Fútbol
Racing, ese Nosotros
Ariel Scher
Periodista.
Olga y Martín cuentan la mejor broma de su vida mientras los enmarca la escenografía de siempre: un escudito de Racing pegado en la heladera, una foto familiar llena de sonrisas con el Cilindro de Avellaneda de fondo y un mate muy celeste y blanco que les viaja de labio en labio. La broma es para Luis, su hijo de 17, quien necesita un permiso legal de padre y madre, para cruzar fronteras y ver el 23 de noviembre y en Asunción, en la final de la Copa Sudamericana con Cruzeiro, a su equipo, su club, su pasión, su corazón. De un padre y de una madre que, complotados, le dicen, más o menos, así: «Mirá, quisimos hacerte el permiso, pero en los análisis de sangre surgió que no sos hijo de papá, así que no sé cómo vamos a hacer…». Luis oye esa brevedad que lo traspasa: la piel le vira hasta la palidez completa, los dedos le tiemblan como nunca o más que nunca, la voz le sale en malas sílabas. Se siente roto. Olga y Martín infieren que ya está, que es demasiado, que hay bromas que deben durar poquito. Pero, en cuanto van a blanquear el chiste, su hijo repone cierta compostura, organiza el lenguaje y suelta, como un fuego, la garganta:
-No sé cómo van a hacer, pero arréglenlo: yo, a Paraguay, me voy como sea.
Juega Racing una final internacional después de 32 años: lo demás no importa nada.
#BanderazoRacing
— Racingmaníacos (@RacingManiacos) March 31, 2019
¡VENÍ, VENÍ, CANTÁ CONMIGO, QUE UN AMIGO VAS A ENCONTRAR, QUE DE LA MANO DE LICHA LÓPEZ, TODOS LA VUELTA VAMOS A DAR! pic.twitter.com/EcWjR0OMCu
Luis es uno entre miles. Miles y miles. Miles que son parte de algo que no se constituye nunca fácil y menos, según las ciencias sociales, en este tiempo humano o inhumano: un nosotros. Un nosotros es mucho, pero no suficiente. Corresponde enunciarlo con mayúsculas. un Nosotros. «Nosotros somos Racing», dice Luis, definitivamente desentendido de la genética o de la sangre, definitivamente distante de aquel chiste, definitivamente aliviado porque a Asunción va a poder ir.
Luis es Luis. Podría ser Agustín, uno del Nosotros, de un Nosotros que integraba cuando era un poco más que un bebé y de un Nosotros en el que persiste ya mismo, en la frontera de los 40 y con una biografía que incluye dos críos y un salario que aprieta los pantalones. Reconocerse en un Nosotros es sinónimo de soñar. Y hace un tiempo soñó. Racing luchaba por un lugar en las semifinales de la Sudamericana y un amigo de un amigo advirtió que era posible sacar una entrada para el último partido del torneo en zona neutral. «¿Y si nos quedamos afuera?», se interrogó Agustín. «Pierdo la guita», se respondió. Y, después, se respondió de nuevo: «Es Racing. Si pierdo la guita, la pierdo. Es Racing». Pagó unos 150 dólares. Hoy ese boleto vale y cuesta mucha plata más. Ni le importa eso a Agustín. Le importa Racing. Le importa ese Nosotros, su Nosotros. Sin resto para pagarse el pasaje en avión (sin resto y, además, los aviones se colmaron), desandó 1.267 kilómetros al volante desde su casa para instalarse el jueves 21 entre las humedades que flotan en los bordes del estadio La Olla, teatro de la definición.
«Estamos así desde que Racing se clasificó para la final. Desde un segundo después de que el árbitro terminara la semi que le ganamos a Corinthians en Avellaneda. Por veinte días, somos o parecemos los únicos felices en un país en el que cuesta ver gente feliz. Algunos vimos al campeón del 2001, que fue un desahogo después de 35 años sin títulos locales, pero otros y otras ni habían nacido en esta fecha y esta es su primera ilusión tan grande. No jugamos una final internacional desde 1992», detalla, con una percepción idéntica a la de -de nuevo- miles y miles, Julián, que acudió a aquella consagración del 2001 en el principio de la adolescencia, al lado de su hermano y de su papá, que migró a Córdoba con esos compañeros de amores cuando Racing evitó descender en 2008 ante Belgrano, que se abrazó con ese hermano y con ese papá en las vueltas olímpicas del 2014 y del 2019, que convenció a su mamá de que Racing puede ser una escultura con rostro de felicidad, que enfunda a su niña en ropas muy de Racing cada vez que ella se lo pide y que en estas horas paladea expectativas en las calles de Asunción. Previsible: otra vez con su hermano y con su papá, su Nosotros más entrañable dentro del Nosotros de las entrañas que le representa Racing.
En ese desenlace de hace 32 años, en 1992, el rival de Racing fue, cual guión de película cantada, también Cruzeiro. Se disputaba la Supercopa Sudamericana y un triunfo por 4 a 0 en Belo Horizonte les aseguró a los brasileños la fiesta, a pesar de caer por 1 a 0 en la revancha sobre la superficie bonaerense. No hay guionista responsable, pero, de vez en vez, la existencia es una sucesión de coincidencias: en 1988, cuando acurrucó su último gran logro continental, Racing tuvo enfrente a Cruzeiro y amarró la gloria con una victoria por 2 a 1 en su casa (goles de Walter Fernández y de Miguel Ángel Colombatti) y con un 1 a 1 de visitante, gracias a una conquista imborrable de Omar Catalán. Viejo peregrino de las aventuras de la histórica Academia, sentencia el Negro -«Suficiente con Negro, ¿para qué más?», apostrofa sobre cómo llamarlo-: «Aquello fue una locura pero más chica, esto también pero mayor». El Negro comenta los obstáculos para detectar dónde comprar la moneda paraguaya en los barrios porteños -«para algún peaje, ¿viste?»- y proclama que en pocas ocasiones vio filas más prolongadas que las de autos racinguistas en los pasos aduaneros que unen a la Argentina con la tierra guaraní. Por supuesto, ya ni se acuerda de cómo desarrolló su excursión de 1988 a Belo Horizonte. Sí se acaricia las vértebras, desde luego que más viejas, después de haber desembarcado en Asunción con una caravana de ómnibus dentro de la que hubo escaso rato para dormir, mucho rato para cantar y mucho más rato para la esperanza.
Todo lo de estas semanas y lo de estos minutos de Racing podría pertenecer a Hollywood, la fábrica industrial de ficciones que, en más de un episodio almibarado, ojalá fueran ciertas. Pero no hay Hollywood que valga o que alcance para esta época de Racing. En la formación campeona de 1988 aparecía como marcador central Gustavo Costas, un muchacho que había fungido como mascota del Racing campeón mundial de 1967, el más célebre de todos los Racing desde que los fundadores parieron el club el 25 de marzo de 1903. Por arriba de los sesenta, con un aspecto que casi fotocopia su estampa de mascota o de defensor emblemático, Costas llega a esta instancia como entrenador del equipo. «Es uno de Nosotros, quizás el más de Nosotros que es este Nosotros que simboliza Racing«, asevera Luciana, quien, sin chances ni económicas ni laborales de marchar hacia la sede de la final, se prepara para asociarse en la emoción con su viejo, con su hermano y con todos los que acudan al estadio de Racing, que será abierto especialmente para que otra multitud se congregue y certifique que lo mejor de un Nosotros es la constancia de encontrarse como parte de ese Nosotros. Luciana, además, conjetura que en el Cilindro, un templo inaugurado en septiembre de 1950, seguro se topará con Carlos, socio desde ese 1950, asistente a la final del mundo en Montevideo en 1967 y que ahora, asumiendo las prudencias de apilar más de ocho decenios, eligió ver la final sin recorrer cientos de kilómetros.
Hay quienes palpitarán en Asunción recurriendo a alguna ayuda mágica. Nicolás, por caso, decidió manejar desde Buenos Aires a Asunción acompañado de la misma banda con la que rumbeó a Montevideo cuando Racing retornó, en 2015, a la Copa Libertadores luego de una extensa ausencia. Y no sólo eso: va con el mismo vehículo. En cambio, Pedro, sólo unos meses por sobre la vara de los veinte cumpleaños, transcurrirá el partido con cierta calma. Ya avisó: «Nada puede ser más tensionante que lo que tuve que hacer para sacar una entrada. Conseguí una de las que estaban disponibles para los de Cruzeiro». En una de esas, alienta con Carlitos, que dispuso, en una cumbre de amistades, abonar los tickets aéreos hasta Resistencia y luego alquilar un coche. Notable: esa cumbre transcurrió bastante antes de las semis con Corinthians, lo que presuponía un destino a la basura para esos tickets. Fútbol, Racing, Nosotros: Convicción y fe simultáneas las de Carlitos, las de tantos. Igual que Fernando, alguien que transitó el largo periplo a Paraguay con las ganas de costumbre y lagrimeando con un video delante de las pupilas: el que grabó Costas para la Conmebol. Allí, el director técnico encadena la serie de circunstancias bravas en las que la militancia masiva de los hinchas de Racing evitó que el club desapareciera, o fuera rematado o hasta dejara de ser un club. Fernando aportó sus huesos en casi todas esas batallas. Sabe que Racing pasó por desafíos más hoscos que el que le aparece en lo inmediato. Sabe que Racing, su Racing, su Nosotros, el Nosotros de Costas, le guerreó desde las vísceras a todas las adversidades, se repuso y las venció. Que ahí habitan la matriz y el motor de un club. Que ahí reside, combativo y maravilloso, un Nosotros. Que sin ese subsuelo emocional y conceptual carecería de sentido jugar una final.
En 2014, Ezequiel vibraba por el encantamiento de una novia y dispuso que debía presentarle esa novia a su papá. Lo hizo, por supuesto, en el estadio de Avellaneda, al cabo un hogar, porque allí acontecía mucho de lo trascendente. Cinco años más adelante, ese amor floreció en un niño al que asoció al club unas horas después de nacer. Si sobresalen dos matemáticas que Ezequiel no podría efectuar, una es la medida de su sentimiento por ese hijo y la otra consiste en cuántas veces vio a Racing desde que su viejo lo sentó en una tribuna hace tres decenios. Las ecografías ya corroboran que, cuando haya pasado medio año desde el escalón de cierre de la Sudamericana, aquel amor se cristalizará en otro hijo, que también será socio inmediato de Racing, que también verá lluvias de partidos. En las veredas de Asunción, Ezequiel no requiere que nadie la explicite que tiene armado un Nosotros familiar al que puebla de ese otro Nosotros irrompible que es Racing. Abrazado a su historia, a sus amores, a lo que vino y a lo que vendrá, prefiere entonar un himno que domina desde pibito: «Racing, mi buen amigo, esta campaña volveremo’ a estar contigo».
Miles y miles enronquecen al compás de esa hermosa canción. Eso es Racing. Eso es un Nosotros.
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