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Luis Díaz y la nota que no debió ser y fue

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Hay notas periodísticas que son un puzzle. Se elaboran y piensan en función de un resultado. Si el protagonista ganó, el trabajo de redacción de la forma en que se lo arroje caerá perfecto, como una pieza de tetris calculada y acomodada. Si pierde, puede haber dos destinos, el inexorable cesto de residuos o una vaga explicación que justifique la publicación del texto. En este caso, raro si lo hay, el protagonista perdió, pero no se cronicará una derrota.  Las mutaciones de las emociones son siempre binarias del futbol a la vida (o viceversa) amalgaman (a veces con crueldad, a veces no) una mueca del sentimiento colectivo. Pocas veces como latinos quisimos que un equipo inglés ganara la Champions, pero este año la sola presencia del colombiano Luis Díaz (el protagonista de la nota) lo justificaba.

El sábado pasado el Real Madrid, se convirtió –si es que no lo era – en una máquina de ganar. En Saint Dennis ganó la 14º Champions al Liverpool (la segunda al mismo rival en 3 años). El mundo deportivo, que es adicto al almíbar de la victoria habla de Ancelotti, Benzema y lógicamente de Florentino, pero la vida nos regala distintos prismas para situar la victoria, aun perdiendo. El colombiano Díaz fue un estandarte social en el primer nivel. Es tan fuerte la pasada historia inmediata, que el sociograma latino se ríe e ignora el banal resultado deportivo.

Luis Díaz nació en enero de 1997, en Barrancas, una localidad de 38.000 habitantes en el departamento de La Guajira, a un puñado de kilómetros del Mar Caribe y de la frontera con Venezuela, en el interior de la comunidad indígena Wayuu. Su pueblo aborigen (el mismo donde vivieron sus abuelos y viven sus padres) son gente de arena, sol y viento. Llevan adentro la moral del desierto. Han resistido durante siglos en la península de la Guajira. Artesanos, y comerciantes, luchadores incansables por sus derechos históricos, siempre violentados por la discriminación y el racismo.

El mundo que vivimos camina rápido y sin tropiezos a bordo de una mercantilización extrema que no hace más que excluir. El mercado ha aceitado una forma tan letal de avanzar que nos hace perder la noción de tiempo y espacio entre realidad y necesidades. Los obscenamente más ricos del planeta son el 2 %, una gran parte peleamos por mantenernos dentro de las dignidades materiales y la mitad restante se aferra a la subsistencia. Si como dice Goldblatt el fútbol es realmente un reflejo extraordinario de la sociedad, nada como la Champions Leaque, el producto Premium de la UEFA, para representar a la minúscula minoría global, la que todo lo tiene.

En medio de esa casta exclusiva donde reina el Real Madrid, en una final con escenografía única (se jugó en Paris por si faltaba algo), en medio de la sutil convivencia del glamour y las multinacionales, estaba la presencia y el grito guajiro de Luis Díaz, uno que sufrió desnutrición y raquitismo. No pudo levantar la orejona (lo hizo Benzema). Lo mismo sonreía. Había ganado mucho antes y fuera del campo.

En el 2015, y solo algunos días después que la selección chilena de Sampaoli ganara la Copa América, en el mismo país se jugó la Copa América de Pueblos Indígenas. Lo avaló la Conmebol, pero el certamen fue promovido por Elías Figueroa. Para disputar el torneo Argentina tuvo que armar un seleccionado desde cero. El Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) recibió la invitación del gobierno de Michelle Bachelet y comenzó la gestión. Para nuestra selección (la dirigió Esteban Pogany) fueron convocados jugadores de las comunidades Wichi, Mapuche, Qom, Iogi y Chané. Ese año el Estado contabilizaba 32 pueblos anotados en el Registro Nacional de Comunidades Indígenas. Hoy el número aumentó a 34.

El campeón fue Paraguay. El mejor jugador de campeonato: lógicamente Luis Díaz, un flacucho que jugaba entre los niños de su comunidad, dirigido por su padre. El Pibe Valderrama parte del cuerpo técnico cafetero lo recomendó a Fuad Char, el dueño del Junior de Barranquilla. “Cuando llegó pesaba 52 kilos, nos parecía imposible que llegara al profesionalismo, pero cuando empezaba a correr, cabalgaba el viento” cuentan en Junior. La historia actual es más conocida: Gallardo se obsesiono con él, pero el equipo colombiano lo vendió a Portugal y, en tiempo record tras las suplicas de Klopp, llegó al Liverpool. No pudo ganar la Champions.

La nota se hizo pese al revés del resultado. Para nosotros el triunfo es ver a un guajiro corriendo sonriente. A un aborigen mostrando lo suyo (lo nuestro) entre tanta ostentación y Bildelberg sueltos. Su puesta en escena es con la misma dignidad que sus familiares, las mujeres de la comunidad Wayuu han guiado la lucha y la defensa del territorio en contra de la explotación de carbón a cielo abierto que desde hace 36 años la multinacional Carbones del Cerrejón Limited realiza en La Guajira. “Nos sacan la tierra y tiñen de negro hasta la pluma de los pájaros”. Las empresas que desde hace años mutilan las entrañas de América, son los que auspician la Champions y globalizan la dominación.

Existe una región del mundo donde veinte países y más de 400 millones de personas comparten una lengua, una historia, una cultura, preocupaciones y esperanzas. Parece exagerado, pero sin saberlo para todos ellos jugó Luis Díaz la final de la Champions. A decir de Caparros: somos Latinoamérica, somos todo. Sus grandes ciudades a sus pequeños pueblos, de su reguetón a sus economías, de su violencia a sus comidas, de sus gobiernos a su fútbol, de su desigualdad a sus insurrecciones, de sus migrantes a sus libros, de sus mujeres desafiantes a sus políticos corruptos, de sus nuevos ricos a sus siempre pobres, de su historia a sus futuros tan diversos. Luis Díaz, el indígena ratico y desnutrido, que jugó la final de la Champions, es el símbolo. Es todo eso junto. Hubiéramos querido festejar junto a él. No importó demasiado.  A Tal punto, que, aun perdiendo, le dio lugar a la nota que no debió ser, pero fue.

Redacción Al Toque

* Leonardo Gasseuy vive en San Francisco, Córdoba. Es empresario. Apasionado del deporte, la geopolítica y la historia.

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