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El fútbol y sus prohibiciones… y todas las niñas que quedan en el medio

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Ayelén Pujol

Periodista.

Es el verano de 2019 y a Betty García, una de las Pioneras que integró la Selección argentina que le ganó 4 a 1 a Inglaterra en el Mundial de 1971 y que estuvo medio siglo en el olvido, una nena de la escuelita de fútbol Las Fulbitas le hace una pregunta, rodeada de sus compañeras y de algunas madres y padres que presenciaban la charla:

-¿Por qué antes los varones se creían lo máximo?

El interrogante generó algunas risas entre las y los adultos que estaban ahí. A Betty le dio ternura y el empuje para una respuesta firme: “Porque pensaban que ellos solos podían jugar al fútbol y les demostramos que no, que el fútbol no tiene género”, le dijo, mirándola a los ojos.

Pasaron tres años de aquella escena y hace unas semanas nomás una nueva historia vinculada al fútbol y sus prohibiciones hace pensar que la frase que aquella nena le pronunció a Betty en tiempo pasado (“¿Por qué los varones -antes- se creían lo máximo?”) no es algo que haya quedado atrás. Paula Bolaño tiene 10 años, juega en Cañuelas con varones y su categoría fue sancionada con la quita de puntos por haberla incluído en el torneo organizado por la Liga de Buenos Aires.

La Liga no le quitó los puntos de todos los partidos al equipo, sino de los que Paula había participado. Argumentaron que el campeonato era para varones. El de Paula no es el primer nombre propio que surge y que genera el pedido de “dejen jugar a”. Empieza a repetirse en distintos lugares del país, en historias como las de Martina, la de Emma, la de Juana y la de tantas otras que no conocemos y permite marcar una distinción histórica.

La discriminación hacia las mujeres que jugaron al fútbol existió desde el inicio mismo del juego. Desde las frases “machona, varonera o tortillera” que recibieron las Pioneras, pasando por el fantasma creado sobre el peligro que el juego podía crear en los cuerpos de las mujeres (algunos médicos señalaron al peligro de dañar el útero o de padecer depresión a principios de 1900) hasta las prohibiciones directas sobre la práctica, como ocurrió en Brasil, Inglaterra o Alemania. Sin embargo, en este Siglo XXI en el que se conquistaron derechos fundamentales (la profesionalización, por poner tan solo un ejemplo), ahora esas resistencias parecen haberse trasladado a las infancias.

“Fijate que es una discriminación que no parte de los propios niños y niñas, incluso hay familias que apoyan. Se da a partir de posiciones de las dirigencias conservadoras”, me apunta Nadia Fink, periodista y escritora argentina, profesora de nivel inicial, autora de la Colección Antiprincesas y Antihéroes de la Editorial Chirimbote. Y el repaso por cada una de las historias le da la razón.

“Yo creo que le tienen miedo al desarrollo de las niñas. Lo que no pueden concebir desde una mirada biologicista es que las niñas hagan lo mismo que los niños. Creo también que los dirigentes ven el deporte con proyección profesionalizada y no como un juego, que en definitiva es lo que es”, agrega.

Lo cierto es que los reglamentos del fútbol fueron escritos en tiempos del origen del juego. ¿Las mujeres ya jugaban? Sí, pero socialmente la práctica no era aceptada y recién en 1991 en Argentina la AFA organizó un campeonato, que se puede tomar como un inicio de oficialización de la disciplina. Hubo modificaciones en las reglas de juego, pero no en la perspectiva: fueron redactados por varones que pensaron un juego para varones.

Por eso en esos reglamentos muchas veces aparece un “vacío legal”: no se habla de prohibición para la práctica de las mujeres, pero tampoco de “permiso”. En ese hueco se paran los dirigentes de las Ligas. En la omisión como fundamento para decirles a las niñas: “No podés jugar porque sos nena”.

Alejandra Haas es jugadora de fútbol en Santa Fe, en el Club Náutico El Quillá y además es profesora en la escuelita de fútbol femenino del Club Las Flores II. Desde allí opina que las nuevas resistencias machistas a la disciplina provienen de adultos que “violentan infancias con estas determinaciones”. En este sentido, amplía: “Antes, incluso en mi propia historia, esos dirigentes sabían que en algún momento, por ahí a los 12 o 13 años, si jugabas con varones ibas a terminar dejando. Ahora que nos visibilizamos y rompimos muchas barreras, estamos en una posición en la que es muy difícil corrernos. Por eso no se jode tanto con las adultas. Y las nenas que hoy tienen referentas, algo que nosotras no tuvimos, empiezan a copar los clubes y no van a jugar porque sí: quieren competir porque saben que el sueño de ser jugadora de fútbol es posible”.

¿Las nuevas resistencias entonces tienen la intención -directa o indirecta- de resguardar al fútbol como un espacio de y para varones? Para Haas, sí. “La sociedad es adultocentrista y las infancias aparecen como el eslabón más débil. Fijate que no interesa lo que digan las nenas ni sus compañeritos. La decisión es de adultos, dirigentes que no se detienen a pensar en los derechos de les niñes”.

Por cierto, el derecho al juego está contemplado en la Convención sobre los Derechos del Niño, un tratado internacional adoptado por la Asamblea General de Naciones Unidas en 1989, hace ya 33 años. Y sin embargo, estas semanas escuchamos a Gabriela Desanto, la mamá de Paula Bolaño, hablar del peligro de la quita de puntos como sanción por la estigmatización que puede recaer sobre su hija -responsable, según la determinación dirigencial de la situación de su equipo en el torneo- y del daño psicológico que podría generar esta penalidad. Una forma de disciplinamiento, también, en otras palabras.

Patricia Rexach, profesora de educación física e investigadora del colectivo Genera, aporta que estas nuevas formas de resistencia sobre la práctica del fútbol femenino no tienen nada de bueno. “En la formación docente hay mucho conservadurismo en la enseñanza del deporte y eso después se replica en las prácticas que acontecen en escuelas, barrios y clubes”, dice. Y agrega que la puesta en práctica de la aplicación de la ESI y de la Ley Micaela en estos espacios pueden generar transformaciones. “Al decirle a una nena que no puede jugar se trunca todo lo propio del movimiento corporal: mejorar la disponibilidad, jugar, participar. Eso no tiene nada de positivo”, explica.

Mientras tanto, el club Cañuelas respondió con el apoyo a Paula Bolaño: en la fecha siguiente, mantuvo a la jugadora e incorporó a otra niña, Agostina Agüero, a su plantel. La categoría salió a la cancha con una bandera: “Todos con vos, Paula”.

¿No será que llegó el momento de reescribir esos reglamentos que ya tienen las páginas amarillas?

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