Seguramente el primer debate que tuvo
la humanidad fue acerca de la formación del universo. A través de los siglos,
hubo mil conjeturas y ninguna garantía concreta en las respuestas, más que nada
por lo heterogénea masa de miradas que siempre se detuvieron sobre el tema.
Las antinomias más nítidas siempre
enfrentaron a la ciencia y la religión, dado que las líneas paralelas que
dividen a la física de la fe no se emparentaran jamás, pero hay un punto en el que
todos los ámbitos coinciden unánimemente: el valor de la vida humana. El
derecho de vivir, sin distinciones, es lo más preciado que tuvo, tiene y tendrá
el planeta.
El hombre-especie, como la más incongruente
de las contradicciones existenciales, conforme evolucionaba, fue perfeccionando
los métodos para autoeliminarse y vaya que ha sido eficaz en ese logro. El
resumen de cada gesta social de la humanidad, tiene en su correlato un punto en
común: el número de personas muertas. Desde
la conquista de Sumeria, cuando Lugalzagesi y Sargón se enfrentaron en las
afueras de Lagash en el 2.271 AC, hasta los muertos que en estos días se cuentan
en Bielorrusia, por las manifestaciones en contra del dictador Luckashenko, el
hombre no deja de militar en esa estúpida posición fratricida. Es una identidad cultural de la especie, que
ha sobrevivido a cada era con la firme estoicidad de un fenómeno perpetuo.
Es tan importante el concepto de la
muerte, que su fortaleza supera las contradicciones ideológicas y prevalece en
medio de las antinomias sistemáticas. Hoy en Corea del Norte, literalmente, la
gente muere de hambre y se teme que se llegue al punto de las hambrunas de 1996,
luego de las inundaciones, cuando más del 8 por ciento de la población murió y
450 mil niños quedaron con secuelas por desnutrición.
Kim Jon-Un intensifica el armamento nuclear y Corea del Norte sufre una de las peores hambrunas de su historia.
Esta semana, Kim Jon-Un, el líder de
esta dinastía asesina y totalitaria, ha reconocido que su país tiene más de 1.000
misiles nucleares. La economía de Corea del Norte desde 2006 – cuando se
intensificó la carrera nuclear- cae en promedio un 5% anual, una quimera pensar
en un estado social de derecho, en medio de un comunismo corrupto y genocida.
Es tal el desprecio que la vida humana le genera a Corea del Norte, que el costo
de su arsenal atómico, su industria de muerte, es la miseria de su propia gente.
Trump, desde el principio de la
pandemia, vulneró el más sagrado de los derechos de los habitantes de su país:
la protección. Siempre negó el virus y, cuando la realidad global sinceró las cifras,
la perversa política exterior norteamericana lo utilizó para fustigar a China y
evacuar sus autocríticas. Siete millones de contagiados y 230 mil muertos son
cifras parciales. Hoy ese es el fruto que exige el libremercado.
El derecho de vivir, sin distinciones, es lo más preciado que tuvo, tiene y tendrá el planeta.
Allahu Akbar es una frase tan legendaria como inofensiva. ¡Dios es Grande! gritó el profeta Mahoma
en el año 628 en las afueras de Jaibar, cuando testimoniaba el versículo del Corán,
el cual magnificaba la obra creadora de Dios en la figura del hombre. Pasaron
los siglos y si bien el Islam, apuntaló su poder con el filo de sus espadas
–como todas las religiones- la frase Allahu
Akbar hoy es sinónimo de terror y sangre. Desde los secuestradores
suicidadas de los aviones del 11S, los que entraron al diario francés Charlie Hebdo
y miles de casos más utilizan el simbolismo como sinónimo de la muerte. La
ridícula expresión de querer generar un cambio inmolando un inocente para que
mate a muchos.
Un mural en París en homenaje a los asesinado en la Charlie Hebdo en 2015.
Navid Afkari tenía 27 años. Era el campeón nacional iraní de lucha libre y tal vez el deportista olímpico más reconocido del país. En 2018 formó parte de las multitudinarias manifestaciones en contra del líder Kamenhei. Fue encarcelado y acusado de insultar al líder supremo , difundir propaganda contra la República Islámica , alterar el orden público, organizar un grupo sedicioso y participar en protestas.
A poco de estar en prisión,
mediante torturas, fue obligado a reconocer su autoría en el asesinato de un
agente de seguridad. Tras un brevísimo juicio sumario, el sábado pasado fue ejecutado
por ahorcamiento. Amnistía Internacional, el COI y la FIFA no pudieron hacer oír
su reclamo para que se suspenda la sentencia. Una vida de 27 años que se
martiriza en medio de un régimen absurdamente asesino, que no explica los
objetivos de un estado que tiene la muerte como bandera.
En Rusia se dice que hoy una mujer viva
de 80 años es posible que haya perdido a sus abuelos en la guerra con Japón, a
sus tíos durante la revolución rusa, a su padre en la primera guerra mundial a
su hermano en la segunda y a su marido en la guerra fría. Hoy en Rusia, si sos
opositor a Putin podés morir envenenado. La línea coherente que desde Stalin
reconoce que millones de muertos es solo estadísticas y un solo muerto es una
tragedia.
Una mujer sostiene una foto de Navid Afkari, el campeón olímpico de lucha iraní ejecutado.
Síntesis de un correlato histórico de
sangre y luto. La ridícula genealogía de construir un estado tan grande y que solo
comprende la derrota pírrica de la especie, cuando ve que ese imperio solo es más
chico que sus cementerios. Un sobreviviente del Holocausto judío que vio morir
a su familia no va a poder responder ese drama, como tampoco el universo de la
filosofía ni de la fe.
Por eso las preguntas: ¿cuál es el
valor de una vida humana? ¿cuáles son los fenómenos políticos o sociales que justifican
la perdida de una persona? El desprecio a la vida casi emparentado a la muerte,
al igual que el sufrimiento, tiene mil caras y otras tantas facetas. El
concepto de autoeliminación de la especie nos aparece en cada gesto y una
sociedad evoluciona solo cuando no necesita traductores para comprender y
activar su autodefensa.
No existe un fenómeno de cambio que no
afecte a los desposeídos. Lo triste es la resignación de un mundo que adoptó
esa generalidad y, con la miopía parsimoniosa del derrotado, acepta su camino
al cadalso. Lo espera un verdugo letal,
que porta mil rostros: la contaminación de los mares, la usura internacional,
la alteración genética de los alimentos, las revoluciones asesinas 2.0 con su
arsenal devastador de manipulación y segregación. Ni hablar de las guerras
convencionales, las que sistemáticamente reacomodan el mapa de poder, con fuego
y sangre inocente. Jamás entenderemos el
significado de la guerra, es algo que no lograremos comprenderlo nunca. De
todas las unidades de medida que tiene el mundo: tierras por vida es una
nomenclatura de mierda.
* Leonardo Gasseuy vive en San Francisco,
Córdoba. Es empresario. Apasionado del deporte, la geopolítica y la historia.