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El fútbol nuestro de cada día

Por Antonella Tosco

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“Lo mismo con las canciones, los pájaros, los alfabetos: si quieres que algo se muera, déjalo quieto”. Jorge Drexler

“El día que me deje de reír, haré otra cosa”. La Ro

Es un viernes de principios de mayo. Me invitan a jugar un “fulbito 5” con las pibas. La advertencia principal es: “lo más importante es que metamos el gol por las pecheras”. No entiendo si hay que hacer el gol para usarlas o para que las usen las del otro equipo. “Para no usarlas, son chicas y no nos quedan cómodas a todas”. Entiendo. Del grupo de jugadoras, solamente conozco a quien me invita. Empieza el juego y todo es aliento entre las nuestras. Hacemos el gol primero, y respiramos porque zafamos de usar las pecheras. Lo demás puede resumirse en una exaltación del juego por sí mismo, en un disfrute por correr, intentar dominar la pelota. La frustración porque las cosas no salgan como una espera está, pero no es esa presión extrema por cumplir con el rol lo que domina la escena, por autoexigirse ni por ponerse en una posición de falta. En la mitad pregunto cuánto vamos, “no sé, no contamos los goles nosotras”, contesta una de mis compañeras.

Me acuerdo de los primeros años en mi equipo, Fusión. Perdimos todos los partidos que jugamos durante un año entero, y no es que sólo perdíamos por goleada, sino que nuestro primer gol llegó después de muchas fechas. La pregunta acerca de cómo nos mantuvimos intactas como equipo solamente cabe en un esquema en donde la competencia predomina por sobre el disfrute. Y éstas no son palabras en contra de la competición, son palabras a favor de recuperar el disfrute y de deconstruir el fútbol exitista que pone al resultado como único justificativo de ser. La lógica que privilegia el binomio ganador/perdedor reduce a números o eficacias algo tan complejo como el fútbol, acercándolo mucho más al mundo de las máquinas que a un hecho artístico y estético. De allí que la imagen de Pep Guardiola besando la medalla de subcampeón haya llamado tanto la atención: ¿cómo es posible que un entrenador acostumbrado al éxito mesiánico (o messianico) se conformara con quedarse a un paso de lo épico?, que lo predominante fuera la satisfacción al besar una medalla y no la frustración por no levantar la copa.

La pregunta ¿por qué miramos fútbol? también puede llevarse a la instancia de ¿por qué jugamos al fútbol? Sobre todo hoy, que una multitud de pibas abarrota las canchitas que hasta hace poco eran patrimonio exclusivo de los varones. Las chanchitas de fútbol 5, las de 11, las del barrio… las de todos lados. Con árbitros de la Liga o sin ellos. Este fútbol, nuestro fútbol, tiene la frescura de poder rediscutir las cosas que hasta hace poco parecían estar dadas. Y si bien el tiempo en que nos fue proscripta la pelota nos juega en contra en varios sentidos, en éste nos beneficia y mucho. Nosotras todavía podemos juntarnos a jugar para reír, incluir a la amiga que sabe parar la pelota y a la que todavía está aprendiendo, y convivir no sólo sin violencia, sino con disfrute. Podemos privilegiar la lógica de lo colectivo, trabajar para que el conjunto destaque en importancia por sobre la jugadora habilidosa y resignar goles por belleza. Nosotras todavía podemos discutir y pensar el fútbol que queremos y llenarlo de deseo y goce. Podemos inaugurar un nuevo sentimiento con respecto al rival que se para a jugar “con” nosotras y no “en contra”, y pretender que el encuentro nos sirva a ambas, ganadoras y perdedoras. Y no porque no queramos ganar o levantar copas o hacer goles, sino porque eso no va a ser lo único importante. Guiarnos por valores de compromiso, de esfuerzo, de perseverancia por sobre el exitismo, que tan poca eficacia tiene a la hora de contener procesos, personas, sueños e ilusiones. Cambiar las palabras para analizarnos, para explicarnos, para disfrutarnos jugando al fútbol. Lo que sucede adentro y afuera de la cancha.

Haber estado por fuera del mercado nos quitó espacio, derechos y recursos; pero nos regaló tiempo para ensanchar la cancha, dejar que se cuelen otras miradas, otras ganas y otros disfrutes por fuera del límite ganadores/perdedores. Cuando me preguntan cuánto nos falta para acercarnos al masculino, pienso en lo que le respondió Bielsa a un periodista que le exigía éxitos tras el fracaso de 2002: “cuanto más lejos estoy de lo que usted representa, mejor soy”.

Hoy, que la pandemia interrumpe la posibilidad de habitar las canchas, pienso qué es lo que más extraño del fútbol y lo que me sigue atando a él. Aún en estas épocas difíciles, después de reflexionar unos segundos, recuerdo la respuesta de la Ro. Sigo jugando no sólo por el sueño de salir campeonas, sino por esa risa que sigue brotando mientras lo intentamos.

Por Antonella Tosco
Fotos: Pía González Rigettho

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