Efemérides

Percello: el crack al cual el gol se le rendía a sus pies

Un día como hoy, el 9 de noviembre de 1996, dejaba este mundo Francisco Antonio Pablo Percello, gloria eterna de Estudiantes, segundo máximo artillero del club y uno de los máximos exponentes que tuvo la Liga Regional de Río Cuarto. En alusión y a la memoria del “Gringo” nos retrotraemos en el tiempo con nuestro Centro Atrás.

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La convulsionada década del ’40 abrazó los primeros días de luz en esta vida del pequeño Francisco Antonio Pablo, fruto del amor de Felipa Catalina Amorusso y Santos Francisco Percello. Fue en una Córdoba que vivió momentos de intervención militar y paralelamente, la consolidación del desarrollo industrial de la provincia impulsado por la Fábrica Militar de Aviones, en tiempos del advenimiento del peronismo y los resabios de la cruenta Segunda Guerra Mundial.

En el pintoresco y colonial barrio Las Flores, al sur de la capital cordobesa, se presagiaba la aparición de un goleador de excelencia que luego disfrutarían en el Imperio del sur. Mientras desarrollaba sus estudios en el Colegio Ambrosio Olmos fue adentrándose a la cuna futbolera. El club “albiverde” (Las Flores) fue para el “Gringo” una escuela, pero llegó con preconceptos adquiridos por una práctica familiar rutinaria.

Su pasión, aseguran, fue siempre la pelota y el arco. Su obsesión, dirigir la pelota impulsada con su pegada a donde quisiera. De allí la explicación de su formidable pegada, una de sus armas más valoradas.

Militó en las inferiores del club del barrio, allí se apoderó de la 9 para nunca más soltarla. Con solo 16 años debutó en Primera División y empezó a edificar su figura con goleas clave ante los clásicos: San Lorenzo y Bella Vista.

A los 19 años se casó con María Rosa Gasca y se fueron a vivir a Buenos Aires. Mientras realizaba el servicio militar – obligatorio en aquellos tiempos – jugaba en el Club Atlético Tigre. Tan sólo un año rompió las redes de “El Matador de Victoria” y luego Independiente de Avellaneda se lo llevó. Le ganó la pulseada a Boca y se quedó con la categoría y goles del “Gringo” por algo más de 80 mil pesos. Al “rojo” llegó para hacerse de un lugar. La parada no era sencilla. En esa época, el “diablo” disfrutaba de Douckzas, Walter Jiménez, D´Asencio. La lesión de Jiménez le permitió debutar en Primera, sin embargo, su participación se remontaba a compromisos oficiales en tercera división y reserva, y alternaba en primera en viajes para partidos amistosos. Así conoció Chile, Brasil, Uruguay y Ecuador.

Instituto Atlético Central Córdoba tuvo que desembolsar 12 mil 500 pesos para llevarse su calidad. Por aquellos tiempos era buena plata, afirman. Jugó un año para “La Gloria”. Su despedida fue con un golazo en la amarga derrota en un Regional ante Sportivo Belgrano de San Francisco por 4-1.

En su retorno a Córdoba robustece su construcción familiar. A la llegada de su hija Liliana Beatriz se anexa la felicidad por la venida al mundo de Patricia Alejandra. A esa altura Percello trabajaba en una fábrica del Gran Córdoba.

Por esas cosas del destino, el recordado Juan Spataro, dirigente de Estudiantes, se enteró que Percello era opción asequible y viajó a la Docta. Fue a tentarlo para que se sume al “celeste” tras un paso que tuvo por Belgrano.

Las pretensiones económicas del crack iniciaron siendo un obstáculo, pero el esfuerzo del club por contratarlo – y dejar sin chances a Lautaro Roncedo, que también había manifestado interés – fue quizá un acto premonitorio de todo lo que vendría después. “Luego lo compra Estudiantes por casi un millón de pesos – pase millonario para la época –. Aquí se hacen realidad sus sueños. Se convierte en goleador, es reconocido y muy querido”, relatan los hijos del ariete. Aunque en los primeros partidos con la “celeste” la sequía goleadora de Percello encendió alarmas.

“Me acuerdo que llegué cuando llegué a Río Cuarto hablé con el presidente (Pedro) Tonelli. Al día siguiente debuté ante Sportivo Municipal en una amistosos en una tarde en la que hice caer a los pajaritos de los árboles y de paso los podé – risas –, rememoraba el goleador en el Diario La Calle. La seca de goles prosiguió dos partidos más hasta que, en el marco de los recordados Torneos IMBO, se reencontró con su gran amor. Y fue casi de casualidad. Fue  ante Atlético Bell de Bell Ville: “La pelota me rebotó atrás y se metió”. A partir de allí la confianza del 9 creció y aquel gen que fluyó por siempre en su ADN futbolero logró plasmarlo con una asiduidad tal que llegó hasta las entrañas ya no sólo del hincha “celeste” en particular, sino del fútbol en general.

Su carrera fue adquiriendo la fisonomía de aquel sueño lejano de joven que pateaba todas las tardes al arco construido por su padre para poner el balón exactamente donde él apuntara. Pero esa cualidad no sería la única que se pondría en valor.

“Un fuera de serie en todo sentido. Una noche, en un amistoso contra Instituto – era un cuadrangular del que también participaron Belgrano y Talleres – le hizo cuatro goles. Uno de ellos le pegó con derecha y dio en el travesaño, como venía del rebote le pegó con zurda y la metió, casi le hace un agujero al arquero…pateaba una barbaridad el ‘Gingo’, nos rememoraba el recordado Miguel Paniego, ex futbolista y DT de Estudiantes. “Esa noche nos quedamos a celebrar, ¡le habíamos ganado a Instituto! Sin embargo el ‘Gringo’ terminó de bañarse y se fue porque tenía que repartir leche. Él a las 4 de la mañana del otro día estaba descargando el cajón con botellas en el almacén del padre del ‘Yaya’ (Juan José) Irigoyen. Yo lo crucé porque salía en el camión temprano y le dije: ‘Gringo, vos estás equivocado, usted fue la gran figura de Estudiantes anoche es lo mejor que tiene el equipo. Sabe qué tendría que haber hecho: comprarse una reposera sentarse en la vereda del club, esperar el otro partido y que lo sirvan’. Y él me contestó: ‘No, deja de macanear, yo tengo que trabajar, seguir con lo mío’. Así era el “Gringo”, un tipo fuera de serie adentro y afuera de la cancha.

Esas son las cosas que jamás figurarán en el historial y estadística de un ariete que jugó en Estudiantes desde 1966 hasta 1972 y convirtió 113 goles, una marca histórica sólo superada por Luis “Coqui” Di Santo.

El gol no tenía secretos  ni misterios para el fabuloso delantero cordobés. De todas las formas, le rendía tributo: por su fortísima pegada, certero cabezazos, medidos tiros libres, de chilena, de palomita…todos los recursos para un tupido repertorio futbolístico.

Justamente de chilena, un 17 de agosto de 1966, hizo un gol para recuerdo que “valió por ocho”. Fue en un amistoso ante San Lorenzo de Almagro, donde los dirigidos por LLamil Simes se impusieron por 8-1. El “ciclón” sopló fuerte pero el descuento valió por ocho.

Percello también fue partícipe del gran duelo dentro del duelo que tuvo Estudiantes – Atenas. El otro protagonista era Liborio Sosa, otra gloria regional. Ellos se respetaban mutuamente. Los vinculaba un talento que llegó al punto tal de transfundir al plano casi afectivo. Ese duelo deportivo se reeditó en 11 partidos oficiales entre 1966 y 1970. El último fue un 6 de diciembre del ’70. El “albo” se impuso por 3-1 con goles de Rodolfo Rodríguez, Oscar Sosa y Ferretti en contra.

Francisco Antonio también participó de la Selección de la Liga de Río Cuarto que campeonó ante su par de Córdoba. Al igual que Liborio. Fue un 25 de agosto de 1968 en el que el Imperio se adueñó del territorio provincial al ganar 3-2 de local y sacar un 1-1 de visita (gol de Jorge Pirro).

 El 12 de julio de 1970 Percello y Sosa coincidieron en cancha. No con la camiseta de la Liga. Esta vez, la gloria “celeste” se calzó la de Atenas. La cita era ni más ni menos que contra Boca Juniors, ese Boca que meses después se consagraría campeón Nacional.

Extracto del Libro Centro Atrás – Un desborde hacia lo profundo de la historia del fútbol de Río Cuarto y región
Redacción Al Toque

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