Fútbol

Gambeta, golazo, atajadón. Qué maravilla leer.

Publicado

el

Gambeta, golazo, atajadón. Qué maravilla leer.
Fotografía Ariel Scher

Ariel Scher

Periodista.

Maravilla 1

Una señora clava las pupilas inmensas en cualquier página de un libro dedicado a un entrenador de fútbol y lagrimea. Y el señor que tiene a su lado, que también hunde párpados y alma en esas páginas, no lagrimea: sonríe. Y un pibito que flota por ahí frena sus vaivenes de pibito y descubre -así, de golpe, asumiendo que dos gestualidades aparentemente contrapuestas caben en ojos que miran felices lo mismo- que un libro no agarra a un individuo y lo deja igual. En un rincón de Córdoba, de cara a la cara de Carlos Timoteo Griguol, de cara a un dulce libro titulado «Timoteo: el nombre que el fútbol guardó para siempre«, de cara a la cara de un tipo bueno que volvió más buenos a quienes conoció, ese pibito descubre que los libros transforman.

Lo verifica Claudia Valerga, la autora de ese trabajo fresquito: “Un libro puede a veces crear verdaderas revoluciones. Sin proponérmelo, eso fue lo que pasó en Las Palmas. Las hermanas de Timoteo, sus primos, sus sobrinas, todos los Griguol y quienes compusieron ese manojo de cuatrocientas personas que se reunieron para brindarle un homenaje, compusieron la orquesta más afinada. El club de barrio destilaba amor y fue, esa noche, magia y emoción”.

En Las Palmas se puede ver la historia viva y el legado que Carlos Timoteo Griguol dejó no solo en el club, sino también en el fútbol argentino.

Tal cual: las vidas de esas gentes son las que son y, a la vez, son otras vidas porque un libro las rozó o las abrazó para no soltarlas. Miguel de Cervantes, que nació a destiempo para tornarse futbolero pero nació a tiempo para escribir fenómeno, lo explica mucho mejor: «En algún lugar de un libro hay una frase esperándonos para darle sentido a la existencia». Y, contra cualquier prejuicio, si ese libro es de fútbol o tiene fútbol o corrobora que algunos libros entre los libros y un cacho del fútbol en medio de tanto fútbol, de tanto en tanto, se juntan y ensanchan universos individuales, quien sabe si el universo entero.

«Timoteo: el nombre que el fútbol guardó para siempre», de Claudia Valerga, provocó eso en la tierra originaria de Griguol y lo seguirá provocando en otros suelos. Nada explica más claramente que ese libro es un libro valioso.

Maravilla 2

En Rafaela, plena provincia de Santa Fe, a un muchacho se le revela un mundo. O se le revela un libro. Ese muchacho que lee rodeado de otros muchachos que leen es futbolista, alguien con talento y aún sin fama que suda y sueña en la pensión que cobija los sueños y los sudores de los jugadores jóvenes del club Atlético de esa ciudad. Ese mundo que se le abre en el instante de leer no se le posa entre los dedos por una casualidad. Lee porque un rato antes quedó fundada la biblioteca de esa pensión. Matrimonio querible entre la literatura y los goles: la biblioteca luce denominación de centrodelantero. Se llama «César Carignano«.

Carignano hizo montones de goles con una colección de camisetas y hasta se calzó la de la Selección Argentina. Brilló con la del Atlético rafaelino. Y, en algún instante de sus días de atacante, de lector o de narrador (sus «Cañito vale doble» y «Gol entra» son volúmenes encantadores concebidos para el público infantil), se le ocurrió que devolver lo que esa institución le había posibilitado. Imaginó flor de ruta: modeló un espacio para que los aspirantes a cracks tuvieran a los libros bien cerca. Llamó, entonces, a editoriales diversos, construyó un cielo desde el que ya cae una lluvia de libros y, en acuerdo con la dirigencia del club y con un grupo de futbolistas de Primera, motorizó esta iniciativa. Si por él fuera, no llevaría su nombre. Pero quienes resolvieron bautizarla de esa manera hicieron lo justo.

Hay preciosas bibliotecas en las pensiones de unos cuantos clubes. Y, en silencio, germinan futbolistas que se hacen cargo de esa jugada (Pablo de Muner, director técnico del O’Higgins de Chile ahora, lo convirtió en realidad en San Martín de Tucumán durante 2022). Habrá -debe haber- más. 

«Un amigo -resaltó Carignano en la reciente inauguración- me dijo, hace poco, que alguna vez Umberto Eco dijo algo así como que quien vive sin leer vive feliz o no, pero viviendo una sola historia. Y que, en cambio, quien lee vive muchas historias en su vida. Y es verdad». Verdad, verdad, verdad. Y se trata de una verdad que excede a Carignano y a Eco: cada crack potencial que madura en Rafaela empieza a comprobarlo.

Maravilla 3

Al periodista Pablo Lisotto le dicen, seguido, una palabra. Le dicen «gracias». Se lo dicen quienes, con su voz y con su corazón, le permitieron edificar un libro necesario y doloroso: «Una tarde de junio: (La tragedia de la Puerta 12». Puerta 12 representa el espanto más masivo que surcó a un estadio argentino. El 23 de junio de 1968, en el contexto de un River-Boca y en el Monumental, decenas de personas murieron y otras decenas padecieron heridas y miedos gigantes en la zona de entrada y salida señalada con ese número. La magnitud del hecho es inversamente proporcional a lo que el fútbol de la Argentina se ocupó de indagarlo y de rescatarlo. «En este país en el que aprendimos tantas veces la necesidad de hacer memoria, Puerta 12 es una memoria pendiente. Por eso, entre otras cosas, esta investigación», abrevia Lisotto.

Y ahí emerge la capacidad agitadora de los libros. ¿Quiénes le agradecen a Lisotto? Los familiares y las amistades de las víctimas, los sobrevivientes a quienes nunca o casi nunca se les preguntó/pregunta nada, los hinchas de River y de Boca que advierten que el pasado de sus clubes no puede saltear esta hoja feísima, los lectores y las lectoras corrientes que se topan con un acontecimiento estremecedor y abarcado por voluntades políticas de taparlo o de esconderlo. En ese territorio, se evidencia un parentesco con los libros orientados a lo que el genocidio y la dictadura perpetraron en los clubes y en el deporte («Los desaparecidos de Racing», de Julián Scher; «Los desaparecidos en el rugby», de Carola Ochoa), cuyas apariciones promovieron que esos clubes incorporaran a sus narrativas esa etapa tremenda.

La memoria modifica porque, aunque no devuelve lo perdido, ejerce un papel reparador. La obra de Lisotto está volcada en presente y por más motivos que lo estilítico: Puerta 12 pasó pero, además, pasa. «Una tarde de junio» es una búsqueda periodística y -sobre todo, más que todo- una luz de justicia. «No es lícito callar, no es lícito olvidar. Si nosotros callamos, ¿quién hablará?», percude el italiano Primo Levi, prisionero de los campos de concentración nazis, en un compromiso que trae lo más humano de la humanidad. A Lisotto le dicen «gracias» porque un libro -eso: un libro- extrae del olvido a un horror al que no hay que olvidar y le da curso a la garganta, a los sentimientos y a los recuerdos de aquellos y aquellos que tenían pendiente ser oídos. Esos seres humanos no son los mismos ni serán los mismos gracias a ese libro. Quienes lean, tampoco.

Maravillas mundiales

Fabián D’Aloisio y Juan Stanisci, pedagogo uno y periodista el otro, palpitan con la convicción de que el secreto de las cosas no reside en las cúpulas sino en las raíces. De allí que «Semilleros», el libro coral que compilaron y que ya marcha hacia las calles, cuente el Mundial que la Selección Argentina hermoseó en Qatar no desde el desenlace sino a partir del origen. El foco apunta a la superficie donde cada campeón mundial inauguró sus pasos mucho antes de que el pueblo entonara el célebre «nos volvimo’ a ilusionar». «En cada rincón de nuestro amado país, los barrios laten al ritmo del fútbol. Los campeones del mundo comenzaron pateando una pelota en un club de barrio, en esos espacios sociales, culturales y políticos tan argentinos como el mate y la sobremesa dominguera», explican los editores. Y ahí brotan traslúcidas no las imágenes festivas del desenlace glorioso sino otras glorias, las de las primeras veces, las de las manos extendidas por un papá, una mamá, un militante del club, un vecino. De nuevo, prueba encima de las pruebas: otro libro que no desfila sobra la mirada como una mera distracción. Al revés: un documento, labrado con relatos que articulan lo informativo y lo poético, que repone y altera perspectivas, que es un homenaje a la matriz del deporte nacional pero, a la vez, invita a problematizar de qué hablamos cuando hablamos de fútbol, a eludir la tentación frenética de lo superficial, a mirar lo profundo.

«Semilleros» tira paredes con la larga producción suscitada por el Mundial. Más allá o más acá de los oportunismos comerciales de la industria editorial y de la industria del entretenimiento, salieron y continuarán saliendo libros que resignifican lo que sucedió. Que es idéntico a decir libros que fueron generados para más que transcurrir el rato. En esa línea se anotan «Qatar, volver a vivir. Diario de un viaje alucinante», del maestro Juan José Panno; «La Tercera», de Gastón Edul y Alejandro Wall; «La fiesta más grande del mundo, con ensayos nucleados por Cecilia González; «Ilusión eterna, historias de amor, locura y Mundial», que produjo el colectivo Lástima a nadie, maestro; «La final de todos los tiempos», de Adrián De Benedictis y Pablo Vignone; «Nuestro Mundial», de Andrés Burgo; «Mundiales», de Hernán Russo Zyskind. Y la serie se expande con materiales concomitantes como «El Diego. La historia con rima del hombre que llegó a la cima», de Francisco Clavenzani con ilustraciones de José Leandro Rodríguez Guerra.

«La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla», apuntó el colombiano Gabriel García Márquez en el acápite de su autobiografía «Vivir para contarla». Algo de eso circula en esos textos mundialistas. Campeones mundiales los libros: todo el planeta vio y transpiró el Mundial, pero los libros enhebran otro Mundial en el que cabe el Mundial de la cancha.

Maravilla de maravillas

En estos días, el periodista Alejandro Fabbri lanzó la versión actualizada de su clásico «El nacimiento de una pasión«, una guía cuidadísima que desanda el punto de partida de los clubes argentinos. Inclusive, ahora con el añadido de los equipos que participaron en el amateurismo y se fueron disolviendo a través de las décadas. Nadie permanece en la misma condición luego de revisar esas horas fundacionales. Quizás eso pase por lo que, en alguna tarde, argumentó Jorge Valdano, lector imparable: «Los libros no sirven para jugar al fútbol. Son cuadrados, no giran: es imposible. Sin embargo, leer libros me permitió, entre una enorme cantidad de cosas, entender mucho mejor por qué jugué al fútbol y por qué me gusta el fútbol».

Es eso. Un libro constituye la oportunidad de un partidazo. Y, si es de fútbol y si es un acto imaginativo que se corresponde con el arte de escribir, partidazo al cuadrado. Partidazo por más que la belleza. Partidazo porque revuelve, trastoca, deshace para va volver a hacer. Ya en el despertar de los setenta, el poeta Roberto Jorge Santoro, uno de los 30.000 desaparecidos argentinos, avisó en su entrañable «Literatura de la pelota» que la sociedad entre los libros y el fútbol podía iluminar creaciones tan encandilantes como los libros sin fútbol o como el fútbol sin libros. Y Santoro, fana de las tribunas, infaltable en las que más le gustaban, inscribió en «Literatura de la pelota» una razón tan suya como universal sobre el poder transformador de los libros: «Lo importante no es escribir sino vivir mientras se escribe».

Gambeta, golazo, atajadón. Qué maravilla leer.

Este artículo fue posible a la autogestión de periodistas. Hoy necesitamos de vos. Te invitamos a que seas parte de la comunidad de Al Toque Deportes asociándote con un mínimo aporte mensual

Publicidad
Publicidad

Tendencias

Propietario: Cooperativa de Trabajo Al Toque Ltda. Director: Diego Alejandro Borghi. Sebastián Vera 940, Río Cuarto, Córdoba.
Fecha. Edición N° Edicion . Registro de la Propiedad Intelectual en trámite.