Media Distancia
El reino de oro agrietado y sus castillos de arena
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Giorgia Meloni saludó con el rostro descubierto. Con su rubio cabello desatado al viento y con contacto físico de manos. Sin contracturas, sin ningún resquemor. Una nimiedad marca el contexto. Muy occidental en la rígida Arabia Saudita. Un gesto banal, cuasi estúpido por lo que representa, pero indicativo. Mohammed Ben Salman, el príncipe saudí, le prodigó una símil sonrisa, tan vacía, como el humanismo de su alma.
La primera ministra italiano viajó a Arabia Saudita acompañada de empresarios y firmó convenios de reciprocidad por más de 10.000 millones de dólares. Más allá de las sonrisas incomodas y las fotos de rigor, al igual que todos los que firman en Arabia, la italiana cumplió la inexorable dicotomía binaria: se garantizó fondos sucios para gestionar y siguió vendiendo su alma al diablo.
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El árabe, con aire impostado, sigue sonriendo. Es usurpador de un trono oscuro, apuesta al tiempo y se recuesta en su paciencia. Como todo sádico, sabe que tarde o temprano, casi todos, vendrán a sus arenas y se arrodillarán a sus pies. También hace su juego. Quiere convalidar su lugar con respecto a Palestina, Siria y Líbano buscando desplazar a Irán en la estrategia regional.
Más allá de lo formal, lo que pocos perciben es que el reino genocida, tan rebosante de salud hacia afuera, se resquebraja en su interior. Todo el oro dérmico que encandila al mundo, es solo la fachada de resecas capas internas que se caen y van a morir ineludiblemente con su pérfida historia.
¿Qué queremos decir? ¿Qué Arabia Saudita entrará en default o dejará de cumplir sus obligaciones internacionales? No, o al menos por ahora, pero la realidad natural es que no tienen tanto dólares como arena, como muchos creen y ellos hacen creer. Sus problemas son muchos más graves. Su estructura está fracturada. Como siempre y más en Medio Oriente, la capacidad de sorpresa es lo contrario a la naturalización y lógicamente lo natural es invisible a la duda.
Hace un tiempo Meloni pedía condena internacional a MBS por la muerte del periodista Jamal Kashoggi. Ahora el mercado los une. “Hemos firmado inversiones y habado de política global” dijo Marco Tronchetti Provera, magnate de los neumaticos que firmó contratos de inversión por 900 millones de euros. Tronchetti, es accionista del Inter de Milán y esposo de Cecilia Pirelli, hija de Alberto otrora ministro plenipotenciario de Mussolini. Todos juntos en esta nueva Arabia Saudita global que se desintegra internamente, un lugar en donde habitan todos los tiempos, pero parecería que el tiempo de lo humano no existe.
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¿Pero como un régimen incapaz de dar respuestas internas a sus problemas sea el faro de tantos? Mucho hemos escrito acerca del programa Visión Saudí 2030. El plan de modernización de MBS para modernizar el país y sacarlo de la petróleo-dependencia. Un nuevo y estruendoso fracaso, al igual que el Plan de Transformación Nacional que caduco en 2020 sin pena ni gloria.
Al margen de la mentirosa fachada y la complicidad de los interesados, Arabia Saudita vive momentos económicos complicados. El mercado energético global ha cambiado drásticamente en los últimos años y los árabes ya no ostentan el control absoluto que alguna vez tuvieron. El regreso de su amigo Trump que prometió una mayor explotación de recursos petroleros en territorios americanos y sus amenazas con aranceles a Europa si no aumenta sus compras de crudo y gas estadounidense, genera pánico en las finanzas saudíes.
Con mucha lucidez hace mucho tiempo, Erich From nos decía que la economía, como esencia de la vida es una enfermedad mortal, porque tanta dependencia infinita no armoniza con un mundo finito. El sistema educativo saudí es de los peores del mundo. Las burdas limitaciones morales, el estudio del Corán y el árabe clásico hace que los niños no tengan chances de competir con sus vecinos de Kuwait, Emiratos u Omán. Hasta los más adictos al régimen mandan sus hijos a formarse al exterior. Una muestra más que elocuente que el derrumbe se percibe desde las mismas familias dominantes.
El oro y la manipulación como instrumentos (siendo laxos con los métodos árabes) no logran modificar esa tendencia que uno de cinco jóvenes saudíes se considere ateo o agnóstico, a pesar de la asfixiante imposición del wahabismo. No existen en Arabia (por eso la estructura se resquebraja) grandes laboratorios ni proyectos de investigación. Nada sostiene un país cuando se quita al ser humano de la idea colectiva. Las prohibiciones religiosas impiden explorar aspectos de la biología y la genética, donde todo queda supeditado a la fe doctrinaria que es obligatoria y cada vez menos profesada.
El régimen se desgrana porque sus estructuras de corrupción y riñas internas, se autoconsumen por ambición y desmesura. La Casa de Saud, que no puede compararse con las familias reales europeas, esta compuestas por más de 15.000 personas que son la verdadera casta. 2.000 varones manejan el país a su antojo bajo una línea de acción tan anacrónica e ineficaz que logró desestabilizar su economía.
En estos días, el Fondo Real Saudí puso en venta el 49% del aeropuerto Rey Jálid y un porcentaje aún no especificado de Aramco, la empresa estatal que explota el petróleo y el gas del país. Hasta en términos históricos y culturales optan por caminos de ridículas acciones. El Ministerio de Modernización confirmó que contrataron al compositor Hans Zimer para que modernice el himno nacional para occidentalizar su ejecución.
No se sustenta ni con la mampostería de sus obras faraónicas. Hace años que hablamos de Visión Saudí 2030. Una mentira interna que globalizaron para tapar lo inocultable. Ese proyecto tiene como nave insignia la construcción de Neom, una ciudad en altura. ‘The Line’ de 170 kilómetros de largo y solo 200 metros de ancho situada entre altos muros de espejo. Un delirio tan grande como su fracaso.
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Neom, la ciudad futurista (si es que se hace) no tendrá 170 kilómetros de largo como se proyectó sino 2.4. Las autoridades restringieron el presupuesto a menos del 65 por ciento de lo originalmente previsto. Se alarmaron a poco de empezar las obras y ver como 22.000 millones de dólares se diluyeron en solo movimientos de suelo y corruptelas. En el medio de la ciudad está proyectado el Neom Stadium a 350 metros de alto y con techos de cristal, una de las joyas prometidas para el Mundial de 2034.
Obvio que la FIFA sabe que Arabia Saudita es una bomba de tiempo económica, social y estructural. Eso justifica medidas apuradas y tramposas. El 31 de octubre pasado, tras un proceso acelerado que tomó por sorpresa a sus propios miembros, la FIFA confirmó que Arabia Saudita era el único candidato para la Copa Mundial de 2034. En cuestión de horas, Infantino dio a entender en una publicación en redes sociales que su estatus de país sede era un hecho y otros gobernantes del golfo aclamaron el hecho como una “victoria árabe”, aun cuando faltaba casi un año para la votación oficial.
“¿Cómo podemos controlar que el crecimiento y los valores del juego marquen el camino y no las relaciones personales?”, cuestionó Lise Klaveness, presidenta de la federación noruega de fútbol y una detractora de la gestión de la FIFA. Klavenes, tiene la plena seguridad que la construcción de los estadios generara muertes de obreros por miles, fue una de las pocas que cuestiono a Qatar 2022 con el cuerpo y el alma.
En la mitología griega Hades era el dios del inframundo, el reino de los autómatas y de los muertos. Hijo de Crono y Rea y hermano de Zeus y Poseidón. Usurpó parte del reino y fue confinado a las oscuridades. Cualquier similitud con Ben Salman es pura coincidencia. Era tal la brutalidad de Hades que ni siquiera se atrevían a llamarlo por su nombre y optaban por decirle Plutón el dispensador de riquezas. Fue tan hábil para engañar a sus hermanos, que cuando repartieron las tierras se autoproclamó Dios subterráneo y se quedó con los minerales y metales preciosos, con los que compraba voluntades, adeptos y antojos. Hades murió devorado por Cronos, alguien de su misma familia.
El mundo camina rumbo a un mosaico social compacto y multiforme. Hacia donde los colectivos prevalezcan. Como sea, el tiempo que viene no dará lugar a reinos genocidas y despojados de humanidad, por más riqueza material que apuntale la siniestralidad de sus formas.
Arabia Saudita será salvada por los árabes, los que están dentro de sus fronteras o sus vecinos. El equilibrio social, aun en esa zona inflamada, se hará con recetas regionales. No es una premonición, no podemos aventurar eso. Es sentido común. Si se están quedando sin plata, el resto es solo cuestión de tiempo. Dependerá de su gente. Ellos lo harán a su forma, con la línea argumental insoslayable de siglos de sufrimiento y postergación. Ojalá tengan el coraje de gritar de a uno y la osadía de arriesgarse todos juntos.
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