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La despedida peRFecta

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Ezequiel Fernandez Moores

Hace unos años, el Parlamento inglés debatía el Brexit. La sesión terminó sin avance alguno. Y el presidente de la Cámara de los Comunes, John Bercow, se lamentó la falta de progresos. Levantó las manos y dijo: “¿En qué me consuelo? Bueno, Roger dio una clase magistral anoche en Miami”. Hablaba de Federer, claro. De un “consuelo” que ya no tendremos más.

Fue notable la escena de su despedida el viernes por la noche en el O2 Arena de Londres, en la Copa Laver, un torneo que él mismo organiza junto con sus socios, más de exhibición, aunque también formal, una competencia entre los mejores tenistas de Europa y un Resto del Mundo que incluye, entre otros, al argentino Diego Schwartzman.

Digo notable, primero, porque Federer se despidió jugando en pareja con su rival histórico, Rafael Nadal. Cuenta el colega Sebastián Fest en su libro sobre Federer y Nadal (“Sin red”) el primer contacto en 2005 entre los tenistas que le demostraron al salvaje mundo del deporte competitivo que un rival, aunque sea el principal, no tiene por qué ser un enemigo.

Roger Federer compartió junto a Rafael Nadal el último partido de su carrera profesional.

El día que Federer, uno del mundo, golpeó la puerta de la habitación 449 de un lujoso hotel de Basilea, donde estaba Nadal, 2 del ranking, 17 años, y que ya venía de obtener la primera de sus 24 victorias contra el suizo (el duelo entre ambos quedó 24-16) y sumaba once títulos ese año de explosiva aparición. “¡Hola Rafa!”, le dijo Federer, que estaba recuperándose de una lesión. “Eh…! Hola, how are you?”, le respondió Nadal, sorprendido. Antes, Nadal ya había recibido un primer mensaje de Federer, una felicitación por el título de Madrid, a través del italiano Vittorio Selmi, “tour manager” de la ATP: “Hola, hombre! Rafa, bueno tenis y Madrid! Muchos contento Rogelio por te» (sic).

Fue el inicio de la relación, con Nadal poniéndole ya apodo a Federer: “Rogelio” o “número uno”, confiado rápido en el vínculo y aceptando liderato. Hablaron de lesiones, triunfos, de próximos torneos y de Zinedine Zidane. El vínculo tuvo algún momento de altibajo por diferencias sobre el rumbo del tenis, pero jamás se rompió y, por lo contrario, se fortaleció luego. La postal del retiro formando pareja con el supuesto “enemigo” es una lección de ambos para el deporte todo. Hace honor a ellos mismos.

Federer y Nadal disfrutaron, agarrados de la mano, de la última función del suizo.

Con Novak Djokovic el vínculo fue menos intenso. Pero se produjo un gran momento el jueves, en la conferencia de presentación de la Copa Laver cuando le preguntaron a Nole cuál recordaba de sus batallas ante Federer. Djokovic citó la final del US Open 2007 en la que fue derrotado. “Estás siendo amable, gracias Novak”, dijo Federer. “No he terminado”, corrigió Djokovic y mencionó entonces la final de Wimbledon 2019 que Federer perdió pese a que tuvo dos puntos de partido. “¿Qué sucedió allí? Lo he bloqueado”, acotó Federer. Las risas dominaban todo. El compañerismo de los viejos rivales.

Es que esa fue la otra gran postal que deja la despedida de Federer. La del resto de los jugadores de la Copa Laver, los mejores del mundo, todos ellos homenajeando también al maestro. Mirándolo, acompañando ese dolor íntimo de ponerle fin ya no solo a un retiro convencional, sino a una de las más grandes obras que puede exhibir la historia del deporte todo. Es parecida a la admiración de compañeros y rivales que suele verse con Leo Messi, todos agradeciendo su arte.

Novak Djokovic también fue parte de la despedida de Federer. A su lado, el llanto desconsolado de Nadal.

Lo notable es que, como lo demuestra la estadística adversa del duelo con Nadal, los números de Federer no son los del líder histórico. De hecho, vimos este año de qué modo Nadal y Djokovic superaron sus números de títulos conquistados de Grand Slam. No importa, ambos son conscientes de ese aire de inmortalidad que rodeará al suizo. Esa reconciliación de su tenis con la belleza y la armonía del cuerpo aún en la más dura de las batallas. Hoy la tele nos permite recuperar sus mejores obras. No será igual. Verlas en vivo ofrece otra sensación. Saber que ejecuta su arte mientras el rival batalla contra él por el mismo objetivo. Ser testigos en directo de que la belleza es compatible con la eficacia, el riesgo y el esfuerzo. A partir de ahora, aquel parlamentario inglés del comienzo, y todos nosotros, ya no tendremos ese consuelo. Pero la memoria será eterna.

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