Fútbol
“Ramoncito”: el jugador del pueblo que tiene Río Cuarto
Ramoncito Contreras, el hombre que hace un trabajo incansable en barrio Alberdi para ayudar a niños y niñas en situaciones desfavorables. Un merendero, una escuelita de fútbol, que incluye a chicos y chicas, colectas solidarias, elaboración de viandas y hasta ayuda a los bomberos en pleno incendio en las sierras. Un ejemplo de superación ante una infancia dura.
Adelia María 1062, uno de los puntos más conocidos de barrio Alberdi – Río Cuarto. Casa pintada de verde y un cartel característico: “Merendero Los Ramoncitos”. Preguntás por Ramón Contreras o simplemente “Ramoncito” y la respuesta es inmediata. La pequeña morada tiene un frente colorido, se escucha música de fondo y las puertas están siempre abiertas, como el corazón del propietario.
“Ramoncito” no está en el domicilio. Se encuentra a una cuadra y media con un grupo de niños y niñas organizando un entrenamiento en las canchas. Hacia allá vamos.
Llegamos. Un gran baldío. Tierra, gramilla rebelde y alguna que otra basura que los “desprevenidos” tiran en vez de optar por un cesto. De fondo se escucha a un hombre gritando bastante activo intentando ordenar a un grupo de pequeños que se dejan llevar por el rodaje de la pelota y el diálogo con el amiguito/a que está al lado. La cancha se distingue por dos arcos hechos con palos, conos del característico color naranja y una mitad de cancha dividida por el camino a paso de hombre que la gente fue haciendo en su recorrido diario. Ahí está “Ramoncito” Contreras, en una jornada más haciendo lo que más disfruta: Ayudando, creando y enseñando. El grupo de chicos será de 20, el de chicas de 8. Están divididos en dos canchas.
¿A qué venimos? ¡A jugar!, gritan los presentes. Más fuerte: ¿A qué venimos? ¡A jugar!, repiten. Silvatina inicial y empieza la práctica. Nada de disposiciones tácticas, acá se juega con una sonrisa y cada uno hace lo que mejor sabe hacer. Aparecen las gambetas, los caños y algún que otro blooper que despierta la risa cómplice. Tampoco hay indumentaria de marcas reconocidas mundialmente, ni se fijan en eso, incluso hay algunos que lo hacen descalzos y hacen uno solo su empeine y la pelota. Potrero puro.
“Los Ramoncitos” volvieron al ruedo en la nueva normalidad. Suman de a poco entrenamientos al aire libre y se reencuentran luego de semanas complicadas.
La práctica lleva sus cursos normales, hasta que el encargado (“Ramoncito”) decide preguntarles cómo están para seguir o tomar un descanso. Nadie quiere parar. De hecho salta Aylén, de 11 años, que propone un “picadito” entre mujeres y varones. No quiere un mix, sino mujeres contra varones, para demostrar que están a la altura. La niña asegura que son más las derrotas que las victorias ante ellos, aunque el marcador es un simple dato estadístico que vuela por el aire. Busca que la historia siga con vínculos arraigados.
Al terminar la jornada, cada uno/a de los/as participantes tendrá su merienda. Fútbol, amistad y comida. Corazón contento y a casa.
Todo esto lo logra Ramón Contreras, uno más del barrio, que vivió de cerca las escasas oportunidades que tienen los de menor recurso. E incluso mal mirados. “Ramoncito” tiene un corazón gigante y unas ganas que arrasan cualquier adversidad. No es un tipo pudiente, de hecho no terminó el colegio y hace menos de un año que sabe leer y escribir. Ayuda con lo que reúne de sus changas y trabajitos, pintura, corte de césped y hasta albañilería. La otra entrada es la de la gente que se acerca y dona desde alimentos hasta elementos para el “fulbito”.
“Nosotros lo venimos haciendo cuatro años. Teníamos otro grupo de chicos que fueron creciendo y hoy en día trabajamos junto a niños chiquitos que llegan hasta los 14 años de edad. En primera medida le enseñamos lo que es el respeto y la manera de comportarse a través del fútbol. Mi sueño es que cada uno de estos chicos sea feliz con lo que sueña hacer el día de mañana, me conformo con eso, si ellos cumplen con lo que se proponen para mí es un logro grandísimo”, dice “Ramoncito”
Y agrega: “También tenemos un gran grupo de chicas, y las dividimos por edad: de 6 a 8 años, de 8 a 10 y otro de 11 a 14. Vienen en diferentes días por cuestiones de la pandemia, pero todas tienen su lugar y el tiempo necesario para aprender y pasar un lindo rato. Yo no sé mucho de entrenamientos, pero mis ganas de enseñarles son muchas”.
«Mi sueño es que cada uno de estos chicos sea feliz con lo que sueña hacer el día de mañana».
La concentración que propone Ramón es de lunes a sábados. Los días de puro entrenamiento son de lunes, miércoles y viernes. Sábados son los destinados a encuentros con otras escuelitas, barrios y comunas. Los martes y jueves son los conclaves para una genialidad: La reunión de la paz.
¿En qué consta? El propio hacedor lo explica: “Se llama así a una reunión que hacemos con los chicos que pelean o tienen algún conflicto en los entrenamientos. A veces ponemos a dos cara a cara delante de todos y ahí hablan y se descargan, siempre termina todo bien, se dan un abrazo y vuelven a ser amigos”.
“Ramoncito” forma sin haber nacido formador, educa sin ser educador y entrena lejos de ser orientador táctico. Las ganas lo sobrepasan, todos los días se levanta con una nueva iniciativa persiguiendo el sueño de los demás y cumpliendo el suyo: el de ayudar. El hombre lo hace con intensiones sanas, sabe lo que vive el menor porque lo vivió en carne propia. No se excusó de su dura infancia y escapó hacia los malos hábitos, al contrario, la alternativa es más saludable.
“Son 95 niños con los que trabajo todos los días, pero 220 los que ayudo. Con mis changas, pintando, cortando pasto y otras tareas voy juntando lo poco que tengo y ayudo a los que tienen menos que yo. Ayudo porque de niño tuve una infancia dura, comía cosas de la basura cuando los camiones la tiraban, crecí debajo del puente negro en el viejo barrio chino con mi familia, mi papá nos abandonó y fui uno de los que tuvo que salir de muy niño a trabajar juntando botellas. Luché mucho en la vida, mataron a una de mis hermanas, otra falleció, y hoy en día la llevamos adelante con mi mamá y mi papá que volvió con el paso del tiempo y hasta el día de hoy nos pide disculpas. La fuerza la saco de Dios, es el que de arriba mira todo y es el respaldo que tengo”, cuenta a corazón abierto Ramón.
El coronavirus fue un gol del rival para los que menos tienen. De esos que van al ángulo, inesperados, y de los que más duelen. Contreras se vio imposibilitado de seguir con sus quehaceres presenciales en su merendero, aunque ni el aislamiento lo detuvo. Ramón sacó del medio, y con permisos gubernamentales, repartió las viandas diarias casa por casa, puerta por puerta. Incluso cruzó fronteras, llegó hasta Alpa Corral y toda la zona serrana que se vio afectada por los incendios hace un par de meses. La única intención: ayudar.
“En la pandemia se nos complicó un montón, porque la gente no podía venir a buscar su vianda al merendero, pero con la ayuda de un gran amigo como Emanuel Pereyra pude repartirlas puerta por puerta, casa por casa. En el último tiempo también ayudamos a bomberos y a la gente que sufría por los incendios, organizamos colecta de frutas, bebidas y hasta herraduras para caballos para que no sufran con el fuego”.
“¿Qué siente la persona cuándo le dejo la vianda? Imaginate el mejor beso de tu mamá. El mimo que más recuerdes de tu mamá es el gesto que tiene esta gente cuando le acercás el plato de comida”, dice Ramón. Palabras que van directo al corazón.
«¿Qué siente la persona cuándo le dejo la vianda? Imaginate el mejor beso de tu mamá».
Lo próximo del jugador del pueblo que tiene la ciudad será una colecta navideña para acercarle un plato de comida y un juguete a ese que no cuenta con los recursos necesarios para obtenerlo. El sábado 19, en una jornada que comienza a las 9 de la mañana y se extiende hasta las 20, en Plaza Alberdi – entre Alem y Pasteur –, “Ramoncito” va por otra gambeta y se encamina directo a un golazo. Lo va a lograr. Él sabe que sí. Nosotros también. Porque esto más que un proyecto, es un sueño que cumplen en barrio Alberdi y lo viven despiertos.
Fotos Al Toque
Redacción Al Toque
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