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A Osvaldo

Por Facundo Sánchez

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Uno va por la vida buscando referentes, una guía o alguien a quién seguir.  Supongo que lo hacemos de manera inconsciente, pero lo hacemos. Alguien a quien ver cuando la cosa se complica, alguien que marque un camino, que despierte, que movilice. Algunos lo encuentran, otros lo crean, pero todos tenemos alguien a quien mirar cuando sólo ponemos los ojos en el techo y estamos por dormir.

No sabemos muy bien por qué, pero siempre necesitamos mirar a alguien más cuando nos miramos a nosotros mismos. Alguien que sirva de cita, de metáfora y de ejemplo. Alguien a quien escuchemos con atención y a quien saludemos cuando lo veamos, aunque no tenga ni la menor idea de nuestra existencia.

En un listado aleatorio y diverso de referentes que van caminando por la vidriera de la vida, la figura de Osvaldo Wehbe está con una boina y su perro Brando marchando ligero y mirando para abajo.

El turco fue un pedazo de Río Cuarto en movimiento. Era una parte de la ciudad que se desplazaba, como una especie de encarnación de esa porción de la tierra que se hacía piel y hueso. Andaba a los gritos por todos lados y la gente lo quería por eso. Era Río Cuarto en los mundiales, Río Cuarto en Buenos Aires, Río Cuarto en Río Cuarto.

En él estaba el perro de copa y chego, la esquina de la barraca y el viejo Bar Imperio en el que se juntaba con Hector Cometto a tomar un café Codó y hablar con un hincha de Belgrano al que lo apodaban “El cara ´e poio”. En el turco estaba el Carrusel de la Plaza Roca todavía dando vueltas y la pizzería Roma, antes de llegar al Bulevar. Y todo eso lo llevaba a todas partes. Como una especie de sucursal móvil, pero que no vendía nada. Sólo lo desparramba con gentileza en forma de voz e historias sencillas.

El turco era ese referente. Lo regué a base de horas al frente de la continental y figuritas en movimiento. Lo nombramos, lo cantamos, lo escuchamos. Le regalamos muchos minutos de nuestra vida para disfrutarlo. Para después poder meter sus palabras en una bolsa y llevármelas para ponerlas bajo la almohada.

Una mezcla fina entre humor, prolijidad, exactitud y poesía. Era lo que soñábamos, lo que pensábamos, lo último que escuchábamos antes de dormir.

Nos cantó goles que lloramos por alegría y nos cantó goles de mierda que hicieron que apagáramos la radio y nos enojáramos con él.

Osvaldo Wehbe fue un punto y aparte en la historia de la ciudad y del periodismo del país. El tipo que supo entender al periodismo deportivo más allá del periodismo deportivo. El que leyó el juego. El diferente.

Un tipo de la barra de los amigos, del asado, de los choripanes a la salida de la cancha. Un tipo que llevaba la simpleza abajo de la boina y la llevaba a todos lados.

En Osvaldo Wehbe vivió un momento del mundo que va a quedar en el recuerdo de los que pudimos presenciar su manera de contar las historias. Y vaya poder ese. El de quedar en el recuerdo por lo que decís, pero también porque no hiciste nada en contra de eso que dijiste. Porque supiste caminar alrededor de tus palabras e ir marcando el camino con la cabeza clara y las metáforas en el maletín.

Si se puede hacer una comparación, me animaría a decir que el Turco Osvaldo Wehbe es, y será para la ciudad de Río Cuarto, lo que Daniel Salzano fue y será para la ciudad de Córdoba. Tipos que se llevaron un pedazo de la ciudad consigo y que dejaron recuerdos simbólicos que van a estar dando vueltas por el aire. Arriba de la Plaza, en la esquina del café Latino y en la vereda del industrial.

Hace poco en su programa de radio dijo que si él se tuviera que quedar con una calle de Río Cuarto, se quedaba con la Baigorria al 600. Los primeros retazos del mundo los empezó a vivir en la cuadra del Industrial, el comercio de venta de todo que tenían sus padres y después siguieron sus hermanos y la escuela 21 de Julio.

Es una pena saber que el mundo pierde a alguien que lo contaba de una manera diferente para hacerlo más bonito. Un tipo que imitaba en radio el mugido de una vaca al ritmo de alguna canción, que se peleaba con Ledo haciéndole escenas de despecho y que discutía con un Pato. Pero también un señor cuando tenía que ser un Señor. Que dijo lo que pensaba y que se paró en la vereda que se tuvo que parar en el momento en que lo pidió la historia, no la tribuna.

Un tipo que se fue a Buenos Aires sin irse de Río Cuarto. Que peleó a microfonazo limpio en todos los programas contra ese porteñocentrismo interminable.

Un tipo que dijo, que hizo y que supo contarlo. Un tipo que fue y será micrófono, canción y Río Cuarto en cada rincón del mundo en el que se le vuelva a escuchar el grito de un gol.

Los goles, esos también perdieron con esta partida.
El fetiche de pensar en algún lugar después de la muerte, me lleva a la idea de una mesa de un bar en la que se vaya a juntar con el viejo Brizuela, Ruben Torri y José María Muñoz, Salzano y se pongan a hablar de fútbol y a tomar café y a ver películas viejas.

Pero en realidad prefiero pensar a un Wehbe mucho más acá. Caminando en el parque Sarmiento, en la calle Baigorria, en la esquina de la Plaza.

Prefiero pensar en un turco Wehbe mucho más acá, en el centro, en la plaza de la muni. Y en la ilusión efímera pero verdadera de prender otra vez una radio y escuchar que el turco me susurra al oído que la pelota se hace luna en la noche de la Avenida España.

En memoria de Osvaldo “el Turco” Wehbe – Río Cuarto 27 de Febrero de 1957 – Río Cuarto 13 de Agosto del 2020.

Por Facundo Sánchez – Comunicador social
Ilustración: Magalú

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