Fútbol
Gustavo De Lucca: “Siempre supe que no tenía nada que hacer ahí”
Gustavo Grazioli
Periodista.
Es el año 1982, Gustavo De Lucca está cansado, con frío y hambre. Quisiera estar dentro de una cancha de fútbol o entrenando con la reserva de River, como solía hacer todos los días, antes de encontrarse en las Islas Malvinas. Piensa dos cosas: por qué y para qué. Su vivienda es un pozo que tuvo que cavar junto a otras seis personas – a los que se refiere como “mis compañeros” – y las detonaciones nocturnas, la música de espera de lo que se vendría. En la radio se escuchan las noticias de un país que sigue su curso normal al mando de Leopoldo Galtieri.
“Siempre supe que no tenía nada que hacer ahí. No estaba preparado. Éramos muchachos jóvenes con un año de servicio militar. No me presenté por la patria ni por nada de eso, sino por mis compañeros, los que estuvieron conmigo el año previo en la colimba. Pero la realidad es que no me sentía preparado para ir a una guerra. Había muchos militares de profesión, que sí hubiesen querido ir y no los mandaron. En ese momento tenía 19 años y estaba jugando al fútbol. Quería seguir haciendo eso. Fuimos obligados a Malvinas”, dice De Lucca a Al Toque Deportes.
En el momento de la convocatoria a Malvinas, De Lucca empezaba a entrenar con la reserva de River, al lado de Sergio Goycochea, Carlos Russo, Néstor “Pipo” Gorosito y Néstor De Vicente, entre otros. El año previo, es decir en el ’81, había hecho el servicio militar en el regimiento de La Tablada, asentado en el partido de La Matanza, pero sin miras a participar en una guerra. Solo por cumplir para después poder seguir con su actividad como futbolista.
“Convocaron a los soldados que habían hecho un año de servicio militar. Este regimiento era importante porque estuvo en varios conflictos – recuerda De Lucca – Había simulacros de salida, pero no sabíamos adónde. Un día nos encontramos arriba de unos camiones rumbo al sur. No sabíamos que íbamos a Malvinas. El avión hizo escala en Comodoro Rivadavia y creímos que bajábamos ahí, pero siguió camino a las Islas».
Estuvo 72 días en Malvinas y su tarea se desempeñaba en la sección de morteros, como apoyo a los fusileros. De Lucca fue jefe suplente en esa misión. Tuvo miedo, pero nunca perdió de vista su pasión por el fútbol y soportó hasta el final. Vio heridos de todo tipo, compañeros muertos, otros a los que le amputaron alguna parte de su cuerpo.
“Volví herido, pero gracias a Dios fue leve. El primer mes, cuando ocurrió el hundimiento del General Belgrano, estuvimos esperando, cavando pozos a ver qué pasaba y durante mucho tiempo, recibimos bombardeo casi todas las noches, pero el combate grande fue los últimos 4 días, en las inmediaciones de puerto argentino. Ahí tiramos todo lo que teníamos. En medio de un repliegue caí dos veces por heridas. Una por esquirlas y otra por una bala que me dio de rebote en la cintura”, cuenta.
Al final de la guerra, cuando se concretaba la vuelta a casa, se mantuvo en la convicción de que iba a volver a jugar al fútbol. Como si no hubiese pasado el tiempo, regresó a los entrenamientos con River. “Me integré enseguida a los entrenamientos, como si fuera que lo venía haciendo desde antes. Eran las ganas que tenía, pero muchos de mis compañeros decidieron cosas diferentes en su regreso. Tenía dos compañeros que jugaban en San Lorenzo, pero después de la guerra no volvieron a jugar nunca más”, revela.
De Lucca jugó seis partidos de delantero en la reserva del Millonario, hasta que una lesión en la rodilla lo puso contra las cuerdas, justo en el momento en que debía firmar contrato. “Tuve que operarme de la rodilla por doble rotura de meniscos. A fin de año, como todavía no estaba recuperado, no pude firmar contrato y quedé libre. En ese momento lo tomé natural, pero con los años me di cuenta que no estuvo bien lo que hizo el club. Más que nada, en lo que se refiere al aspecto humano”, cuenta y reconoce que no está enojado.
34 años después del conflicto bélico, el ex presidente de River, Rodolfo D’Onofrio, se enteró de su historia y De Lucca tuvo su reconocimiento. “Me invitó a ver un partido al palco oficial, me entregó una camiseta con mi nombre, me homenajeó en el campo de juego y me afirmó que “se había enterado unos días antes” de mi pasado. Me pedía perdón por lo que había hecho el club. Pero él no tenía la culpa. Le creí todo lo que me dijo”, le dijo a Infobae el año pasado.
Pero lo cierto es que, en aquel momento, con la lesión a cuestas, su destino en el fútbol era incierto, hasta que un dirigente de River lo recomendó a Chicago y ellos aceptaron su situación. Le hicieron un contrato y en 1983 finalmente tuvo su debut deportivo en primera. “Jugué pocos partidos. Todavía no estaba recuperado mentalmente y no me podía concentrar del todo”, dice y revela algunas esquirlas psicológicas que le dejó su paso por la guerra. Del club de Mataderos, se fue a Talleres de Remedios de Escalada y ahí se empezó a acomodar y a hacer goles.
También vistió las camisetas de All Boys, Douglas Haig – equipo en el que hizo 14 goles – y ahí surgió la posibilidad de irse a Chile. Jugó en Santiago Wanderers, Deportes Cobreloa, La Serena, O’Higgins, Colo-Colo. “El fútbol chileno estaba atravesando un gran momento. Era la época en que fue el Beto Acosta, Leo Rodríguez, Borghi. Yo fui sin nombre y me lo hice a fuerza de goles. Estuve desde el 87 al 97. Esos años fueron muy buenos. Era la época de la Selección con Salas y Zamorano, entre otros”, cuenta.
En el medio estuvo algún tiempo en el fútbol suizo y llegó a jugar Copa Libertadores con Alianza Lima de Perú. El retiro llegó a sus 35 años. Le habían dicho que iba a ser antes por la lesión que había tenido en la rodilla, pero pudo sobrellevarlo bien y se mantuvo en actividad. Incluso hoy, a sus 61 años, sigue jugando un torneo interno en San Fernando. “El retiro fue forzado porque esa misma rodilla que me operé a los 20 años, empezó a joder. Pero como en Chile me fue bien, pude invertir en bienes raíces en Buenos Aires, en la zona de San Fernando, que es de donde soy”, cuenta.
Y agrega: “También hice el curso de técnico, pero no ejercí nunca porque sabía que iba a ser la misma vida que cuando jugaba al fútbol. No quería andar por todos lados o tener que cambiar de casa cada seis meses”.
- EL DATO: En total, diez futbolistas debieron ir a la guerra de Islas Malvinas tras ser convocados por el ejército argentino. Para abril de 1982, la mayoría de ellos terminaba su etapa de juveniles o recién se estrenaba en el primer equipo. Ellos fueron Juan Colombo (en Estudiantes de La Plata al momento de ir a la guerra), Héctor Cuceli y Héctor Rebasti (San Lorenzo), Omar De Felippe (Huracán), Gustavo De Lucca (River Plate), Javier Dolard (Boca Juniors), Luis Escobedo (Los Andes), Sergio Pantano (Talleres de Remedios de Escalada), Claudio Petruzzi (Rosario Central) y Julio Vázquez (Centro Español).
¿Te volviste a ver con tus compañeros de Malvinas?
Después de 17 años me volví a juntar con mis compañeros de Malvinas y me enteré de todas las miserias y degradaciones por las que pasaron. Siempre digo que a mí me salvó el fútbol. Lo tenía muy claro. A parte de una pasión, lo vi como una posibilidad económica que podía ser que me vaya bien.
¿De qué te enteraste?
A muchos de mis compañeros, les daban trabajo por seis meses y después los echaban. Como en el DNI viejo figuraba que éramos excombatientes, nos llamaban ‘los loquitos de Malvinas’ y nadie se animaba a dar trabajo. La pasaron muy mal. El reconocimiento se logró mucho tiempo después, cuando empezaron a dar pensiones. En 41 años, se murieron más de la mitad de mis compañeros: algunos en Malvinas, otros por suicidios o enfermedades por estrés y de los que quedaron, hay varios con muchos problemas. Bien merecido está lo que recibimos.
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