Media Distancia
Mi primera vez como hincha
Andrés Burgo
Periodista.
Hace unos años, en 2019, intenté reconstruir la ficha informativa de un partido que sería un punto de fuga en mi biografía como hincha: la primera vez que fui a ver a mi equipo, River. La solución fue cruzar variables a partir de las pistas sueltas que pendían en mi memoria; por ejemplo, la evocación del potentísimo sistema lumínico del Monumental que, desde la platea alta Belgrano, me permitía ver a los jugadores moviéndose a toda prisa sobre una pista verde.
De ese recuerdo, y de haberme dormido antes del final, desprendí tres datos: 1) que muy posiblemente se trató de un día de semana, cuando acostumbran jugarse los partidos nocturnos-; 2) que fue una noche sin lluvia ni frío, adversidades climáticas que no me habrían dejado dormirme al aire libre; y 3) que ganamos con relativa facilidad, sin que estuviera pendiente del resultado.
Yo no podía tener más de cinco o seis años y, como nací en 1974, el partido debió haberse jugado a finales de los 70. También creía recordar, casi que podía asegurar, que el rival había sido un equipo del interior, sin una hinchada que le agregara tensión al espectáculo. Un delgadísimo hilo de memoria ajustaba la mira en San Martín de Tucumán, por lo que la búsqueda debía focalizarse en los Nacionales y ser más laxa en los campeonatos Metropolitanos.
La suerte comenzó a estar de mi lado cuando leí que fuimos locales en la cancha de Huracán desde febrero de 1977 hasta mediados de septiembre de 1978, período en que el Monumental estuvo en refacciones para el Mundial. En realidad, Argentina se consagró campeona del mundo a fines de junio de 1978 pero River siguió alquilando el Palacio Ducó otros tres meses. En definitiva, nuestro último partido en el Antonio Vespucio Liberti había sido en diciembre de 1976, una ausencia que supuso una excelente referencia para mi rastrillaje.
Deduje que mi debut no podría haber ocurrido antes de Argentina 78 por al menos tres razones, desde coyunturales hasta genéticas: porque la potencia de la iluminación que recordaba seguramente se ajustaba a los requerimientos de la FIFA para reacomodar el estadio a los parámetros del evento, porque puedo verme sentado en las plateas de plástico con respaldo que se estrenaron en la Belgrano alta para el Mundial y porque, según estudios científicos, el primer recuerdo que recapitulamos de nuestras vidas es —en promedio— a partir de los tres años y cuatro meses, y en diciembre de 1976 todavía me faltaba un año para llegar a esa edad.
Ese límite también me orientaría para encarrilar otro enigma: por qué mi vieja asistió a un espectáculo que no solía interesarle. Es posible que los cuatro hayamos concurrido como un plan familiar en que el partido constituía una excusa para redescubrir el monumental estadio que acababa de ser reinaugurado.
Las primeras presentaciones de River a su regreso a casa, por las fechas finales del Metropolitano 78 entre septiembre y octubre, no coincidían con mis recuerdos de una noche de presunta victoria contra, también supuestamente, uno de los equipos del interior que participaban en los Nacionales. Como también descarté los partidos de Copa que en ese lapso jugamos contra Atlético Mineiro y Boca, mi exploración se enfocó a partir del Nacional posterior a la Copa del Mundo, que comenzó en noviembre de 1978.
Sin saber a qué equipos nos habíamos enfrentado, me topé muy pronto con que en la cuarta fecha recibimos al rival que creía recordar, San Martín de Tucumán. Fue el 15 de noviembre y ganamos 2-1 en el Monumental. Era un avance enorme, aunque restaba saber si el partido se había jugado de noche, a mitad de semana y sin inclemencias climáticas. En el servicio on line que Clarín ofrece como “la tapa del día que naciste”, el círculo parecía terminar de cerrarse: la primera plana del jueves 16 de noviembre de 1978 notificaba “Cuarto triunfo de River”, un título acompañado por una foto en la que efectivamente comprobé una victoria nocturna, primaveral y sin lluvia, con las luces del estadio iluminando la escena. Y aunque el partido terminó 2-1, un resultado más cerrado del que creía recordar, el gol de los tucumanos llegó en el minuto 89, demasiado tarde para ponerle suspenso al trámite.
Ningún cabo parecía quedar suelto en aquel River 2-San Martín de Tucumán 1 del miércoles 15 de noviembre de 1978. Imaginariamente nos saqué una foto familiar: a mis cuatro años y tres meses me vi dormido sobre mi vieja, al lado de mi papá y de mi hermano, felices los cuatro, como en una vuelta olímpica estática pero nuestra, ajena a los jugadores y al resto del estadio. Envié un mensaje hiperbólico a uno de mis cinco grupos de hinchas de River en WhatsApp: “Llegué a un momento clave de mi vida, me emociono en serio: la primera vez que vi a River”.
Sin embargo, con el envión del descubrimiento seguí leyendo el resto de la campaña de River en el Nacional 78 y pronto chocaría con -o contra- más datos. Una semana más tarde, el miércoles 22, River volvió a ser local y a ganar sin sufrimiento, 3-1, frente a otro San Martín, el de Mendoza, un rival que coincide con los tucumanos no solo en el nombre sino también en su camiseta roja y blanca a rayas verticales.
Consulté de nuevo las tapas de Clarín y al día siguiente del partido aparece Juan José López convirtiendo un gol en otro espectáculo nocturno y sin lluvia. Contra los tucumanos volveríamos a jugar en 1981, pero por la tarde, y a los mendocinos ya no los enfrentaríamos, así que, como los grupos de rescate que dan por concluido el rastrillaje de sobrevivientes en los accidentes de montaña, también yo di por terminado mi barrido en aquel noviembre de 1978.
Como el proverbio chino que dice que “un hombre que tiene un reloj sabe qué hora es, un hombre con dos relojes nunca está muy seguro”, tampoco tendré la seguridad plena de en cuál de esas dos noches comenzó todo, pero con íntima convicción, amparado en aquel delgadísimo hilo de la memoria que me llevaba hasta los tucumanos, elijo la primera, la del 2-1 contra San Martín de Tucumán. Y si algún día la conciencia de fanático me vuelve a atacar en búsqueda de más pormenores, me defenderé como dijo el escritor brasileño Nelson Rodrigues: «Y si los datos no nos acompañan, peor para los datos».
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