Columnistas
Las venas abiertas de Haití
Por Marcelino Gasseuy
Haití volvió a estar en la primera plana de los medios de comunicación del mundo. Cuando eso sucede es porque algo malo ha ocurrido. El país caribeño, uno de los más pobres del planeta, desde su gestación se ha acostumbrado a vivir con las tragedias. El mundo se conmocionó con el magnicidio del presidente Jovenel Moïse, asesinado con doce disparos en su mansión ubicada en un suburbio de Puerto Príncipe.
Presidente desde 2016, Moïse llegó a la política representando a la elite agraria gracias a su rol como dirigente de Agritrans, una empresa bananera del nordeste nacida al calor del despojo de miles de hectáreas campesinas. Elegido en un proceso electoral plagado de sospechas que debió repetirse un año después, Moïse se comprometió a terminar con la corrupción en Haití. Al poco tiempo la justicia local denunció varios hechos ilícitos como el desvío de millones de dólares de la alianza Petrocaribe: la propia empresa del presidente, Agritrans, fue una de las beneficiadas.
«Haití es una lucha constante. Un país que ha padecido disturbios, episodios de violencia atroz y, con una regularidad deprimente, revueltas políticas lideradas por una sucesión de sátrapas y ladrones”, escribió con agudeza el periodista Jon Lee Anderson en Los Años de la Espiral. El asesinato de Moïse es otro capítulo de su trágica historia.
Todo comenzó el 1 de enero de 1804. De la mano de un grupo de revolucionarios liderados por Jean Jacques Dessalines, Haití dejaba atrás la esclavitud impuesta por Francia tras derrotar al imponente ejército de Napoleón Bonaparte. Así se convirtió no solo en el primer país independiente de Latinoamérica, sino la primera y única nación forjada por esclavos, en un mundo regido por el poder colonial blanco y esclavistas. Desde entonces comenzaron sus problemas: nunca se le perdonó ser una nación negra libre y gobernada por negros. Ese ha sido su cruel destino
La independencia le salió cara a Haití. Para lograr reconocimiento ante la comunidad internacional, el entonces presidente haitiano Jean-Pierre Boyer firmó en 1825 uno de los acuerdos más extraños -y lamentables – de la historia: la Real Ordenanza de Carlos X. El pacto, promovido por el imperio francés, le prometía a Haití reconocimiento diplomático a un precio: la nación caribeña se comprometía a un arancel del 50% de reducción a las importaciones francesas y una indemnización de 150.000.000 francos en oro – su valor actual es de 20.000 millones de dólares -, para compensar a los antiguos colonos por las propiedades que habían perdido. Se creó una espiral de deudas sin fin y para cuando se terminó de pagar en 1893 Haití había pasado ya casi un siglo desde su fundación sin poder invertir en su desarrollo y estaba altamente endeudado.
Más allá del conflicto con Francia que llevó a la independencia y a la estocada de la deuda, la relación internacional que más ha marcado la historia -y el presente- de Haití es la que tiene con Estados Unidos. A finales del siglo XIX se da un proceso de penetración de capital y adquisición de empresas haitianas, que tendría uno de sus puntos culminantes en el control del Banco Nacional de Haití por los intereses norteamericanos.
Haití entró al siglo XX con un creciente proceso de inestabilidad política: varios de golpes de Estado consecutivos y asesinatos políticos se sucedieron en muy pocos años. Fue entonces cuando EE.UU. decidió intervenir el país para «para salvaguardar los intereses de sus corporaciones«, según en palabras del presidente Woodrow Wilson. La ocupación en país caribeño se extendió desde 1915 hasta 1934. Durante ese período se reescribió la constitución haitiana para permitir, por primera vez desde la independencia de ese país, que potencias extranjeras pudieran poseer tierras. La ocupación implicó la expropiación de grandes cantidades de propiedades campesinas para construir plantaciones para satisfacer a las empresas de Estados Unidos.
La segunda mitad del siglo XX estuvo dominada por el clan Duvalier. Fue sin dudas una de las etapas más sangrientas del país. François, conocido como “Papa Doc”, mantuvo una brutal dictadura desde 1957 a 1971 apoyado en los «tontons macoutes», su milicia personal. Instauró una religión para cometer atrocidades en nombre de su propio credo. Él mismo afirmó que “era un ser eterno cuyos poderes vudú causaron el asesinato del presidente norteamericano John F. Kennedy”.
A François Duvalier se le acusó de asesinar a más de 40 mil haitianos a punta de machete y aceptó que el racista dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo asesinase a 22 mil campesinos haitianos, trabajadores de la zafra azucarera en República Dominicana. Tras su muerte llegó el turno de su hijo Jean Claude, “Baby Doc”, convertido en presidente vitalicio a los 19 años. Casado con Michelle Bennet, proveniente de la élite de Puerto Príncipe, de una de las familias más corruptas en la historia de Haití, fue responsable del asesinato en masa de más 20 mil haitianos que se oponían a su gobierno.
Derrocado en 1986, luego de intensas manifestaciones populares en su contra, Duvalier y su esposa se asilaron en Francia llevándose una fortuna de 120 millones de dólares, añadidos a unos 500 millones que presuntamente Duvalier padre habría sacado y depositado en Suiza y otros países. Muertes, enriquecimiento ilícito y un país empobrecido. La herencia del clan Duvalier todavía lástima a Haití.
En 1990, Jean-Bertrand Aristide, un sacerdote de una zona pobre, se convirtió en el primer presidente haitiano que fue elegido democráticamente. Pero antes de cumplir un año en el poder fue depuesto por un golpe de Estado. Aristide fue reelegido en el año 2000 pero volvió a ser depuesto después de otra revuelta armada y se marchó al exilio. Ha dicho que el episodio fue un “secuestro” orquestado por actores internacionales entre los que se cuentan los gobiernos de Estados Unidos y Francia.
«La dictadura de los Duvalier duró 29 años y nunca fue cuestionada porque garantizaba la estructura de negocios, mientras que el gobierno de Jean-Bertrand Aristide, que exigió a Francia el pago de una indemnización en el marco de los festejos del bicentenario de la independencia, fue derrocado”, expresó Bárbara Ester, socióloga e Investigadora del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG).
Durante esos años el país quedó bajo el control de las Naciones Unidas, que desplegó alrededor de diez mil cascos azules y policías internacionales. Henry Boisrolin, coordinador del Comité Democrático Haitiano en Argentina, tildó de “nefasto” el rol de la ONU en el país caribeño. “Violaron a niñas, mujeres y jóvenes e introdujeron el cólera, una enfermedad que no existía en el país, matando más de 30 mil personas«.
Si los seres humanos no tuvieron piedad, la naturaleza ha sido muy cruel con Haití. El 12 de enero de 2010 el país se vio sacudido por un terremoto de 7,2 grados en la escala de Richter que dejó el saldo de 316.000 personas muertas, más 350.000 heridas y un millón y medio se quedaron sin hogar. Se trata de la mayor catástrofe natural-humanitaria de todos los tiempos.
«Haití ya no existe«, tituló el diario El País el 16 de enero de 2010, cuatro días después del devastador suceso. “Su capital sólo es ya un inmenso cementerio en ruinas por el que pasean sin saber hacia dónde millones de personas convertidas en vagabundos. El terremoto se llevó hasta el último resquicio de vida cotidiana. Lo hizo en menos de un minuto, pero con una eficacia mayor que muchos meses de bombardeo”.
El desastre fue considerado como una oportunidad para resucitar una infraestructura muy afectada y empezar de nuevo dándole al gobierno la capacidad de dirigir la reconstrucción. Más de 9000 millones de dólares en asistencia humanitaria y donaciones inundaron el país, reforzados por unos 2000 millones adicionales de suministros de petróleo a bajo costo y préstamos de Venezuela, que por ese entonces era aliado del gobierno. Las organizaciones de asistencia internacional acudieron para ayudar a gestionar la recuperación.
Los informes de auditores nombrados por los juzgados haitianos revelaron con detalle que gran parte de los fondos fueron malversados o derrochados. Las consecuencias todavía se sienten una década después: poco se ha levantado de lo que quedó en ruinas, la miseria, la inseguridad y la insalubridad son rampantes y Haití sigue haciendo trágico honor a su fama de nación más pobre del Hemisferio.
«Podemos decir que la comunidad internacional se propuso hacer que Haití no pudiera ser un experimento exitoso y hasta ahora parece que ese objetivo se ha logrado«, afirma Robert Fatton, profesor de la Universidad de Virginia y autor del libro La República depredadora de Haití: la interminable transición a la democracia. Según el académico la comunidad internacional no solo ha tratado de evitar gobiernos de corte progresista en Haití. En su criterio, también ha habido una serie de ayudas y medidas que han limitado la capacidad de la nación caribeña para salir adelante.
En este contexto de dolor y miseria, el fútbol supone lo más cercano a una alegría. ‘Les Grenadiers’, el elenco nacional, suele acudir a las competencias continentales para representar a su país. Y en su catálogo cuenta con una serie de hechos históricos. Haití es una de las cuatro selecciones caribeñas en clasificar a una Copa del Mundo. En las vitrinas de la Federación Haitiana descansan dos trofeos oficiales: el Campeonato de Concacaf de 1973 y la Copa Caribeña de 2007.
También dijo presente en la Copa América Centenario, que en 2016 se disputó en Estados Unidos, y en 2019 rasguñaron la final de la Copa Oro. Mientras que en el Mundial Alemania 1974 fue Emmanuel Sanon, delantero nacido en Puerto Príncipe, quien destruyó la mítica racha de 1.143 minutos sin conceder gol que poseía hasta entonces el arquero italiano Dino Zoff. Haití cayó 3 a 1 contra Italia, pero el gol de Sanon quedó registrado por siempre en la memoria del fútbol mundial.
Pero para no quedar afuera de la tragedia que rodea a Haití, el fútbol también es una víctima más. El terremoto también dejó secuelas. Además de la destrucción parcial del estadio Sylvio Cator, cuyo césped fue utilizado como albergue durante varios meses, al menos treinta miembros de la Federación Haitiana murieron en el sismo. Jugadores, entrenadores, árbitros, personal administrativo y médico. Los treinta se encontraban en una reunión en los cuarteles de la organización cuando la tierra se sacudió aquel 12 de enero de 2010.
Fue Jean Claude Duvalier quien lo utilizó como una herramienta para hipnotizar a las masas y lograr su deseo de perpetuidad en el gobierno haitiano. “Baby Doc” desvió dinero de la ayuda humanitaria que recibió el país para financiar el desarrollo del deporte que permitió a Haití acceder al Mundial de Alemania en 1974. Fue la época dorada del fútbol haitiano, en donde ‘Les Grenadiers’ lograron derrotar en seis partidos consecutivos a Estados Unidos, la selección más poderosa de la región.
Fue el propio Duvalier el primero en construir un campo de fútbol en el lugar en el que ahora funciona el Center Technique National y que es conocido como el Centro Goal de la FIFA. Ese lugar era la mansión del dictador y con el tiempo se transformó en el lugar del horror. En “el rancho”, situado en Croix-des-Bouquets, uno de los suburbios más pobres de Puerto Príncipe, fue donde Yves Jean-Bart, ex presidente de la Federación de Fútbol Haití, cometió hechos aberrantes que se suman a la trágica histórica haitiana.
Yves Jean-Bart dirigió durante 20 años los destinos futbolísticos y fue un aliado estratégico de la FIFA en la región caribeña, tanto cuando presidía Joseph Blatter como el actual mandatario Gianni Infantino. La entidad que maneja el fútbol mundial promovió la realización del Centro Goal para acompañar el desarrollo del fútbol haitiano y colaboró con tres millones de dólares cuando sucedió lo del terremoto, aunque gran parte del dinero nunca llegó a destino porque fueron a parar a las arcas personales del trinitario Jack Warner, por entonces presidente de la CONCACAF.
“Su reelección representa un voto de confianza en sus habilidades por parte de la comunidad futbolística haitiana. Estoy convencido de que su rica experiencia, conocimientos y cualidades personales tendrán un impacto significativo en el futuro desarrollo de nuestro deporte en su país durante los próximos años”, expresaba Gianni Infantino en la carta que le envió a Jean-Bart tras su reelección en febrero de 2020. Pero pronto la bomba estalló y nada volvería ser igual.
El periódico británico The Guardian, tras recopilar historias desgarradoras de las presuntas víctimas, denunció al presidente de ejercer acoso sexual y abusos a varias futbolistas, incluidas menores de edad que habitaban el Center Technique National. El mecanismo era realmente perverso. “Hay una señora que trabaja allí que presiona a las chicas para que tengan sexo con Jean-Bart. Ve a una linda chica que es atractiva y envía a la señora a decirle que la van a echar del centro. Ella comienza a llorar y luego la señora dice: ‘La única forma de resolver esto es hablar con Jean-Bart’”, describió el diario inglés.
Gobernó a través del acoso y el medio. “Una de nuestras mejores jugadoras jóvenes perdió su virginidad con Jean-Bart cuando tenía 17 años en 2018 y tuvo que abortar. Son chicas que viven en el centro de la FIFA. Es una lástima porque quieren jugar por el país, pero si hablan de esta situación las despedirán. Son rehenes«, dijo una de las fuentes a The Guardian, quien a través de un gran informe periodístico reveló que varias jugadoras habían recibido amenazas de muerte desde que se informaron las denuncias contra Jean-Bart. El 20 de noviembre de 2020 el presidente de la Federación Haitiana de Fútbol fue inhabilitado de por vida después de haber sido declarado culpable de violar el Código de Ética de la FIFA. Desde entonces una comisión de la entidad que preside Infatino está a cargo de la Federación. Otro ejemplo de cómo Haití depende de la intervención externa para funcionar.
El asesinato del presidente Jovenel Moïses perpetrado el 7 de julio de 2021 es el corolario del tejido de violencia que azota a Haití. El vacío de poder ha sido ocupado por líderes del crimen organizado que controlan algunas zonas de la capital, instaurando un reino del terror. Los secuestros, los saqueos y la violencia asociada a las pandillas han vuelto ingobernables algunas regiones del país.
Pero la muerte de Moïses no fue la única. En la madrugada del 30 de junio fueron asesinados el periodista Diego Charles y la militante política feminista Antoinette Duclair. Al mismo tiempo, y en otros puntos de Puerto Príncipe otras 13 personas fueron baleadas y sus cuerpos amanecieron en las calles. Hechos recurrentes en la cotidianeidad de un país que desde hace dos siglos no para de sangrar.
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