Fútbol
El grito de Rodri, bajito y egoísta
Pareció ser una súplica de Rodri lo que dijo en estos días. “Si esto sigue así no nos quedará otra opción que ir a la huelga. Es algo que nos preocupa”. El jugador del City, multicampeón con su club y la selección española, fue una de las voces que saca las uñas por los sangrientos calendarios europeos. Tiene razón. Es imposible para sus físicos y mentes darle brillo a la función con 75 partidos en un año. Se sumaron Dani Carvajal, otro multicampeón, y Jules Kounde, francés, ahora en Cataluña jugando para el Barcelona. Se levantó el grito de los multimillonarios, legítimo y oportunista, semejo ser una letanía, un alarido gutural, sórdido y cargado de rancio egoísmo.
Se encendió el debate. ¿Pero cuál debate?. La situación nos lleva a definir la dualidad casi gemelizada (en el significado al menos y menos mal) entre individualidad e individualismo. Individualidad (como el reclamo de Rodri) es un rasgo natural de la especie para reafirmarse y demostrar independencia y el individualismo (aquí también se ubica a Rodri y los suyos) es el sitio donde la grey antepone los intereses personales al colectivo.
Los futbolistas de elite nunca comprendieron (o eso parece) que ser un engranaje dorado de una máquina perversa, carnívora e insaciable como el mercado puede, necesariamente, hacerte constituir en su propio alimento. La bestia debe comer, hoy los jugadores serán el banquete. El grito es tardío. “Ahora vienen por mí, pero es demasiado tarde”, lo dijo Bertol Bretch, lo debería haber dicho Rodri o algún otro. Cuando el caldo del problema está al dente, su ingrediente previo, insoslayablemente es la indiferencia.
Los futbolistas en el terreno de juego, vale decir, son la base donde se sostiene la industria. Es inhumano cuando el año calendario nos da 52 fines de semana, que algunos equipos cierren la temporada hasta con 78 partidos. Las lesiones ligamentarias crecieron 120%, por solo nombrar uno (el más significativo) de los parámetros tangibles que derrama esta bestialidad concentradora y mercantil. La calidad del show mucho no va a variar, los campos seguirán siendo billares, los estrategas armarán las batallas con mejor precisión logística y los medios garantizarán que el show no caiga, además (se recalca con justeza) son poquitos los actores sufrientes, no más de 190 jugadores de la ultra elite, casi una amalgama multiforme de individualismos e individualistas.
Se puede ser corporativo y englobar mayores reclamos. La situación lo exige. Sería bueno y hasta fácil para Rodri, Carvajal y Kounde encabezar un grito genuino por la situación de los otros miles de profesionales que penan por sus ligas corruptas y desorganizadas, en muchos casos sitiadas por las apuestas ilegales y por propietarios y presidentes autoritarios. Colegas pobres que se inmolan en horarios programados por mercachifles baratos en medio de calores bochornosos y fríos glaciales.
La estratificación da posición y ubica a todos en su lugar, pero debería ser tiempo de pensar en formas más abarcativas, desarticular las clases para que el grito sea uno. Jefferson dijo que el arte de la vida es saber agruparse para evitar el dolor. Cuando los grandes y fuertes pelean desde el frente se garantiza que al menos la lucha no sea pírrica. Aunque no lo muestren, tristemente el presente global de los futbolistas es una copia de lo que escribió Ricardo Arjona con ese de que algunos sufren en su mansión y otros en los arrabales.
En su magna función dentro de nuestras vidas, el futbol y sus protagonistas rara vez usaron sus voces. La miopía cómplice, aunque no invalida sus reclamos, marca el egoísmo crónico que padecen. Pocos hablaron (antes, durante y menos después) de los muertos en la construcción de los estadios de Qatar, raras excepciones dan apoyo férreo (no maquillaje berreta) a la posición del colectivo LGTB, el futbol no denuncia a los abusadores sexuales ni a los violentos, lejos de eso, encubre y oculta. Ni Rodri ni sus compañeros de la Premier, siquiera pensaron en las generaciones de obreros ingleses a los que les confiscaron sus tribunas con la mercantil arma del valor de taquilla. La misma, que ahora desangra y presiona a ellos, los que ganan mucho por correr.
El final es predecible. El mercado marcará la cancha imponiendo sus reglas, implacables y monoteístas, los postergados seguirán penando, arropados por la resignación y el callo de la costumbre. Triste será lo de Rodri y sus amigos, que están condenados a representar la Parábola de Sísifo, un rey impío que se creía un intermediario entre los dioses y su gente. Un día por alimentarse de lo absurdo que le exigían los dioses fue castigado. Lo obligaron a subir una pesada piedra a lo alto de una montaña, la roca se le se caería consecutivamente poco antes de llegar. Su pesar sería eterno solo por no haber comprendido en su momento que lo absurdo que te alimenta hoy más tarde te destruye.
Gráfico: Al Toque
Redacción Al Toque
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