Fútbol
La historia de Franco González: una insólita y dura lesión le cortó el sueño de Primera
El ex defensor tuvo una lesión ligamentaria en sus dos tobillos, casi en simultáneo y con milésimas de segundos de diferencia. Brillaba en la Reserva de River y al momento de la lesión cumplía con su primer entrenamiento en el equipo multiganador de Ramón Díaz. Qué hace ahora, cómo transitó una de las etapas más difíciles de su vida y cuánto le costó salir de aquella pesadilla.
La historia de River está repleta de gloria desde su fundación misma hasta la actualidad, con pasajes de permanente éxito como la década del 40 y 50, cuando La Máquina deslumbraba al fútbol argentino y al mundo. Muchos entrenadores han pasado hasta la fecha, en la que Marcelo Gallardo volvió a acostumbrar al “Millonario” a celebrar.
La última gran etapa, antes del “Muñeco” y sus doce títulos, fue la que marcó a fuego Ramón Ángel Díaz. Ramón por su papá Ramón Bartolo y Ángel como Labruna, la familia del riojano nació con sangre riverplatense.
Ramón Ángel Díaz (La Rioja, 1959) es, sin ninguna duda, uno de los máximos ídolos de River Plate. Su nombre es sinónimo de éxito, su imagen es omnipresente y su recuerdo ocupa un lugar privilegiado en el corazón del hincha “millonario”.
En 1995, Ramón le puso punto final a su travesía -como jugador- en el Yokohama Marinos de Japón y reemplazó a Carlos Babington en el banco de River. Su debut se produjo el 26 de julio nada más y nada menos que ante el vigente campeón del mundo: el Vélez Sarsfield de Carlos Bianchi, en un partido correspondiente a los cuartos de final de ida de la Copa Libertadores. El juego se disputó en el estadio Monumental ante más de 60 mil espectadores y fue dirigido por Javier Castrilli. Flavio Zandoná (12´) puso en ventaja a los de Liniers, mientras que Gabriel Amato anotó el empate en la agonía del encuentro.
Una semana más tarde, River igualó sin goles en su visita al estadio José Amalfitani y selló su clasificación a las semifinales gracias a los disparos desde el punto de penal (5-3). Luego se produjo la primera decepción para el riojano en su nueva etapa como DT; sus dirigidos no pudieron alcanzar la final y cayeron ante Atlético Nacional de Medellín (Colombia) por la misma vía (7-8). En el Torneo Apertura, el equipo de Ramón debutó con una victoria (2-1) sobre San Lorenzo. Lastimosamente, perdieron el rumbo y terminaron el certamen ubicado en la séptima colocación con 29 unidades
Luego de once meses en el cargo, Ramón Díaz por fin pudo saborear el éxito y consiguió la tan ansiada Copa Libertadores (segunda en la historia del club).
El 19 de junio de 1996, América de Cali recibió a River en el estadio Olímpico Pascual Guerrero por la primera final de la Copa Libertadores de América. Los colombianos se terminaron quedando con el primer round gracias a un solitario tanto de Antony de Ávila.
La noche del 26 de junio, el estadio Monumental lució un marco espectacular, digno de una final y como nunca antes visto en el fútbol argentino. Francescoli lideró la salida desde el túnel y también fue el encargado de levantar el trofeo luego de la victoria (2-0) sobre el cuadro cafetero. Hernán Jorge Crespo, nacido en las inferiores del club, se convirtió en el héroe de la jornada tras marcar por duplicado.
Al mismo tiempo que Ramón Díaz llevaba a River Plate a la cima del fútbol sudamericano, en tierras adentro se producía la formación de Franco González. Quien a sus jóvenes 15 años se erigía como una de las promesas de nuestro fútbol regional.
Franco nació con la cinta de capitán pegada a su brazo. Desde la escuela Ángeles Custodios la llevó simbólicamente y luego la materializó en juveniles y Primera División de Banda Norte.
Con 15 años, cuan Francescoli, lideró la salida desde el túnel “verde” en su travesía por la Primera C de Liga Regional de Río Cuarto. Los inicios de González coincidieron con el despertar de Banda Norte, quien estuvo más de una década sin realizar la actividad y debió reconstruirse desde lo más bajo de las competencias locales.
Franco ya mostraba condiciones de sobra, no sólo por su actualidad en Banda Norte. Ése Banda Norte dirigido por Ricardo Tomás “Payo” Aimar, padre de Pablo César. También por lo hecho en los selectivos locales de Liga Regional, donde se batía a duelo con las grandes figuras que presentaba la ’79 de Estudiantes.
Las buenas producciones le presentaron una oportunidad única: la de River Plate. Justamente la prueba de su vida, con la posibilidad de terminar de formarse en una de las instituciones más importantes del continente y por qué no toparse con las grandes figuras que tenía en su momento la entidad de Núñez.
Primero lo primero. A Franco González lo esperaba un micro con destino a Buenos Aires. El cual tomó junto a su padre y se expuso a una serie de pruebas futbolísticas divididas por etapas. Cientos de chicos buscando lo mismo, provenientes de todos los rincones del país y marcador por los captadores “millonarios”.
El defensor se impulsó y tomó el desafío con sus manos. Unas ocho pruebas le bastaron para terminar de convencer y finalmente integrarse al plantel de la Quinta División de AFA.
Todo marchaba sobre cursos normales, al menos por las condiciones que presentaba el ex Banda Norte. Transcurría el año ’98 y González no sólo era ficha fija en la Quinta, sino también que entró a la consideración de la Reserva riverplatense.
El embudo era mucho más chico, calidad sobraba y los títulos no paraban de llegar. A nivel continental River estaba en lo más alto, al torneo local lo ganaba sin despeinarse y sus juveniles no desentonaban.
Es por eso que Ramón Díaz, además de traer a impactantes figuras, conformando un verdadero seleccionado, también echaba el ojo sobre las bases. Y en esta última lista ingresó González.
Luego de una exigente pretemporada en Jujuy con la Reserva “millonaria”, el defensor recibió la convocatoria para integrarse al plantel superior. Estaba a punto de cumplir su sueño. Ya sin Enzo Francescoli (retirado) y con otras grandes figuras de la Libertadores 96’, que emigraron luego de la Recopa ganada en ’97, pero con resonante promesas como el colombiano Juan Pablo Ángel y un juvenil Javier Pedro Saviola, que en poco tiempo se convirtió en estrella.
Franco González caminó un par de metros, desde la pensión del club hacia el estadio. Todo rondaba sobre la normalidad, para él no era un día más, aunque desde lo estrictamente referido a los entrenamientos se puede decir que las exigencias eran casi las mismas.
Lo que no se imaginó el defensor es que en una milésima de segundos, en los primeros minutos de entrenamientos, todo iba a cambiar para mal. Su sueño de ser profesional se vio truncado por una insólita y desafortunada jugada.
Franco quiso anticipar a uno de los delanteros, apoyó su pierna derecha e intentó girar sobre su eje. Sintió inmediatamente como su tobillo le jugó una mala pasada, es por eso que buscó hacer pie con su pie izquierdo y en su intento de estabilizarse sucedió algo peor. El defensor se rompió los ligamentos de sus dos tobillos, al mismo tiempo, en su primer entrenamiento con la Primera.
La lesión de González fue motivo de estudio, tanto para los médicos como para los futboleros de ley. Algo único en el mundo, el principio del fin a una prometedora carrera y la seguidilla de miedos y padecimientos físicos.
González tardó ocho meses en recuperarse, con dos operaciones en el medio. Volvió con edad más avanzada al mismo nivel en el que se había iniciado apenas llegó desde Banda Norte. Nada fue lo mismo, perdió rápidamente consideración en un club que no espera y al que le brotan promesas por todo el país.
Es por eso que Franco quedó en condición de libre, probó suerte en el Sporting Cristal de Perú, luego pasó por Gimnasia de Mendoza, hasta que se asentó en la región, formó en su familia y sumó experiencia en varios clubes de Río Cuarto y zona.
El desempeño amateur de González registró pasos por Lautaro Roncedo, Toro Club, Centro Social Las Higueras, Municipal de Adelia María, Ateneo Vecinos, Centro Cultural del Campillo, Jorge Newbery y Recreativo Laborde. El recorrido finaliza con una pretemporada en Lutgardis Riveros de Alcira Gigena y siendo integrante del plantel de su amado Banda Norte en la temporada 2016 (campeón del Torneo Clausura).
En el último paso no pudo jugar, sólo auspició de sparring en los entrenamientos, ya que un desgarro lo privó de un retiro en cancha.
Hoy, con 41 años, Franco González ejerce de gasista y electricista. Actividades que maneja tal cual a una salida limpia desde el fondo. Sentado en otro extremo de la mesa de su casa, repasa cómo transitó una de las etapas más difíciles de su vida y cuánto le costó salir de aquella pesadilla.
– ¿Qué hace actualmente, post retiro?
– En la última parte de mi carrera, jugando en Laborde, de la Liga Beccar Varela, comencé con los cursos. Me recibí de gasista y luego de electricista. A partir de ahí comencé con esos oficios y le sumamos otros servicios debido a que en mi familia tengo hermanos que se dedican a la mano de obra. Debe hacer un poco más de seis años que me dedico de lleno al oficio, trabajo mucho con Maximiliano, uno de mis hermanos, que también fue jugador, y por otro lado está mi padre y Mayco, otro hermano. Martín (hermano) hace lo propio por otro lado con sus empleados. Hacemos de todo, combo completo ja ja, gasista, electricista, albañilería y hasta pintura.
– En momentos complicados, ¿funciona la actividad?
– Nos va bastante bien, porque surgimos del boca en boca por el buen laburo que hacemos y por el respeto con el que nos manejamos. Siempre les digo a mis ayudantes que por más que estemos llenos de mezcla, tierra o alguna otra porquería debemos manejarnos con respeto y humildad, y sobre todas las cosas reconocer errores si los cometemos. Ese es el camino elegido, así me manejé en mi época de jugador y ahora lo continúo haciendo.
– ¿Juega al fútbol? ¿Partidos informales? ¿Con amigos?
– Estoy totalmente alejado del fútbol, no puedo ni correr casi porque tengo uno de los tobillos que me sigue molestando, lo siento bastante débil. Además porque siento temor de pisar mal y que me vuelva a suceder algo similar a lo que pasé, encima ahora estoy más grande y no sé cómo quedaría. Lo único que suelo hacer es pelotear al frente de casa con mi hijo de 13 años, tiramos la pelota de lado a lado y de vez en cuando relojeo al piso por si hay algo que no me permita hacer pie. Y voy a verlo los sábados de inferiores, juega en Banda Norte, de central, y suelo seguirlo siempre.
– ¿Nunca se le cruzó la idea de seguir vinculado desde otro lado?
– En un momento (Juan José) Irigoyen me había dicho que hiciera el curso de técnico, como para tenerlo y en algún momento ver la posibilidad de ser entrenador. También Diego Cochas, un gran amigo que me dejó mi paso por River, y que hoy trabaja en inferiores de Racing de Córdoba. Pero pienso que hay que prepararse mucho antes para ejercer el rol, es muy difícil convencer a un grupo de personas que piensa en un montón de cosas y muchas veces por separado. Así que por el momento desistí de esa opción.
– ¿Por qué?
– Fue muy difícil empezar a resignarme de que no podía llegar. No fui el único caso, incluso lo viví muy de cerca con otros amigos, pero sí fue insólito y duro lo que me pasó. Aparte por la parte de preparación, en mi caso volví desde Perú, me casé y seguí jugando acá. Y después me retiro y hago los cursos. Nunca se me cruzó esa otra opción por la cabeza.
– ¿El lugar donde todo empezó?
Empiezo en la escuela Ángeles Custodios, desde ahí a la Vecinal de Banda Norte y luego al club. En ese entonces el club estaba sin actividad y tenía todo deteriorado. Nosotros mismos fuimos quienes ayudamos a limpiar todos esos rincones, incusive sacar yuyos de la cancha, para poder participar en la Liga. Empezamos con la ’79 a enfrentarnos a equipos como Estudiantes, que tenía a grandes jugadores, entre ellos Pablito Aimar, y casi un año después surgió la posibilidad de iniciarnos en la Primera División en la C.
– Épocas de “vacas flacas” las de Banda Norte…
– Fue una experiencia hermosa, aunque para nada fácil, tenía 15 años y me topé con jugadores fuertes y con mucha experiencia. Pero eso me sirvió mucho, considero que fue fundamental para pasar las pruebas en River, venía con un roce importante, golpes y forcejeos que nos daban domingo a domingo en canchas como las de Carnerillo y Las Vertientes.
– ¿Fue una particularidad para usted ser capitán a los 15 años en Primera?
– Fui siempre capitán en inferiores, por eso que lo tomé con normalidad cuando llegué a la Primera. Obviamente me manejé con responsabilidad y respeto, porque tenía a jugadores más grandes para darles las charlas de vestuario. Por suerte contaba con el apoyo de (Miguel Ángel) ‘Pulga’ Arguello, (Ricardo) Aimar padre, Sergio Garay, (Eduardo) ‘Bocadito’ Quiroga y otros tantos que me dirigieron. De Aimar es de quien aprendí más cosas, no sólo desde lo futbolístico sino también desde el cuidado personal para llegar, él estuvo en Newell’s y nos contaba las cosas que había hecho mal, para no repetirlas.
– ¿Luego de esa travesía por la C apareció River?
– Primero por Aimar. Llevaron a Pablo y su papá me siguió de cerca, porque integré las selecciones Sub 15 y Sub 17 siendo más chico. En River las pruebas fueron muchas, las dividían por etapas. Fui con mi viejo en colectivo, él se quedó un par de días y luego se volvió por cuestiones de trabajo. Así que me quedé solo y seguí pasando fases. Empecé en la Ciudad Universitaria con más de 200 chicos, y al final llegamos 5. De ahí pasamos a jugar con los suplentes de River y ahí estuvo la primera jugada que me marcó: lo anticipé a (José) Sand, que era el histórico goleador de la Reserva, y le quité la pelota de manera limpia, salí controlando y me asocié con el 5. Ahí supe que estaba en condiciones para pelear un lugarcito.
– ¿Y después de quedar?
– Apenas llegué gané consideración, se dio todo muy rápido. Empecé en Quinta siendo suplente, y al segundo partido fui titular porque el competidor en el puesto se hizo expulsar. A partir de ahí no salí más y a los pocos meses me llega la citación para el pre seleccionado Sub 17 de Argentina y para integrar el plantel de Reserva en River. Pasé de pronto a jugar en la C con Bana Norte a integrar planteles, tanto en Selección como en River, con Demichelis, Sand, Gandolfi, Mascherano, Milito y Aimar.
– ¿Qué pasó en Jujuy?
– Cuando hacés una pretemporada de más de 15 días en altura y a triple turno, está en el aire, volás, pero también estás al límite desde lo físico. Sabes que ante cualquier tipo de exigencia mayor puede pasarte algo grave. Por ahí si te estás adaptando tenés lesiones pequeñas propias de esa preparación, pero cuando ya rozás el máximo rendimiento estás expuesto a desgracias como la mía. En ese momento hicimos toda la pretemporada en Jujuy, y a la vuelta soy uno de los convocados por Ramón Díaz para entrenar con la primera.
– ¿Cómo transitó esa primera práctica?
– En mi primer entrenamiento es que me pasa lo de la lesión: sucede un pelotazo largo, no recuerdo qué delantero de la Primera pica y en mi intensión por anticipar hago pie con la derecha e intento girar, ahí es cuando siento que se me rompe el tobillo e intento pisar con la izquierda para hacer apoyo. Me pasa que la izquierda queda mal pisada y se me abre para afuera. Fueron milésimas de segundos, siento como que se me rompió todo, como una rotura de media que se deshace a los tirones. Si estaba mal físicamente quizá giraba mucho más lento y a lo mejor me lesionaba en menor gravedad. Además en la resonancia posterior sale la cantidad de esguinces mal curados que tuve en Banda Norte, pasaba siempre eso de que tenías una molestia y jugabas igual el domingo. Pero resultó ser que estaba con esguinces y eso en el balance pesó.
– ¿Qué vino después?
– Estuve ocho meses parado, entre operación, recuperación y tratamientos. Hice un recorrido bastante largo, porque literalmente me enseñaron a caminar, pasito a pasito. Luego me reincorporé a la Cuarta y en pocos meses a la Reserva. Es como que inicié de nuevo el recorrido que tanto me había costado, pero esta vez tenía 22 años, no era un pibe más. Es por eso que al poco tiempo me dejan libre y empieza otra cosa. Surge la posibilidad de ir a Perú, al Sporting Cristal, por los contactos que me habían quedado desde River. Allá estaban interesados en contratar a un central y me vieron con buenos ojos. A todo esto yo estaba entrenando con Morón, me había sumado al plantel para mantenerme bien físicamente y pensando en una chance de competir en la B Nacional. Cuando llegó lo de Perú decidí irme y probar suerte. Estuve ocho meses, jugué en el torneo peruano y luego comencé mi vida en Argentina, me casé y seguí con mi recorrido acá nomás, desde Gimnasia de Mendoza, hasta los clubes de la Liga de Río Cuarto y de las otras Ligas cercanas. Me retiro en Banda Norte, integrando el plantel campeón pero no jugando, porque un desgarro me dejó afuera.
– ¿En su cabeza quedaron esos temores?
– Siempre quedé resentido de esa lesión, cuidaba mis tobillos con estribos de vendas y cintas, pero me aparecían molestias en otras partes. Tuve muchos desgarros y pubialgia, imagino que eran cosas que me aparecían porque tenía tanto temor a que me pase de nuevo lo de River. No descuidaba nunca los tobillos cuando jugaba, capaz fue un factor en contra para todo el resto del cuerpo.
– ¿Qué hubiera pasada si no sucedía ese episodio?
– Nunca me puse a pensar qué hubiera pasado, seguro me convertía en profesional. Yo que sé. Lo cierto es que fui muy fuerte mentalmente, no necesité de psicólogos ni cuando me lesioné ni cuando me dejaron libres. Me mentalicé en que lo mejor estaba por venir, que la lesión pasó por algo y que pronto mi situación iba a ser otra.
– ¿Y ahora quién es Franco González?
– Ahora soy un tipo más en la calle, a veces me cruzo con gente que me conoce, se acuerda de que fui promesa de River y también por mis pasos por el fútbol de acá. Lo que deben saber ellos es que siempre fui el mismo, nunca cambié estando a la par de Demichelis o Gandolfi, ni ahora que tengo 41 años, laburo y ya formé hace un tiempo una familia.
Fotos: Al Toque
Redacción Al Toque
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