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No existís, no existís, no existís

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Cuando la población de Gaza termina de llorar a sus muertos y de reconstruir su mísera infraestructura, pasa lo que está pasando ahora mismo.

Mariano Saravia

Periodista y especialista en Relaciones Internacionales.

Es una de las canciones que uno puede escuchar en cualquier cancha, y lo peor es que no nos alarma ni nos asombra. Pero lo cierto es que, en el fútbol, como en muchos órdenes de la vida (pero quizá más en el fútbol), uno necesita imperiosamente que el antagonista exista. Si no, no sería un juego y nos quedaríamos jugando solos.

Nada más aburrido que cuando los protagonistas de un clásico están en distintas divisionales. La cargada dura un tiempo, pero la verdad es que Estudiantes necesita de Atenas, Talleres de Belgrano, Boca de River, y así podríamos seguir eternamente.

Por lo tanto, lo primero que hay que decir es que es mentira eso de “no existís”. Lo segundo que hay que decir es que nunca es deseable que el otro deje de existir, ni en el fútbol ni en la vida. No mirar al pibe que en la esquina se acerca a limpiarte el parabrisas es hacerle notar que no existe, que es invisible. Otra cosa muy distinta es regalarle una sonrisa y, en todo caso, decirle que no. Pero nunca “no existís”.

En 1969 Golda Meir, entonces presidenta del Estado de Israel, dio una entrevista al periódico británico Sunday Times en el que dijo: “No existe el pueblo palestino…ellos no existen”. Es una típica expresión que denota el sentimiento más profundo del genocida. Y se podría esperar de muchos, pero quizá hace más ruido proviniendo de alguien que pertenece al pueblo judío, históricamente perseguido para su exterminio. Los judíos fueron perseguidos e invisibilizados desde hace mil años, empezando por la Inglaterra de la Alta Edad Media; el proyecto genocida de los Reyes Católicos que inventaron algo que se llama España en base a la exclusión de judíos, musulmanes y gitanos; los italianos, donde nace la palabra gueto, que viene de ghetto, borghetto, que quiere decir barrio chiquito; los franceses con su tradicional antisemitismo y el caso Dreyfus; hasta llegar a la Alemania nazi.

Golda Meir, la «Dama de Hierro» que tuvo Israel en los años ’70.

Pero he aquí que lo que dijo Golda Meir es la base del pensamiento sionista que irrumpió en la Palestina histórica con dos premisas: la primera es que esa es la tierra que Dios le prometió al pueblo judío (y a nadie más), y la segunda es que ahí no había nadie. Igual que dijo la “Generación del 80” sobre que desde Río Cuarto para el sur no había nadie, por eso hablaron de una campaña “al desierto”. Pero allí sí había gente, ranqueles, mapuches y tehuelches, y tan es así que había gente, que lo que hicieron fue un genocidio. Eso mismo  que  ocurrió en Palestina, sí había gente, seres humanos viviendo en esa tierra, desde tiempos tan milenarios que ellos también pueden esgrimir títulos de propiedad otorgados por Dios.

Entonces sobrevino el imperio de la fuerza, acompañado de la hipocresía de ingleses y franceses que dividieron esa tierra ancestral con los acuerdos de Sike-Picot de 1916 y la Declaración Balfour de 1917. Al caer el Imperio Otomano, los colonialistas europeos se repartieron esa tierra que de golpe tenía valor, por el descubrimiento del petróleo (en Siria, Irak, algo en Jordania). Les prometieron a los árabes un país independiente, unificado y fuerte. Nada de eso ocurrió, después de la Segunda Guerra Mundial hicieron lo que siempre hacen, aliados a las oligarquías árabes, dividieron la zona en muchos estados pequeños y manejables (como habían hecho un siglo antes en Latinoamérica) trasladaron lo que quedaba del maltrecho pueblo judío ahí, generando un problema que subsiste hasta hoy. Y los palestinos terminaron pagando los platos rotos del antisemitismo, el racismo y las persecuciones europeas.

No era, ni fue, ni es un problema religioso, porque a lo largo de la historia musulmanes y judíos en general se llevaron mucho mejor entre ellos que con los cristianos. Fue y es un problema de colonialismo y así actuó desde el inicio (1948) el Estado de Israel. Cada 14 de mayo los israelíes festejan y los palestinos lloran la Nakba (catástrofe en árabe). Hubo una limpieza étnica, arrasaron aldeas enteras, como por ejemplo la de Deir Yassin, el 9 de abril de ese año. Y cientos de miles de palestinos fueron echados de sus casas y tierras. Aún hoy, millones de palestinos refugiados en El Líbano, Jordania o en otras partes, sueñan con el retorno y conservan las llaves de sus casas, que se las dieron sus padres o abuelos.

Esto no lo digo solo yo, lo dicen incluso historiadores israelíes honestos como Ilan Pappé, autor de libros como Limpieza étnica en Palestina o Historia de la Palestina moderna. O el estadounidense Norman Finkelstein, autor de Método y locura o Imagen y realidad del conflicto palestino-israelí. Mucho más cerca, aconsejo leer a nuestro Pedro Brieger.

Y aquello que el colonialismo europeo-israelí hizo hacia mitad del siglo XX, lo sigue haciendo hoy, potenciado al infinito. Lo que hay en marcha en Palestina es claramente un plan sistemático de violaciones a los Derechos Humanos por parte del Estado de Israel contra el pueblo palestino. Un plan que raya el genocidio. En Gaza haciendo imposible la vida humana, transformando esa franjita en una verdadera cárcel a cielo abierto. Tiene un total de 364 kilómetros cuadrados, el doble de la superficie de la ciudad de Río Cuarto. Pero allí se apelmazan dos millones de seres humanos, con una de las densidades de población más altas del mundo. Y sin ninguna posibilidad de sobrevivir.

Este viernes 12 de agosto, la armada israelí reprimió severamente a pescadores palestinos que habían osado lanzarse a sus costas en sus barcazas en busca del “pan del agua”. La forma que tiene la Armada israelí es a veces atacar con fuego de sus cañoneras, y otras veces, generar olas gigantes que pueden hundir los pequeños barquitos de los pescadores palestinos. Todo esto en medio de una nueva lluvia de bombas que hasta ahora ha dejado casi cien palestinos muertos, muchos de ellos mujeres y niños. El propio gobierno de Israel reconoció que es un “ataque preventivo” contra la Yihad Islámica, uno de los grupos político-armados de Gaza, el otro es Hamás. Para traducirlo al idioma del barrio, ataque preventivo significa que te ataco por las dudas.

En Gaza hay periódicamente un ataque bélico de Israel hacia Palestina.

Esto sucede periódicamente en Gaza, cada dos o tres años se produce una nueva masacre por parte de Israel. En diciembre de 2008 yo estaba allá y sobrevino la operación Plomo Fundido, que dejó 1300 palestinos muertos, 700 de ellos civiles y casi 200 de ellos, niños. En noviembre de 2012 hubo otra operación, esta vez llamada Pilar Defensivo. Y así sucede cada tanto. Cuando la población de Gaza termina de llorar a sus muertos y de reconstruir su mísera infraestructura, pasa lo que está pasando ahora mismo. Genocidio es el exterminio de un grupo humano. Pero generar las condiciones en las cuales es imposible vivir también es, por extensión, un genocidio.

En Cisjordania la situación es diferente pero los resultados parecidos. Allí lo que hay es un sistema de Apartheid que no tiene nada que envidiarle al que se impuso en Sudáfrica por parte de la minoría blanca durante gran parte del siglo XX. Para ir de un pueblo al otro hay que pasar por infinidad de retenes del Ejército israelí, lo viví en carne propia y puedo asegurar que la humillación es inconmensurable. El Muro de la Vergüenza no sólo separa partes israelíes de palestinas en Jerusalén, Belén y otras ciudades, sino que muchas veces separa a palestinos de palestinos, generando infinidad de problemas en la cotidianidad. También allí lo que se busca es hacer imposible una vida normal para ese pueblo martirizado. En este mismo momento, mientras vos leés esta nota, Israel está avanzando en la construcción de más de 300 nuevas viviendas para colonos israelíes en pleno territorio palestino ocupado. En los primeros seis meses de este 2022 fueron más de 4.500 las nuevas casas de colonias israelíes ilegales según la ley internacional.

Todo esto tiende a decir: “No existís”, o “no vas a existir”, típico comportamiento colonialista, imperialista y genocida.

La pelota sí se mancha

En medio de esta situación (bombardeo de Gaza y tensión en Cisjordania por el avance de las colonias israelíes), la semana pasada se suspendió el partido amistoso que debían jugar en Tel Aviv el Atlético de Madrid del Cholo Simeone y la Juventus de Angelito Di María. El partido se terminó jugando en el Piamonte y el 4 a 0 del “Aleti” es solo una anécdota. Lo que hay que pensar es que los equipos europeos pueden decidir no ir, y el mayor perjuicio es que los organizadores tuvieron que devolver la plata de las entradas que se habían vendido. Pero hay otro fútbol, hay otros jugadores, hay otros periodistas deportivos y hay otros hinchas que no pueden gambetear tan fácilmente el conflicto.

Juventus y Atlético Madrid debían jugar en Tel Aviv, pero por el conflicto bélico se terminó disputando en Piamonte.

En 2018 la selección de Palestina se clasificó por primera vez en su historia para la fase final de la Copa de Asia que se jugó a principios de 2019 en Emiratos Árabes. Uno de los convocados para la selección de Palestina fue Daniel Mustafá, recordado defensor de Talleres de Córdoba. Nacido en Bell Ville y bisnieto de palestinos, Daniel me contó en una entrevista todos los sufrimientos que tienen que enfrentar los jugadores de fútbol: “Tenemos que juntarnos en Catar para hacer la preparación porque no la podemos hacer en Palestina. Como en la selección tenemos jugadores tanto de Gaza como de Cisjordania, no nos podemos reunir, ni entrenar, ni jugar partidos”. Claro, la ocupación israelí impide hasta que los futbolistas puedan viajar de una ciudad a otra. 

Mustafá, defensor belvillense que jugó para la Selección de Palestina.

El fútbol es maravilloso porque NO es sólo una pelota y 90 minutos. Es mucho más que eso, es un reflejo de la vida. Y el fútbol también nos ayuda a entender que éste no es un conflicto religioso, pero sí racista, colonialista, imperialista. Y que muchos árabes son cómplices de los israelíes en la victimización del pueblo palestino.

En el fútbol israelí hay tres familias de equipos: los Hapoel, los Macabi y los Beitar. Los Hapoel tienen que ver con los trabajadores y los sindicatos, y se podría decir que tienen una influencia de centro izquierda, los Macabi con los macabeos, aquellos antiguos judíos que le levantaron contra el intento de helenizarlos, y tienen relación con el sentimiento sionista, y los Beitar están atravesados por una corriente religiosa-política de extrema derecha, remitiéndose a aquel pacto con Dios que les da derecho exclusivo a esas tierras.

El peor ejemplo de racismo en el fútbol es el Beitar Jerusalém, un equipo que se jacta por no haber tenido nunca en sus filas jugadores árabes o musulmanes. En el año 2012, al presidente se le ocurrió llevar a dos jugadores chechenos, o sea de religión musulmana. El resultado fue catastrófico. Los barras bravas, que se hacen llamar La Familia, iban a los entrenamientos a insultar a sus jugadores y dirigentes. Cuando el delantero checheno Zaur Sadayev hizo el primer gol con la camiseta del Beitar, la hinchada abandonó el estadio como protesta. La violencia fue en crecimiento, hasta que quemaron la sala de los trofeos del club. Esta historia llegó a Netflix como un documental llamado Pure Forever (Pureza para siempre) y para la historia queda la dignidad del mediocampista argentino Darío Fernández, que en ese momento era un símbolo de aquel plantel, y enfrentó a los hinchas de su propio club para defender a sus dos compañeros chechenos.

La Familia del Beitar Jerusalém, los ultras más «incómodos» de Israel.

Justo antes de la pandemia, la mitad de las acciones del club se vendieron a un jeque árabe. Sí, así como lo estás leyendo, Hamad bin Khalifa Al Nahyan, integrante de la familia real de Emiratos Árabes, compró el 50 por ciento del club más racista de Israel. O casualidad, en setiembre de ese mismo año de 2020, el ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se anotó como un éxito personal la normalización de las relaciones diplomáticas entre Israel y Emiratos Árabes Unidos, también con Barhein.

Otros países árabes han sido históricos cómplices de Israel en la política contra los palestinos: sobre todo Arabia Saudita y Catar, pero también por lo bajo Jordania, Marruecos y Egipto. En realidad, sería más fácil enumerar los países árabes que sí han sido solidarios con los palestinos: principalmente Argelia y Siria, y no mucho más. Por supuesto, también Irán, que es un país musulmán, pero no árabe.

¿Querías una historia donde se entrecrucen la política y el fútbol? Esta es una de ellas, el fútbol de Medio Oriente, y sobre todo el de Israel, está total y absolutamente atravesado por la política, el conflicto, el colonialismo, el imperialismo y el genocidio, que es impedir la vida a un grupo humano. Es eso: “No existís”. Ya lo decía Golda Meir en 1969. 

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