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Boxeo

La irrenunciable búsqueda de belleza de un “patadura”

El 1 de agosto de 1894 nació Juan Filloy, prolífico escritor cuya incidencia en algunos espacios deportivos de la ciudad y la provincia trascendió al juego en sí. Nunca jugó al fútbol, pero fue capaz de distinguir, antes de su partida, que la mercantilización del deporte más popular en Argentina lo transformó en “una industria venal incontrolable”.

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Un día como hoy, hace 126 años nacía Don Juan Filloy. Uno de los grandes escritores argentinos, con raíces cordobesas y corazón riocuartense.

Don Juan Filloy reconoció en incontables oportunidades que escribir fue para él una “cosa una lúdica, un juego”. Un juego que jugó siempre, incluso cuando sus producciones durmieron durante largos años en los cajones de su escritorio de la casa de calle San Martin al 100. Cordobés de nacimiento y riocuartense por elección, es hoy un patrimonio de la literatura mundial. Una de esas personalidades no muy sencillas de encasillar en el basto acervo cultural argentino. Un excelso escritor con facetas de vida aparentemente incompatibles con la de un intelectual de semejante talla: boxeador, esgrimista, nadador, árbitro y dirigente deportivo. Tuvo “un sólido andar social teniendo como faro su autenticidad”, se lo definió en Se es o no se es, un capítulo incluido en el libro Centro Atrás, editado por la Cooperativa de Trabajo Al Toque.

El Periplo por los tres siglos que habitó (1894-2000) comenzó en el humilde “pueblo” General Paz, donde el almacén ramos generales de sus padres marcaba el pulso de esa porción de urbe mediterránea. De infancia sin juguetes, pies descalzos y rodillas lastimadas: “los chicos de nuestra compinchería no gozamos los lujos ni los caprichos de hoy en día. Fue una infancia sin juguetes. Cuanto más un balero y una pelota de trapo. Jamás vimos en nuestras manos esos juguetes deslumbrantes que tienen los niños ricos”, asegura en las memorias de su infancia rescatadas en Esto Fui, libro editado por UniRío Editora de la Universidad Nacional de Río Cuarto. “¡Ni que hacía falta!”, enfatiza luego: “la naturaleza proveía a nuestro ensueño. El aire y el agua eran nuestros”. En el aire remontaban los barriletes caseros realizados con desechos y en las correntadas del Suquía viajaban los barcos de papel con la inconmensurable alegría de quienes no necesitaban de lujos para disfrutar la “felicidad paradisíaca”.

En la tierra oficiaba de “goalkeeper en las rasposas canchas del Suquía”. Eran picados entre amigos que se disputaban la pelota de papel envuelta en cancanes y medias viejas, en muchas ocasiones, La Potra difícil de domar por los footbollers. Escaso de talento, reconocido por el propio Filloy en una indagación del periodista cordobés Gustavo Farías publicada en la Voz del interior, no se dedicó al fútbol por “patadura”. Pero su Sagesse (vocablo francés usado para uno de sus tantos libros que significa sabiduría) le permitió, años antes de fallecer, advertir que ese bello deporte admirado “ya no era la magnífica eclosión de entusiasmo y potencia”. Se había convertido, con el paso del tiempo y la impregnación de lógicas mercantiles, en “una lidia de los trainers a los costados de la cancha emperrados en ataques y defensas sin alcanzar la vibración multánime del gol”. Con desánimo asevera en Diatriba contra el fútbol de hoy (colección Libera Libros de Uni Rio Editora, UNRC): “es amargo decirlo: el fútbol electrizante de otrora es ahora el lastimoso ideal del 0 a 0…El supremo designio de impedir la superioridad del rival”.

En ese enfático posicionamiento contra el fútbol de hoy -manejado en algunos casos por una Caterva de inescrupulosos- va mucho más allá del juego en sí.  Lo interpela desde los valores que nos atraviesan como ser pensantes y sintientes. Desde la desvirtualización de la esencia misma de la noción de deporte. La derrota, uno de los resultados posibles, lejos de ser una contingencia posible del juego, se ha transformado en oprobio: “ahora lo que prima es la terca decisión de no ser vencido, el supremo designio de impedir la superioridad del rival”. Argumenta que algunos dirigentes y técnicos mucho tienen que ver con esta degradación anodina. “La industria del deporte propende de ese modo a defender el ´cartel´ de las instituciones y no la calidad de los espectáculos”. Y… ¿por qué se llegó a este estadio?. “Porque las ganancias instan”, responde. Las lógicas mercantiles de un negocio cada vez más millonario tergiversaron la pureza de un fútbol que contempló otrora en estado puro. No desde el rectángulo donde se dirimen los talentos, sino desde funciones de gestión y representación. En una gira por Chile (1923), presidió la delegación de Talleres Central Córdoba -como se lo denominó en sus orígenes-, club que vio nacer pero que no fundó tal como se afirmó en varias ocasiones. En su función de bibliotecario en la Biblioteca Popular Vélez Sarsfield contempló las reuniones fundantes de unas de las entidades más pujantes del interior del país. “Eran todos ingleses. Porque en Córdoba en ese entonces había una empresa ferroviaria que se llamaba El Central Córdoba, cuya ubicación, dirección, administración y tráfico estaba en el barrio General Paz. Yo estaba en la biblioteca cuando llegaron varios ingleses… me acuerdo hasta de los nombres de los fundadores de Talleres, que son: míster Findley, míster Scriberer, míster Ferguson y míster France”, precisa ante la periodista Ana Da Costa. Esto incluso fue ratificado en “Un atleta de las letras”, biografía literaria de Filloy escrita por Ariel Magnus.

Aunque nunca jugó al fútbol, fue socio fundador del club Talleres, entidad de la que llegó a ser secretario y presidente de la delegación que viajó a Chile en 1923.

En esos tiempos entabló relación de amistad con futbolistas de la envergadura de Manolo Martínez, primer goleador del club. El periodista Gustavo Farias publicó la dedicatoria cuando le obsequió su primer libro Periplo: “A Manolo Martínez, eximio footboller de otrora, en pago a la emoción de sus goal”.

Filloy, en su rol de delegado, fue también quien redactó la carta de explicación a la Federación de Fútbol luego de que Talleres se retirara de la cancha cuando recién iban 15 minutos de su debut oficial contra Belgrano, en señal de protesta porque el primer gol del rival había sido en posición fuera de juego. Eso sucedió en 1914. Ya por esos años estudiaba Derecho en la Universidad de Córdoba por el enorme esfuerzo de una familia en la que no abundaban los recursos para costear estudios universitarios onerosos. Pero su padre, Benito, solía advertirle: “¡usted estudie, o quiere pasar los días de su vida detrás de este viejo mostrador!”. 

La justicia, además de ser el sostén económico de sus proyectos de vida (hizo gran carrera como magistrado), era su desvelo. Se puede graficar en aquella carta reclamando por una reivindicación a una situación inválida del juego, pero también en otros aspectos de su vida en los cuales dejó huellas imborrables. Tal el caso de su participación en un hito en la historia de las revoluciones en el país: la reforma universitaria de 1918. Aquél “bochinche universitario del 18”, como la calificó en una entrevista de Deolinda Abate Daga y Sergio Martín citada en Papeles Sueltos (compiladores Candelaria de Olmos y Juan Conforte), inició la gesta de una universidad argentina más democrática, plural, no elitista, cogobernada, con libertad de cátedra: “fueron actos insurreccionales del acervo estudiantil en contra de la cerrazón clerical que manejaban las instituciones”. En un intercambio postal, rememoraron tiempo después con Deodoro Roca, autor intelectual del Manifiesto Liminar de 1918, los actos de justicia que habían comenzado a instalar desde aquella revuelta.

La justicia y el derecho fueron ejes de discusiones filosóficas y políticas de los siete linyeras que protagonizan Caterva, la obra reconocida y citada por Julio Cortázar: “La justicia es una lechuza. Guiña los ojos, alternativamente, a la izquierda y a la derecha. Guiños de esperanza al miserable… Guiños de inteligencia al potentado”.

La literatura, el deporte y la justicia como parte constitutiva e identitaria del gran escritor. Fue Juez de Paz, de Cámara y ¡de Boxeo!. Siendo miembro activo de la Federación Argentina del deporte de los puños, dirigió algunos combates entre los que se destaca la recordada exhibición que brindó Luis Ángel Firpo. Fue un 15 de agosto de 1922 en Río Cuarto. Allí ofició de árbitro la pelea que tuvo como animador al “toro salvaje de las pampas” ante Sergio Minutt. «Fue una exhibición, sin decisión oficial. Me acuerdo todavía de que cuando los boxeadores se traban, entonces el referí les ordena separarse y se dice «break away», en inglés, porque toda la nomenclatura del box es en inglés. Entonces en un «break away» Firpo tiró un golpe al contrario que me pasó rozando la mejilla, y que casi me voltea… Fue muy celebrado el episodio ese», reseña Filloy en un artículo de Ariel Scher en Deporte y literatura.

El 15 de agosto de 1922, Filloy ofició de árbitro en la pelea estelar entre Luis Ángel Firpo y Sergio Minutt.

Su prosa vanguardista como práctica cotidiana se entreveraba con su comprometida labor social y cultural ligada a entidades riocuartenses. Ya afincado en la ciudad y actuando como magistrado, fue fundador del Río Cuarto Golf Club, del Rotary Club Río Cuarto, socio honorario de Sportivo y Biblioteca Atenas, Socio Fundador, fundador del Museo de Bellas Artes, entre otras. “La idea era venir a Río Cuarto por dos meses como asesor de menores y me terminé quedando casi una vida”, reseña sobre sus más de 60 años de transitar estas tierras en las que, los domingos, esperaba sentado en un banco de la Plaza Roca el sonar de las campanas de la Iglesia Catedral para emprender su camino hacia el almuerzo. Cuando aún residía en Córdoba fundó el Club de Ajedrez Vélez Sarsfield, en el ámbito de la biblioteca en donde se desempaña. Tanto al deporte-juego-ciencia como al golf nunca lo practicó con continuidad.

En la cadencia de su obra literaria jugó con las palabras y su semántica. En la armonía de su longeva vida hizo un culto de “respeto por el físico”, apunta el historiador riocuartense Omar Isaguirre. Sostenía que “había que llegar al fin de los días arriba de las piernas”. Y actuaba en consonancia. Practicó mucho tiempo uno de los deportes más completos como la natación (rememorando sus andanzas cuando niño en el río Suquía: “modestia aparte, creo que lo que mejor que hice fue nadar”) y ensayó rutinas de caminata hasta que su cuerpo se lo permitió. Cuando gozaba de buena salud solía caminar hasta cuarenta cuadras por día, circuito que se transformó luego en pequeñas vueltas a la terraza, el balcón o el living acompañado por su andador como sostén. Caminó (nunca tuvo auto por convicción), leyó y escribió siempre. Decía que tuvo una “vida ordenada, con postergaciones amorosas merced a la vocación literaria”. Empleó la misma conducta que para sostener durante toda su producción literaria títulos de sus libros compuestos por siete letras.

Algunas de las distinciones que recibió Juan Filloy. Honoris Causa de la Universidad y el nombre de una escuela.

El ordenamiento de sus últimos años de vida estuvo signado por esa rutina, que incluía el infaltable cafecito de las 11.15 y la tradicional siesta, apenas pasaditas las 14. Solía leer el diario en dos tramos del día y, cada tanto, reparaba en las páginas deportivas y refunfuñaba “enervado por su bronca con la decadencia irremediable del deporte rey”, como reza la novela de Gonzalo Otero Pizarro El secuestro de Filloy (UniRío Editora, mayo 2019). Y hacía lo propio cuando contemplaba las injusticias publicadas en La Nación, La Voz del Interior y Puntal, sus matutinos de preferencia. En entrevistas televisivas realizadas con el Departamento de Producción Audiovisual de la Universidad Nacional de Río Cuarto, el autodefinido como “campeón mundial de los palíndromos” reflexionaba sobre cómo durante los tres siglos que habitó fue testigo presencial de la diseminación de esas injusticias y desigualdades cada vez más dolorosas porque “el régimen político mundial dominado por el capitalismo tiene muy poco romanticismo para ayudar a naciones pobres; así se ve un mundo quebrantado por la miseria…”.

Hiperproductivo, genial, escritor de avanzada, vanguardista, delirante, provocador, heterodoxo, misterioso, erudito…son algunas de las adjetivaciones que le cupieron a don Juan Filloy y su contribución sociocultural en su dilatado paso por la vida. “Es ese hombre al cual uno se asoma exactamente con el mismo gesto que si uno se pusiera a mirar el fondo de un pozo desde el brocal. Porque la inteligencia de este literato es tan profunda que nos está hablando de allá, de lo muy recóndito de la literatura”, resumió alguna vez la entrañable escritora riocuartense Susana Dillon.

La siesta eterna que inició el 15 de julio de 2000 no hizo más que consagrar la muerte “como un justo corolario de esta vida tan fructuosa que he llevado”. “No hay nada más breve que una vida larga…”. Rubrica de don Juan Filloy, hacedor magistral de un legado omnipresente.

Fuentes: Libro “Centro Atrás – Un desborde hacia lo profundo de la historia del fútbol de Río Cuarto” de Cooperativa Al Toque y “Esto Fui”, libro editado por UniRío Editora de la Universidad Nacional de Río Cuarto.
Foto Boxeo: Omar Isaguirre / Archivo Histórico Municipal
Redacción Al Toque

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