Columnistas
Nagorno Karabaj, el eterno partido por la sangre
Por Leonardo Gasseuy *
Norberto Briasco es un pibe normal de 24 años. Nació en Marcos Paz y es jugador de futbol. Debutó hace tres años en Huracán de Parque Patricios, su club de toda la vida. Su abuelo materno de apellido Balekian fue uno de los puntales de su vida, al punto de legarle la ciudadanía armenia y hacerle conocer sus costumbres.
A principios de marzo de 2018 directivos de la Federación Armenia de Fútbol, a través del periodista Walter Safarian, se enteraron que un joven argentino tenía las raíces sanguíneas y las condiciones necesarias para jugar en su selección. Lo demás fue rápido. Un intercambio de llamados, los tramites y la citación. El 28 de marzo de 2018, en el estadio Republicano de Ereván, debutó ante Estonia. Jamás escucho hablar de Nagorno Karabaj, su abuelo nunca imaginó que al chico lo rozaría el horror de la guerra. La intolerancia y los odios milenarios demuestran que todo lo pueden.
Esta semana recibió la citación para ser parte de la selección armenia en la doble jornada de la Copa de las Naciones de la UEFA. Huracán decidió no cederlo. La confrontación de Armenia y Azerbaiyán amenaza con paralizar la zona que discute la región de Nagorno Karabaj, desencadenó que el Presidente Armenio proclame la Ley de Marcial y un toque de queda. La rica Azerbaiyán, con la logística de los poderosos de Europa, vuelve a encender el conflicto. No existe necesidad de revivir tanto sufrimiento.
“Se decretan en Armenia la ley marcial y la movilización general. Exhorto a todo el personal a presentarse a las comisarías militares”, declaró el primer ministro armenio, Nikol Pashinian, quien llamó a la población a “estar preparados a defender la patria sagrada”. La guerra vuelve a poner impronta en un lugar donde la historia de los propios, los rusos y los turcos, han regado de sangre cada piedra del lugar.
Cuando el imperio ruso se desintegró en 1917 tras la Revolución de Octubre, dos países que nunca habían existido aparecen entre las montañas del Cáucaso, Armenia y Azerbaiyán. Durarían poco. Entrarían en guerra por una pequeña región en su frontera: Nagorno Karabaj. En la zona había tanto habitantes azerís como armenios, los exhortaron a odiarse y combatirse, bajo el tentáculo del poderoso que lucra con la sangre fratricida.
La cronología dice que en julio de 1921 en su plenario general el Bureau caucásico de la Rusia soviética resolvió que el enclave era armenio. Pero a las horas, en una decisión personal, Stalin la divide de Armenia. Nada volvió a ser como era.
En 1988, con la URSS dando sus últimos coletazos, el Parlamento de esta región autónoma votó a favor de unirse a Armenia. Los secesionistas de Nagorno Karabaj se alzaron en enfrentamientos armados con el ejército de Azerbaiyán. Murieron entre 20.000 y 30.000 personas, pero a la postre, los armenios de Karabaj lograron hacerse con el control de su región. La geopolítica internacional juega su partido, como siempre, Turquía cerca de Azerbaiyán – o lejos de Armenia – y Rusia cerca de los armenios.
Hoy todo es un caos. Nadie entiende la intolerancia de no encontrar soluciones. Nagorno Karabaj es un territorio pequeño aprisionado entre el Mar Negro y el Mar Caspio. Stalin fue el padre de todos los males. Ese comisario sangriento que durante 24 años mutiló generaciones en pos de un régimen represor y mentiroso, puso el territorio armenio en manos de los azeríes – turcos de raza y musulmanes de religión – cuando había pasado muy poco del genocidio de 1915.
La razón no entiende, como en este momento, cuando el mundo tiene un enemigo en común, que lo está exterminando, no se logren consensos diplomáticos. De hecho, Turquía y Rusia muestran sus bajezas políticas aprovechando la coyuntura que parece no tener fin.
Actualmente Azerbaiyán sostiene que la solución al conflicto pasa necesariamente por la liberación de los territorios ocupados. Varias resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU respaldan este pedido. Armenia, por su parte, apoya el derecho a la autodeterminación de Nagorno Karabaj. Además, aboga por la participación de los representantes del territorio separatista en las negociaciones sobre el arreglo del conflicto.
Desde este lunes la guerra parece cada vez más cerca. La zona de tensión en el Cáucaso sur, que es el corredor de gas y petróleo que abastece desde el Mar Caspio a los mercados mundiales, tiñe de tintes económicos y geopolíticos un conflicto que tiene raíces religiosas y limítrofes. Recep Erdogan, el presidente turco, está enviando tropas a Azerbaiyán porque sabe que en cualquier momento Moscú comenzará a mover las piezas. Como siempre, la ONU y la Unión Europea, en tono coherente con sus históricas manifestaciones, demuestran tibieza e inacción.
Varazdat Haroyan tiene 28 años. Es el capitán de la selección de fútbol de Armenia y se ha tomado muy en serio lo de defender a su país. Hoy anunció a su actual club, el Larissa de la Superliga de Grecia, que dejará un tiempo el fútbol para ayudar a Armenia en su conflicto armado contra Azerbaiyán. Se presentó en un cuartel y comenzó su enrolamiento. La movilización de los ciudadanos masculinos de hasta 40 años es una causa nacional en el país y Haroyan asume su decisión personal como una movida popular.
Henrikh Mkhitaryan, el mejor jugador de la historia de Armenia, es un viejo militante de exigir la paz en la región. Es un referente intelectual – habla cinco idiomas – y goleador de su Selección. Manifestó: «Tenemos un derecho inalienable a vivir en nuestra patria sin una amenaza existencial. Nuestros niños tienen derecho a vivir en paz, en lugar de esconderse en refugios. Yo siempre apoyo a mi nación”.
Norberto Briasco, el chico argentino que heredó la sangre y aún no había nacido cuando el bloque soviético se desintegraba e incendiaba esa zona, Varazdat Haroyan, el capitán-soldado y Micky Mkhitaryan son tres casos sociales que se mezclan por un conflicto que está a punto de explotar.
La región porta una sucesión de destierros. De egoísmos y mentiras. De poderosos que camuflan religión con petróleo y dinero. Alguien dijo que arrancar por la fuerza a un pueblo de su tierra es sembrar odio y guerra para los siglos venideros. El Cáucaso está condenado. Tarde o temprano la guerra jugará su partido y la sangre hará como siempre: que pierdan todos, locales y visitantes.
* Leonardo Gasseuy vive en San Francisco, Córdoba. Es empresario. Apasionado del deporte, la geopolítica y la historia.
Gráfico: Al Toque
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