Fútbol
Están matando al fútbol
Mariano Saravia
Periodista y especialista en Relaciones Internacionales.
Se suele escuchar esta drástica sentencia en relación al VAR y la tecnología aplicada al juego, o en torno a la organización de los torneos locales, todo sea por pegarle a la AFA. Pero en realidad, son otros los que tienen en la mira al fútbol.
El presidente del país volvió al ataque con sus armas favoritas, las redes sociales. Eligió el momento justo, antes de la final de la Copa América. Y con un tema que tiene entre ceja y ceja: la privatización del fútbol, o las llamadas Sociedades Anónimas Deportivas. Un tema que ya había instalado en su momento el ex presidente Mauricio Macri, que Javier Milei retomó para imponerlo a su estilo rápido y furioso.
Pero a veces, ser rápido y furioso puede ser contraproducente, porque es inversamente proporcional a la razón y el argumento. Posteó que los campeones del mundo, y ahora bicampeones de América juegan todos en clubes privados con dueños. Pero el mundo del fútbol le respondió casi a coro: todos y cada uno de los jugadores de la selección argentina salieron de clubes de barrio. Desbaratada la berreta opereta presidencial.
Esos clubes, asociaciones civiles sin fines de lucro, hacen un trabajo social importantísimo, facilitan que chicos de clase trabajadora puedan hacer deporte y no terminen en la marginalidad, los vicios y el delito. Es el caso de la mayoría de estos jugadores de la selección multicampeona. Sucede que después, en un mundo capitalista y globalizado, donde el fútbol sufre la mercantilización más que otros sectores, los grandes capitales se quedan con esos jugadores que llegan a la elite.
Si en todo el mundo, los ricos se quedan con lo mejor (los mejores alimentos, la mejor ropa, las mejores casas, los mejores terrenos, y así un largo etcétera), es lógico que suceda también en el fútbol y que los clubes más ricos se queden con los mejores jugadores. Pero eso no cambia el origen, que todos ellos salieron del club de barrio.
Y lo más importante es que atrás del brillo de unos pocos, lo que no se ve es que los chicos que no llegaron a ser un Messi o un Di María, quizá tuvieron una vida un poco menos cruel gracias al club del barrio.
El barrio es lo que es por el club y el club es el barrio, es la identidad, es sentido de comunidad, y eso es fundamental para construir un mundo mejor. Por eso, destruir a los clubes de barrio también es un objetivo central para el anarco-liberalismo y para el neoliberalismo, en definitiva, para una extrema derecha que priorizará siempre al capital por sobre el ser humano y a los poderosos por sobre la comunidad.
Así es que son dos los objetivos detrás del proyecto de ley del diputado cordobés Héctor Baldassi: entregarles un negocio multimillonario a unos pocos y al mismo tiempo destruir esta tradición argentina de los clubes de barrio. De hecho, el nuestro es el país con más clubes por ciudad en todo el mundo. Conozco algunas realidades europeas, principalmente las de Italia y España, donde en general hay uno o, a lo sumo, dos clubes grandes por ciudad, y no clubes de barrio. ¿Eso queremos?
Las heridas
Es lo que se llama “clima de época”. Al mismo tiempo que se presenta en el Congreso el proyecto de las SAD, el ataque al fútbol es general. Entre el fin de la Copa América y la reanudación del campeonato doméstico, la Justicia ordenó encarcelar el Robin Hood del fútbol argentino.
Se trata Ezequiel Ponce, un pibe de 23 años de Mendoza, el creador de Fútbol Libre, un sitio que permitía ver los partidos sin necesidad de empeñar un riñón para pagar los distintos planes o packs que exigen las empresas monopólicas de televisión.
Nada nuevo bajo el sol, ya lo decía el Viejo Vizcacha a Martín Fierro: “Hacete amigo del juez; /no le des de qué quejarse…/ pues siempre es bueno tener/ palenque ande ir a rascarse.” En resumen, ya lo escribió José Hernández en la segunda mitad del siglo XIX.
¿Qué podíamos esperar de la Justicia Argentina? Obviamente que priorizara a las multinacionales de la televisión por sobre el derecho que tenemos los hinchas de ver un partidito.
Para colmo, este invierno trajo otra mala noticia: los monopolios cada vez más grandes y excluyentes, ahora Disney tiene todo en su poder, también el fútbol, y ellos te anuncian la tragedia con caras sonrientes de actores famosos sin conciencia ni valores.
Ese es un ballonetazo al fútbol, el otro es el que vemos permanentemente y quizá, ya ni nos llama la atención. Se trata de la invasión que sufre el fútbol por parte de las empresas de juego on line. Todo el tiempo y en todos lados, en las transmisiones de los partidos, tanto de tele como de radio, y hasta en las camisetas de los equipos. Y ya ni nos sorprende, eso es lo peor, teniendo en cuenta que esta es una de las peores drogas para nuestra juventud. Toda esa gente pacata que se escandaliza cuando ve un porro, no dice nada del juego on line que está destruyendo la vida de chicos y chicas de 15, 16 o 17 años. Atraviesa a todos y todas por igual, hombres, mujeres, jóvenes y viejos, todos con la perdición al alcance de la mano las 24 horas del día. Antes, un ludópata tenía que tomarse el trabajo de ir hasta el casino, hoy lo tiene en el celular, y sin controles. Es una locura que no tenga límites y que el fútbol sea el vehículo para esta verdadera muerte en envoltorio de regalo.
Billetera mata pasión
Y ya que estamos, dos palabras sobre la Copa América recién terminada, una de los peor organizados en la larga historia de 108 años. Fue una verdadera vergüenza cómo la Conmebol entregó la Copa América a un país sin ninguna tradición, historia, pero lo más grave, un país sin ninguna capacidad para organizarla.
Estados Unidos está en una crisis severa desde distintos puntos de vista: político, económico, organizacional, y hasta ético y civilizatorio. Si no pueden impedir que en un acto de campaña intenten asesinar a un candidato a presidente, es lógico que no pudieran organizar tampoco un partido de fútbol.
Lo de la previa a la final entre Argentina y Colombia fue verdaderamente increíble y nunca visto, y no terminó en una tragedia con varios muertos simplemente por casualidad. Hubo una estampida de hinchas colombianos que se colaron en el estadio y las autoridades locales no tuvieron mejor idea que cerrar las puertas hasta organizar mejor lo que era un caos. En ese momento empezaron a agolparse miles de personas con un calor insoportable, generando desmayos y otros problemas de salud. Se veía a hinchas atendiendo a otros hinchas, porque no había ni el más mínimo servicio médico que hay en cualquier partido de fútbol de cualquier cancha de Río Cuarto o Córdoba.
¿Qué había pasado, por qué sucedió eso? Simplemente por la falta total de previsión y de sentido común. En cualquier cancha de la Argentina, hoy para ir a un partido hay que pasar dos o tres anillos de seguridad, en los cuales, la Policía primero, y luego los empleados del club, controlan las entradas, ya sean en formato papel o digitales en el celular. No es tan difícil, pero cuando el negocio se atropella todo lo demás, pueden pasar estas cosas. Resulta que en Estados Unidos hay una costumbre, en los partidos de fútbol americano o béisbol la gente se reúne en los estacionamientos de los estadios a comer y beber en grandes cantidades. Y como el que manda es “Don Dinero”, se tenía que seguir esa costumbre, para que las marcas de cerveza que auspiciaron la Copa América hicieran su negocio. Por eso los organizadores rechazaron los anillos de seguridad que sugería la Conmebol y por eso había tantos hinchas sin entrada tan cerca del estadio.
Eso fue lo más grave, y podría haber terminado en tragedia. Pero ya antes de la final, el técnico de Uruguay, Marcelo Bielsa, había disparado un puñado de verdades sobre el desastre que eran las canchas, lo que conspiró contra el juego durante toda la competencia. Claro, es el Bank Of America Stadium (Charlotte), o el Hard Rock Stadium (Miami) y así cada uno. Nombres muy chetos, pero pésimos para la práctica del fútbol.
Signos de vida
Lo bueno que dejó la Copa América fue un nuevo título para Argentina, que significa un ejemplo de autosuperación, porque lo más difícil es ganar después de ganar, y lo más difícil también no es ganarle al rival sino ganarse a sí mismo.
Fue mérito del equipo, lo cual, ya de por sí, es un mensaje eminentemente político, volver a pensar en el equipo, en el colectivo, en el grupo, en la grey, en la comunidad, en la tribu, y contrarrestar tanta basura individualista que se nos quiere imponer.
Ahí está el ejemplo de Leo Messi, consagrado y ganador de todo, llorando como un chico en el potrero de la esquina por tener que salir lesionado en la final. El ejemplo de Ángel Di María, corriendo como un pibe de 20 años cada pelota y retirándose campeón, agradeciéndole a sus compañeros actuales, pero, sobre todo, a sus compañeros de antes, los de cuando la selección no ganaba y sumaba una decepción tras otra. El ejemplo de Lautaro Martínez, autor del gol de la final y goleador del torneo, por su constancia en seguir insistiendo a pesar de las malas rachas.
Y ese mismo domingo también terminó la Eurocopa, que consagró a la selección que mejor fútbol demostró: España. Una España que ganó la final gracias a las nacionalidades que denigra y oprime. Los goles de la final fueron convertidos por dos vascos, uno del Bilbao (Nico Williams) y el otro de la Real Sociedad de San Sebastián (Mikel Oyarzábal). Y sus mejores jugadores fueron dos pibes negros, uno es el propio Williams, de 21 años, hijo de inmigrantes de Ghana que cruzaron el Desierto del Sahara descalzos y la valla de Melilla arriesgando sus vidas. El otro es Lamine Yamal, de 16 años, hijo de padres de Marruecos y Guinea Ecuatorial, que vive en el barrio de Rocafonda, en Mataró. Y cuando hace sus goles, festeja con sus dedos haciendo el 304, el código postal de ese barrio de Rocafonda que ha sido caracterizado como un “estercolero multicultural” por el líder fascista Santiago Abascal, el amigo de Milei.
Pero el mejor gol de la Eurocopa no fue el de Nico Williams en la final, sino el que hizo Kilian Mbappé, cuando llamó a votar contra el fascismo en Francia. Mbappé esta vez brilló más fuera que dentro de la cancha, porque les habló a los suyos, a todos esos negros y esos inmigrantes pobres de los suburbios de París o de Marsella, todos lo que no pudieron ni podrán ser como él o como Aurelien Tchoumeni, o como N’Goló Kanté.
Pero ellos mostraron que no se olvidan de donde vienen y le dieron un mensaje no solo a la sociedad francesa, sino también a los jugadores que se hacen los indiferentes, creyendo que en la vida se puede ser equidistante o, peor aún, objetivo y prescindente, entre la muerte y la vida.
La muerte amenaza al fútbol, pero hay señales de vida.
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