Columnistas
Más Sócrates, menos Bolsonaros
Por Leonardo Gasseuy*
Corrían los primeros años de la década del 80 y, como todas, la dictadura de Joao Baptista de Oliveira Figueiredo corroía Brasil en su conjunto. Latinoamérica, era víctima de la eficacia de la Escuela de las Américas y el cerebro de Henry Kissinger, que exterminaron las democracias y regaron de sangre cualquier manifestación social.
En 1979 cuando De Oliveira llega el poder, con la hipocresía típica de los tramposos, anunció la legalización de la fundación de partidos políticos. Lo que parecía un grado de apertura, no fue más que una maniobra para fragmentar la oposición y perpetuar la continuidad del régimen que ya llevaba 15 años de oscura represión.
La dictadura de Brasil nació el 1 de abril de 1964 cuando el golpe militar derroca el gobierno de Joao Goulart, acusado por la Junta Militar de acercarse peligrosamente a Moscú. Tuvo las mismas características de los procesos regionales, con un fuerte respaldo del mayor conglomerado de prensa brasilero. La red O Globo, propiedad de Roberto Irineu Marinho, que, fundamentalmente con el periódico, apuntalaron cada uno de los gobiernos de facto dentro de los 19 años de dictadura.
Con la prensa operando y cercenando la voz de los artistas e intelectuales, la muerte se acompasaba con el pisoteo de las libertades. Brasil se sumergía en un caos institucional, que a decir de Caetano Veloso la música fue grito y el sol en medio del silencio sepulcral de la noche. Veloso, referencia de protesta, fue obligado a exiliarse en Londres junto a Gilberto Gil.
“Es un placer viajar a un país maduro y que entiende la situación de la región”, dijo Ronald Reagan, que llegó a Brasil en 1982 en medio de una gira latinoamericana. El presidente norteamericano fue conducido a la Granja de Torto donde explicó que su viaje era para solidificar las economías del cono sur e intercambiar planes de desarrollo. Flagrante mentira. Reagan exigió a Figueiredo acompañarlo en la incursión armada en Centroamérica, donde arrasaban a Nicaragua y El Salvador. Los 19 parlamentarios del estado de Sao Paulo acompañaron obsecuentemente y miraban el paseo en caballo de los dos líderes, que el día después O Globo retrataba en su portada como El Cowboy y el Caballero General. Terminaba el año 1982 y las sombras cómplices seguían invadiendo el continente.
El Sport Club Corinthians de Fútbol fue fundado en 1910 y, como muchísimos clubes en el mundo, tiene raíces obrero-ferroviarias. De origen humilde y orgulloso transitaba su derrotero y en medio de la dictadura decidió modificar radicalmente sus estructuras internas. En 1982 luego de una pésima campaña, el presidente Vicente Matheus – vinculado a la dictadura – es reemplazado por Waldemar Pires, quien como primera medida designa a Adilson Monteiro, un joven sociólogo, a cargo del futbol profesional y genera una revolución.
Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira nació en Belém, en el norte de Brasil, en 1954. Fue uno de los mejores jugadores de la historia de su país. Se crio en medio de una pareja que profesaba una particular mística intelectual, de ahí su nombre de raíces filosóficas. En octubre de 1977, cuando cumplió 23 años, con altísimas calificaciones se graduó de médico pediatra, cumplió las residencias y se dedicó de lleno al futbol.
Raimundo, su padre, (también padre del crack Raí) orgulloso de su hijo médico desestimaba al futbolista. “Es imposible que brilles en la elite mundial, cuando mides 1.93, calzas 37 y tienes la cabeza llena de libros”. Con una sonrisa su hijo lo desafío. Fue uno de los mejores de todos los tiempos y sus inquietudes intelectuales lo llevaron a ser un referente social ineludible. Fue el Doctor Sócrates y, junto al sociólogo Monteiro, el creador de la Democracia Corinthiana. Luz nacida en un club en medio de la oscura dictadura brasileña.
El cambio se basó en marcos conceptuales. “Para modificar el país primero debemos gobernar nuestro metro cuadrado”. Así lo entendieron Monteiro, Sócrates y el también crack Walter Casagrande. Bajo la perspectiva de lo que es un club de futbol, idearon un estado democrático ideal y con la Democracia Corinthiana lo llevaron a cabo en modo practico. Convencieron a los hinchas, presidente, empleados, jugadores y familiares. Como en la cancha, Sócrates se hizo cargo.
La Democracia Corinthiana consistía en que todas las decisiones dentro del club fueran sometidas a un debate y una votación democrática, donde no sólo se tenía en cuenta a jugadores, entrenadores y directivos; sino a todos los miembros que formaban la institución. Discutían desde las contrataciones de nuevos jugadores, los salarios, el uso del dinero de las recaudaciones, derechos televisivos, las vacaciones de todos, cuándo concentraban, qué día viajar a los encuentros, entre otros. El joven sociólogo Monteiro, feliz con su obra, definió que “eran las voces que esperaba escuchar en las Universidades y las encontré en el club. El Corinthians no teme a la dictadura.
Cuando le preguntaron a Sócrates que valoraba del movimiento solo dijo: “tuvimos la capacidad de vencer el miedo, el vestuario no teme a la represión y eso contagiara a la calle”. El timao salía a la cancha con una bandera que decía la voz de la libertad, es la voz del pueblo. El contagio fue masivo. A los pocos días se sumó el publicista Washington Olivetto y propuso estampar en la camiseta la inscripción Diretas ja – elecciones ya -. Fueron las pocas voces que se escucharon.
Sócrates murió muy joven, con solo 57 años. Una de sus frases era, cuando manifestaba por elecciones libres, “no juego para ganar, lo hago para que me recuerden”. Claramente su legado marcó una época y dejó las bases de que el futbol puede ser una organización social que construye.
Jair Bolsonaro seguramente no formaba parte de una planificación de futuro de los líderes de la democracia Corinthiana. Es un icono de la individualidad y el egoísmo. Un Brasil multiétnico y maravilloso, con Bolsonaro ganó en dolor, desprecio y homofobia. Un presidente que dice ser un Messias –su segundo nombre- y encima lo cree, no hace más que alejarse del colectivo social que requiere el mundo moderno y que el Corinthians elaboró hace 40 años.
El mundo cambiará para bien cuando haya más Socrates y menos Bolsonaros, El Doctor a poco de morir dijo: “Para mí lo ideal sería un socialismo perfecto, donde todos los hombres tengan los mismos derechos y los mismos deberes. Una concepción del mundo sin poder”. El alcohol lo puso de rodillas y lo venció. “El vaso de cerveza es mi mejor psicólogo”, dijo cuando anticipaba su final y tenía como proyecto entrenar ad-honorem a la Selección Cubana.
“Quiero morir un domingo y que ese día el Corinthians levante una copa”. El destino premió sus convicciones. Murió un domingo a las 15:00 y al atardecer, desafiando el luto, el Timao fue campeón como el Doctor lo pidió. Cuando un periodista le pidió coherencia contesto “no puedes exigirme coherencia, tipos como yo somos metamorfosis ambulantes”. Contagio a todos y su legado más firme lo dejó en 1982 cuando le preguntaron por un resultado deportivo y dijo “se puede ganar o perder, pero siempre en democracia”.
* Leonardo Gasseuy vive en San Francisco, Córdoba. Es empresario. Apasionado del deporte, la geopolítica y la historia.
Gráfico: Al Toque
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