Media Distancia
Marcar a Bielsa
Ariel Scher
Periodista.
Agustín Lucas marca a Marcelo Bielsa. Lucas es ex futbolista, defensor de cuerpo grande y de coraje mayor, sonrisa del alma con la camiseta de Miramar Misiones, de Albión o de Comunicaciones. Bielsa, otro ex defensor, es Bielsa. Lucas ahora es poeta y periodista, alguien con esperanza en las palabras y no sólo en las palabras, uno de los alrededor de trescientos cronistas acreditados para la conferencia inaugural de Bielsa en Montevideo. Bielsa, alguien con esperanza en las palabras, en la pelota y no sólo en las palabras y en la pelota, asume como entrenador de la selección de fútbol de Uruguay y no hay datos de que se entere de que Lucas lo marca, pero sí hay evidencias de que, como un hábito de la humanidad en este tiempo, muchos y muchas lo marcan. Lo sabe Lucas mientras marca y marca: cierto que Bielsa ejerce como entrenador de alto prestigio, pero, tanto o más que eso, hace rato que se desplaza por las canchas y por los discursos desnaturalizando unas cuantas lógicas dominantes, preguntando y obligando a preguntar de qué se trata el fútbol, a veces, inclusive, de qué se trata todo.
Un rato después, Lucas obtiene premio. Marca y sigue marcando hasta que el río de su esfuerzo desemboca en una conclusión primera, o sea que marca certero porque atrapa el eje de la historia, el eje de la presencia de Bielsa ahí, en ese país de cantos populares y del fútbol vuelto mito: “Hay tanto componente en la llegada de Bielsa que no sabemos si tan sólo estamos ante un hecho histórico o hay seres y entidades que se hicieron la una para la otra. Entre el fracaso y el éxito, ganar y perder, intentar e identificarse, hay todo un entramado que puede ser no solo instalado sino sostenido en el tiempo. Y parece que sólo Bielsa puede hacerlo de esa manera. Porque tiene la cuota de magia, la cuota de astucia y la cuota de resignificar algunos términos y algunos conceptos como la derrota. Y hasta quizás el de la garra”.
¿Por qué existen gentes que, en Rosario y en Bilbao, en Marsella y en Leeds, enfundados en la celeste y blanca argentina o en la chilena roja, hicieron y continúan haciendo lo que Lucas intenta en ese acto de lanzamiento? ¿Por qué hay poquitísimos (¿o ninguno?) directores técnicos -con méritos y sellos diversos entre sí- que generan inquietudes múltiples pero no lo que provoca Bielsa? ¿Por qué ocurre ese fenómeno si el propio Bielsa se elimina de una eventual lista de los mejores del planeta en su profesión? ¿Por qué si no es un infalible, ya que, al cabo, su respuesta para descartarse de la lista de los mejores es débil y fácilmente refutable (“En el fútbol hay 20 grandes equipos y yo nunca dirigí a ninguno. Tampoco me los ofrecieron. ¿Cómo podría ser yo uno de los grandes entrenadores del mundo sin dirigir nunca un gran equipo? No hay ejemplo de eso, entonces no soy uno de ellos”), una respuesta que la propia prédica de Bielsa desmiente porque Bielsa enseña -enseña bien- que se puede ser mejor sin estar en los (supuestos) mejores sitios? ¿Por qué cautiva tanto si, en un universo que santifica la victoria y cancela a los actores de la derrota, ganó con asiduidad, pero también perdió con frecuencia y perdió con resonancia?
Eso es lo que captura Lucas con su marca tenaz e inteligente. Bielsa es parte de lo que otro entrenador que condujo en Chile y en Argentina, Jorge Sampaoli, definió muy bien -hablando en general, no de un protagonista en particular- como “un circo caliente”, el show desmesurado y urgente de las canchas, que hace circular millones de negocios y millones de pasiones, ensalzando y despedazando vertiginosamente a seres con notoriedad. Sin embargo, no es una parte acrítica, una parte que acepta todas las cosas tal cual están siendo -como sucede dentro y fuera de los estadios con tantos individuos y tanto grupos- sino que desacomoda. Que desacomoda porque, entre otras razones, ofrenda estar en una incesante deliberación interna -Bielsa discutiendo con Bielsa- sobre lo moral, sobre lo ideológico, sobre lo deportivo.
Un ejemplo germinado en su aparición inicial en el costado oriental del Río de la Plata: analizó el estado de la competición interna en Uruguay, vaciada por una migración indetenible de jugadores y no ubicó las causas en minucias de ocasión sino en el mercado. No jodamos: ¿cuántas personas que se desempeñan en el mercado (y, más aún, en posiciones privilegiadas del mercado como pasa con Bielsa) se las agarran con el mercado en una era en la que el mercado y la economía de mercado reciben beatificaciones hasta de ciertos sectores políticos que en otros tiempos ponían en cuestión ese paradigma? Otro ejemplo: Bielsa lleva décadas problematizando el sentido de palabras como fracaso, éxito o felicidad. De nuevo, no jodamos: ¿cuántos notorios del fútbol (o de otros campos) se le atreven a lo que el sentido común imperante establece sobre esos conceptos? Quizás -y la eficaz marca de Lucas lo interpreta en plena conferencia- haya corazones sueltos a los que ese desafío audaz, esa decisión de no aceptar lo que viene como viene, los ayude no sólo para el fútbol sino para el resto de la vida.
Veteranos periodistas argentinos que cubrieron las campañas de Bielsa en Newell’s, en Vélez y en la Selección no se ponen de acuerdo en identificarse o no con Bielsa pero tienden a enfatizar su inteligencia, su laboriosidad y su capacidad tan transformadora como enorme puestas a disposición de una actividas que lo apasiona. Futbolistas de unas cuantas generaciones comentan impresiones variadas sobre Bielsa pero coinciden mayoritariamente en que ese entrenador singular los mejoró y hasta les posibilitó comprender de otro modo en qué consiste ser jugador. Analistas de la trayectoria de Bielsa señalan que Uruguay porta esa condición épica que lo seduce para embarcarse en sueños, pero cuyo fútbol posee una institucionalidad con la que habrá que ver cómo se lleva: por dar un caso, en el fin de semana previo al desembarco de Bielsa, hinchas de Peñarol rindieron tributo a la memoria de sus socios desaparecidos durante la dictadura que asoló al país desde la mitad de los setenta, pero las autoridades del club (a diferencia de muchas entidades argentinas) no hicieron nada. Y luego se abre una escena que excede a Bielsa, pero que Bielsa divisa y sobre la que, periódicamente, aguijonea: un núcleo entre quienes se embanderan en contra de Bielsa privilegian ese embanderamiento para castigarlo por encima de oír y de reflexionar en torno de lo que Bielsa plantea; otro núcleo entre quienes se asumen bielsistas -en la geografía que sea- lo aplaude al borde de la adulación, toda una contradicción con las posiciones de Bielsa, un sujeto crítico que expone invitando a tener conciencia crítica, también a ser criticado.
Bielsa lleva décadas problematizando el sentido de palabras como fracaso, éxito o felicidad. De nuevo, no jodamos: ¿cuántos notorios del fútbol (o de otros campos) se le atreven a lo que el sentido común imperante establece sobre esos conceptos?
A Lucas en plena conferencia uruguaya y al universo atento a Bielsa en cualquier rincón los impacta otro territorio: la relación de ese tipo con el juego. Ni siquiera en Uruguay es posible para Bielsa reiterar “Ganamos, perdimos, igual nos divertimos” ese canto que merecería no ser sólo infantil con el que el uruguayísmo Eduardo Galeano abre su libro “El fútbol a sol y sombra”. No obstante, Bielsa es un empecinado reivindicador de los orígenes. Durante la Copa América de 2004, en Chiclayo, pleno Perú, salió con el plantel de la Selección Argentina hasta la puerta del hotel para aplaudir al pueblo que se reunía en las puertas, ávido de arrimarse a los jugadores. Esa vez, admitió que eso era lo que lo encandilaba: el vínculo puro, sin contaminaciones, que unía a tantísimos anónimos con unos muchachos que brillaban sobre el césped. Persistió en su aparición más reciente: “El fútbol es la gente y los jugadores. Y después estamos quienes mediamos entre ambos. Somos los entrenadores, los periodistas y los dirigentes. Somos lo peor del fútbol, claramente”.
Flota una sensación repetida en las conferencias de Bielsa. Una franja ancha de los concurrentes lo consulta sobre la abrumadora inmediatez (tal jugador, tal rival, tal partido, tal formación) como si esa inmediatez siempre fuera relevante. Y Bielsa insinúa -aunque no lo pronuncia con todas las letras- que lo entusiasma bastante más departir sobre otros focos. Uno, sobre todo. Uno sobre el que, previsiblemente, los medios apuntan escasamente: los medios. Pocas voces que suenan desde la industria del entretenimiento y del espectáculo desmenuzaron con tanta crudeza a la industria de la comunicación, a la concentración del poder a través de los medios, a la frivolidad periodística como herramienta de distracción. En su estreno montevideano, Bielsa tiró su dardo rumbo a la superficialidad sin pronunciar el término superficialidad, inclusive despabilando las risas: “El fútbol cada vez tiene más adeptos y cada vez se parece menos a lo que permite que un hincha se enamore del juego. Porque los resúmenes de tres minutos no son el fútbol ni muchísimo menos. Es como si uno viviera con la esposa sólo los sábados a la noche: no hay matrimonio que fracase. Eso es ser espectador. Ser hincha es otra cosa. Al fútbol lo mantienen los hinchas. Hay que evitar destruir el fútbol”.
Lucas fue jugador porque Uruguay es una historia social confeccionada, entre tantos tejidos, por jugadores de fútbol. Lucas es poeta, entre tanta poesía de Uruguay y del mundo, porque poeta y uruguayo fue Mario Benedetti. Asombros: la conferencia en la que Lucas marca a Bielsa ocurre el 17 de mayo, justo en el aniversario 14 del adiós al gran Benedetti. A Benedetti que, maravilla en medio de maravillas, dejó anotado esto: “Que bueno que tengas el valor de ser distinto y no sucumbas al poder unánime”. Tarea cumplida para la marca de Lucas: ese es Bielsa.
Fotos: Reuters y Twitter @uruguay
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