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Lionel Messi: la pulga que domó tempestades

Por Marcelo Ducart.

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Messi debutaría a fines de agosto en el PSG.

El título del artículo me recuerda sin más la película: “El niño que domó el viento” (The boy who harnessed the wind), del año 2019 (Netflix). Cuenta la historia de William Kamkwamba, un joven de 13 años de Malaui que logró llevar agua potable a su pobre aldea por primera vez a pesar de múltiples obstáculos y de que casi nadie creyera en él. Y lo logró gracias a su ingenio y un par de “chatarras” sin uso que aprovechaban la fuerza generativa del viento. Él hizo todo lo posible por salvar a su pueblo.

¡Qué hermosa historia! Para mí, es como una metáfora que nos puede ayudar a comprender mejor el fenómeno Messi y su aldea natal, Argentina, en tiempos sin brújula. Y así arriesgar la crítica como una apuesta ética de la inquietud. Una actitud política y moral, una manera de pensar los problemas que nos aquejan, una apuesta a cuestionar la verdad en sus efectos de poder y a cuestionar el poder en sus discursos de verdad.

Es difícil encontrar en el planeta a alguien que no haya escuchado nunca hablar de uno de los mejores jugadores del mundo: Lionel Messi y su magia con el fútbol. Desde las grandes metrópolis hasta los barrios marginados, este diminuto jugador se fue ganando el aprecio de muchedumbres. Nunca tuvo el estereotipo físico necesario para compararse con los grandes gladiadores deportivos. Tampoco la expresividad de las fastuosas celebridades del mundo del espectáculo. Todo lo contrario. Al igual que otras numerosas muchedumbres silenciosas de niños y jóvenes, tuvo que emigrar voluntariamente temprano en busca de tierra firme para sus sueños. En su timidez, sintió de cerca lo que significan las dificultades y la pobreza no material, es decir, el exilio del corazón. Y gracias a esa pobreza fue capaz de empatizar en medio de las recurrentes tempestades, con su amada celeste y blanca y todos los rostros que la acompañan. Sufrió en carne propia el “éxodo” de los que deben cruzar el mar de los presagios pesimistas. Lloró de tristeza y frustración por no poder darle a su país la tan ansiada copa durante muchos años.

Por eso no tardó en brillar más aún su talento. Se purificó en el crisol de los que se esfuerzan y trabajan sin alcanzar por completo sus metas más preciadas. Su principal talento es la capacidad de aprender en medio de las inclemencias de la vida. Es su don de construir futuro en medio de espejismos que nos quieren atar al pasado.

Cuando la grandeza apenas asomaba en sus pies en un molde pequeño, lo apodaron la “pulga”, porque siempre estaba picando y saltando en la euforia incontenible de los que no pueden parar de jugar. Lejos de sus seres queridos y de su tierra natal, tuvo que rehacer su vida como un extranjero en busca de su destino. Fue creciendo a la par de las estrellas de turno, al calor de una tierra que temblaba ante la euforia de los triunfos, Y pasaron astros a su lado, hasta convertirse en uno de ellos, con seguridad, en el más grande de todos ellos. Y todos gritaron sus goles, y todos se alegraron de sus conquistas, hasta la locura de sentirlas como propias.

En cada rincón del planeta fútbol, todos saben dónde buscarlo. El domicilio de su casa, el de sus hijos y amigos, se llamaba Barcelona. Y así, sin saberlo ni quererlo, refundó un club, una ciudad y hasta un nuevo país bajo la magia de su nombre atado a tus pies. Se convirtió rápidamente en el ciudadano más famoso del mundo con bandera propia. Al mismo tiempo, fue construyendo un propio universo paralelo de confort y seguridad atado a dicha ciudad-club, del cual, se fue aferrando a medida que comenzaban a aparecer los primeros signos del paso del tiempo en su magia.

El domicilio de su casa, el de sus hijos y amigos, se llamaba Barcelona. Y así, sin saberlo ni quererlo, refundó un club.

Tiempos de cambio. Pensar en largo, jugar en corto

Y el tiempo llegó, implacable como de costumbre, rompiendo todos los planes. No los del destino, sino los de hombres de carne y hueso, ídolos con pies de barro. Y cuanto la intemperie se ensaña, no existe ni gloria, ni fama que la seguridad del dinero pueda torcer. Se agota la energía libidinal en torcer el viento. Pareciera que, hasta la memoria y la exultación poética de los goles, pierden su valor.

De lo malo, sacamos lo bueno. La actual pandemia global de COVID nos viene recordando la finitud de nuestros planes. Todos hemos salido un poco más empobrecidos y enriquecidos de ella. Pero necesitamos urgente que el Fair Play financiero, también nos enseñe a nosotros, a recuperar el valor y el sentido de nuestras deudas. Ningún club del mundo puede seguir como antes de la pandemia. Las restricciones globales han enseñado que, al fin de cuentas, se puede vivir sin fútbol, al menos, por un tiempo. Los aficionados pueden darles un descanso a sus ídolos deportivos. La estética de las rutinas del espectáculo puede variar, aunque se haga necesario descargar en el anonimato del encierro, las emociones peligrosas, drenar la mala sangre (y la mala leche), soltar las aversiones para que su poder debilitante y neutralizante pueda restablecerse.

El nuevo orden social, produce los fantasmas que lo amenazan. El eje geopolítico deportivo ha variado, sobre todo, después de la “llamativa” intervención de la FIFA por sus escándalos de corrupción. Ya nada es lo mismo. Seguramente los grandes capitales han introducido su caballo de Troya en los muros del fútbol internacional y sus formas ocultas de financiamiento. Y los dirigentes de los clubes, quedaron acorralados en medio de la trampa. Para ello, mandaron a sus alfiles ocasionales, a degradar y expulsar amistosamente contra su voluntad al 10, al cual ya no podían mantener económicamente. Y todo ello, sin quedar pegados como traidores. Sólo así puede comprenderse la campaña oculta de desprestigio que ellos mismos pagaron contra su mejor activo: Messi. Pero, no hay juego de cartas donde todas las manos sean parejas. Es una regla de oro en la sociedad de consumidores regida por el mercado. Los jugadores que ya no “multiplican”, entonces “dividen”. Los que ya no “suman”, entonces “restan”.

El mundo de los billetes no funciona de la misma manera que el juego y las amistades, sobre todo, de las más profundas. Y eso Messi lo aprendió muy bien. En ese mundo del “todo vale”, ciertos visionarios de saco y corbata se dedican a comerciar “burbujas” al mejor inversor. Pero cuando la burbuja se eleva y se hace cada vez más grande, sus paredes se debilitan tanto, que, en el momento menos esperado, explotan y se evaporan. Las restricciones globales a la presencialidad, han supuesto pérdidas millonarias para la gran mayoría de los equipos deportivos a escala mundial. Claro que parecía que alguien como Messi no se vería afectado por nada que tuviera rostro de dinero, pero no fue así. Todos somos un apéndice más de la maquinaria global capitalista, la cual, en algunos momentos, se sirve de su gran telaraña legal y jurídica, para anestesiar el juego de simulaciones.

La novedad como primera estrofa deportiva

La imagen televisiva de Messi llorando su partida no consentida del Barcelona parecía el fin de la historia. Ese club que lo vio nacer y lo catapultó a lo más alto del fútbol mundial, lo termina echando con las manos vacías. Pero ¿cómo se puede dejar partir sin pena ni gloria a alguien así? No se entiende, o mejor sí. Quien decidió fue el dinero (en falta), ese villano huracanado que termina por torcer las mejores voluntades. Queda claro entonces, que nadie puede asegurar el futuro que desea, ni 21 años de trabajo ininterrumpido, ni 670 goles en 774 partidos, ni 4 Ligas de Campeones, ni 7 Copas del Rey, ni 3 Mundiales de Clubes, ni 3 Supercopas de Europa, ni aún 8 Supercopas de España en el mismo club de sus amores.

Pero hay derrotas que al final del día, son claras victorias. Como expresaba la poeta Violeta Parra: “Tantas veces me mataron, tantas veces me morí. Sin embargo, estoy aquí resucitando…” La libertad es no tener nada que perder, porque lo que se guarda para sí se pierde irremediablemente. La dignidad es haber sido capaz de entregarlo todo por una justa causa.

Sabemos a fuego que nada es para siempre, que todo se renueva, el desarrollo impresionante de la ciencia y la tecnología del conocimiento, nos van haciendo creer en la ilusión de cierta eternidad terrenal. Pero el bienestar económico no puede domar el vendaval de lo imprevisible. La vida se renueva a pesar de todo y de todos. La novedad inaugura un nuevo tiempo al mismo tiempo que se van reventando nuestras burbujas de ilusiones. Lionel Messi ya no es de nadie, o al menos, ya no sólo del “Barsa”. La imponente figura de su diminuto cuerpo haciendo malabares con una pelota, es un patrimonio del deporte universal. El patio de su casa es ahora un enorme potrero llamado mundo. Sus dolencias, sus lágrimas y las palabras no dichas se han convertido en plasticidad. Ellas se alzan frente a todas las adversidades y sólo agigantan la leyenda de los héroes. Así, vemos que también una pelota de fútbol puede convertirse en un círculo virtuoso. Desde los tiempos más remotos, hombres y mujeres, juegan con formas esféricas, como si quisieran familiarizarse con ese objeto casi sagrado en la misteriosa síntesis entre guerra y fiesta, entre la tierra y el cielo. El fútbol como deporte de masas, puede ser considerado como un universo abierto en constante movimiento. Una dinámica que nos impulsa para lo que vendrá, para la novedad, para la posibilidad de encontrar nuevos motivos lúdicos que hagan más bella la vida misma.

Por eso creo que la “pulga” Messi ha logrado domar la tempestad que lo mantenía atado a su lugar en el mundo por propia adopción. Y ahora se ha lanzado, al desafío de abandonar la costa y quemar las naves para poder divisar nuevos mundos de libertad para todo su pueblo. Él aprendió que no pude seguir desempeñando el papel de simple comentarista de resultados. Ni tampoco con conformarse como si fuera una pieza de museo. Él quiere y sueña con seguir transpirando la camiseta, sabiendo el sentido y la dirección a la que lleva el sudor del esfuerzo. Gracias Lionel por no apagar tanta magia.

Por Marcelo Ducart – Docente, investigador y escritor

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