Columnistas
Joe Lewis y el mundo desigual que construimos todos
Por Leonardo Gasseuy *
Se permite ser indiferente a lo desconocido, al universo inexplorado. Hay una impunidad moral que avala -no justifica -, la omisión parsimoniosa de los miopes, pero cuando hablamos del hambre es imposible que sigamos siendo insensibles. Desde el Rey de Suecia, pasando por un agricultor de Mali hasta cada uno de nosotros, la representación cotidiana del hambre se repite constante y estoica con su designio natural como estandarte de la injusticia. El hambre es el abanderado de las dicotomías. Para algunos es una fruición tenerlo, para otros es un tormento. A los primeros los lleva al festín, a los otros a la muerte.
La inapelabilidad de los hechos son los que marcan la agenda y encuadran la estadística. La concreción de datos ha permitido al mundo debates lógicos y soluciones de abstractos discursos. Las dos guerras mundiales, las revoluciones imperiales y por estos días el Covid 19 se nomenclan como flagelos, pero ningún organismo, mas allá de los miles existentes, considera a la desigualdad social como un elemento de eliminación sistémica, tan voraz y asesino, como ninguna otra cosa, dada la constancia de su acción y el avance sin pausas en cualquier lugar del planeta.
En el año 2015, el genial Martín Caparrós, cuando presenta su Libro El Hambre – Anagrama Enero de 2015 – con su certera lucidez dice que “si usted se toma el trabajo de leer este libro, y lo hace en –digamos– ocho horas, en ese lapso se habrán muerto de hambre unas ocho mil personas. Si usted no se toma el trabajo de leerlo, esas personas se habrán muerto igual”. El hambre, naturalmente, es el hijo mayor y dilecto de la desigualdad y juntos, madre e hijo, son huérfanos perpetuos del debate. Cuando se aborda el tema se habla de cifras y porcentajes, no se personifica a las 930 millones de personas que sufren hambre en el planeta.
Caparros, cuando habla del hambre, lo cita como un fracaso de la especie y que es un problema de la riqueza, dado que se escenifica en un mundo que produce más del triple de los alimentos que necesita. La desigualdad hoy se nos representa en miles de debates, entre ellos, la toma de terrenos, ya que el acceso a la vivienda es un problema histórico en las sociedades que intentan desarrollarse, pero no encuentran respuestas, más cuando la perversa realidad nos muestra inmensidades despobladas y ociosas.
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Las acciones de las sociedades deberían espejarse en el pasado inmediato. Latinoamérica fue la reserva de vida, material, social y afectiva de millones de inmigrantes europeos y asiáticos. Es ridículo e incongruente no poder resolver la demanda material que motorice las soluciones habitacionales. El hacinamiento es la dimensión no visible de ese déficit, que, junto con el hambre, es el fruto de las obscenas diferencias que separan a los pocos de los tantos.
El fin de semana se conoció que unas 130 familias se ubicaron en tierras del INTA, en la reserva natural Mirador del Azul y Cabeza del Indio, un caso en el que interviene la Justicia Federal de Bariloche. Esas familias, sin entrar en el debate de lo legal o las necesidades, son motorizadas por las postergaciones y la injusticia social, en medio de un canibalismo tan cruel que impide a los pobres dar siquiera medio paso adelante.
Joe Lewis es inglés, tiene 83 años y una fortuna de 5.300 millones de dólares. Desde hace unos años es un tax exile (autoexiliado impositivo). Vive en un lujoso yate en aguas de Las Bahamas, donde no paga impuestos. Entre todas las propiedades, que puede tener este megamillonario – dueño del 70% del Tottenham – se encuentran 20 mil hectáreas en Río Negro, adquiridas en forma irregular y que continúan en observación.
En 1996, bajo la denominación legal Hidden Like, se apoderó de lo más hermoso de la Patagonia argentina. Dentro de ese latifundio arrebatado, está el Lago Escondido, que quedó secuestrado dentro de los tentáculos insaciables de quien no se conforma nunca. Sus dominios, visitados por su amigo Mauricio Macri, se encuentran a una hora del lugar en el que las 130 familias intentan convivir con algo de dignidad.
Lewis – dueño de Pampa Energía y todos los proyectos de parques eólicos en la Argentina- maneja a su placer el poder político de El Bolsón. Intendentes, concejales y policías están subordinados a su causa. Nadie ha denunciado los atropellos ambientales que ocurren dentro de las 20 mil hectáreas, más que nada en la reserva de cipreses más grande del mundo que está siendo mutilada para construir un pueblo de millonarios sobre la costa del lago.
Es legítimo acaparar dinero, seguir acumulando y disponer que inversiones hacer con el mismo, pero es poco más que una canallada asegurarte viciadamente un lago nacional, cuando el mundo prevé déficit de las reservas de agua potable. La gente de Lewis, instiga políticamente a demonizar a los que exigen una mínima porción de tierra, que los aleje de la promiscuidad y el hambre.
Con pesimismo consideramos que es otro pecado capital de la especie, deberemos entender que el individualismo literalmente mata y como dice Saramago “falta mucho para que este mundo mejore, porque aún está por nacer el primer ser humano desprovisto de esa segunda piel que se llama egoísmo”.
El mundo requiere gestos antes estas misceláneas de terror que se representan con el reclamo de los desposeídos. Un mundo mejor debe ser reelaborado con hechos concretos y solución a los interrogantes. Poco se podrá esperar de Joe Lewis, que es un exponente de esa especie depredadora que desiguala.
En medio de la crisis del Covid 19, Lewis y su socio en el Tottenham, Daniel Levi, recortaron abruptamente los salarios de 550 empleados del club, seres anónimos que perciben la remuneración mínima. A los días se acogieron a un programa de ayuda del gobierno británico y obtuvieron 250 millones de euros del Estado. Esa semana Forbes calificaba a Lewis como la sexta fortuna británica.
Tal vez nunca responderemos las preguntas del designio moral, que tan propias le cabe a cada individuo y su conciencia. Al igual que la Ópera de Verdi la autoreflexión se escenifica en la situación de cada acto. No existe en el mundo el liderazgo que se requiere para asfaltar los caminos de la dignidad, por más discursos que existan. A todos nos cabe la responsabilidad de promover y exigir ese cambio, el mundo vencerá al coronavirus y eso tapará algunas cosas. Pero la verdadera pandemia de hambrunas, hacinamientos y desigualdades nos seguirá pasando por arriba. Estemos prevenidos y no adoptemos la resignación de los cobardes, porque a decir de Caparros ¿cómo carajo conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas?”.
* Leonardo Gasseuy vive en San Francisco, Córdoba. Es empresario. Apasionado del deporte, la geopolítica y la historia.
Gráfico: Al Toque
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