Fútbol
Ahora sí: ¡Micky tendrá su final!
Por Leonardo Gasseuy.
A mediados de Mayo de 2019 el Arsenal de Unai Emery, gestionaba la logística para jugar la final de la Europa League frente al Chelsea en Azerbaiyán La naturaleza de una final continental desde ya, representaba un modo de preparación distinta, aún más cuando el rival era connacional. Para un club, las consignas a resolver previaje son casi siempre las mismas, hotelería, coordinación de los charters, protocolo de fans y seguridad integral, pero para este juego, un adimento geopolítico marcaría el ritmo de la logística y dejaría a un jugador estrella sin viaje.
Henrikh Mkhitaryan por entonces el cerebro del Arsenal – por su seguridad personal – no viajó a jugar la final. Ser armenio era una carga demasiado pesada para viajar a Baku, La inoxidable disputa geográfica se metía en una final de la UEFA. Pasaron los años. Nada cambió.
Mkhitaryan, que no pudo jugar esa final de 2019, visitó la zona de guerra varias veces y milita en la causa, sus inquietudes sociales lo hacen un jugador distinto. Huérfano de padre de niño, su mamá trabaja en la Asociación Armenia de Fútbol y su hermana es empleada de la UEFA, tiene un coeficiente intelectual que supera largamente la media de los futbolistas. Es un eximio ajedrecista, graduado en estudios superiores de economía y física, poliglota, habla el armenio, ruso, francés, inglés, portugués y alemán a la perfección.
La guerra, como una de las desconstrucciones de la vida, tal vez por su laconismo, rara vez otorga segundas oportunidades, el fútbol siempre las da. Mkhitaryan luego del Arsenal (que perdió esa final con el Chelsea) jugó tres años en La Roma y de ahí paso al Inter de Milan donde es el titiritero táctico de Inzaghi.
Llegó a otra final. La de la Champions, donde se verán la cara el 10 de Junio con el City de Guardiola en Estambul, otra mueca del destino que no logra despegar a Micky de las finales y los conflictos. Un armenio militante en Turquía, aunque sea en símbolos y durante un partido de futbol puede ayudar a desterrar la insensibilidad y volver a hacer sensible lo anestesiado. Tal vez sea una quimera, pero todo suma. Los armenios lo merecen.
El conflicto es centenario y sempiterno, se galvaniza por odio, pólvora y sangre. Un bando fuerte y rico que invade con aliados perversos y poderosos y los armenios, sufridos aún en la diáspora, son los herederos eternos de su aniquilación en todo sentido. La llama del terror no desaparece de ese pueblo que sobrevive en el correlato de que nunca la violencia es exterminada, siempre aparece. En ese lugar del mundo (como en tantos otros) lo humano tiene este lado violento en su forma y esencia.
Cuando el imperio ruso se desintegró en 1917 tras la Revolución de Octubre, dos países que nunca habían existido aparecieron entre las montañas del Caucaso: Armenia y Azerbaiyán. Durarían poco. Entrarían en guerra por una pequeña región en su frontera: Nagorno Karabaj. En la zona había tanto habitantes azerís como armenios. La cronología dice que en julio de 1921 en su plenario general el Bureau caucásico de Rusia Soviética resolvió que el enclave era armenio, pero a las horas en una decisión personal, Stalin la divide de Armenia. Nada volvió a ser como era.
Turquía, la hoy sede de la final de Champions, siempre jugó su partido geopolitico. Regó de sangre la región con un plan sistemático de exterminio hacia la cultura y el pueblo armenio que se cobró un millón y medio de víctimas entre 1915 y 1923. Un holocausto dantesco con deportaciones forzadas, ataques de grupos irregulares y emplazamientos de campos de concentración donde se enviaba a los deportados armenios y se los eliminaba. Imposible olvidar. Turquía, que mantiene un férreo negacionismo, sostiene que las muertes fueron producto de una guerra, motivos por los que no reconocen el genocidio.
Los tiempos exigen cambios. Difícil con Erdogan recientemente reelecto. Sus gestos no construyen. «Se le agregaron varios 0 a la cantidad de muertos”, afirma cuando sale el tema y también que los armenios mataban inocentes en aquel entonces.
Mevlüt Çavuşoğlu, actual Canciller turco, le hizo el gesto y signo de los Lobos Grises a un grupo de armenios que se manifestaban un día antes del aniversario del genocidio. Los Lobos Grises son un grupo terrorista ultranacionalista y de extrema derecha, que apoyan al actual gobierno turco y se han adjudicado atentados contra armenios, kurdos separatistas, militantes de izquierda, defensores de derechos humanos y periodistas. No reconocer es una manera de convalidar.
Mkhitaryán estará presente en Estambul por su sueño de ganar la Champions, la prueba será dura, como la de su militancia por su terruño. «La nación armenia está bajo amenaza. La paz global y la seguridad están comprometidas. Si no se detendrá hoy, mañana puede derramarse a toda la región», expresó Micky hace dos años. El año pasado le agradeció al Papa su esfuerzo por recobrar la paz en el Caucaso. Su esfuerzo por concientizar es constante y conmovedor.
El debate es muy amplio. Cuando termina una guerra hay una producción cultural que tiene que ver con la memoria, con la identidad, con poner las cosas en su lugar. Es hora de hacerlo y bien ocupa ese rol Mkhytarian, que cuando visitó Artsaj, deslizó ante los soldados que la muerte, al igual que la felicidad, no es otra cosa que una mera posibilidad. Micky esta vez sí, jugará la final en una tierra hostil para sus ancestros, no tiene miedo a nada, porque en su mente privilegiada tiene grabada una frase, que la expresa en su militancia de perdurabilidad y memoria, y es la misma que se bordaban en las cintas de lucha los combatientes de la primera guerra de Nagorno Karabagh: “la muerte inconsciente es muerte. La muerte consciente: inmortalidad”.
Por Leonardo Gasseuy – Especial para Media Distancia.
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