Fútbol
Descorchen un vino…¡Hoy el Inca juega con 12!

Por Franco Evaristi
Cuando el árbitro Brian Iglesias pite el comienzo del juego en Las Acequias, por la quinta fecha de la zona Complementación del fútbol del ascenso regional, Los Incas gozarán de un refuerzo impensado. No estará en el campo de juego del Club Atlético Talleres, pero andará orbitando en la atmósfera, imperceptiblemente. Los más minuciosos lo van a distinguir porque tendrá boina color pastel y llevará puesta una camiseta que no es la versión 2025 del “azulgrana achirense”. Tendrá una alternativa, edición 2017. Casaca con prevalencia de blanco y los tradicionales vivos azules y rojos. No es una cualquiera. Lleva una inscripción con varias rúbricas que rodean el glorioso escudo. Dice: “Te vamos a extrañar…”; Kaco, Andrés, Tevi, Maico, José, Seba, Nacho, Alitos, Mati, Gonza, Anyi, Salta, Luli…A Felipe le queda pintada.
Tumbita la luce con el orgullo de siempre. Oscar ofrece la sonrisa habitual envuelto en el trapo de cada domingo. Felipe, Tumbita, Oscar… son el mismo. Es el Tumbita, o es el Felipe o es el Oscar. Según quién lo frecuente y en qué contexto lo conoció puede ser uno u otro. Pero esos nombres propios o sobrenombres tienen puntos de convergencia: la lealtad, el compañerismo, la voluntad, el sentido de pertenencia, la resiliencia, la solidaridad, la decencia, el carisma, la empatía…

Oscar Felipe “Tumbita” Rodríguez emprendió su viaje ni bien se desvaneció en las alturas, mientras ubicaba los tirantes para techar su casita camino al río de Achiras. Ese hogar que siempre soñó y fue gestando ladrillo a ladrillo; con el sudor de un laburante que, muchas veces, postergó el avance de obra para servir al prójimo, a los que menos tienen. A él no le sobraba nada, pero ayudaba a todo el mundo. ¿Cómo hacía?, con una filosofía de vida en extinción. Una filosofía que pone por delante la construcción colectiva a la individual, a la propia. Sin proponérselo quizá se erigió en un revulsivo de este sistema despiadado que antepone el ascenso individual a expensas de otros. “La vida es esto hijo. Estar cerca del otro, ayudar cómo se pueda y que esa acción sirva para celebrarlo con un vino” …palabras más, palabras menos abrazaba esa loable idea. La de servir…y tomar un vino. El vino como excusa para el encuentro humano.

A Oscar no le sobraba nada. Ni piezas dentales en su estructura bucal…pero ofrecía las sonrisas más genuinas e incondicionales. Tenía mil problemas y frentes por cubrir…pero siempre se brindaba como un lugar de seguridad afectiva. No derrochaba salud…pero en pandemia salió a repartir comida a familias menos pudientes de Achiras. No tenía un placar con ropa a estrenar, vestía con harapos…pero junto a su amigo Matías Lima armaron el roperito para que ningún pibe del club se quede sin un abrigo en los crudos inviernos; unas zapatillas o unos botines para patear una pelota y ser feliz.
A veces no llegaba a juntar los recursos para servir una mesa para dos…sin embargo comían cuatro. No lograba llegar a tiempo para revolver el chocolate caliente para los pibes de las inferiores a la salida de cada extensa jornada sabatina…pero gestionaba las facturas y rasquetas para los “azulgranas” y los visitantes de ocasión. Laburaba muchas horas por día para sobrevivir…pero hacía horas extras ad honorem en cada Fiesta Provincial del Turismo, en cada verano. No había más lugar en su destartalada chata…sin embargo nadie se quedaba con ganas de ir a Sampacho a alentar al Inca en el clásico ante el “Confra”. No tenía un bagaje de conocimientos futboleros para darle agregado de valor al plantel “azulgrana”…pero ataba con alambre el tejido perimetral, remendaba la caldera para una ducha caliente y pintaba lo que hiciese falta para que el estadio “Padre Hugo Marcelo Bustos” sea el coqueto reducto en donde se luzcan sus “campeones”. Para “tumbita” eran campeones, los mejores del mundo. Por cualidades, por bondades…quizá sí o quizá no. La medición de su escala de valores excedía a lo cuantificable y contrastable. Se remontaba al sentido de pertenencia, a la pasión por esa construcción comunitaria. Todo aquél que incurriera en la defensa los colores de Los Incas o actuar en nombre de su Achiras querido gozaría de la unción de “Tumbita”: por los siglos de los siglos… Por eso es que “Kako” Balmaceda fue, es y ser el mejor púgil de la historia; Nico Morardo el mejor futbolista de todos los tiempos y “Cochino” Meroni el musico más excelso que se podrá hallar en el acervo cultural.

Felipe nació en Achiras hace 58 años. Creció en la periferia del barrio sur, del otro lado de la ruta, entre necesidades y privaciones. Emigró en búsqueda trascendencia a la gran Urbe: Buenos Aires. Allí forjo sus dotes de chef profesional que lo llevaron a ser “cocinero” de la Selección Argentina de Pasarella, con Batistuta, Ortega y compañía. Allí conoció las luces de un mundo tan extraño como resplandeciente y tentador. Aunque algo ajeno. Su mejor receta culinaria es la que se hacía en estas latitudes, cerca del río Achiras, cerca de la Posta Los Nogales. El mejor plato fue siempre el guiso compartido con su papá “el Gorrión”, el “tío Pancho” o los Balmaceda. No había glamour, ni superestrellas…había amor por los suyos y por lo suyo: el pueblo. Y había un vino, siempre presente en los momentos entrañables.
A través de sus acciones logró convertir el dolor en creación, la necesidad en solución y las miserias en dignidad.
De abrazo fuertes y sostenidos, era un tipo que miraba a los ojos. Escuchaba con sensibilidad. Hermano de sus amigos. Cuando percibía en el otro buena cepa, establecía un vínculo que trascendía a las cuestiones genéticas y sanguíneas, y los mandatos impuestos. Tenía las manos agrietadas por el trajín de la vida de un laburante que se las rebuscaba para llegar a fin de mes en una sociedad hostil. Maxime para aquellos que no pertenecían a las familias acomodadas y pudientes.

Aparentaba un tipo recio, imperturbable. Pero cada vez que su hija, profesional de la locución, se transformaba en la voz de la Fiesta del Pueblo se le humedecían los ojos. Lloraba como un nene compungido. Igual que cuando su nietito Genaro recorría -a las zancadas imperfectas- un largo trayecto para darle un abrazo de esos que no se olvidan. Florecía el Oscar que, con el paso del tiempo, fue instalándose -salvando las distancias y la historia- entre las postales afectivas más icónicas de Achiras. Entre la escultura de León Gieco apostado en una de las esquinas, El Ojito, La casa de los Oribe, el balneario del río, los lugares por donde pasó San Martín en su cruzada libertadora, la plaza central que alberga la Fiesta Provincial del Turismo, el homenaje a los indios comechingones, la recordación del escritor Miguel Ángel Gutiérrez; deambulará el recuerdo de Oscar, Felipe, Tumbita. El enamorado de su pueblo que, en un acto premonitorio y de manifestación de deseo, alguna vez dijo: “si me muero, no me traigan flores ni me lloren…tómense un vino por mí”. Seguro habrá copas que se alcen su honor. Brindis que atesoren su legado. Historias que lo vuelvan a situar en su perla serrana más linda del sur cordobés. Gritos de gol azulgrana que amplifiquen el eco de su felicidad. Y cuando ese pase…no habrá muerte que pueda imponerse contra la memoria de los que dejan huella.
Fotos: Paola Cáceres
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