amarildo, le dicen el Pelado, es un pescador furtivo, un mafioso de poca monta en el Valle de Javari. Cuando las pericias determinaron, que la sustancia orgánica que encontraron en la cubierta de su bote era sangre humana supo que su raid había terminado. Confeso que mató al periodista británico Don Phillips y el indigenista Bruno Pereira.

Phillips, de 57 años, y Pereira, de 41, regresaban en lancha a Atalaia do Norte después de una expedición cuando fueron asesinados el 5 de junio. Los mataron a balazos, los descuartizaron y enterraron tres kilómetros selva adentro. La principal pista es la lucha de Bruno Pereira contra la pesca predatoria del pirarucu y de otras especies protegidas. Phillips, un periodista británico muy respetado que había vivido en Sao Paulo y Río de Janeiro, llevó los temas medioambientales y la Amazonia a las páginas del The Washington Post, The New York Times y, principalmente, The Guardian. Murieron en su ley, en medio de un infierno de mosquitos, humedad y corrupción.

Don Phillps y Pereira encontraron la muerte en el Amazonia.

Metieron el dedo en la llaga. Habían recibido amenazas, se inmolaron. La verdad y los entretelones del mundo de la amazonia, van a ser más conocidos con las “frugales” declaraciones del confeso asesino. Junto al pelado está detenido su hermano Oseney Da Silva. Los dos serán informantes de la justicia brasileña.  Otro caso donde las mafias se desarticulan, o al menos eso se espera, no por las pericias investigativas, sino por los soplones y arrepentidos. El sociograma de nuestro mundo nos regala similitudes en un abanico amplio.

Chuck Blazer era gordo y barbudo, cara de bonachón y pinta de Papa Noel (no era lo uno ni lo otro). Fue durante 22 años la imagen del fútbol estadounidense y de la CONCACAF. Ese año fue acusado de apropiarse de 21 millones de dólares de su Confederación. Acabó expulsado de todo. A partir de ese momento, el FBI rastreó sus pasos, hasta acorralarlo. Blazer se declaró culpable de soborno. Para salvar su pellejo, se convirtió en soplón ante la Fiscalía. Fue una piedra basal para las detenciones del  Baur aur Lac de Zúrich mientras los funcionarios de la FIFA dormían  y muchos saldrían esposados.

Blazer, el informante, utilizó durante años una tarjeta de crédito de la CONCACAF con cupo de hasta 29 millones de dólares para gastos y pagaba un alquiler de 6.000 dólares mensuales por un departamento exclusivo para sus gatos. Antes de morir de cáncer en 2017 dijo que ahora su arrepentimiento era moral. La historia del crimen tiene corrupción, sangre y soplones en proporciones similares. En la Amazonia y en la FIFA.

Chuck Blazer se encargó de destapar los hechos de corrupción de la FIFA.

Los Amarildos Da Silva, los Blazer y tantos criminales más, con sus datos permiten al menos percibir una difusa superficie de un mundo de corrupción, sobornos y muertes. Quienes se sinceran son fétidos personajes en busca de protección, similares a los personajes de la novela de Martínez de Pisón, El día de mañana (Seix Barral), cuando Justo Gil recrea los últimos coletazos de la represión franquista. Gil abandona la causa que tenía como bandera y termina delatando a sus compañeros a cambio de impunidad. Hay muchísimos más ejemplos en la vida real que en la novela.

A Don Phillips y a Bruno Pereyra los mató una mafia organizada. Molestaban con su presencia en una región hostil, enteramente copada por las madereras ilegales, los pescadores furtivos, los narcotraficantes y los buscadores de oro. La ciudad base del delito es Atalaia do Norte, cercana a la frontera de Perú y Ecuador. Quien no trabaja en la Alcaldía local es empleado de las mafias. La pobreza alcanza al 75 por ciento de la población.

Pereyra, empleado de la FUNAI (estaba con licencia sin goce de sueldo) tenía como objetivo enseñarles a los jóvenes lugareños a elaborar y leer mapas y programar drones y GPS para almacenar pruebas de saqueos y delitos. Manuel Chorimpa líder indígena del Valle de Javari, dijo: “Bruno era una especie de escudo para los pueblos indígenas, porque luchaba contra los invasores de nuestras tierras. Él ya predijo que esto podría pasar”.

Es notable encontrar, aun en medio de una metáfora dialéctica, tantas similitudes entre la Amazonia y la FIFA. Son ricas, inaccesibles, blindadas (a una la protege la naturaleza a la otra las corporaciones) y están literalmente sitiadas por quienes esquilman sus entrañas.  Los personajes que sobrevuelan, la naturaleza y la institución del futbol, son arcaicos, corruptos que no dudan (en ninguno de los ámbitos) en instrumentar la binaria opción que otorga la mafia: soborno o violencia.

¿Qué fundamenta la triste realidad? Lo que hacen los líderes. El gobierno de Brasil demoró lo que más pudo organizar la búsqueda de Phillips y Pereyra cuando sus familias clamaban por recursos. Bolsonaro, que tiene intenciones de desarticular el organismo que lucha para la preservación indígena, dijo que “los indios tienen reservas en exceso”. Recordó que cada año más 60.000 personas desaparecen en Brasil y aseguró no entender por qué había “tanta preocupación solo con estos dos”.

Bolsonaro e Infantino juntos. Uno conduce a Brasil y el otro a la FIFA, mientras todo pasa.

Cuando se esperaba que le enviara un mensaje a la familia de Phillips (estaba casado con una brasileña) dijo que “ese inglés era mal visto en la región, porque hacía muchos reportajes contra los mineros ilegales y sobre los temas ambientales, desagradaba a mucha gente”. En otro orden, con otro tenor y la misma execrable actitud, Infantino dice que “las obras del Mundial de Qatar dieron dignidad y orgullo a los trabajadores y por otra parte debo decir que la FIFA no es la policía del mundo, ni tampoco la responsable de todo lo que sucede”. Se dice que 6.500 personas perdieron la vida en Doha y denuncian las indignas condiciones en que viven los inmigrantes de India, Pakistán, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka, quienes con su cuerpo han permitido que el glamoroso circo arme su carpa.

El mundo cambia poco, por más adelantos que nos invadan. El estado social de derecho es pisoteado ante tantos mafiosos, mecenas y conversos. Por los muertos recientes en su lucha y la visión de un futuro oscuro (pintado por la triste nostalgia de lo vivido) estamos arropados con los sórdidos harapos del pesimismo. Con tristeza deberemos adherir al genial Eduardo Galeano, que ante tan incierto panorama decía que próximamente “en la escuela serán obligatorias las clases de impotencia, amnesia y resignación”.

Por Leonardo Gasseuy

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