Media Distancia
Lahmo Kinzang, su Bután y el resto del mundo
Por Leonardo Gasseuy
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Eran las 8 de la mañana del domingo 11 de julio 2024, en el año que se va, el calor del clima y los juegos se hacían notar en Paris. Transcurría la segunda semana de la cita Olímpica. Se largaba el maratón femenino. Ecléctico y multiforme arrancó en el Hotel Ville y terminó en los Inválidos. 90 atletas, una africana sería la ganadora, lo hizo Siffan Hassan con la bandera de Países Bajos, negra, hija de padre y madre etíopes. De las 90 participantes, 10 abandonarían la prueba. En el último lugar, en el puesto 80 llego Lahmo Kinzang con 1 hora 30 de retraso con la ganadora, una hora más tarde que Sreshta Shantosi la nepalesa, penúltima que llegó 79.
Lahmo Kinzang es de Bután. Soldado del Ejercito de su país, fue su primera salida al exterior. “Mi país me envió hasta aquí no solo para que largue la carrera” dijo “si no para que lo termine”. Su meta era solo eso llegar a la meta.
Lahmo Kinzang es una anécdota, o no tanto. Este año, el 2024 que se va, si algo nos ha enseñado, es que las nimiedades solo son fachadas de risas o llantos. Este solo dato dispara el debate acerca de cual es la meta que buscamos como mundo. Las metas racionales o los estereotipos. Las sentidas o fingidas. Termina un año con mas de 50 conflictos bélicos en desarrollo, que involucran a 90 países. Es incuestionable que, ante tanta evolución y desarrollo contextual, la raza se revela para caminar hacia la involución y su autoexterminio.
2024, el que se va, fue un año de Urnas y Armas. Fueron más de 70 elecciones, donde el correlato variopinto de los modos y las formas, marca la agenda según la región, el líder y su contexto, pero nada de esto amortigua el impacto de la multiplicidad de conflictos que alimenta la inestabilidad global, de un mundo en plena transición de poder y en claro retroceso humanitario y de derechos fundamentales.
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2024, el que se va, ha sido un año violento. 1 de 6 ciudadanos del mundo ha estado expuesto a un conflicto en los últimos 12 meses. El enquistamiento de la guerra en Ucrania, Palestina, Sudan y Yemen, la expulsión arbitraria de la población de origen armenio de Nagorno Karabaj o la sucesión de golpes de estados vividos en seis países africanos en los últimos 17 meses dan buena cuenta que el debate global es solo eso. Un debate inocuo, ocultista, manipulador y vacío.
Para África, la Inteligencia Artificial, es un activo estratégico fundamental para alcanzar las aspiraciones de la Agenda 2063 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Promete impulsar nuevas industrias, motorizar la innovación y crear empleos de alto valor, al tiempo que preserva y promueve la cultura y la integración africana. Bla, bla bla. Es una paradoja, esto lo dice en forma casi textual, el Consejo de Naciones de la Unión Africana que se reunió en Ghana. Es insoslayable que el futuro atropella, pero en este 2024, el año que se va, la viruela símica arraso en el Congo, el VIH Sida, la malaria, y un sin número de nuevas enfermedades respiratorias no dan respiro y disparan muertes en términos dantescos en todo el continente. La alta cifra de muertos, no cuentan la que provocan los dictadores, el mal endémico que ni los años, ni la ciencia ni el sentido común logran erradicar de África.
2024, el que se va, tenía en sus albores algunos desafíos que corregir y que tristemente seguirán siendo pendientes. La lacónica actualidad (como casi siempre) es abofeteada por la auténtica realidad. Los lideres mundiales para este año, habían caratulados, entre otros, estos “riesgos globales”: cambio climático, aceleración tecnológica, cambios geopolíticos y bifurcación demográfica.
Faltan naturalmente muchísimas cosas, como la brutal desinformación global y las fake news de los manipuladores, la sociedad global queda atenazada en medio de un collage de deudas históricas y amenazas futuras.
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Bután, el país de Lahmo Kinzang la maratonista que terminó en el último lugar, está en el sur de Asia, en las montañas del Himalaya en medio de las megas potencias China e India. Tiene 800.000 habitantes. Es una monarquía constitucional y lógicamente no es un dechado de virtudes. Amnistía Internacional recibe distintas denuncias de trato cruel, existen abusos y preocupación por la salud, pero los butanes son los creadores de un índice que descomprime la dureza abstracta de las cifras.
En 1972, cuando solo tenía 16 años de Independencia, el Rey de Bután, quiso que la filosofía de su Gobierno se basara en la felicidad de sus súbditos. Y para ello inventó el concepto de Felicidad Nacional Bruta (FNB), en vez del Producto Interior Bruto (PBI).
La FNB es hoy un indicador de nivel de vida que se utiliza internacionalmente como complemento al PBI. Se calcula midiendo nueve puntos: el bienestar psicológico, el uso del tiempo, la vitalidad de la comunidad, la cultura, la salud, la educación, la diversidad medioambiental, el nivel de vida y el gobierno.
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En la misma resolución de aquel tiempo, el Rey determino a través de la constitución que el 60% de la tierra del país sea preservada como bosque, se exige la promoción de la agricultura orgánica y los autos eléctricos, eso hace que Bután se convierta en el primer país del mundo con huella de carbono negativa (absorbe más dióxido de carbono que lo que emite). Son solo misceláneas, tenues, pero un parámetro de gestión, al alcance de la mano, medible y que existe.
2024, el que se va, es el año de la cifras e índices, de recortes y financiaciones, de prestamos y reclamos. Poco se habló de la Felicidad. Bután y su índice es ignorado, claro. Es lógico, nadie augura un matrimonio duradero entre la felicidad y el mercado. A nivel de países nadie lo intenta.
¿Pero cuál sería la autocrítica que debemos hacernos los individuos que habitamos este mundo? ¿Qué rol tenemos en este tobogán involutivo que torna inmanejable? Yo al menos no lo sé. O si, se me ocurre algo, que imitemos la actitud de Lahmo Kinzang, la maratonista butanesa que cumplió su responsabilidad individual, con estoicismo y sin vergüenza. Supo cual era su rol, se consideró privilegiada de ser parte y solo se oriento a la meta.
En lo racional todo está claro, lo que pesa y duele es lo sensorial, tan difícil de definir como encontrar consuelo. Aunque no tanto si recordamos aquello que nuestro mundo es una comedia para los que piensan y una tragedia para los que sienten.
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