Media Distancia
El momento exacto en que por primera vez empezamos a manejar la pelota
Por Mariano Saravia.
Mariano Saravia
Periodista y especialista en Relaciones Internacionales.
Este jueves habrá actos escolares (si es que no los hacen el miércoles) donde volverán a pintarles las caritas con corcho quemado a nuestres niñes, como lo hacían conmigo hace cuarenta y pico de años. En el acto también habrá pericón, escarapelas y gritos de ¡Viva la Patria! Alguien leerá que fue una ruptura con España y se cantará el himno sin pensar las palabras que se dicen. Luego se comerá locro y el que pueda, hará turismo interno en un fin de semana extra largo.
Ah, y seguirá rodando la pelota, en las distintas ligas, en la primera división y en el mundial sub 20. Siempre desvinculada una cosa de la otra, la historia del fenómeno social más popular que tenemos: el fútbol.
Pero lo cierto es que ya podríamos ir aflojando con lo del corcho quemado y las mazamorras calientes para las viejas sin dientes. Podríamos analizar el rol verdadero del pueblo afro en las gestas de independencia, estudiar de verdad qué fue y sobre todo qué es de nuestros hermanos y hermanas afrodescendientes. Podríamos explicar que esa escarapela que les ponemos a los chicos que hacen de diputados de la Primera Junta, se iba a crear recién dos años después del 25 de mayo de 1810. Reflexionar el por qué en aquella primera junta no había ni mujeres, ni indios, ni negros. ¿Dónde estaba el pueblo? Qué rol jugaban de verdad French y Berutti. Y lo más importante, que aquella no fue ninguna revolución antiespañola, todo lo contrario. Con decirte que aquella Primera Junta de gobierno juró en nombre de Fernando VII, que estaba preso de los franceses. Lo que fue en realidad, es una revolución liberal, democrática y antiabsolutista. Que después, obviamente, iba a ir derivando en un proceso independentista, hasta llegar, seis años más tarde, a la Declaración de la Independencia.
Podríamos decir que el 25 de mayo de 1810 fue el momento exacto en que por primera vez empezamos a manejar la pelota. Empezamos a amigarnos con los pases y a entender el juego. Cada jugador empezó a ocupar su lugar en la cancha, el arquero empezó a tomar confianza y el mediocampo a trabar con más convicción. Faltaría un poco todavía para que el 10 se animara a hacer una gambeta atrevida y los puntas se animaran a encarar hacia el arco contrario.
Todo eso significa el 25 de mayo de 1810. Y eso que faltarían todavía 47 años hasta que surgiera el primer equipo de fútbol del mundo, el Sheffield Football Club, creado en 1857 en el centro-norte de Inglaterra.
Aquel equipo jugaba de esta manera: en la presidencia, el altoperuano (boliviano) Cornelio Saavedra, de secretarios, línea de dos: Mariano Moreno y Juan José Paso, y seis vocales en donde se destacaban algunas sociedades, como decía Menotti: los primos hermanos Juan José Castelli y Manuel Belgrano; los catalanes Domingo Matheu y Juan Larrea; y finalmente un militar: Miguel de Azcuénaga y un cura: Manuel Alberti.
Como dijimos antes, French y Berutti fueron fundamentales, pero no por repartir escarapelas. O al menos no eran celestes y blancas, porque la escarapela es de 1812. Si repartían algo, eran cintas rojas y blancas, tal vez, y para identificar las posturas en el partido que se estaba disputando. Le guste a quien le guste, le moleste a quien le moleste, ahí se ve la importancia de la hinchada, de la negrada, del pueblo, digamos. Con la salvedad de lo que podría entenderse como pueblo hace 213 años. Pero sí que era un grupo de choque, un grupo piquetero que fue fundamental.
La primera final se había jugado en el cabildo abierto del 22 de mayo, cuando Castelli agarró la pelota y se floreó. Argumentó que las colonias americanas eran del rey y no de España, y si el rey estaba preso de Napoleón, entonces había un vacío de poder y la soberanía volvía al pueblo. El obispo Lué quiso embarrar la cancha y tirarla a la tribuna. Mandó que mientras hubiera un español en América se le debía rendir pleitesía porque el colonizado nunca puede ir contra el colonizador. Pero lo trabó con la cabeza Castelli y contraatacó: “Y entonces cómo explica usted, monseñor, que los españoles se levanten contra los franceses”.
Pero la cosa estaba medio vidriosa. El 24 de mayo, el virrey Cisneros quiso avivarse en un saque lateral, formando una junta de gobierno con él mismo a la cabeza. Pero Belgrano dio un pasito adelante y lo dejó en offside. Lejos, lejísimos del Belgrano timorato y tibio que nos vendió el Billiken, don Manuel lo encaró como un defensor a un delantero mañoso y le dijo: “Si para mañana usted no ha renunciado, yo mismo lo voy a tirar por el balcón de este Cabildo”.
Así se llegó al 25 de mayo, con un ambiente crispado, con mucha grieta. Y la función de la barra era fundamental: que no llegara al Cabildo algunos jugadores importantes de ellos. ¿Quiénes eran ellos? Los absolutistas. Incluso, había un acuerdo entre Belgrano y French. Si adentro de la cancha la cosa se ponía fea, él se iba a asomar a una de las arcadas del Cabildo e iba a agitar un pañuelo. Esa era la señal para que los 600 que componían la Legión Infernal (lindo nombre para un trapo) invadieran la cancha. Es decir, que entraran al Cabildo a podrirla. Por suerte, no hizo falta.
Se creó la Primera Junta, ya dije la alineación. Y dentro de ese equipo, los que empezaron a mover la pelotita fueron tres o cuatro: principalmente Belgrano, Moreno y Castelli, aunque se acercaba y la pedía a veces Juan José Paso. Esos eran los jacobinos de la Revolución. Los que crearon La Gaceta de Buenos Aires, para ser transparentes y decirle al pueblo lo que estaban soñando, la ampliación de derechos y un cambio de sistema, no sólo de gobierno. Luego, la jugada genial: el Plan Revolucionario de Operaciones, un verdadero programa de gobierno en el que Moreno y Belgrano hacían paredes a lo Bertoni-Bochini. Allí decían por ejemplo que había que expropiar a los terratenientes y a los dueños de las minas del Alto Perú. Que había que darles derechos civiles a las mujeres y a los pueblos originarios. Que había que repartir la tierra y universalizar la educación. Y, sobre todo, sentaban las bases de una incipiente industrialización, fomentando las manufacturas y las economías regionales. Matheu y Larrea eran dos laterales que podían proyectarse de vez en cuando. No descollaban, pero cumplían, de acuerdo al plan de juego del cerebro que era Belgrano. Incluso Azcuénaga y el cura Alberti, hacían lo que les tocaba, sin chistar. El que estaba visiblemente en contra era el presidente Saavedra, que jugaba claramente a desgano. Parecía un arquero sin manos, y conspiraba con algunos que estaban en el banco de suplentes, listos para saltar a la cancha. Entre ellos, principalmente el Deán Funes. Entre ellos dos dieron el “golpe” que significó en diciembre pasar de la Primera Junta a la Junta Grande. Allí se estancó el proceso revolucionario por más de un año.
Se deshicieron de Belgrano a quien lo mandaron al Paraguay, de Castelli, que fue a jugar al Alto Perú, y de Moreno, que lo dejaron definitivamente fuera de partido. Lo envenenaron en Alta Mar y se convirtió en nuestro primer desaparecido. El resto de los jugadores de aquel primer equipo terminó diseminado, en el exilio o confinamiento interior, entre Carmen de Patagones y San Luis. Faltaba un tiempo para que llegara un refuerzo de lujo: José de San Martín. Lo incorporamos recién en la temporada 1812. Y ahí empezó otro partido.
En el escudo y en los cantitos
Hoy, 213 años después, aquellos patriotas de nuestro primer equipo siguen presentes. Paradójicamente más en el fútbol que en el acto escolar.
Mientras en el acto de la escuela seguirán con las pavadas de siempre: el corcho quemado, el pericón y la mazamorra caliente, en las canchas argentinas volverán a saltar a la cancha este fin de semana: Belgrano, Castelli, Moreno, French, Saavedra, Azcuénaga… y hasta Matheu y Alberti.
Belgrano quizá sea el más reconocido, porque hay una docena de clubes con ese nombre, aunque claramente el más famoso es el celeste de la ciudad de Córdoba. Pero repasemos el resto.
Para que Belgrano sea el 10 que es, tiene que tener equilibrio en el mediocampo. Necesita un 8 todo terreno que es Castelli. Y un doble 5 que se complementa perfectamente: un elegante como Mariano Moreno y un metedor como French.
Hoy, siguen jugando. Y un dato curioso: los tres tienen camiseta blanquinegra. El Club Deportivo Castelli juega en la Liga Dolorense de Fútbol. El Club Atlético French en la Liga de 9 de Julio. Ambas ligas de la provincia de Buenos Aires. Y el Club Atlético Mariano Moreno es de la ciudad de Junín, también en el centro de la provincia de Buenos Aires. Y tiene como clásico rival… como no podía ser de otra manera, a Sarmiento.
Después, está el Club Social y Deportivo Saavedra en Ciudadela, al ladito de la Avenida General Paz, que divide la ciudad de Buenos Aires con la provincia. El Club Azcuénaga Sur en el Gran Rosario. El Manuel Alberti, al norte de la provincia de Buenos Aires. Y el más nuevo de todos, el Club Domingo Matheu, fundado en noviembre de 2020, en plena pandemia, en Ingeniero Maschwitz (donde también tiene su cancha Deportivo Armenio). El canto que baja de las tribunas dice: “Y dale Mingo, dale dale Mingo”. Es el Mingo bueno, Matheu, no el otro, el responsable de la convertibilidad (dolarización encubierta) que nos destrozó en los ’90.
Un gran futbolero de Rosario, Carlos Del Frade, siempre dice que la fórmula es volver “De Cavallo a Belgrano”. Volver siempre a Belgrano. La pelota siempre al 10.
Belgrano, el anti Cavallo. Belgrano el que ya en los días de la Revolución de Mayo decía: “La importación de mercancía extranjeras que impiden el consumo de las que se fabrican aquí, trae la ruina de la Nación”.
Belgrano, que antes de crear la celeste y blanca, ya tenía banderas: la producción nacional, el trabajo para todos y todas, la redistribución de la renta, la IGUALDAD sin la cual la LIBERTAD se queda renga, el cuidado de la naturaleza, el respeto por nuestros pueblos originarios, inmigrantes y diversidades, la igualdad de género.
Hoy que algunos vienen a proponernos una libertad egoísta, individual. Otra vez, la pelota al 10. La pelota a Manuel Belgrano, que no concebía la Libertad sin Igualdad, como dice el himno argentino. Jamás hubiera aceptado que los pobres tienen “la libertad” de vender un brazo o un riñón. Al contrario, Belgrano, el 10 de aquel equipo, nos dejó la jugada de todos los tiempos, cual barrilete cósmico nos dijo: “Existen en el mundo dos clases de personas, los que disfrutan de todo y los que solo pueden trabajar para que los otros disfruten. El imperio de la propiedad ha logrado que las mayorías tengan que conformarse con lo estrictamente necesario, y eso debe cambiar”. Ese es el verdadero espíritu del 25 de mayo.
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