Media Distancia
Invitación a no olvidar
Gustavo Grazioli
Periodista.
Un día como hoy, más que nunca, la invitación es a no olvidar. A no dejar que esos corazones, que se embarcaron en la búsqueda de un mundo mejor, sean un simple hecho histórico. Es la cita a continuar con el atronador Nunca Más. Es el Día de la Memoria. Y acá se va a hacer uso de esa función del cerebro para volver sobre los deportistas que fueron secuestrados por los grupos de tareas de la última dictadura militar. La lista hasta 2019 decía que eran 220, pero eso está en permanente movimiento y se mantiene permeable a cambios.
Dentro de ese número, viven miles de historias y de cada una de ellas, se desprenden recuerdos, fotos, ausencias, cuerpos que sufrieron brutalidades y el dolor de las familias. A ese número frío que indica 220 lo integran atletas, rugbiers, futbolistas, tenistas, ajedrecistas, entre otras disciplinas. Biografías que nunca pretendieron ser parte de ese inexpresivo número ensangrentado.
Gustavo Bruzzone, por ejemplo, desaparecido en marzo del ’77, seguramente hubiera querido continuar con su carrera de Bioquímica, o con las partidas de ajedrez, en las cuales se destacaba. O con sus trabajos en el puerto o como pintor de paredes. Miguel Sánchez, poeta, atleta y militante tucumano, por su parte, quizás seguir soñando con las carreras de San Silvestre en San Pablo, Brasil. O continuar con su búsqueda poética.
O Daniel Marcelo Schapira detener el tiempo en el 7 de abril de 1977 y quedarse dentro de una cancha de tenis para seguir dándole raquetazos a la vida, a la libertad, sin necesidad de someterse a los horrores de sus captores. Aunque Claudio Tamburrini, secuestrado en noviembre de 1977, quien logró escaparse el 24 de marzo de 1978, en una entrevista de 2017 en Infobae, reconoció que ese momento fue determinante en su vida.
“Esto es una cosa mala que me pasó, pero que fue la causa que me llevó a vivir mi vida. Si yo no hubiera sido secuestrado probablemente no hubiera salido del país, no hubiera conocida a mi esposa, no tendría a mis hijos, no hubiera tenido la formación profesional que tengo. En ese momento mi vida tomó un curso que nunca hubiera tomado”, fueron sus palabras.
Lo cierto es que Tamburrini, antes de vivir esos 120 días bajo agresiones y humillaciones constantes, tenía una vida. Era estudiante de filosofía en la UBA, arquero de Almagro – «¿Sos arquero?, atájate esta», le decían los guardias mientras le golpeaban la cabeza o el estómago – y un militante con ilusiones de que las cosas fueran diferentes en el país. Sus días en cautiverio los pasó en la Mansión Seré, un centro clandestino de detención y tortura que la Fuerza Aérea Argentina poseía en el Partido de Morón, Buenos Aires. Y de ahí, junto a tres compañeros, logró fugarse.
Con un clavo, un cable de plancha y una soga de sábanas lograron conseguir la ansiada libertad y dejar atrás la oscuridad de un cuarto sin futuro. Ese plan de escape se convirtió en el guion de la película Crónica de una Fuga de Adrián Caetano y contó con los protagónicos de Rodrigo de la Serna y Pablo Echarri. “Es diferente ser sometido a un secuestro o a torturas y escaparse por la propia vía a ser liberado por el torturador. Además, fue edificante que, al fugarnos, indirectamente salvamos la vida de todos los que quedaron en la cárcel. A la semana, la Fuerza Aérea incendió la casa para borrar toda huella de ese centro clandestino de detención. A los que estaban secuestrados los fueron transfiriendo a penales o a comisarías, es decir, blanquearon su situación”, contó Tamburrini en esa entrevista de 2017.
Una vez fuera, estuvo en constante movimiento y alternaba distintas viviendas. Manejó taxi, nunca más jugó al fútbol en el país, intentó volver a dar unos finales en la facultad, pero lo confuso de la situación, sumado a que los ojos militares estaban atentos a sus desplazamientos, fue lo que terminó de indicarle que debía irse de Argentina. Recaló en Suecia y ahí pudo retomar sus dos actividades: el fútbol y el estudio. En el arco siguió un tiempo más hasta que dejó y se abocó de lleno a su carrera. Se recibió de filosofo y se especializó en ética y deporte. Y escribió el libro de su fuga al que tituló Pase Libre.
Aunque la muerte haya sido la acción que ocupó esos años terroríficos y sangrientos de la última dictadura militar que encabezó Jorge Rafael Videla, lo que queda es la ferviente búsqueda del derecho a la vida. Es la carrera hacia la libertad, lo más preciado por un ser humano. Lo que queda es seguir teniendo memoria. Lo que queda es esa poesía de Miguel Sánchez que dedico a los atletas y a la existencia. “Para vos, atleta/ que desprecias la guerra y ansías la paz”.
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