Columnistas
El más complicado de todos
Una nueva entrega de las historias y pensamientos de Mardones. Por Agustín Hurtado.
«¿Cuándo y cómo una persona sale de nuestras vidas?», se preguntó Mardones sentado en un banco de la plaza Estrada, esa que tantas veces visitó durante su infancia. A escasas cuadras del lugar, se encontraba la casa de uno de sus amigos más queridos durante el secundario, a quien hace algunos años que no ve.
En ocasiones, la gente se deja de ver debido a circunstancias puntuales. Una mudanza, un cambio de escuela o el paso a una nueva etapa -del secundario a la universidad- son las razones de algunas rupturas de relaciones. Otras veces, la separación se va dando de a poco. Por algún motivo incierto, el tiempo pasa y los encuentros se van espaciando hasta que simplemente dejan de ocurrir.
Algo de eso le sucedió a Mardones con su amigo Gabriel. En el grupo no fueron muy imaginativos con su apodo. Como era delgado, huesudo y de aspecto algo frágil, le añadieron el adjetivo flaco adelante del nombre y con eso bastó. Para todos en la barra era el Flaco Gabriel.
Dueño de una personalidad algo excéntrica, el Flaco Gabriel era amante del rock clásico. Le profesaba adoración a Charlie García y a los Beatles. De hecho, imitaba sus looks. A veces se aparecía todo vestido de blanco y al tener el pelo largo, parecía la reencarnación de John Lennon caminando por la senda peatonal en la tapa del disco Abbey Road. Estudiaba música y era un eximio guitarrista.
Otro de sus talentos era el ping pong, cosa que resultaba llamativa, porque no tenía pinta de ser muy atlético. Se había comprado una mesa y practicaba varias horas al día. Cada vez que Mardones lo visitaba era difícil escapar a la invitación de hacer un partido. Claro que el Flaco Gabriel ganaba siempre. Su talento y su práctica lo hacían muy superior a Mardones.
Por ese recuerdo, Mardones tuvo la ocurrencia de ponerse a averiguar algo sobre esa disciplina que tanto disfrutaba su amigo. Dejó el libro que había llevado para leer, se acomodó el barbijo y empezó a gastar su paquete de datos para investigar sobre el origen del también llamado «tenis de mesa».
Quizás porque los asiáticos lo juegan muy bien o porque la fonética del nombre recuerda a esas tierras, muchos creen que allí está su origen. Pero en realidad su creación se produjo -como en el caso de la gran mayoría de los deportes modernos- en Inglaterra en el Siglo XIX.
El mito dice que un par de jugadores de tenis de algún club inglés, aburridos por no poder jugar a causa de la lluvia, decidieron partir en dos una mesa con una soga -o algo que sirviera de red- dando origen al deporte. La historia oficial le otorga a James Gibb la autoría de la disciplina. El nombre proviene del sonido que, según su inventor, hace la pelota al ser golpeada con la paleta (ping) y el que hace al rebotar contra la mesa (pong).
La denominación de «tenis de mesa» surgió, porque una empresa norteamericana patentó como marca el Ping Pong. Así, nació una de las grandes confusiones dentro del mundo del deporte: ¿Son lo mismo estás dos disciplinas? Resulta ser que sí.
Su nuevo nombre permite explicar sin demasiados problemas sus reglas. Es como el tenis, pero se juega en una mesa, en vez de en una cancha. El objetivo es sumar más puntos que el rival, pasando la pelota del otro lado de la red, sin que el rival pueda devolverla. Quizás una de las grandes diferencias es que no existe la doble falta. Es decir, no hay una segunda oportunidad para hacer bien el saque, si este se ejecuta mal, es punto para el otro.
En el saque es en el único momento en que la pelota debe picar primero en el campo propio antes de pasar hacia territorio antagónico. Además, previo al servicio la pelota debe estar siempre visible, por encima de la mesa, pero afuera de la superficie de juego.
La mesa de juego es una superficie
rectangular de 2,74 m de largo por 1,52 m de ancho, elevada a 0,76 m del suelo.
Puede ser de cualquier material, pero debe cumplir ciertas características
básicas, como ser completamente plana y de color oscuro uniforme y mate; y debe
proporcionar un bote de 23 cm cuando se deja caer una pelota desde una altura
de 30 cm. Esto no se mide a ojo de buen cubero, como dirían los más veteranos,
hay instrumentos que permiten establecer el pique de la bola.
Está delimitada por sus cuatro lados por una línea de 2 cm de ancho, y una
línea central de 3 cm de anchura, paralela a las líneas laterales, determina
los lados de saque en dobles. La red divide el campo, a lo ancho, en dos partes
iguales, y debe estar tensada por unos postes a una altura de 15,25 cm.
La zona de juego es el área alrededor de la mesa reservada para los jugadores y
los árbitros en competición. Sus dimensiones deben ser: de 10 a 14 m de largo,
de 5 a 7 m de ancho y de 2,75 a 4 m de altura, según la competición.
Los partidos se juegan a tres o cinco sets, al mejor de once puntos. Si ambos contrincantes llegan igualados en diez, la manga se estira a los doce puntos y así sucesivamente ante cada empate. Debe haber diferencia de dos tantos.
La sorpresa de Mardones llegó cuando descubrió que un estudio de la NASA determinó que era el deporte más complicado que puede practicar un ser humano. Sabrá Dios porque los astronautas yanquis investigan estas cosas, con la cuestión de la gravedad no debe ser sencillo jugar al ping pong en el espacio. De todas maneras, determinaron que el tenis de mesa exige un nivel de concentración y coordinación mano – ojo muy difícil de conseguir.
Así que el Flaco Gabriel, por quien muchos no daban ni una moneda en el ámbito del deporte, había desarrollado grandes destrezas en la disciplina más complicada de todas. El recuerdo de aquellas horas alrededor de la mesa de ping pong, le golpearon la nostalgia a Mardones. Manuel se levantó, guardo el libro en la mochila y salió dispuesto a tocarle la puerta al Flaco, a ver si tenía ganas de rememorar viejos tiempos.
Por Agustín Hurtado – Periodista y docente de la Universidad Nacional de Río Cuarto
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