Fútbol

El “flaco enchufe”, mucho más que una leyenda viviente del fútbol infantil de Río Cuarto

Jorge Osvaldo Di Santo Cocco formó a generaciones enteras de pibes en diversos clubes desde la década del ‘60 hasta fines del siglo XX. Desde Al Toque Deportes les proponemos un recorrido por la historia de quien, además, le hizo besar la lona a Carlos Monzón y derrotó a un ex campeón mundial de ajedrez.

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-Hola “flaco”, ¿te acordás de mí?

-Claro, Leonardo “Limón” Cabrera. Clase 77, volante zurdo de buen pie de la Real Academia del Sagrado Corazón. Vos estabas con algunos ´78: “la bruja” Escobar, “el diablito” Urreta, Ale Domínguez, “el oso” Laporte…con ese equipo salimos campeones en un relámpago en Sampacho. Teníamos un cuadraso.

El encuentro circunstancial se dio en una esquina, a dos cuadras de la Plaza Central de Río Cuarto que aún conserva nombre de genocida. El lugar pudo ser cualquier punto de la ciudad y el interlocutor también. Aunque las descripciones del “flaco” son inalterables en su estructura: nombre, apellido, apodo, año en el que nació, posición que ocupó en el campo de juego, algún rasgo distintivo de su juego e integrantes del equipo de pertenencia.

El “flaco” es Jorge Osvaldo Di Santo Cocco, aunque pasará a la inmortalidad como “flaco enchufe”. Un polifacético personaje de Río Cuarto que formó a varias generaciones de niños y jóvenes en distintos clubes de fútbol. “Más que un director técnico yo fui un aglutinador de chicos para que sean felices jugando al fútbol, sin distinción de edad y clases social”, se define con la voz entrecortada por la emoción que le infunde el recuerdo de un pibe sonriente dentro de una cancha. Quizá esa felicidad de un pibe con su pelota es la misma que experimentó cuando se adjudicó el mote de “enchufe”. Fue una tarde de gloria, en los albores de la década del ‘60, en el “baby fútbol” del Sagrado Corazón. El Globito, equipo dirigido por don Rosarino Ortiz, perdía 4 a 1 y lo revirtió con cinco goles de ‘jorgito’. Desde la tribuna lateral, tronó la admiración de un simpatizante entrado en años: “¡¡¡fua!!!… como la enchufa de todos lados ese flaco”. Pese a su resistencia inicial al apodo, “enchufe” pasó a ser un trazo identitario desde ese momento.

Las fotos que perpetúan su faceta de entrenador en sus redes sociales lo encuentran casi siempre en la misma posición: erguido detrás de la típica formación futbolera, con pantalones tiro alto, camisa prendida casi hasta el cuello, barba frondosa, gorra ladeada y algunas mechas castaño oscuro desparpajadas que asomaban detrás de sus orejas. Es una postal repetida en su cuenta de Facebook, en un cuadro colgado en el comedor de su casa y en su memoria. Ese lugar intangible en el que atesora con lujo de detalles los momentos que despiertan una mueca de sonrisa al evocarlos. “Aglutinó” niños y jóvenes desde 1964 a 1990. Es parte de un legado que, reconoce, le dejó Rosarino Ortiz, un jornalero del barrio Sagrado Corazón, y que potenciaron, en su trayecto por diversos clubes de Río Cuarto y región, Carlos Burzani, Olivo, Delio Remedi, la “princesa” Agüero, el “tierno” Romero, Anacleto Peano, Enrique Pérez, Alejandro Marcial, el “gordo” Ferrarese, Jorge Fretes, el “pampa” Rosané, entre otros.

En aquellos tiempos, la coordinación de la práctica formativa en fútbol infantil no era una tarea que podía desarrollarse de manera tangencial. Implicaba un compromiso e involucramiento de tiempo completo. Excedía largamente a las instrucciones de cómo pegarle a la pelota con derecha y con zurda, cómo cabecear, hacer escapadita a la marca o a instalar los valores de respeto, competitividad, ética deportiva durante la hora y media del encuentro en una canchita de barrio. Implicaba también diagramar logísticas para apuntalar realidades sociales de pibes y sus familias. Era habitual ver a los “profes” en sus bicicletas o modestos autos deambular por la ciudad para recolectar donaciones de leche, cacao, facturas, algún anafe y garrafa de gas para brindar la merienda y mitigar las tardes de intenso frío y nutrir las pancitas de algunos niños.

“Lo primero que se me viene a la cabeza a la hora de hablar del ´flaco´ es admiración, respeto y agradecimiento. Porque nos marcó a temprana edad no sólo como futbolista, sino como persona. Nos enseñó valores que quedan para toda la vida”, lo define David, uno de los “melli” Olisesky, integrantes de planteles de Atenas y Estudiantes dirigidos por el “enchufe”.

La tarea cotidiana de formación incluía también la gestión/organización de torneos relámpagos de fines de semana para que los pibes puedan lucirse en una competencia sana con uniformes identificatorios y llevarse al fin del día un trofeo por la participación, independientemente del resultado que marque la chapa.

“Mi dedicación al fútbol se llevó hasta mi matrimonio”, admite Jorge Di Santo, separado, padre de Bruno, Gabriel y Lucio.

Nació durante la primera presidencia de Perón, un 9 de julio de 1948, mismo año en que el General y Evita visitaron la ciudad. Su llegada al mundo coincidió también con la fecha de fundación de Sportivo y Biblioteca Atenas. “Cómo no voy a ser ‘albo’ si nacimos el mismo día”, anuncia en su FrontPage de Facebook, el mediodía en que compartió un almuerzo conmemorativo en la sede del club. En esa red social expone algunas de sus pasiones. Desempolva viejas formaciones de los tiempos de entrenador, posa junto a sus hijos, reiteradamente se muestra junto al mar, luce con su traje de baño a la vera de alguna pileta de hotel, aparece sentado en una mesa de café junto a amigos o invita a los debates sobre temáticas que no prescriben: “los argentinos tratemos de conciliarnos., que la naturaleza se comporte en tanto la Humanidad deje de herirla, con talas indiscriminadas… etc, etc, etc… (sic)”.

«Flaco enchufe» junto al «Indio» Felippa en la reciente inauguración de la sede de Atenas (Foto: Prensa Atenas).

Creció en la casa paterna de calle Kowalk al 377 y la de sus abuelos, en Lamadrid al 1300, en un barrio del macrocentro riocuartense signado por la presencia de “los Di Santos”: don Roque, dueño de un kiosco y los hermanos propietarios de Transporte El Quebrachito.

Cursó gran parte de sus estudios en el Colegio San Buenaventura y finalizó el secundario en Colegio Normal. De alma aventurera, acrecentó su vivencia plena de la libertad en viajes de mochilero. Incursionó también en experiencias laborales diversas para ganarse el pan de cada día. De hacer changas, llevar estadísticas en los diarios Puntal y El Pueblo, oficiar de reportero de partidos de fútbol de la divisional B en Pregón y La Calle, a incursionar en la venta de pescados en Los Dos Abruzzese (por el origen italiano). Se trató de un emprendimiento familiar que Di Santo inició con dos kilos de merluza obsequiados por un tío de Mar del Plata y creció al punto de contar cámara frigorífica y dos camiones con reparto zonal.  Jorgito -en aquel tiempo- atendía el negocio por la mañana y de tarde cursaba el nivel secundario de la educación.

Los trabajadores del diario Puntal en sus inicios en la década del ’80

Encontró la estabilidad laboral en el Palacio de Tribunales. Su trabajo nunca fue impedimento para desarrollar su misión con el fútbol y los niños. “El ´enchufe´ fue el responsable de que yo me hiciera de Atenas”, recuerda Enrique Novo, abogado del foro local, y amplía: “Mi papá trabajaba en Tribunales y un día el ‘flaco’ le preguntó si yo no quería formar parte de las ´cebollitas´ de Atenas. Mi viejo era de Estudiantes, pero me llevó a jugar a las canchitas que estaban en donde ahora está la estación de servicio, detrás del estadio.  Y allí empezó a gestarse mi amor por Atenas, gracias al ´flaco´ incluso seguí en el fútbol y llegué a debutar en la primera”.

Vivía los encuentros con una intensidad que se evidenciaba en su ´ir y venir´ constante al costado de la cancha. No deseaba tener a los mejores, procuraba que aprendan el juego desde la pureza lúdica, con una sonrisa. Propalaba arengas, instrucciones y motivación: “Ivancito: si haces el penal y salimos campeones… te juro que te llevas el trofeo a tu casa”. Así le dijo alguna vez en una definición de un relámpago a Iván Rozzi, uno de sus tantos dirigidos. “Ivancito” es hoy dirigente de Asociación Atlética Estudiantes y actual Secretario de Trabajo y Empleo de la Municipalidad de Río Cuarto. Asegura que “te animaba siempre, te hacía disfrutar del fútbol. Tengo un grato y lindo recuerdo de él”.

En los traspiés afloraban los resortes de contención del “flaco” para morigerar la pesadumbre de la derrota. Encendidas palabras de aliento, promesa de relámpago con viaje y merienda de chocolate y facturas. El axioma que marcaba el pulso de sus acciones era: “la victoria es una posibilidad… pero también lo son el empate y la derrota”. El futbol, en tanto juego, otorga posibilidades y revanchas, lo mismo que los juegos de azar y de mesa (los dados) que atraviesan su cotidianeidad. 

Verborrágico, hilvana las historias con la misma cadencia con la cual camina la ciudad en busca de la jugada del día porque “el que no arriesga, no gana”. Como todo entusiasta de la quiniela, los números ya no son signos gráficos que expresan una cantidad con relación a la unidad de cómputo sino significados de cosas: “Salió la cárcel (44) a la cabeza en la vespertina de Santiago. Y viene atrasado el cazador (65) en la matutina de Córdoba”. Hacer una apuesta es más que someterse al designio de los dioses del azar. Para el popular “enchufe” es recorrer y disfrutar del camino, al son de los saludos cual estrella de rock. Es contemplar el trayecto, las historias que emergen del contexto -invisibles para muchos- y confluir en un espacio para filosofar con el quinielero y apostantes de turno. La recurrencia de esas prácticas y sus interacciones quedan plasmadas luego en otra pasión que lo encuentra diariamente al frente de su Olivetti: escribir. Esa pasión fue heredada de su papá y mamá, lectores asiduos; y de la narración de los cuentos en dialecto italiano de su abuela Antonieta Tetti de Di Santo. Y se consolidó por la influencia de Roberto Lucero Moriconi, padrino de su hijo Gabriel, quien le permitió comprender cabalmente que “la solución a todo está en la lectura y la escritura”.

“No soy un escritor, soy un escriba”, aclara. Testimonia el paso del tiempo y la conexión con su vida. Una serie de poesías dedicadas a una musa inspiradora anónima fueron premiadas en Caracas, Venezuela, y Aguas Calientes, México. Esperan por ser publicados unos borradores sobre el fútbol infantil en Río Cuarto, y algunos cuentos. Incluso está inconclusa una novela ficcional-histórica que lo tiene como protagonista.

Otros de sus escritos, guardados bajo siete llaves, versan sobre el paso del tiempo, la añoranza del recuerdo de su infancia feliz en el barrio de la iglesia Sagrado Corazón, un lugar geográfico de Río Cuarto que enlaza el barrio Alberdi y el Fénix con el microcentro. Allí pululan las memorias de las tardes interminables de autitos y figuritas en la esquina de Humberto Primo y Lamadrid -otrora sede del corralón Regolini-Dalvit- con los hermanos Gianotti, los Gentile, los Fernández, los Bombilliani, Ricardo Casas, “la vaca” Barzola, “el negro” Olla….

Otra musa que inspira esa pluma es la inmensidad del mar. El Mar del Plata contempló su caminar por sus orillas durante más de quince años, tiempo en que vivió junto a su hermana en la ciudad balnearia que visita con asiduidad. “Me emociona hablar del mar (se entrecorta su voz) porque me lleva al recuerdo de mi hermana fallecida hace algo más de un año. Yo soy un hincha del mar. Me encanta. Me encanta la ciudad, para mi es la mejor ciudad del mundo, su gente, sus lugares, el mar”, acentúa Di Santo Cocco. Añora el sonido de las olas, el fulgurar de las mañanas a la vera del Atlántico, la caricia de la brisa marina que despeina el jopo tirado hacia el parietal derecho y el café en el bar La Fonte D´Oro rodeado de amistades.

El “flaco enchufe” camina y piensa. Ya no por las costas de un mar bullicioso sino por las calles de la “pujante” Río Cuarto, donde extraña el abrazo fraterno de los que ya no están o los que, por la pandemia, están recluidos para no exponerse ni expandir el virus. “A mí el virus me vino a visitar, me golpeó la puerta y cuando lo fui a atender, pidió retiro voluntario”, bromea.

El ejercicio de pensar y desentrañar situaciones complejas lo acercó al ajedrez. Aunque es parte de otra pasión, compartida con su amigo Carlos Vidal, que lo llevó a jugar y participar activamente en el Círculo de Río Cuarto, Jockey Club y la Universidad Nacional de Río Cuarto.  El deporte-juego-ciencia le otorgó un título honorífico: ganarle al gran maestro argentino y ex campeón mundial juvenil, Pablo Adrián Zarnicki. Fue en una partida simultánea organizada por el maestro riocuartense, múltiple campeón, Leandro Tobares, en 1993. Zarnicky se enfrentó a 30 jugadores en el salón Blanco de la Municipalidad de Río Cuarto. Ganó 29 y sucumbió ante el oportunismo y reflejo del “enchufe”, admirador del estadounidense Fischer y los rusos Petrosián y Kaspárov.

“Di Santo era un jugador de tercera categoría. Aprovechó un serio error de Zarnicky y fue el único que pudo vencerlo ese día”, recuerda Tobares, docente de la Universidad Nacional de Río Cuarto, referente nacional del deporte, testigo de aquél logro.

Lejos del sedentarismo físico y el activismo intelectual que supone el ajedrez, en su juventud Jorge Di Santo Cocco incursionó en el mundo del boxeo. No en la práctica profesional ni con aspiraciones, aunque sí con constancia en el desarrollo del exigente entrenamiento de los púgiles. Lo hacía en el gimnasio de calle Cabrera de Williams, entrenador de boxeadores amateurs y profesionales. Allí solía realizar las rutinas a la salida de las clases de educación física. Y un día, a ese lugar llegó Carlos Monzón, cuando el santafesino era campeón argentino, a mediados de los ´60. En la antesala de una pelea preparatoria, hizo noche en Río Cuarto y fue a mover el cuerpo. En el cuadrilátero, “escopeta” Monzón propuso solamente defender con cambios de guardia y convidó a algún osado asistente a “tirarle unos guantes”. Se topó con “el enchufe” Di Santo y, según cuenta la leyenda, una mano bien puesta del crédito riocuartense al mentón del pupilo de Amílcar Brusa lo hizo trastabillar y besar la lona.

Caminaba el ring como lo hace por el centro de la ciudad de Río Cuarto. Con la mirada al frente pero pendiente del entorno, con visión panorámica.

Transitaba por calle Lamadrid a la altura del cuartel de bomberos e interrumpe el paso para charlar con alguno de los tantísimos conocidos que ralentizan su encuentro con la jugada del día en la quiniela: el 77, 45, 47, 11 y el 52, a la cabeza. La conversación lo lleva a renegar por el retraso educativo-cultural que advierte a nivel global y del triunfo de lo efímero por sobre aquello que es perenne, como la asimilación del conocimiento, el arte, la música, un buen libro. “Además de ser carismático y charlatán, con él se puede hablar de todos los temas, tiene una sapiencia impresionante”, destaca Juan Nehuen Puebla Cocco, sobrino del “flaco enchufe”.

-Si tuviera que hacer una introspección, ¿se animaría a definirse?

-No!!! (enfatiza Di Santo). No creo en las definiciones, yo creo en las determinaciones. Porque creo que el concepto de definición nos lleva a lo absoluto y vivimos en un mundo relativo.
Pese a esa respuesta esboza algunos rasgos que lo identifican: “Soy un caminador de la ciudad, una persona de barrio”.

A su hijo Lucio se le dificulta definirlo como padre: “tenemos una relación más de amistad, que de padre-hijo”. Con su hijo “violero”, que incursionó en bandas de jazz, rock e incluso de cuarteto (en Tru-la-la de 2005 a 2007), comparte furibundos duelos de los dados, debates sobre música y cine, intercambios sobre fútbol, charlas sobre los comportamientos humanos o simplemente socializan aquellos sentimientos que el “enchufe” transforma en poesía o novela. “Agradezco tener vivo a mi viejo y compartir estas charlas. A veces estás hablando con él y noto que está en otro lado, no lo hace de malo. Él piensa, todo el tiempo, y luego escribe. Tiene un vocabulario muy amplio, lee mucho. Cuando era chico, el silencio de la noche se interrumpía con el ruido del teclado de su máquina de escribir. Le apasiona, le hace bien”, evoca y agrega: “tiene buen gusto, admira mucho The Beatles, el jazz, merengue… es muy amplio”. En tiempos de la irrupción de las grabadoras de CD, se transformó en compilador musical. A la hora de buen gesto, el “enchufe” no regalaba ni flores, ni cajas de bombones. Obsequiaba CD con música especialmente seleccionada por él con dedicatoria especial: “del flaco enchufe para…”, rezaban los tributos.

Su espíritu curioso e inquieto lo llevó a ser el fotógrafo de Tru-la-la por un día. Fue en el patio del Hotel Costa Galana, en Mar del Plata. Allí se grababan los famosos almuerzos de Mirta Legrand. En una mesa dominguera compuesta entre otras figuras, por Ileana Calabró y Enrique Pinti, la banda furor del cuarteto cordobés en 2006 fue invitada para amenizar la tertulia. Como en muchos de los veranos de su existencia, Di Santo Cocco deambulaba por “mardel” con su inseparable cámara fotográfica captando lugares y momentos para inmortalizar. Y acudió al llamado de su hijo Lucio, guitarrista de la banda de Manolo Cánovas, para que se acercara al lugar de presentación. Al llegar al portón de acceso donde tocaba la orquesta, ante el encargado de seguridad, Di Santo se presentó como el “fotógrafo de Trula”, mostró su cámara y accedió a la terraza con vista a la playa Grande. Compartió un momento atesorable de su hijo junto al emblemático manager de Trula, Carlos Lacamoire.

La vida de Jorge Di Santo Cocco es como un jardín exuberante. Aproximarse a ella es dirigirse hacia un territorio fértil donde crecen historias y anécdotas como un manantial. Buena parte de esas historias que hoy acopia con cariño se sitúan en la canchita de la Iglesia Sagrado Corazón, en la parte trasera del patio de los curas Macció y Miguel. Pese a los esfuerzos del “gringo Margaría”, el rectángulo de juego no seducía demasiado. Se presentaba superpoblado de tierra suelta con pedregullo en la parte más transitada y algunas matas raleadas en la zona de los “wines”. Apenas se alcanzaban a distinguir las -no tan rectas- líneas de cal demarcatorias. Pero esa canchita ostentaba los arcos más lindos del mundo, con travesaños de madera rectangular y redes de alambrado de cercos perimetrales. Similares en su forma a los de la antigua “doble visera” de Independiente de Avellaneda. Los futboleros más añejos recuerdan los torneos nocturnos de “papi fútbol” del Sagrado Corazón, con equipos conformados por grandes exponentes la ciudad y la región. Y los más contemporáneos conservan la mística de la Real Academia del “flaco enchufe”, uno de los pocos hinchas fanáticos del Club Atlético Atlanta por estos lados.

A tranco largo pero cansino, Jorge Di Santo Cocco irrevocablemente va hacia su destino: la nostalgia. El patio trasero de los curas de la Iglesia Sagrado Corazón de Jesús ya no es la canchita de fútbol de donde surgió el apelativo “enchufe”, sino un complejo de pádel. Ya no hay arroyito por cruzar ni El Talar para recordar algún agónico gol sobre la hora. Detrás del estadio 9 de Julio ya no están las canchitas donde aglutinó a muchas generaciones pibes para que sean felices con la pelota como excusa. Hoy, cuanto mucho, pasará por un café en el bar de la estación de servicios. En esas mesas de café hay sillas vacías con discusiones apasionadas aún no saldadas.

El “flaco enchufe” camina por la ciudad y piensa la constitución de su ser desde la trama de momentos indelebles. En esa atmosfera irrespirable por la abrumadora melancolía escucha el enésimo saludo de la mañana:

-Hola “enchufe”, como va, tanto tiempo… ¿Te acordás de mí?

-Claro, David, uno de los mellizos Oliseski. Volante central con despliegue, criterio y buena pegada. Era la ´73 de Atenas, ahí jugaba también tu hermano Cristian, Passalacqua, Puñet, el “quique” Bustos; el arquero era el “chino” Swin, Raúl Molina…Y a ustedes también los tuve en Estudiantes. Ahí jugábamos los sábados por la liga y los domingos relámpagos. Estaban vos y Cristian, Ale Rucci, Raúl Borgarello, Sergio Magallanes, el hermano del “palo”, arriba jugaban Cassan y Casina.

Las remembranzas se disipan en la soleada e indulgente mañana invernal. Termina la charla. Cada uno sigue su rumbo. El “flaco enchufe” camina con la mirada apoyada en un punto cualquiera del horizonte. Y bosqueja, en su mente, el final de esa novela que protagoniza y aún tiene final abierto.

Por Franco Evaristi
Fotos: Facebook personal de Jorge Osvaldo Di Santo Cocco y Prensa de Atenas.
Gráfico de portada: Al Toque
Redacción Al Toque

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