Efemérides
Los titulares y los suplentes de Córdoba
Por Mariano Saravia.
Mariano Saravia
Periodista y especialista en Relaciones Internacionales.
La ciudad de Córdoba festeja. Hay desfiles, discursos, chocolate caliente, bombos y platillos. Pero también hay mugre bajo la alfombra. Una mugre que se llama discriminación, ocultamiento. Porque la ciudad no quiere ver parte de lo que es, o no quiere reconocerse en su totalidad.
Por eso, el día anterior, el 5 de julio, se hace el Contrafestejo en el Pueblito de La Toma, que no es otro que el mítico Barrio Alberdi (sí, el del Estadio de Belgrano, la Cervecería, La Piojera y el cementerio San Jerónimo). Allí, muy cerca del Río Suquía, la comunidad comechingona se reunió este año, igual que cada año, para reafirmar su identidad y gritar bien fuerte que está viva y que el resto de Córdoba deje de hablar de ella en pasado.
“Es un país en donde se dan las cuatro estaciones (…) y la gente es barbuda y alta, morena como en Andalucía”, escribió Jerónimo Luis de Cabrera, que había intentado una fundación el 24 de junio en lo que hoy es Quisquisacate, y luego reincidió el 6 de julio de ese 1573 a orillas del Suquía, donde hoy la comunidad comechingona tira papas para pedirle al hermano río protección.
Quisquisacate, Suquía, y tantos otros ejemplos de toponimia hablan de un territorio comechingón. Algo que admite el propio Cabrera cuando describe a los originarios como altos, barbudos y morenos. Entonces, antes de continuar, que queden claras dos cuestiones: primero, que el pueblo comechingón ya estaba aquí antes de la fundación de Córdoba, y segundo, que sigue estando aquí.
¿Qué pasó con aquel adelantado y conquistador que hoy tanto veneramos? Pues que por su ambición y crueldad se extralimitó y desobedeció las órdenes del virrey, se fue mucho más al sur de lo que debía y quedó en offside. El gobernador del Tucumán, Gonzalo de Abreu y Figueroa le hizo un juicio sumarísimo y lo condenó a muerte. Algunos dicen que lo ejecutaron los propios españoles con el “garrote vil”, otros que fue decapitado en Santiago del Estero.
Pasaron 450 años y los comechingones (pueblo camiare) vuelven a levantarse para hacerse valer. La convocatoria es en la casa de Mafalda Tapia, una sanadora de la comunidad, donde tiene también la pirca que marca el Antigal de Barrio Alberdi, cerca de Villa Páez. Cuando a fines del siglo 19 el Estado avanzó sobre El Pueblo de la Toma y ocupó ilegalmente sus territorios, explotó un prematuro boom inmobiliario, pero ante la avaricia (la misma que perdió a Jerónimos Luis) por la tierra, empezaban a salir a la luz los cuerpos de los “antiguos”, diseminados por toda la zona porque ellos enterraban a sus muertos en las casas pozo. La gente de la comunidad rescató a sus ancestros de la avanzada “blanca” y los llevó para enterrarlos a orillas del río, donde este miércoles se tiraron papas al cauce. Mafalda remarca que hay que saludar al sol todos los días, y expresa su bronca porque hasta el nombre de la calle le cambiaron. Antes era la calle Comechingones, ahora Páez Molina.
Entre los asistentes a la ceremonia sagrada, saumando a los presentes y después va a tirar papas al río, está Edgar Villarreal, curaca y sanador de la comunidad. Pero también árbitro de la Liga Cordobesa de Fútbol. “Yo estoy orgulloso y feliz por mis raíces originarias, nunca las escondo y en el ambiente del fútbol, por suerte, nunca me sentí discriminado”.
Sin embargo, cuando le pregunto si conoce algún otro árbitro o jugador que se reconozca comechingón, se queda callado, hace memoria y me dice que no, que no recuerda a nadie.
Raro, que sólo él reconozca sus raíces, pienso. Debe haber muchísimos más, quizá ni lo saben, quizá sigue presente la vergüenza o el miedo. El mismo que llevó a muchas madres a ocultar la condición de indígenas a sus hijos, hasta ahora que la cosa está cambiando.
Pero si no hay jugadores en la actualidad, sí hay en la historia, y uno muy especial. Porque fue el primer cordobés en jugar para la Selección Argentina: Miguel Delavalle, del Club Atlético Belgrano. Le decían “el Negro Delavalle” y era descendiente por parte de madre de un curaca (cacique) comechingón. Era un cinco que combinaba fuerza con calidad, flaco y alto. Y fue convocado por primera vez para un partido del 8 de agosto de 1920 en la cancha de Sportivo Barracas contra Uruguay por la Copa de Honor. Dicen las crónicas de la época que apenas empezado el partido, el Negro Dellavalle tomó la pelota, avanzó unos metros, levantó la cabeza y se la dio a un uruguayo. Lo traicionó la costumbre de dársela a alguien de camiseta celeste. Pero después se recompuso e hizo un partidazo. La Voz reseñó: “El Negro Delavalle se ha convertido de la noche a la mañana en personaje célebre entre los porteños. (…) El debut de nuestro comprovinciano no pudo ser más excelente. El partido fue bravo y la lucha de nuestros aguerridos campeones fue sostenida con tesón y energía, respondiendo en forma notable el nuevo centro half, que se mostró infatigable y tenaz”. Argentina terminó ganando ese partido 1 a 0.
Miguel nació y creció en Pueblo Alberdi, como le decían por la época al Pueblito de La Toma, hoy Barrio Alberdi. A los 16 años debutó en primera de Belgrano, y las paradojas de la vida quisieron que el primer cordobés en jugar para la selección fuera un hijo del pueblo comechingón, un pueblo que hoy es ignorado por la cumpleañera Córdoba.
Mucha pompa por los 450 años, pero indiferencia hacia un pueblo que está aquí desde hace miles. Según un estudio de la Universidad de La Plata sobre algunos cuerpos encontrados en la pirca de la casa de Mafalda, la antigüedad es de 3.100 años.
Y así como recordamos a Miguel Dellavalle, hoy hay otro hijo de este pueblo que hace historia en el fútbol cordobés: Edgar Villarreal, con su ropa de árbitro, haciendo docencia, ya sea en primera o en las inferiores de la liga. “Chicos, si alguien los insulta, sobre todo desde afuera de la cancha (se refiere a los padres) ustedes me dicen a mí. Yo los voy a proteger. Ustedes disfruten que esto es un juego, y tengan en cuenta que el rival de hoy puede ser el compañero de mañana”, dice Edgar a todos los jugadores que en círculo lo rodean y los escuchan. Es un sanador, y el fútbol se lo agradece.
Tiramos otra papa por “los antiguos” y también nos acordamos de Hugo Acevedo, curaca de la comunidad fallecido en plena pandemia, descendiente de Lino Acevedo, el que lideró la resistencia contra el Estado a fines del siglo 19.
Hugo Acevedo era muy activo y entre otras cosas, daba charlas en el Club Atlético Belgrano sobre el barrio, su historia y su identidad comechingona. “Belgrano siempre está muy cerca de la comunidad”, me dice Edgar, el árbitro comechingón. Y es cierto, Belgrano es un ejemplo en su trabajo cultural, sobre la identidad del barrio y el sentido de pertenencia.
Lo fue en 1920 con el Negro Dellavalle, y lo sigue siendo hoy. En el mismo lugar que la historia reclama.
Son 103 años del debut del primer cordobés en la selección. Son 450 años de la fundación de Córdoba. Son 3.100 años comprobados de la comunidad comechingona en este territorio. Son números nomás. Lo importante es que nos reconozcamos como realmente somos. Que no haya más cordobeses de primera ni de segunda. Que no haya más titulares inamovibles y otros que nunca van a salir del banco de suplentes. Que por fin seamos un plantel unido.
Foto principal: Colectivo Manifiesto / La Tinta
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