Media Distancia
En el corazón de la historia argentina
Por Ariel Scher.
Ariel Scher
Periodista.
Jan van der Putten está en el corazón de la historia argentina.
Ni más arriba ni más abajo ni, mucho menos, en un rincón cualquiera. Eso: en el corazón.
Van der Putten, neerlandés, periodista, una de las personas a las que las Abuelas de Plaza de Mayo, acaban de distinguir en La Haya, en la sede de la Corte Penal Internacional, por su papel extraordinario para contarle al mundo lo que era la última dictadura justo en el tiempo cumbre de esa dictadura, justo en la era en la que esa dictadura mataba, mentía, arrasaba conciencias y desaparecía a 30.000.
Van der Putten es un señor que, en pleno junio de 1978, desafiando las euforias acríticas que provocaba el Mundial de fútbol de 1978, en medio del frío del invierno y, sobre todo, en medio del frío de la vida, se instaló con su micrófono en la Plaza de Mayo, se acercó a las madres que ya se habían tornado en Madres y les preguntó por qué marchaban. Les preguntó y las escuchó. Las escuchó y las divulgó.
Motor del tributo a Van der Putten, a sus colegas y a otras gentes encantadoras fue el Centro Ana Frank Argentina para América Latina, que homenajeó a las Abuelas de Plaza de Mayo en la figura de su presidenta, Estela Barnes de Carlotto, alguien a quien la existencia cruzó con tantísimas cuestiones, incluidas muchas estrellas del deporte que se sumaron a lucha de las Abuelas para encontrar a sus nietas y a sus nietos. Y, precisamente, las Abuelas reconocieron a esos cronistas que se le atrevieron al espanto y al silencio para que sonaran voces imprescindibles.
Hace dos meses, Van der Putten expuso así, ante una consulta de María Eugenia Olivia y Luciano Salgueiro, del Newsletter de Deportea, ese tramo de su trayectoria: «Fui corresponsal en Latinoamérica durante 16 años. Comencé en Chile de Salvador Allende y, cuando asumió Pinochet, huí para la Argentina donde Perón había ganado las elecciones del 73. Allí estuve desde ese año hasta unos meses después del golpe de Videla y compañía en 1976. Tuve que irme porque la situación era realmente insostenible. Mis mejores amigos fueron asesinados dos días después de que yo había salido. Nunca he sido periodista deportivo, pero en 1978 me disfracé de uno para poder regresar a la Argentina por primera vez después del Golpe del 24 de marzo de 1976. Es que estaba en listas negras y el Mundial era la ocasión para poder entrar nuevamente al país. Junto con dos amigos comenzamos a trabajar en los ‘acontecimientos marginales’, como le llamaban en Holanda. Le hice la nota a las Madres que estaban en la Plaza de Mayo, que al ver que estaba indagando se abalanzaron sobre mí y les brindé el apoyo para hablar: ‘Usted es nuestra última esperanza’, me dijeron. Fue la primera vez que escuché esto en América Latina. El Mundial era mi cobertura. Yo sabía que el régimen no podía permitirse el lujo de un escándalo. Lo que no impidió que nos amenazaran de muerte al final del torneo. Entonces avisamos al Ministerio de Relaciones Exteriores de Holanda. Desde allí se amenazó a la Argentina de retirar el equipo holandés de la final si a nosotros nos ocurría algo. Puedo imaginar que cuando Videla lo supo, dio la orden de dejar a esos locos en paz para evitar un escándalo mayor».
Disfrazarse para escapar de los crímenes de una dictadura. Narrar lo central bajo el pretexto de que es marginal para testimoniar los espantos de otra dictadura. En esa dimensión, como en tantas otras, la experiencia de Van der Putten conecta con la de otro de sus compañeros galardonados en La Haya. Se trata de Fritz Barend, quien se hizo pasar por futbolista holandés para formularle preguntas sobre los desaparecidos al genocida Jorge Videla. «Soy periodista -reproduce sus dichos la página de las Abuelas de Plaza de Mayo- y sentí la obligación de escribir qué ha pasado en Argentina. El Mundial empezaba un jueves a las cuatro y fui a la Plaza de Mayo para buscar y para hablar con las madres. Hablé con unas diez Madres que me decían ´muchas gracias por venir a hablar con nosotras´ y me pedían que escriba. En eso viene la Policía y me dicen: ´Son putas, son putas´. Con todo lo que me contaron estas señoras después hemos escrito más historias que pasaron en Argentina». Esa labor de estremecimiento que signó el paso de Barend por la Argentina se respaldó en las fotos que tomó Bert Nienhuis, célebre reportero gráfico, atento invariablemente a los reclamos sociales, quien trabajaba para la revista Vrij Nederland, y retrató las manifestaciones de las Madres de Plaza de Mayo.
Van der Putten y Barend ofrendaron un lazo que ata a aquellas denuncias con la eternidad, un lazo que supo atrapar Marta Moreira de Alconada Aramburú y le permitió a esa dama de todas las peleas, la mamá del desaparecido Domingo Alconado Moreira, lanzarle a la humanidad algo que la humanidad aún escucha y no parará de escuchar: «Nosotros sólo queremos saber dónde están nuestros hijos. Vivos o muertos. Pero queremos saber dónde están. Dicen que los argentinos que están en el extranjero están dando una falsa imagen de la Argentina. Nosotros, que somos argentinas, que vivimos en la Argentina, les podemos asegurar que hay miles y miles de hogares sufriendo mucho dolor, mucha angustia, mucha desesperación dolor y tristeza porque no nos dicen dónde están nuestros hijos, no sabemos nada de ellos. Nos han quitado lo más preciado que puede tener una madre: su hijo».
El Mundial más estridente y más doloroso de la vida argentina acabó el 25 de junio de 1978 con una victoria de la selección argentina sobre Holanda por 3 a 1. Y empezó el 1 de junio de 1978 con Videla sellando la inauguración «bajo el nombre de la paz» en el estadio de River. En esas horas, se cumplía un año exacto de la captura de Roberto Jorge Santoro, poeta, periodista, militante, hincha de Racing, hacedor de figuritas futboleras, subjefe de preceptores en la escuela de donde se lo llevaron, el autor de «Literatura de la pelota», que se convirtió en 1971 en la primera gran antología de textos sobre fútbol aparecida en el país. Julián Delgado, director del diario El Cronista Comercial, fue atrapado el 4 de junio de 1978 y la noticia sólo apareció en el diario Buenos Aires Herald. Ambos permanecen desaparecidos y sus nombres expresan una muestra lacerante sobre lo que implicaba la práctica del periodismo en la Argentina en esa época. Una investigación efectuada para Papelitos, notable muestra sobre el Mundial, evidencia que más de medio centenar de personas resultaron secuestradas en ese mes que no merece un solo olvido por muchas razones.
A Héctor Shalom, director del Centro Ana Frank, la piel le perdura erizada: «Para Estela de Carlotto fue una excelente experiencia haber sentido todo el amor y toda la valoración de la Red Iberoamericana de Jóvenes. El acto fue de una enorme emoción con la historia de Ana Frank como puente entre Argentina y Holanda, entre la historia del Holocausto y la historia del Terrotismo de Estado. El titular de la Corte Penal Internacional definió a Estela como «figura inspiradora para el desarrollo de la justicia penal internacional». Y eL reconocimiento a los seis ciudadanos holandeses fue muy valioso y la emoción de ellos fue notable».
Son seis porque las Abuelas de Plaza Mayo, además, distribuyeron gratitudes para el humorista y escritor Freek de Jonge, la parlamentaria Saskia Noorman Den-Uyl y el diplomático Theo van Boven (entonces director de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas. También honraron al ex futbolista Oeki Hoekema, que incluyó en su contrato una cláusula que establecía que no jugaría frente a equipos de países que sufrieran dictaduras y hasta promovió una campaña para que la selección holandesa no interviniera en el Mundial.
Aquella propuesta captó pocas adhesiones entre los jugadores contemporáneos de Hoekema. El defensor Wim Rijsbergen, que ya se había destacado en el Mundial de 1974, abrió un vínculo con las Madres en el transcurso de su estadía argentina. Estaba lesionado, pedaleó hasta la Plaza de Mayo, se impresionó con quienes allí estaban, se los narró a sus compañeros y hasta se volvió a encontrar con Norita Cortiñas, madre de Madres, treinta años más adelante. Dos de esos compañeros, Arie Haan y Ernie Brandts, retornaron a la tierra en la que fueron subcampeones del mundo cuatro decenios después y, conmoción tras conmoción, visitaron la Escuela Superior de Mecánica de la Armada.
Esos gestos políticos de los futbolistas portaron muchas significaciones y, sobre todo, permitieron reivindicar desde los ecos de las canchas a la Memoria, a la Verdad y a la Justicia. A 45 años del Mundial de 1978, en un escenario político diferente, rendirle honores a las Abuelas de Plaza de Mayo y a quienes pusieron el alma y más que eso para visibilizar la barbarie que circundaba y atravesaba al fútbol cumple un papel semejante. Pregunta que ata los tiempos horribles con estos tiempos: si en el contexto de la dictadura abundaron las bocas amordazas, cerradas y -para qué negarlo- cómplices, ¿por qué en estas horas la agenda del periodismo en general y la del periodismo deportivo en particular no difunde tamaño acontecimiento? O de otro modo: ¿la actitud de quienes rompieron la censuras del pasado puede ser abordada por aquellos que prefieren silenciar ciertos temas en el presente?
Para lo que retumba y para lo que enmudece, unas cuerdas vocales persisten en ser indetenibles: – Ustedes son nuestra última esperanza-, le dijo Marta Moreira a ese periodista llegado desde Holanda que fue valiente y generoso al entrevistarla.
El corazón de la historia argentina sabe que el legado de Jan van der Putten y de sus compañeros representa para siempre esa invencible esperanza.
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