Fútbol

Ley Bosman, un trampolín de las jóvenes promesas que emigran hacia Europa

Publicado

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Gustavo Grazioli

Periodista.

Las puertas del cielo se alejan de la liga argentina y se ensanchan cuando se arriba a Europa. Aunque ya ni siquiera eso, directamente la meca es ser traspasado a otros torneos con marca internacional. Eso en el fútbol, al parecer, es garantía de un futuro porvenir. La edad de los jugadores que emigran al exterior es cada vez más baja y los equipos donde hicieron sus inferiores, prácticamente no llegan a beneficiarse con los frutos de la formación que brindaron. Algunos alcanzan a jugar una temporada, pero otros ni siquiera eso. Si hay condiciones, los mercaderes van a buscar asegurarse el talento. Billetera mata competencia.

“La NBA ya lo inventó. Grandes equipos y grandes espectáculos hacia donde se dirigirán todos los focos. Lo demás será sombra, en la que intentarán sobrevivir muchos clubes heridos de muerte ante la indiferencia de todos nosotros. Porque estaremos entretenidísimos viendo por televisión cómo se enfrentaran ricos contra ricos”, escribió Jorge Valdano en su libro Fútbol: el juego infinito, en un apartado donde intenta explicar el diagnostico de un deporte que fue arrastrado hacia la codicia.

Los casos más resonantes que sentaron precedente en este 2024, son los de Claudio “Diablito” Echeverri (18) y Valentín “Colo” Barco (19). El mediocampista de River tan solo tuvo 155 minutos en el equipo que dirige Martín Demichelis y ya fue adquirido por el City Group, una sociedad que administra clubes de fútbol. Y por el lado del ex defensor de Boca, jugó 35 partidos en el Xeneixe y cuando los hinchas empezaban a ilusionarse con sus cualidades, llegó la oferta irrechazable del Brighton y adiós joya. A jugar a la Premier League.

Valentín Barco dejó Boca tras hacer uso de la cláusula por su ficha. Le deja al club 10 millones de dólares y pasa al Brighton inglés.

Pero no solamente atraviesan esto River y Boca, también lo vivió Vélez con la reciente salida de su joven promesa Gianluca Prestianni (18). El mediocampista llegó a jugar 33 partidos en el Fortín. Estaba dando los primeros pasos en el club que lo vio crecer y lo formó, hasta que no hubo nada más para hacer frente a la abultada oferta del Benfica de Portugal y vino la sentida despedida. «Llegó el día de despedirme del club que me dio todo desde los cuatro años. El club que me abrió las puertas desde el día número uno y confío en mí desde el primer momento. Estoy muy agradecido con cada uno que me ayudó desde chiquito hasta este momento», escribió el jugador en sus redes sociales.

Yendo más para atrás, lo que se ve es que esto viene en escalada. En un informe de Melina Sutera para Tiempo Argentino de principios de 2022, se indicaba que el fútbol argentino había perdido 97 jugadores sub 23 en un lapso de seis temporadas. Por supuesto, el gran factor para que esto suceda tiene que ver con lo económico. “El conjunto que más futbolistas vio partir fue Vélez, que acumuló nueve durante el periodo analizado (Matías Vargas, Nicolás Domínguez, Lucas Robertone, Maximiliano Romero, Álvaro Barreal, Gianluca Mancuso, Nazareno Bazán, Facundo Cáseres y Thiago Almada). Lo sigue Estudiantes de la Plata con siete (Juan Foyth, Santiago Ascacibar, Bautista Cascini, Lucas Rodríguez, Bautista Cejas, Darío Sarmiento y Luciano Squadrone) y lo escoltan con seis Boca (Cristian Espinoza, Leonardo Balerdi, Nahuel Molina, Alexis Mac Allister, Gonzalo Maroni y Nicolás Capaldo) y Talleres de Córdoba (Facundo Medina, Nahuel Bustos, Catriel Sánchez, Federico Navarro, Favio Cabral y Manuel Lago). En la estadística sólo se contabilizó a los que se fueron del país y aún no regresaron”, indicaba Sutera.

Quizás también se pueda rastrear otra explicación para este fenómeno migratorio, a partir de la famosa “Ley Bosman” y sus derivados. Aquella sanción de mediados de los ’90, abolió con los cupos de jugadores de ciudadanía europea y los equipos poderosos tuvieron más facilidades para llevarse talentos a sus planteles. Es decir, se acabó la paridad competitiva. “Se eliminó la única barrera que tenían para importar a gran escala. Desde entonces, la mejoría de las ligas europeas fue proporcional al empobrecimiento de las nuestras”, describió Fernando Pacini en una nota para La Nación.

Son más de cinco mil futbolistas argentinos los que están dando vuelta por el mundo. La fuga de talentos es uno de los síntomas de empobrecimiento de nuestro fútbol, aunque también cabe decir que esa premura por poner un pie en el viejo continente (ahora, tal vez, también en Arabia) vaya en detrimento de las expectativas del jugador y la presión por tener que brillar se termine devorando esa aptitud que lo enroló en un mercado agresivo, que, así como hace brillar, también puede opacar y tirar por la borda expectativas.

Franco Mastantuono, la nueva joya de River, de apenas 16 años, suma sus primeros minutos en Primera y los grandes de Europa ya posaron sus ojos sobre él.

“La necesidad de comprar y vender genera también aberraciones que en el segundo y tercer nivel competitivo se parecen mucho a una estafa. Esto se ve con claridad en mercados eminentemente vendedores como el argentino, que tiene su puerta giratoria en el aeropuerto de Ezeiza. Debido a la necesidad de los clubes de saldar sus números rojos y a la ansiedad de algunos representantes por aumentar sus números negros, muchos jugadores salen tan jóvenes que ni siquiera parecen conocer el mecanismo de esas puertas. De modo que entran y, idéntica velocidad, salen por el mismo lugar. Cada temporada vuelven al campeonato nacional varios jugadores que apenas un año antes había llegado a Europa a cumplir un sueño. Pero al fútbol europeo hay que ir ya aprendido, no a aprender”, escribió Valdano en otro apartado del libro antes citado.

Quizás la atracción deba correr su eje por un rato del equipo que detecta primero al talento más joven y gasta más dinero en traerlo, y el fútbol deba volver a su grado cero, a ese lugar que mantiene la ingenuidad de los hinchas y hace que todo esto suceda. Tal vez haya que practicar un poquito de austeridad para que la pelota siga rodando en un campo de juego, alejada de ese cielo que cada vez pone más restricciones al placer del juego por el juego.

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