Fútbol
Un club, un voto, un pañuelo
Ariel Scher
Periodista.
En ese club hay una urna, en esa urna hay un pañuelo, en ese pañuelo hay un nombre, en ese nombre hay un desaparecido.
Ese club es Ferro, esa urna es la de los comicios del club en un domingo de 2023 y septiembre, ese pañuelo es el de una Madre de Plaza de Mayo, ese nombre es el de Eduardo Leguizamón. Y Eduardo Leguizamón está desaparecido.
La ceremonia que quiebra las rutinas y las expectativas comiciales en Ferro la ejerce Oscar Leguizamón, socio de la institución, alguien ejerce su derecho y su responsabilidad como miembro de una comunidad, un hermano al que le falta un hermano, un argentino que respira en cada segundo de su tiempo que hace falta memoria, que hace falta verdad, que hace falta justicia, que a él le falta su hermano y que a la Argentina le faltan 30.000.
Oscar Leguizamón sufraga en una acción a través de la cual el pañuelo en el que perduran labradas las letras que identifican a su hermano envuelve la cara superior de la urna. La envuelve tan pero tan bien que bordea el orificio por el cual viajan los sobres que portan los votos. Quienes andan alrededor se conmueven, sacan fotos, filman, aplauden, vuelven a aplaudir. Vota Oscar Leguizamón pero ese hermano, ese pañuelo y ese gesto consiguen que Ferro sienta o que la humanidad sienta que Eduardo Leguizamón, secuestrado a los 27 años, sea el que, en muchos sentido, también esté votando.
Ferro posee un registro de 16 socios y socias detenidos y desaparecidos durante el genocidio que asoló a la Argentina desde la segunda mitad de los setenta y hasta diciembre de 1983. En el final de 2019, les rindió homenaje. Hubo una convocatoria sobre la avenida Avellaneda -donde está una de las puertas de acceso a la institución-, una colocación de baldosas conmemorativas y una reincorporación a los padrones, en una secuencia que detalló el periodista Matteo Vignapiano en El Equipo (Elecciones en Ferro y el recuerdo para sus desaparecidos | El Equipo Deportea (elequipo-deportea.com). Además de Leguizamón, permanecen desaparecidos Nora Grittini, Sergio Tula, María Cristina Mazzuchelli, Ester Bizzanelli, Eduardo Testa, Jorge Luis Perón Vizcay, Roberto Cristina, Luis Giménez D’Imperio, Eduardo Vega, María Luz Vega, Sergio Kacs, Rubén Kriscautzky, Luis Arcuschin, María Alicia Pistani y Eleonora Cristina. Nadie en esa lista decidió concluir su relación con el club. Al revés, las fuerzas represivas les quitaron hasta eso.
El gesto de Leguizamón y las políticas reparatorias de Ferro tuvieron y tienen un peso propio, pero no es posible ni certero interpretar ese peso sin un contexto. Más tarde que otras dimensiones de la vida social, el deporte y sus espacios institucionales empezaron a asumir su condición de víctimas de la dictadura. Plena lógica aunque aún no muy divulgada: si los clubes son de sus socios y a esos socios los capturan, los secuestran, los torturan o los matan, también es vulnerado el club.
A partir de que, en 2012, Banfield se convirtiera en la primera asociación deportiva en devolverle la pertenencia social a sus desaparecidos, esa práctica se extendió hacia otros clubes. Muchos. Con estremecimientos, con la labor potente de minorías intensas, con indagaciones periodísticas que resultaron una enorme contribución. Hasta con el efecto no buscado de que aquellos clubes que no hacían (o no hicieron) ciclos semejantes empezaban a legitimar una omisión brutal. En toda esa construcción tan impresionante se suscitaron paradojas que persisten asombrando. El 7 de diciembre de 2021, Racing restituyó a sus padrones a 46 socios, socias e hinchas desaparecidos, en un acto masivo al que asistieron autoridades, deportistas, familiares y gente que se acercó porque el tema le sacudió el corazón. Mientras eso acontecía, la abogada Victoria Villarruel juraba como diputada nacional por «las víctimas del terrorismo», en una de la serie de expresiones negacionistas que signan su mirada y su comportamiento en el campo político.
Precisamente, el rol del deporte como vehículo para narrar y hasta para problematizar los alcances del horror acaso vigoriza su relevancia en un tiempo signado por lo que el sociólogo Daniel Feierstein, experto en el estudio de los genocidios y de los derechos humanos, alerta como «el avance de las construcciones revisionistas en la batalla por el sentido sobre cómo instrumentar el pasado en este presente». En una entrevista publicada en Página/12 (Daniel Feierstein: «Estamos ante algo mucho peor que los dos demonios» | Negacionismo, revisionismo y nuevas audiencias: los desafíos para el movimiento de derechos humanos | Página|12, Feierstein, además, plantea: «Pasaron muchos años. Hay muchas generaciones que se suman a la discusión y aparecen nuevas preguntas». Y enfatiza su preocupación por encontrar caminos para abordar ese pasado frente al riesgo de que se «relegitime la acción represiva» intentando «revertir una conquista política fundamental de toda la posdictadura en la Argentina que fue la deslegitimación del actor militar, sobre todo en su función represiva».
Si el deporte -y el fútbol en particular- intervino poco o nada en los años iniciales de la democracia recuperada para sedimentar que aquella barbarie ni pedía ni debía regresar, ¿puede ahora desempeñar otro papel? Se dirá que es difícil porque un sector no menor de los altavoces dominantes del periodismo deportivo ni mencionan hechos como el de Ferro, heredando esa tradición apoliticista -o sea, política: callar es político- del discurso deportivo. Pero se contrarrestará ese argumento señalando que ahora abundan los senderos comunicacionales y políticos que tornan a esos sucesos en visibles. Y que conviene buscar más senderos. Y, sobre todo, en que hay pibes, pibas o gentes de la edad que sea a quienes los espantos argentinos de un pasado no tan distante y sus impactos en el presente se les aparecen cuando algo como el deporte los pone a la vista.
El movimiento ofrece más secuencias. Algunas se desarrollan con los pies, ya que este sábado 23, en la ciudad de La Plata, colecciones de personas aceleran La Carrera de Miguel, en una de las tantas versiones que despliega en el país para tributar a los 30.000 desaparecidos y, en particular, al atleta tucumano Miguel Sánchez, apresado en Berazategui, provincia de Buenos Aires, el 8 de enero de 1978. Y algunas se ejercen con las manos, dado que está abierta hasta el 6 de octubre la perspectiva de tomar parte en el concurso literario Identidad y Memoria, que promueven los departamentos de Cultura y de Derechos Humanos del Club Atlético Temperley (aquí las bases: CERTAMEN LITERARIO IDENTIDAD Y MEMORIA – Club Atlético Temperley).
Mientras eso ocurre, en un club hay una urna, y en la urna hay un pañuelo, y en el pañuelo hay un nombre, y en el nombre hay un desaparecido. Y eso, que es breve y es chiquito en apariencia, sacude a Ferro y trastoca algo del mundo. Cuando Oscar Leguizamón vota -que es como decir que quien vota es Eduardo Leguizamón, siempre su hermano, siempre un desaparecido- alumbra un escenario hecho de luchas anteriores y de luchas que vendrán.
Bravo desafío ser humano: casi todo lo imprescindible, lo que es tan imprescindible como la memoria, como la verdad y como la justicia, merece y exige ser conquistado todos los días. También el pasado, que jamás es puro pasado: siempre es un territorio de disputa para que el presente y el futuro valgan la pena.
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